Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Antes morir que pasar vergüenza
Quisimos hacer algo distinto. Nos metimos en el avión que llevaba a Ringo Bonavena hasta Nueva York y le embromamos el viaje, porque no le preguntamos a Ringo el fanfa sino a Oscar el hombre. El se vengó posando su enorme humanidad sobre el pie izquierdo de nuestro enviado Eddie Consalvo. Así, entre sus morisquetas y nuestros aullidos,

logramos, en medio de las nubes, que bajara a la tierra. Descubrimos sus temores, que él niega y que, sin embargo, hablan bien de él.
Por nuestro enviado especial EDDIE CONSALVO
Fotos: RODOLFO LO BIANCO

Ya habíamos ajustado los cinturones y estábamos a la espera de que el avión comenzara a carretear. De pronto, una voz nerviosa pidió que los pasajeros volvieran a tierra y un tripulante comenzó a vociferar:
—¡Hay una bomba a bordo! ¡Por favor, bajen en orden!...
Me pareció un notable contrasentido. Nos anunciaban la presencia de un explosivo y nos pedían orden en el descenso. Algunas señoras gordas pisotearon a las azafatas y un hombre de lentes aplastó su propio sombrero.
En la pista me encontré con Bonavena. Se jactaba de haber sido el primero en abandonar el avión y entre sonrisas comentó:
—Esta es una treta de Clay. No sabe cómo eludir la pelea.
Ochenta minutos después —previa intervención de la Brigada de Explosivos— el avión partió rumbo a su primera escala: Río de Janeiro.
Aprovechando la rara intimidad que suele ofrecer una máquina en vuelo me acerqué a Oscar Bonavena. Estaba apoltronado en su butaca de primera clase; a su lado, Tito Lectoure. El resto de la comitiva en rigurosa clase económica.
—¿Te tenés confianza?
—Claro. ¿No viste cómo me despidió la gente? Yo me tengo confianza en la medida en que la gente confié en mí. Cuando se empezó a hablar de la pelea con Clay muchos desconfiaron. Pero ahora, ante la proximidad del combate cada vez son menos los que no creen en mis posibilidades. Eso me hace sentir muy bien. La gente me quiere.
Ringo habla de él, de la pelea con Clay, de sus posibilidades, pero parece más preocupado por el vuelo.
—¿Te das cuenta? El avión está virando. ¿Por qué vira? ¿Sabés qué pasa? Esta ruta me la conozco de memoria... Además yo soy piloto. ¿Vos sabés que yo piloteaba mi avioneta?
No creo que haya tenido miedo pero me pareció un tanto exagerada su preocupación por el vuelo.
—¿Quién habrá sido el tipo que anunció lo de la bomba? Un loco. ¿No? O a lo mejor alguien que me tiene bronca. ¿Te parece que puede ser un tipo que me tenga bronca?
—No, Oscar —le respondo—. A vos los que no te quieren no te amenazan de muerte. Van a tus peleas con el deseo de verte en el suelo, escuchando los diez segundos con la cara lastimada. Pero nadie puede odiarte canto como para amenazar con hacer estallar un avión.
Me mira con serenidad y no contesta nada. De pronto se pone de pie casi con violencia. Sus noventa y tantos kilos trituraron el meñique de mi pie izquierdo. Ahogué un quejido ante la insólita protesta de Oscar:
—Pero... ¿Por qué vira otra vez? Este piloto está loco...
Volvió a sentarse. Estimo que un tanto avergonzado intentó una disculpa:
—Yo me las sé todas. Esta ruta la conozco como el camino a mi casa. —¿Tenés miedo?
—¿Al avión? ¿Estás loco?
—No te digo si al avión. Te pregunto si tenés miedo.
—Mira, no voy a decirte algo tan tonto como aquello de que los boxeadores nunca tienen miedo. Yo sé que hay algunos que tiemblan antes de subir al ring. Pero yo nunca tuve miedo. Creo que es una virtud.
—Hay gente que piensa que frente a Clay vas al piso en menos de tres rounds ...
—Sí. Pero son los menos. Hay otros que se han jugado hasta lo que no tienen a favor mío para esa pelea. Frazier parece un camión, quiso pasarme por encima y no pudo tirarme. Clay va a tener que pegar mucho para ponerme knock-out. Yo no pienso en eso. Lo único que sé es que arriba del ring me voy a jugar con todo. Podré perder pero no como Quarry...
—Yo creo que no sos justo en lo que decís de Quarry —le rectifico—. Vos creés que él se equivocó. Sin embargo yo entiendo que hizo lo lógico. Tratar de meterse en el cuerpo y colocar sus puños para quitarle velocidad a Clay. Le falló porque él es mucho menos que Clay, pero fue honesto ...
—Tendrás razón, pero para mí Quarry se achicó. Ponele la firma. En cuanto se vio con una herida y que el negro lo sacudió dos o tres veces, no quiso más guerra. Se achicó...
—¿Y qué seguridad tenés que vos no te vas a achicar? —confieso que cerré los ojos. Me asaltó el temor que uno de sus puños, con tamaño de mesita de luz, se estrellara en mi ojo derecho. Pero no... Bonavena respondió con calma.
—¿No te dije que yo nunca tuve miedo? Mirá, esto grabátelo en la cabeza y podés decirlo a los cuatro vientos: Bonavena va a jugarse hasta el final. No me importa dejar la vida arriba del ring. No me importa.
—Perdóname. Pero eso no es valentía. En todo caso es inconsciencia.
—No sé lo qué es. No me importa. ¡No me importa! Yo sé que voy de "punto". La pelea la hacen para que el "grone" me inflame a trompadas. Pero, ojo. En una de esas el "punto" se vuelve "banca". ¿Querés que te confiese una cosa? Hago mal en decirlo, pero si yo sé que le gano a Clay no me importa cobrar ni un dólar. Lo mismo le peleo. Voy a ganarle, no a ganar "guita" ¿Entendés? Lo único que quiero es ganarle a Clay ...
—¿Qué es lo que más te preocupa? ¿Perder? ¿Los golpes? ¿La vergüenza?
Bonavena me miró con cierta complicidad, se acercó a mí y trató de ocultar su rostro al flash de Rodolfo que lo perseguía implacablemente.
—La vergüenza, viejo. Te lo juro por mi vieja. Prefiero que me estropee antes que pasar vergüenza ... Vos sabés qué feo debe ser regresar y que toda esa gente que hoy vino a despedirme ilusionada se me ría en la cara... Ni pensarlo. Que me mate si eso es lo que cuesta quedar bien.
—¿Pero, vos sabés lo que estás diciendo? ¿No pensás en el final de Lavorante? ¿En el de Paret? ¿En el de tantos boxeadores?
—No. Yo no pienso en nada. Si me pongo a pensar en Lavorante no puedo subir a un ring. En eso prefiero no pensar.
—¿Te duelen los golpes?
—No. Los golpes no duelen. ¿Qué querés, que ahora también me ponga a pensar si las piñas me hacen bien o mal?
—Algunas veces caíste. ¿Esos golpes tampoco te dolieron?
—Esos me duelen menos porque me dan bronca. Los recibo y tengo ganas de devolverlos con más fuerza.
—¿Entonces tenés que aceptar que el boxeo es cruel? Recibís una piña y querés devolverla con más fuerza. Es un poco la justificación de la violencia, de la furia ...
—El boxeo no es cruel. Cruel es la vida. Yo nunca recibí una piña que me haya dolido más que la muerte de mi papá. Sabés que mi viejo después de cada pelea mía entraba a los boliches de Parque Patricios gritando: ¡Yo soy el padre de Bonavena! El viejo era fenómeno. No quiero ni pensar lo que hubiera hecho sí le gano a Clay. Yo la pelea la puedo ganar, pero el viejo ya no está. ¿Ves? Eso es lo que no tiene remedio.
—El dolor del padre de Lavorante tampoco tiene remedio ...
—¡Ufa, con Lavorante!... Te dije que en eso no quiebro pensar... ¿Escuchás la música? (Se vuelve a poner de pie, no tritura mi dedo meñique pero casi vuelca mi vaso de whisky.) ¿Escuchás la música?
Se puede pensar que fui despiadado con Bonavena. Afiné mi oído y lo único que oí fue el zumbido de las turbinas. Se lo dije.
—Pero vos en las orejas tenés una barra de pibes... Es la música funcional. ¿No la oís? ¡Es sordo!... ¡Este es sordo!...
Tuve ganas de gritarle que era un bocina. Que la música funcional era el responso que le estaba tocando Cassius Clay con sus musulmanes serenaders, pero a la altura de mi nariz advertí la presencia de sus bíceps, parecían dos melones, pensé en sus manos; del tamaño de dos mesas de luz y preferí callar.
—Sí, Oscar. Soy sordo. Vení, sentate...
Se sentó. Comió un postre helado y estrelló su cara contra la ventanilla. Parecía un pasajero de colectivo empeñado en advertir entre las sombras la esquina en donde se tiene que bajar.
—Tu mamá, ¿qué dice de la pelea con Clay?
—Nada. ¿Qué va a decir la vieja? Ella sabe que yo soy un tipo de suerte. Todo me sale bien y por eso confía. Fíjate, pierdo con Páez y sigo primero en el ranking del mundo. Empato con Peralta y él tiene que mendigar peleas por Europa mientras que a mí me ofrecen contratos para llenarme de dólares. ¿Sabés por qué pasa eso? Porque yo creo en Dios y además soy un buen tipo. La vieja lo sabe, por eso no tiene miedo...
—Si todo te va bien, ¿por qué vendiste tu contrato en veinte mil dólares a un manager desconocido?
—Porque esos veinte mil dólares me vinieron muy bien y además porque soy libre de hacer lo que quiero. Un manager no puede robarme nada y puede beneficiarme. Ese señor tiene un porcentaje sobre mis peleas, pero tas peleas las arreglo yo. Es un negocio más.
—Hay gente que afirma que después de tu pelea con Clay no vas a volver a subir a un ring.
—El que no va a poder volver a pelear va a ser él si yo le gano.
—¿Estas seguro de ganarle? Mirá, aquí estamos solos. A ocho mil metros de la tierra, podemos hablar confidencialmente. Vos decís que con tal de ganarle pelearías gratis, aunque lo concreto es que te vas a traer por lo menos 200 mil dólares. Eso denuncia tu inseguridad. Decime la verdad, ¿crees que podés ganar?
—Sí. Te lo juro. Sé que es difícil, pero me tengo confianza. Yo sé que donde le pegue le va a doler. Creo que puedo ganarle.
—¿Qué opinas de Clay?
—No sé. No lo conozco. Es un buen boxeador...
—Y de su actitud frente a la justicia de los Estados Unidos, ¿qué pensás?
—De eso no entiendo nada. Lo único que sé que por hacerse el héroe perdió cualquier cantidad de dólares. Esa pregunta te la voy a contestar el día que Clay tenga 40 años. Si tiene "guita" no digo nada. Pero si a los 40 abriles tiene que ir a "¡aburar" te voy a decir que fue un gil. Entonces nadie se va a acordar de él.
El avión comienza a perder altura. Río de Janeiro está cada vez más cerca. Una agraciada azafata comienza a repartir obsequios de su compañía. En ;las manos ansiosas de Bonavena se depositan tres cigarros de Jamaica, cinco antifaces japoneses para dormir, dos pares de calcetines celestes, dos estuches de perfumes de Christian Dior tres cajitas de fosforas, dos paquetes de cigarrillos rubios. Menos mal que Río cada vez estaba más cerca, sino Bonavena desvalija a la agraciada azafata.
Compartimos un café en el aeropuerto brasileño. El seguía rumbo a Nueva York. Yo me quedaba en Río a darle forma a esta charla entre insolente y sincera. Volví sobre algunos puntos: el miedo, la fortaleza de Clay, la consecuencia de los golpes, la derrota, el dolor físico, el knock-out, la muerte... Sí, fui un poco monotemático. Oscar Bonavena me miró indiferente, su cara me dio la impresión de haber sido trazada a golpes de hacha y su voz más aflautada que nunca.
—En eso no pienso, me dijo, y no quiso seguir hablando.
Me quedé en Río. Bonavena siguió viaje. En Nueva York lo esperaban las autoridades del Madison Square Garden agazapadas detrás de la gigantesca figura de Cassius Clay. Un moreno atlético capaz de producir lluvia de dólares al son de sus puñetazos. Bonavena marchó valientemente en busca de ellos. De los puñetazos y de los dólares.
Revista Semana Gráfica
4/12/1970

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