Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Mariapolis
COMUNITARISMO
En la granja, un gran amor
El redactor Carlos Begue compartió con 300 catecúmenos un insólito week end en la Mariápolis (ciudad de María), levantada por laicos católicos en la localidad bonaerense de O'Higgins. Este es su informe:

A un lado de la tranquera los clásicos tarros lecheros anticipan un tambo. Oculto tras los paraísos, asoma el caserón de traza colonial: sus muros encalados y las anchas galerías de arcos repetidos. Más allá del casco y los prodigios de la jardinería se engarzan los galpones, la huerta, el monte de frutales. Campo afuera, pasando los potreros, el maizal se pierde hacia el horizonte.
En este bucólico paraje de O'Higgins (a 240 kilómetros de Buenos Aires) medio centenar de muchachos pugnan por imitar a las primitivas comunidades cristianas: un modo pacífico —y quizá insólito— de protestar contra las actuales estructuras de la sociedad. Son los epígonos criollos del movimiento focolare (italianismo traducible como fuego de hogar o chimenea), una corriente de espiritualidad surgida hace 28 años en Trento para retornar a las fuentes evangélicas. El reducto es definido por el líder Carmelo Rucho Santoro (33) como "convento abierto". Hacia allí —el sábado 13— peregrinaron caravanas de prosélitos y algunos curiosos dispuestos a fraternizar hasta el miércoles. Obviamente, los solteros se apiñaron por sexos durante el sosiego nocturno, un apartheid que no rigió para los casados. Plácidas monjitas, clérigos sudorosos, bronceados melenudos, quinceañeras de blue-jeans y matrimonios con su prole a la rastra dosificaron un programa consolador: píos fervores en la capilla, debates bajo los árboles, frugales comidas. El tanque australiano tentó a los más osados y hasta hubo tiempo para intercambiar teléfonos entre los adolescentes, promesa tal vez de algún casto romance.
Ya lo advirtió el taxista chacarero que acercó al enviado de Panorama: "Son unos locos lindos, pero no molestan, a pesar del olor a sacristía. Fíjese que muchos vecinos ya andan con ganas de copiarles el tambo mecanizado. Eso sí que es progreso: en dos horas ordeñan lo que al resto le cuesta una noche en vela. También se descolgaron con el tendido eléctrico y la paisanada se alegró de archivar los faroles a kerosén''.

ADDIO ALLA MAMMA. Tiene la nariz descascarada por el sol y un hablar de resonancias provincianas. Dos decenios apenas lo distancian de sus primeros berrinches de Asunción del Paraguay. Tras el estaño, mientras abaraja botellas de gaseosas, Orlando Torres hilvana retazos de su vida: "Hace dos años que estoy aquí con los focolarinos. Antes estudiaba el industrial, pero no me sentía conforme. Para mí todo cambió después de un festival del movimiento, en un teatro de Avellaneda. Oí hablar del Evangelio vivido como la mejor protesta ante el mundo y me entusiasmó la posibilidad de un cambio total en mí. En dos patadas armé mi bagayito y me largué de casa. La vieja se quedó tristona y hasta mucho después no se convenció. Ahora ya está resignada". Para Torres —barman improvisado, peón de albañil o entonado trovador, según las urgencias de la activa comunidad-no existen planes mediatos. Seráfico, se deja guiar por la voluntad divina. "No creo tener vocación sacerdotal —intuye—, y casado, si me toca, también puedo servir en esta cruzada de amor."
En la estanzuela —un pretérito seminario de capuchinos abandonado en el 68 por falta de reclutas— la vida es apacible. Nada quiebra la serenidad de las jornadas (laboriosas. Es un paraíso donde cerdos y vacas, gallinas y conejos, tomates y coles, ciruelos y nogales crecen armoniosos, fecundos. El espigado Quique Grenni (19) y Gottfried Portmann (54) —un rubicundo suizo del cantón de Lucerna— vigilan el ganado Holando y trasforman en queso y manteca, parte de su torrente lácteo. Alegremente embarrado, el mendocino Víctor de la Vega (21) se enternece con los porcinos. Con sesenta reproductores confía en multiplicarlos por diez. Las primicias de la granja, el tambo y la huerta —separada una parte para consumo interno— se vende en Pergamino, Bragado, Junín, Chacabuco y otros pueblos vecinos. "Así subsistimos", revela Gustavo Lezama (24), un ex bancario uruguayo con un pasado de huelgas en Montevideo y la carrera de abogado por la mitad. Su concepción de la economía raya la heterodoxia. "Más de una vez —susurra— con las arcas vacías, Dios nos da una manita." Dante Orlandi (49) lo confirma con acento romano: "Eh, no lo va a creer. Pero el mes pasado tocábamos fondo y de golpe cayeron veinte familias para un week end en la hostería. Nos salvamos a tiempo". (Por pocos pesos —apenas 900 más 100 de sábanas, los focolarinos aceptan huéspedes durante todo el año en una treintena de frescas, recoletas habitaciones.) Los visitantes, al partir, podrán llenar sus alforjas con algunas exquisiteces caseras: frascos de miel (200 pesos el kilo), peras en almíbar (280) y dulce de leche (220).

CUANDO RAJES LOS TAMANGOS.
Sin interrupción, aquí se practica voluntariamente una difícil gimnasia: poner todo en común, hasta los bienes materiales. "El desastre mayor de este mundo —pontifica Carmelo Santoro— ocurrió por culpa del dinero: Judas, por treinta denarios vendió al Maestro."
El sistema —una verdadera vaca para deleite de los utopistas— espanta a muchos burgueses. Por eso algunos romeros temblaron cuando al final del cónclave uno de los popes propuso: "Aquí hay quienes tuvieron apremios para pagarse el viaje; se endeudaron y perdieron días de trabajo. Pongamos todo en un pozo y después repartamos según las necesidades". Precavido, un cordobés creyó que le confiscaban el auto y metió fierro hasta las sierras. "¿A esto le llaman La Ciudad del Amor? —mascullaba—; son comunistas disfrazados."
Revista Panorama
26/1/71
 

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