Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado


MARTA REGUERA
o
Cuando las mujeres dirigen
Es muy menuda y muy rubia, su voz parece permanentemente afónica. Se llama Marta Reguera, es una de las directoras de televisión más cotizadas de nuestro medio y cuando habla derrama sobre el interlocutor toneladas de calidez humana.
Al diálogo:
EXTRA: —¿Es muy duro este oficio de dirigir televisión?
MARTA REGUERA: —Es sacrificado, exige muchas horas de dedicación total.
E.: —No se lo preguntaba desde ese punto de vista, me refería a las concesiones que hay que hacer.. .
M. R.: —Las concesiones las hace el que quiere...
E.: —¿Los teleteatros incluyen demasiados golpes bajos dirigidos a las señoras gordas?
M. R.: —¿Por qué dice "señoras gordas"? Su esposa también puede ser gorda. ¿Usted la quiere igual? No creo que la gordura sea un índice de falta de cultura o buen gusto.
E.: —Puede ser gordura mental.
M. R.: —Puede ser que la gente que mira al "clan Stivel" padezca de esa gordura. Eso nunca lo sabremos.
E.: —Hay gente que cuestiona seriamente a la TV.
M. R.: Esos son los pseudointelectuales que comen gracias a la TV y la desprecian al mismo tiempo, diciendo que se trata de un arte menor. Son tipos reventantes, que a veces no saben ni actuar, ni dirigir, que uno lo pone delante de una cámara y sólo atinan a tartamudear.
E.: —¿La imaginación no tiene nada que ver con las finanzas?
M. R.: Hay empresarios que piensan y dejan pensar a su gente, hay otros que van a lo fácil y no permiten la creación. En mi caso particular, puedo repetirle que yo no hago lo que no quiero, que no me obligan a nada.
E.: —A veces se trata de un lujo demasiado insólito.
M. R.: —A mi me abrió mucho el panorama trabajar para canales extranjeros. He llegado a la conclusión de que en América no hay muchos directores que puedan hacer lo que hacen los técnicos argentinos. Nuestra TV, aun en baja, es muy superior, por ejemplo, a la europea. Un Moliere, un Goldoni, hecho en Francia, no tiene nada que ver con lo que haríamos aquí; le hablo de calidad, de movimientos, de espectáculo.
E.: —¿Qué le parece el país?
M. R.: Muy confuso. El panorama de nuestra riqueza potencial ésa que está allí, al alcance de las manos, se contradice con lo que ocurre con la gente. Llegó el momento de realizar una revolución total y absoluta, una nueva política, que ponga en su lugar los valores naturales.
E.: —¿Revolución de qué signo?
M. R.: —Por supuesto que no debe ser comunista, ideología que no comparto. Pero estoy comprobando con horror que en mi país están haciendo desaparecer a la clase media. De ella ha salido la gente más inteligente, la que ha hecho cosas; ahora se está terminando y sumergiendo más a la clase obrera.
Esto no puede seguir así, es demasiado peligroso.
Lo único bueno que veo es que se siguen construyendo caminos, y me alegro, porque son obras comenzadas por otros presidentes y éste las termina. Antes se comenzaba una obra y cuando derrocaban al Gobierno quedaba parada. Era una especie de frustración.
E.: —¿Las elecciones pueden ser solución?
M. R.: —Yo confío mucho en la gente que tiene entre 20 o 30 años, los demás no me interesan. Los de cuarenta años están en la "rosca" con los de 60, y éstos fallaron definitivamente, no supieron crecer.
Ahora bien, me compadezco del pobre tipo que suba ahora a la presidencia. ¿Se imagina lo que le espera? A veces pienso que lo que hace falta aquí es una mujer en el Gobierno.
E.: —¿Feminismo exagerado?
M. R.: —Corriendo el riesgo de caer en el lugar común, diré que las mujeres son impecables administradoras. Son menos ambiciosas, tienen menos apetitos de gloria y de dinero, son más prácticas e idealistas al mismo tiempo. Una mujer sabe parar todas las tensiones. Yo misma estoy acostumbrada, cuando dirijo a superar situaciones casi críticas...
E.: —¿Usted no grita cuando dirige?
A. R.: —La gente que grita tiene miedo o es insegura. Yo hablo tranquilamente y en voz baja porque no siento la angustia del temor. No le voy a mentir diciendo que nunca grité, pero ahora creo haber superado la situación, las inseguridades, creo que ya maduré.
E.: —¿Qué le sugieren estas tres palabras: guerrillas, elecciones y golpe de Estado?
M. R.: —Guerrilla: un hombre que se murió muy a tiempo, el Che Guevara. Era un tipo sensacional, aunque con lo que hacía no pasaba nada. Los muertos, a veces, tienen más fuerza que los vivos.
Elecciones: Juan Domingo Perón.
Golpe de Estado: los militares ya terminaron, que nos dejen ahora a nosotros.
E.: —¿Usted tiene una ideología política definida?
M. R.: —Soy peronista.
E.: —Claro, ahora está un poco de moda.
M. R.: —Se equivoca, yo soy peronista desde siempre. Me gustaría ver a esos intelectualoides que llegan ahora al justicialismo qué actitud toman si le llega a ir mal a Perón.
E.: —Hablando de él, ¿cree que volverá?
M. R.: —No. Eso ya pasó, es un período de la historia.
E.: —¿Cree que se terminó la vigencia de Perón, que es anacrónico?
M. R.; — Es absurdo; lo que quiero decir, es que dudo de que quiera volver.
Revista Extra
02/1972

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