Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

El ocio de los porteños

Tres revistas daban la tónica del círculo frívolo, mundano y ocioso de la época. En ninguna casa de la clase alta y de la clase media en ascenso faltaban El Hogar y Mundo Argentino de la editorial Haynes y la revista quincenal ilustrada Atlántida.
El Hogar era sin lugar a dudas la más prestigiosa y fiel intérprete del "gran mundo social" porteño, como acostumbraba ella misma a denominarlo. Ya por entonces se quejaba de la invasión del gringuerío en Mar del Plata. "Los grupos fundadores se alejaron hacia los hermosos campos del Golf Club —rezongaba—, haciendo rancho aparte, lejos del ruido y quedando en calidad de huéspedes de su propia casa. Como una lámpara votiva, el Ocean Club es en plena rampla la única realidad de la antigua opulencia dominante".
En un número de setiembre de 1933 la revista Atlántida calificaba al baile, como el primero de los deportes. "Nuestra época se llamará en la historia La Era del Baile, y el fox-trox no sólo forma parte de nuestras costumbres, sino que ha pasado a ser una de nuestras más indispensables necesidades". Preocupada, en una encuesta consultaba a Marcos Victoria sobre la ligereza en las costumbres, y éste declaraba: "Evidentemente, el frotamiento social se ha acrecentado con los trasatlánticos y con la radiotelefonía, reposorios de papanatas y nuevos ricos".
Otra nota, en el mismo ejemplar, indicaba de dónde provenía la filosofía de esos años. "El cabaret artístico de Estados Unidos es Hollywood, la ciudad del cine, donde a la luz enceguecedora de potentes proyectores se fabrican kilómetros y kilómetros de films ... ¡y el Paraíso moderno está en las usinas de Ford! —agregando—. Multiplicar cilindros en los motores, multiplicar los pisos en los edificios, multiplicar la producción, multiplicar las masas obreras... ¡Realizar!"

DESCANSO OBRERO. No obstante la persecución a las organizaciones de los trabajadores durante el provisiorato de Uriburu y el gobierno de Justo, la evolución mundial producida en el campo laboral tuvo su repercusión en la Argentina.
Hasta entonces las tentativas para lograr el descanso obligatorio en la tarde del sábado fracasaron. Pero "el diputado socialista Francisco Pérez Leirós presentó el 17 de agosto de 1932 un proyecto —detalla Alfredo L. Palacios en su libro La justicia social— por el que se disponía que en las manufacturas, fábricas, usinas, talleres y construcciones, en las casas comerciales, oficinas, bancos y otros establecimientos de cualquier naturaleza que fueran, el trabajo cesaría el sábado al mediodía. Prescribía, asimismo, para los obreros que trabajasen por día, por semana o por mes, el derecho a cobrar el salario del sábado como un jornal íntegro".
La Comisión despachó favorablemente el proyecto de Pérez Leirós, en el concepto de ser una ley ampliatoria y complementaria de la del descanso dominical; aprobada, pasó a revisión a la Cámara Alta, donde Palacios pidió que se la considerara sobre tablas, moción que fue aceptada por unanimidad, sancionándose sin discusión el proyecto, quedando convertido en ley.
Dos años después se logró un período mínimo y continuado de descanso anual, denominado vacaciones pagas.

LA ESQUINA Y LOS CLUBES FANTASMAS. Con las nuevas leyes sociales aplicadas a regañadientes aumentó sin embargo el tiempo libre para la mayor parte de la población trabajadora porteña. Proliferaron los clubes de barrio, y el fútbol, a partir de 1931, pasó a ser profesional y se trasformó en una importante actividad.
A la sombra de las esquinas de Buenos Aires crecieron como hongos durante la tercera década de este siglo, algo que se podría denominar como clubes sin sede. La esquina, que era la "parada" de la barra de muchachos del lugar, cumplía una función social muy
importante. Debajo de esa especie de marquesina que aún tienen algunas ochavas, se dirimían todas las cuestiones. En los días de lluvia, sin fútbol, el tema mujeres surgía inevitable, entre la niebla tenue del agua. Pero cuando había buen tiempo aparecía el fútbol. Todos iban a "jugar a la pelota" —como actores o espectadores— a los escenarios habituales: el potrero o la calle.
Salvo el centro y el barrio Norte, los sábados por la tarde y los domingos por mañana, toda el área porteña era escenario de miles de partidos rabiosamente disputados. Cuando en la barra se iba incrementando el promedio de edad, se intentaba dar mayor organicidad a los afanes deportivos e, infaliblemente, se
fundaba un club cuya sede era la esquina. Decidida la empresa, el método era rápido y sencillo, aunque no fácil, por la escasez de medios económicos: nombre, adquisición de las camisetas y de una pelota número cinco.
La primera etapa, según cuentan quienes participaron en la fundación de esos típicos núcleos porteños, provocaba en casi todos los casos las mayores discusiones. Antonio Savarro, veterano en esas lides, recordó para Panorama "que en una oportunidad dos o tres muchachos, que tenían alguna lectura de tipo social de la época, propusieron para un club de la zona de Caballito Sur el nombre de Igualdad, creyendo que se impondría fácilmente por su significado y porque, además, existía a pocas cuadras un pasaje que llevaba esa denominación. Pero sorprendentemente no fue así —dice el entrevistado— porque de entre los gritos de la discusión surgió triunfante Sporting Athletic Club. El color de la camiseta produjo algún intercambio de opiniones, pero como fue en un tono más bajo, pronto hubo acuerdo. Se formaron entonces dos divisiones (5ª y 6ª) cuyas plazas fueron cubiertas sin dilación y se nombraron dos delegados para que gestionaran los desafíos con similares clubes fantasmas. Los detalles para encontrar a sus integrantes estaban escritos casi siempre en las paredes esquineras. Así se anunció el nacimiento del club, cubriendo los muros del barrio con inscripciones de este tenor: Sporting Athletic Club, 5ª y 6ª, desafía.
Esa barra concurría a toscas imitaciones de canchas ubicadas en Avenida del Trabajo y Carabobo; Directorio y Lafuente o Emilio Lamarca y Alvarez Jonte y, al final, cuando la urbanización fue tapando los huecos de los baldíos, debían correrse hacia el bajo Flores o a Villa Lugano.

EL CENTRO SOCIAL Por supuesto, algunos clubes que en su origen eran similares al Sporting Athletic Club, siguieron distintas trayectorias. Bernardo Verbitsky, en Grandeza y decadencia del Estrella del Sur, narra las andanzas de una barra esquinera, similar a todas las barras porteñas, a la cual se acerca un nuevo vecino que ostenta en la puerta de su recién habitada casa la dorada chapa de odontólogo.
El recién llegado conversa largamente con la muchachada sobre entidades deportivas juveniles que, según él, le hacían recordar a su propia adolescencia y los exhorta a dar forma real al club que ya existe en potencia, sugiriéndoles con modestia que se haría cargo de los gastos principales si la barra se decidiera a buscar un local para instalar la sede. Entusiasmados, los jóvenes son arrastrados por la quimera y, en un derroche de energías, trabajan al regreso de sus ocupaciones diarias y durante los fines de semana para trasformar un vetusto salón en decorosa sede. En síntesis, se repite la historia del entusiasmo desinteresado que sirve de peldaño para el profesional que, con su maniobra, hace cotizar en un comité político su condición de presidente del club del barrio.
Estrella del Sur, como otros clubes similares de Buenos Aires, vivió flanqueado por fauces que lo acosaron hambrientas: la política venal y los descubridores de cracks de potrero para los nacientes equipos profesionales. Una dentellada tras otra lo fueron destrozando paulatinamente.
Algunas de esas asociaciones —asociaciones voluntarias, las llaman los sociólogos— con más suerte, llegaron a poseer su sede sin pasar por la experiencia política. Generalmente, un grupo de antiguos vecinos, guiando a los más jóvenes, avanzaba paso a paso hasta alquilar una simple sala a la calle o, en el mejor de los casos, arrendar o comprar una vieja casa de la zona. A partir de ese nivel, se producía una di-versificación: por un lado se convertía fundamentalmente en el club de fútbol o básquet del barrio y, por otro, pasaba a ser el refugio o segundo hogar de muchos solitarios que al contar con mayor tiempo libre, encontraban en el club compañía.
Por otra parte, era el salón donde se hacían las fiestas de casamientos, se celebraban las festividades patrias y los agasajos que, por distintos motivos, daban lugar a alegres fiestas. Regularmente se organizaban bailes cuyas recaudaciones constituían la principal fuente de ingresos.
Ese fue el común origen de muchos clubes sociales y deportivos que actualmente tienen importancia en el radio de influencia delimitado por el barrio, y que se llaman, por ejemplo, Villa Crespo, Imperio Juniors, Pedro Echagüe, Alvear Club, Coronel Dorrego. En algunos casos cuentan en sus instalaciones con piletas de natación, canchas de tenis o bochas, y las infaltables y modernas canchas de básquet.

CRECEN LA CIUDAD Y EL BASQUET.
Una de las principales actividades deportivas que se desarrollan en los citados clubes está representada por el básquet. Este deporte se comenzó a practicar en Buenos Aires, en la segunda década del siglo, en la Asociación Cristiana de Jóvenes —ubicada entonces en Paseo Colón y Alsina— por iniciativa de Philip Paul Phillips (míster Pepe), director del departamento de educación física.
En 1938 la Asociación de Buenos Aires, emulando la hazaña del famoso Alumni en fútbol, obtuvo en básquet el primer triunfo para la Argentina sobre un equipo norteamericano.
"Fue un seleccionado el que el día 15 de marzo derrotó a la Unión Atlética Amateur de los Estados Unidos por 46 a 33 —comentaba La Prensa—. Formaron parte del conjunto los jugadores Carlos Orlando, Francisco Del Río, Eulogio Gandolfo, Roberto Contini, Pedro Aizcorbe, Víctor Di Vita, Orestes Arbó, José Angel Andrés, Alberto Alzúa y Humberto Barbaglia. Actuó como director técnico Eulogio Fernández y como kinesiólogo Marcelo Sanaglia."
La ciudad crecía deportivamente, abría diagonales, levantaba rascacielos. Nicolás Olivari, sorprendido con el cambio,
escribía: "Yo he estado en muchas partes. Conozco ciudades grandes, importantes. Pero una como ésta, no hay. Lo curioso del caso es que su verdadero encanto no se lo puede hallar. Son muchos amontonados. Para mí una callecita con chicos jugando a los tejos, un farol recortando un cuadriculado pestañeo, una parecita sobre la que se asoma la madreselva, una pareja de viejos sentados a la puerta tomando mate... es el festón de barrito y yuyo que crece entre los adoquines con su manchita cordial. ¡Cómo me gustaría pintar o dejar cantada en un gran poema toda esa belleza chiquita, metida tan adentro, de esta ciudad única! —exclamaba—. ¡Amasada con sangre criolla, negra, amarilla, europea! De esta jugosa argamasa de vida ¡vean qué ciudad nos ha crecido!".

EL BOXEO. A partir de Luis Angel Firpo y Justo Suárez el boxeo se trasformó en ruta de ascenso económico.
El Parque Romano, en Las Heras y Lafinur, velódromo, escenario de carreras de motocicletas y de los más variados deportes, ofrecía su ring para la lucha y el boxeo. Aparece entonces Victorio Cámpolo en la categoría de los pesados y lo siguen otros como Lovell y Robledo, campeones olímpicos en 1932; Raúl Landini, Daniel Paglia, Mario Verano, Indian Hurtado, los hermanos Azar, Juan e Italo Aldrovandi. En 1936, Oscar Casanovas también obtiene el campeonato olímpico.
Estos últimos ya tenían otro escenario: el Luna Park. Fundado en 1912 por Domingo Pace, en el lugar en que hoy se encuentra emplazado el Obelisco, albergó toda clase de entretenimientos populares hasta 1926, año en que fue desalojado.
Durante un lustro el Parque Japonés, las canchas de River Plate, Boca Juniors y San Lorenzo, así como los teatros Nuevo, Coliseo y Onrubia, fueron sede de esos espectáculo. Fallecido Pace, su hijo Ismael se asoció con José Lectoure y en 1931 comenzaron a construir en la manzana comprendida por las calles Corrientes, Bouchard, Lavalle y Madero, el centro boxístico más importante del país.
Domingo Sciaraffia, quien sostuvo peleas memorables, escribió tangos y Alcides Gandolfi Herrero reunió sus poemas bajo el título de Mocau Lírico, escritos en lunfardo. Existía ya un contraste absoluto con aquellos elegantes de principios de siglo que se iniciaban en el boxeo por ser deporte de caballeros.

EL BURRERO. Parece increíble que el Jockey Club, gestado en Francia, diera lugar a esa pasión del burrero porteño, cuya explicación ha sido diversamente investigada. "En el caballo está el héroe sudamericano y el gaucho ostenta chaquetilla de stud —dice Martínez Estrada—. Tiene el hipódromo tres sentidos fundamentales: el aristocrático, que celebra en el pursang la casta genealógica; el nacional, de origen campestre, con su amor totémico por el caballo, y el popular, que entronca en la raza, con su afán de tentar al destino en la apuesta."
En otro aspecto, los rasgos particulares del burrero difieren de los que identifican al hincha de fútbol. Mientras que este último es más instintivo y de modales más toscos, el burrero trata de imitar a los primeros actores del escenario de sus afanes y, si bien alienta a sus favoritos con la misma vehemencia que utiliza el hincha desde el tablón de una cancha, sabe perder con cierta dignidad y emplea un lunfardo mechado con palabras rebuscadas, como ser, la expresión burrero consuetudinario.
Por eso quienes conocen el ambiente detallan que "el gran secreto de esta enorme pasión es que las carreras no duran 57 segundos, cuando son mil metros, o 3 minutos y fracción, cuando el tiro se va a los tres mil metros". "Para el burrero —observa Guillermo Real— la carrera comienza el lunes, apenas se dan a conocer las inscripciones de los caballos para las reuniones del sábado y domingo próximos ... Los aprontes en la semana son datos de fundamental importancia e interés. El conocimiento de los jockeys que van a participar toma características de decisiones para el burrero entre semana que ya el jueves ha elegido los ocho ganadores. Elegir ganadores —aclara— no quiere decir que son los caballos que el burrero habrá de jugar. No, de ninguna manera," Tantas inquietudes no podían quedar colmadas con los hipódromos de Palermo y La Plata. Para dar cumplida satisfacción, la legislatura de la provincia de Buenos Aires aprobó el funcionamiento de nuevos hipódromos y en 1934 se inauguró el circo hípico de San Isidro, que según el Jockey Club "era en esos momentos uno de los mejores del mundo".

LA RADIO. Nuevos medios de difusión y distracción atraían con fuerza creciente a la población de Buenos Aires: la radio, en primer término.
Las antenas muy sensibles al gusto popular repararon que en Buenos Aires —como en la mayoría de las ciudades del mundo— se recurría a los folletines por entregas, como uno de los principales entretenimientos de los primeros años del siglo. Entonces adaptaron ese sistema al nuevo medio y con su lanzamiento al aire lograron un éxito arrollador: el radioteatro, que se fue afirmando al terminar los años 30.
La ciudad vivía entonces con intensidad ese nuevo mundo de distracción y la gente dividió sus gustos generando hinchas de cada una de las emisoras más importantes —Belgrano, Splendid o El Mundo (fundada en 1935)— como si fuesen equipos de fútbol. Las tres, con potentes trasmisores o redes de emisoras, cubrían todo el territorio nacional.
Los elementales servicios informativos de algunas radios que se reducían a la lectura de La Prensa durante la mañana, se fueron perfeccionando paulatinamente, y ya al finalizar la década era un slogan aquello de que podía llegar "en cualquier momento la noticia imprevista".
La radio trajo apareados nuevos entretenimientos: propaganda, concursos, para una población y una ciudad en trasformación. Acorde con el ritmo urbano más nervioso, difundió por medio de sus emisoras una novedad musical: el jazz.

CAMBIA EL RITMO. Uno de los primeros observadores de las American Bands, Roberto Gaché, en su Glosario de la farsa urbana anotaba que "los Estados Unidos, en pleno tren de penetración pacífica nos ha enviado su música. La hemos escuchado todos en los cabarets y en restaurantes de moda. Son cinco o seis señores que, en silencio y con grave aire aburrido, nos miran comer desde la pequeña y filarmónica altura en que se hallan".
"Es, sin embargo, la de ellos, una calma mentirosa. Porque de pronto, a una señal de su director, estos cinco hombres de apariencia inofensiva se lanzan en incontenible furia a sacar a cuál más, todo el ruido posible de sus instrumentos. Es el paroxismo musical. Esos cinco hombres son más bien cinco espasmos sonoros".
Los tangos, milongas, valses, pasodobles y tarantelas que gozaban del favor del público, poco a poco lo fueron perdiendo cuando el auditorio comenzó a escuchar El rag de la calle Doce, El paso del tigre, De buen humor, Rapsodia en azul, Saint Louis Blue, Serenata a la luz de la Luna. Las emisoras difundían los discos de los famosos Artie Shaw, Benny Goodman, Count Bessie, Glen Miller y Louis Armstrong, con los que competían sus réplicas porteñas Eduardo Armani, René Cóspito, Raúl Sánchez Reynoso y Barry Moral.
Entre las American Band y el apogeo de esas estrellas del jazz media un lapso que va desde la posguerra de la primera guerra mundial hasta que comienzan a tronar otra vez los cañones en Europa en 1939.
En ese momento las empresas grabadoras lanzaron a la venta numerosas ediciones de los ahora viejos discos de 78 revoluciones por minuto. En 1929 se instaló en la Argentina la empresa Brunschwing para fabricar radios; dos años después lo hizo RCA Victor (radios, vitrolas y discos); en 1936 vinieron National Carbón Co. y General Electric (todas empresas norteamericanas) para ocuparse también de algunos de esos ramos y otros anexos eléctricos.
Era el tiempo de aquellos discos de veloz girar en las vitrolas ya acopladas a la parte superior de las radios, placer de la clase media que los muchachos obreros de los barrios compartían en los asaltos. Esta denominación nació de "asaltar" la casa de un amigo, entre todos, con comida y discos, y lo obligaban a ceder el lugar para la reunión. Después se trasformó en una forma económica habitualmente utilizada por los jóvenes de los barrios para organizar bailes.

EL CENTRO. Si bien era cierto que en la ciudad se construían grandes cines (Opera en 1936, Rex al año siguiente), los discos giraban vertiginosamente, las radios ya ofrecían "en cualquier momento la noticia imprevista" y se veía en los films la otra cara del mundo, para los porteños constituía todo un rito ir a pasear por el centro los fines de semana.
"Desde todos los barrios, apretujada en el interior de cien tranvías orquestales, —idealiza Leopoldo Marechal en Historia de la calle Corrientes— una multitud gritona y riente viaja rumbo a la noche, acariciando los más audaces devaneos. La noche está en la calle Corrientes ... La calle los espera con sus teatros y cine abiertos, con sus cafés rutilantes, con el vértigo de sus luces y sonidos ... Los reposados burgueses con sus familias asientan sus reales en los cinematógrafos de lujo, y no faltan las patotas de muchachos que recorren las calles sin rumbo fijo."
Otros grupos de jóvenes se alineaban en la calle Florida luciendo generalmente su único y bien cuidado traje dominguero, camisa almidonada, zapatos muy lustrosos y cabello peinado a la gomina, para ver desfilar y piropear a las mujeres porteñas. El aspecto compuesto de esos galanes callejeros inspiró a Rodolfo M. Taboada una graciosa duda: "No se sabe si se planchan el traje con gomina o se peinan el cabello con una plancha".

LA COMICIDAD. Luis Sandrini y Pepe Arias se encargaban de hacer reír a los porteños con un estilo adecuado a las circunstancias, mientras que Florencio Parravicini, por su pasada juventud de niño bien, su vida aventurera y su histrionismo intencionado, traía de los peringundines y cabarets de antaño a los teatros y dancings de entonces el titeo y el doble juego de gestos y palabras.
Por esa razón, es preciso considerar el éxito de Sandrini como algo más que la explotación de una sensiblería primaria. En él se daba la imagen del tipo bueno, con ingenuidad provinciana, algo atolondrado, que era golpeado y arrollado por una ciudad que iba tomando dimensiones sorprendentes para el hombre pacífico, acostumbrado a una vida sosegada y limitada.
En cuanto a Pepe Arias, en permanente monólogo, con su figura como agobiada por insolubles problemas, sus encogimientos de hombros y su gesto característico de brazos caídos y manos con sus palmas abiertas hacia adelante, o aquel otro en el cual juntaba las puntas de su dedos, representaba al ciudadano porteño que, atónito, ante tanto tumulto, se preguntaba: "¿Y a mí que? ¿Qué quiere que haga? ¿Qué me importa? ¿Y para qué?".
Es que se ensanchaba la calle Corrientes, se abría la avenida 9 de Julio, se erigía el castigado Obelisco, se demolían viejas casas y se construían edificios de departamentos; por la plaza San Martín se levantaba el Cavanagh imitando a los rascacielos neoyorquinos.

INVASION DE CLASE MEDIA. Para la enorme mayoría de la clase trabajadora las vacaciones pagas promulgadas en 1934 significó solamente contar con días de tiempo libre adicionales, porque la escasez de dinero no le brindaba la oportunidad de conocer nuevos horizontes que modificaran el panorama de su vida cotidiana.
La clase media —"sin rabia de pobres ni hastío de ricos"—, aprovechó más esa conquista y contó con la inigualable ayuda de los autos, de los que era principal consumidora. Desde tiempo atrás imitaba actitudes de la clase alta y accedía a lugares que antes le habrían parecido tan distantes como la forma de vida de los protagonistas de las películas norteamericanas. Tímidamente, en un primer intento, llegaron a tomar el té a Harrods, Gath y Chaves, la Ideal de Suipacha, el Richmond y la Boston de Florida; en esta última empezaban a jugar al bowling. Una vez motorizados se desplazaron hacia Palermo y ocuparon el paseo en torno del lago que había sido clásico lugar de desfile de la gente del barrio Norte y corso muy cotizado en los días de Carnaval.
Muchos jóvenes de la clase media se apartaban de los amigos infantiles de la cuadra al dejar la adolescencia y adoptaban aires de suficiencia y hacían notar , que pertenecían a otros ambiente. El tango señaló ese distanciamiento con rabia y Juan D'Arienzo logró un éxito más: "Siempre tenés repleta la cartera / por algo sos el beibi de mamá / y te juntás con gente de alta esfera / porque decís yo soy un chico bien... / Adónde vas, che fulano / con tu vida artificial / dejá esa barra de locos / Pocho, Bebe, el silba-foxtrox / y sé un hombre de verdad / ...tu vuaturé pasea a toda hora / porque es muy chic al golf también jugás / y te vestís al grito de la moda / ... Tenés un cartel de chico distinguido / y para mí sos cero, y nada más".
Revista Panorama
26.01.1971
Oscar A. Troncoso

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