Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

LA SEMANA TRAGICA
(POR LOS OJOS DUROS Y TIERNOS DE DAVID VIÑAS)
1919. Buenos Aires fermentaba. De pronto, una huelga. Una paciencia que se agota y una impaciencia que se inicie. Fue en Parque Patricios. La fábrica, Vasena. El nombre que graficó el recuerdo y sirvió de slogan para siempre fue el de "LA SEMANA TRAGICA". Entonces no había "especialistas en Marketing. Sin embargo, Argentina entera consumió aquel tajo gremial, social, político. Los que hoy tienen 40 años resbalan sobre el episodio. Lo usan como frase cuando quieren preavisar una desgracia. David Viñas, con su mirada dura y su pasión nacional tierna de afecto y profundidad, buscó y rebuscó en aquel enero áspero y cálido y brindó el relato que su angustia le pedía. Hoy damos trozos de historia con sabor a cuento. Que ocurrió. Lamentablemente si. El libro se llama "En la semana trágica"; lo editó, por supuesto, Jorge Álvarez, y aquí tiene sus pedazos.

Buenos Aires, enero de 1919: al mediodía del viernes tres, un camión de la Sociedad Hierros y Aceros Limitada de Vasena e hijos es atacado por un grupo de obreros en la esquina de Zavaleta y Aconquija; el conductor, herido, huye, y con el material, que era trasportado desde los depósitos sobre el Riachuelo en dirección a la fábrica de Monteagudo y Cochabamba, se levantan las primeras barricadas y empiezan a bloquearse las calles de Nueva Pompeya y Boedo. Son barrios polvorientos y chatos, ennegrecidos por los galpones que se extienden al sur de la ciudad e impregnados con el espeso olor del Riachuelo, que flota como una niebla mezclado con el humo de las fundiciones y el calor de comienzos del verano. La violencia inicial ha sido brusca. Durante las primeras horas de la tarde, se abre una expectativa: los obreros rondan por las calles desiertas, algunos piquetes se organizan frente a lo de Vasena para impedir la entrada de los camioneros, mientras una delegación intenta conectarse con los dirigentes obreros. Después de una acción esporádica, la policía del barrio se limita a observar, mezclándose con los vecinos que reparten agua, se sientan en los zaguanes o contemplan a los chicos que patean una pelota de trapo. Calor es lo que más se siente. Y una inquietud que sube del río hacia el centro de la ciudad. La primera edición de los diarios de la tarde se reparte entre los huelguistas, que se han sentado sobre el camión de Vasena: Resultados previsibles de una industria sin bases sólidas; míster Wilson visita a Benedicto XV; agitadores bolcheviques en Varsovia; supuestos triunfos del general Semenoff sobre los maximalistas; se proyecta un servicio postal aéreo argentino; Ricardo Rojas es presentado por Joaquín
de Vedia en el acto organizado por la Alianza de la Nueva Generación, en el teatro San Martín, a la vez que Gerchunoff, Leumann y Alfonso de Laferrére renuncian por la orientación que se le va imprimiendo; Racing y Peñarol juegan por el campeonato del Río de la Plata; la doctora Elvira Rawson de Dellepiane defiende los derechos de la mujer, y en el cine Paramount, Constance Talmadge exhibe su silenciosa inocencia. Pero el calor aprieta y la situación de espera no puede prolongarse. Por fin, un delegado sindical —Senra Pacheco— llega frente a la fábrica, los huelguistas lo rodean y se proclama la solidaridad de la FORA. Y a las cinco de la tarde, en la avenida Alcorta y Santo Domingo, son detenidas siete chatas que avanzan con material para la fábrica: ahora son los caballos que se sueltan, permanecen amontonados, arremolinados, hasta que alguien hace un disparo y se largan a correr como enloquecidos atropellando a un grupo de vecinos y a una patrulla policial que avanza por el centro de la avenida San Juan. Una descarga cerrada es la respuesta. Una industria favorecida por la guerra no puede durar después de Versalles. Los huelguistas se protegen detrás de los carros volcados y gritan sus consignas y sus exigencias: ocho horas de trabajo, aumento de un peso sobre un salario de cinco. Del otro lado contestan con nuevos disparos de máuser.
II
El sábado cuatro: los dueños de la fábrica Vasena solicitan protección al ministro del Interior de Yrigoyen, doctor Ramón Gómez; en el pedido se describe la actitud de los huelguistas como de "verdadero sitio a las instalaciones de la firma" y se alude a las medidas preventivas, que hubieran debido tomarse a partir de los primeros rozamientos, producidos a fines de 1918. Nuestra norma es la equidistancia, declara el diario oficial. Pero a partir de ese momento ya no es la policía de barrio la que actúa, sino el Escuadrón de Seguridad, y las primeras patrullas recorren la calle Rioja, a lo largo de los baldíos de Urquiza y Cochabamba, destacan un piquete en el café Chiclana y otro, mucho más numeroso, frente al local de la FORA, en México 2070. Pero si la policía ha aumentado sus efectivos, los huelguistas empiezan a recibir el apoyo de otros gremios: los marítimos son los primeros y paralizan el puerto. Viejos grupos de tradición anarquista hacen su aparición en las calles de Nueva Pompeya, San Cristóbal y Boedo. En el cruce de Oruro y Rioja se canta La Internacional.
III
Domingo cinco, Reyes, la ciudad permanece inmóvil, bajo un calor de treinta y seis grados. Las posiciones continúan enfrentadas, mientras los directivos de Vasena insisten ante Yrigoyen para que tome medidas drásticas. El ejército, señores — contesta el presidente—, permanece en sus cuarteles. Mano de hierro exigen los diarios tradicionales. La policía asume una actitud pasiva, gimen ante la lentitud con que se resuelve la represión. Yrigoyen resulta demasiado lento: solicita nuevas consultas, pretende escuchar a todos los sectores. Tiroteos aislados en plena calle Labardén, denuncia "La Prensa". ¿Habrá que esperar que lleguen a la avenida Callao?
IV
En la tarde del domingo: un incidente, varios grupos de huelguistas se dirigen a la estación Constitución ; allí piden hablar con los ferroviarios; se trata de solicitarles la adhesión a la huelga: una hora de paro al principio y después en forma creciente si las exigencias fracasan. La entrevista principal se celebra entre el foguista Loiácono y el obrero de Vasena, Castel; hablan durante una hora y media en la oficina de controles. El resto de la gente espera en los andenes. El calor aprieta y algunos obreros resuelven destapar uno de los tarros de leche de los que están amontonados frente a la calle Hornos. Alguien protesta, dice que eso es una provocación; pero le gritan que el calor no se aguanta y que no se preocupe, que van a dejar las cosas como estaban. La entrevista entre Loiácono y Castel no llega a nada concreto. Cuando Castel explica la situación a sus compañeros, avisan que una patrulla avanza por la plaza Constitución. Castel pide calma: son gente reunida en domingo, y allí no ha pasado nada. Pero al llegar a la estación, un señalero que va a tomar su turno, es detenido por el piquete policial y golpeado. Los obreros de Vasena se repliegan sobre la estación. Castel insiste en pedir calma y se asoma sobre las escaleras de Hornos. Quiere explicarse con la policía, pero desde la calle le hacen disparos. Sus compañeros reaccionan y empiezan a voltear los tarros de leche: con pedazos de rieles, a los golpes, los van volcando sobre el andén, y esas latas parecen descabezadas, como sangrantes, y un gran lago blanco se desparrama sobre las vías. Procedimientos anarquistas, comenta "La Vanguardia". Acción directa, que a nada conduce y que provoca represalias. Son quince mil siete litros de leche que brillan como un charco bajo el sol de la tarde.
V
El lunes seis amanece con las posiciones estancadas: los huelguistas han estabilizado un núcleo rebelde y los escuadrones policiales se limitan a guardar vigilancia en los extremos de los barrios sublevados. A lo sumo, contestan con descargas aisladas a los insultos que les largan desde el otro lado de las barricadas de carros humeantes y y adoquines amontonados. Al entierro del cabo Chaves acude la plana mayor de la policía, y la muerte de Teodoro Roosevelt ocupa las primeras planas de los diarios: Con él desaparece un eminente ciudadano americano, "La Nación". Y "La Prensa": Practicó una política dura, pero fue un presidente eficaz para su país. La Sociedad Hierros y Aceros Limitada de Vasena e hijos presenta una nueva nota reclamando garantías al gobierno y declarando: "erróneo el concepto que mantiene el Poder Ejecutivo sobre la libertad de trabajo". Ya se calcula que son dos mil los obreros en huelga, comprendidos los que han parado en los depósitos que la firma tiene del otro lado del Riachuelo. Y las barricadas se amplían; algunas se levantan en el barrio de Almagro, penetran hasta Once por la calle Catamarca, por Jujuy, México y avanzan sobre el Congreso.
VI
Ante la pasividad de la policía, que ha vuelto a replegarse, la empresa Vasena publica declaraciones en "La Nación" y en "La Prensa": La opción es entre ganar votos o el orden, dice uno de los diarios. Y el otro: El señor Yrigoyen ya no puede conspirar; su causa actual debe ser gobernar. Y las apelaciones a la necesidad de mano fuerte se van convirtiendo en un coro. Las sesiones de la convención de la Capital del radicalismo padecen ese mismo tironeo: el orden del día es el reemplazo de la senaturía de Crotto y de las diputaciones de Sanguies y Le Bretón; pero ese balanceo entre los reclamos de los huelguistas que sostienen las barricadas de Nueva Pompeya y Boedo y las exigencias de protección de Vasena, se convierte en el verdadero ritmo de la asamblea. En la reunión obrera —pese a los enfrenamientos crecientes entre las tendencias anarquistas y socialistas—, la acción es más decidida: se resuelve apoyar un comité de huelga en el local de la calle Loria; se recibe un telegrama de los obreros petroleros de Comodoro Rivadavia. Hay aplausos; se siente que es el lejano Sur que los alienta. Los de la construcción anuncian su apoyo; los zapateros, los cloaqueros ceden los fondos de su caja sindical: ciento veintitrés pesos. Los mismos capataces de Vasena se pliegan. Cuando llega la noticia, un aprendiz de la fábrica se trepa a unos cajones y enarbola una bandera roja. Las listas abiertas en el Círculo Naval, bajo las órdenes del vicealmirante Domec García, aumentan con los nombres de más voluntarios, organizados en guardias blancas. Los diarios de la noche anuncian el sitio de Lemberg por los maximalistas rusos. Ejemplo peligroso, comentan.
VII
La página de Vida Social informa desde Mar del Plata: en la reunión realizada en lo de Luro, vimos a un grupo selecto de niñas ofreciendo delicados "bouquets" a total beneficio del Colegio del Sagrado Corazón. Joaquín S. de Anchorena también empieza a organizar la gente de la Liga Patriótica Argentina; en los depósitos de Vasena logran rodear a uno de los dirigentes, Castel, que saca su cuchillo y los encara. El gobierno está en el deber de conjurar esta situación, que perjudica los intereses del país, clama "La Prensa". La Bolsa de Comercio abre una suscripción para allegar fondos destinados a un premio que otorgará la Liga Patriótica Argentina. En la calle Pepirí, un piquete del Escuadrón de Seguridad es baleado desde las azoteas del barrio; varios policías entran a una casa de inquilinato y reclaman la presencia del encargado, Domingo Decuore; interrogado, se niega a suministrar información; a la tarde, su cuerpo aparece en el pozo del aljibe seco de la vivienda. Otro piquete del Escuadrón es baleado en Cochabamba y Urquiza. Dos muertos. 'La nueva generación ha salido a la calle a defender nuestras tradiciones' (La Nación).
VIII
El miércoles ocho el proceso culmina: guardias blancas, sumadas al Escuadrón ,atacan en Nueva Pompeya, y los huelguistas responden con violencia. En Puente Alsina hay cinco muertos, treinta heridos y se anuncia el velatorio para la noche. Por sugestión de Yrigoyen, Alfredo Vasena acepta entrevistarse con una delegación de siete huelguistas avalados por la presencia del doctor Unsain, del Departamento del Trabajo. En el puerto, el desembarco de los marítimos que apoyan la huelga, provoca la reacción de los armadores ingleses, que anuncian su paulatino desinterés por una plaza tan soliviantada: después del final de la guerra, su necesidad de productos agropecuarios puede resolverse en otros mercados más apacibles. Marineros en huelga, estibadores en huelga, barcos ingleses vacíos, empresas que toman medidas, no ventas de los ganaderos y acopladores, posible cierre de los frigoríficos. Es el desastre, se queja "La Prensa". El ejército se hace cargo de la situación.
IX
El jueves nueve, los huelguistas detienen tranvías de la Anglo y de Lacroze; numerosas comisiones recorren la ciudad, exigiendo el cierre de los comercios. El ingeniero en jefe de la compañía Anglo pide garantías a Yrigoyen, Pasado el mediodía, todo está parado; ya no son solamente los barrios de Nueva Pompeya y Boedo, sino la ciudad entera: las cortinas bajas, las plazas desiertas y una brisa arenosa que sopla por las calles. Treinta y ocho grados. El subterráneo de Plaza de Mayo a Caballito ha cerrado sus puertas. Apenas si algunos empleados de Harrod's y La Ciudad de Londres buscan dónde almorzar por el centro. 'Creo que es hora de comer algo. ¿Siento apetito? No, siento un hambre devorador', prosigue el personaje cómico de Caras y Caretas. Después de mucho correr en vano, llego a un negocio y ¡algo se pesca! Alfredo Vasena se ha reunido con el directorio de la fábrica: Arthur J. Pruden y Charles Lockwort, son súbditos británicos y piden garantías al representante de Su Majestad. La reacción es inmediata: Un banda de doscientos chicuelos apedrea la fábrica, denuncia el diario. En la puerta de la calle Barcala se provoca un comienzo de incendio, y el jefe de bomberos, coronel Graneros, decide actuar, pero un intenso tiroteo detiene a sus hombres. Yrigoyen convoca al ministro del interior y al de guerra; Ramón Gómez es partidario de una acción enérgica, Elpidio González prefiere agotar los recursos conciliatorios. Sin embargo, se decide reforzar las comisarías y ampliar el apoyo del ejército. La Asociación del Trabajo, encabezada por Pedro Chriathophersen y Atilio Dell' Oro aplaude la medida.
X
El entierro de los muertos del día anterior se convierte en un funeral cívico: el gigantesco cortejo sale de la calle Alcorta al tres mil cuatrocientos, llevando a pulso los ataúdes, cubiertos' con banderas rojas; el Consejo de Huelga marcha al frente en un Ford abierto, Avanzan a lo largo de la avenida Sáenz, siguen por Boedo, toman por Rivadavia y desembocan en Corrientes, Al cruzar por Yatay, frente a la iglesia de Jesús Sacramentado, incendiada a medias, tropas de marinería hacen una descarga; caen varios muertos y la columna se dispersa. Apenas unos trescientos logran llegar a Chacarita. En el cementerio, mientras habla el anarquista Luis Bernard, las tropas atacan nuevamente: muchos tienen que atrincherarse en las tumbas recién abiertas: la mayoría es obligada a salir por los fondos de El Cano, y los ataúdes quedan sin enterrar, A la noche, reunido el Consejo General de la FORA, declara la huelga general y asume la dirección del movimiento, 'La ciudad bajo el imperio de la huelga general', gimen los titulares.
XI
Las puertas de la Casa Rosada que dan sobre Plaza de Mayo son clausuradas, y cuando Vasena nuevamente pide protección, ya son veinte mil obreros que rodean la fábrica, Es jueves de funeral, pero también es jueves de carreras y los teléfonos de la ciudad no funcionan, mientras piquetes de huelguistas, encabezados por banderas rojas, detienen tranvías en Santa Fe y Pueyrredón, en
Córdoba y Salguero, tumban e incendian otros. ¡Es la ola roja!, escribe monseñor De Andrea en "La perturbación social contemporánea" y apela a la ayuda del elemento sano de la población, El ministro de Guerra anuncia que las tropas de Campo de Mayo están acuarteladas y que refuerzos de Río Santiago avanzan sobre la ciudad. Los acorazados Garibaldi y Belgrano arriban a Dársena Norte y apuntan sus cañones hacia el sur de la ciudad. Yrigoyen convoca a los hombres del orden, comenta "La Razón": la Liga Patriótica Argentina y la Asociación del Trabajo aplauden. En la Cámara, los diputados Diskmann y Bravo exigen un homenaje a los obreros muertos. Al pie de la estatua del Pensador de Rodín hay unos hombres tirados en el suelo: unos están muertos; otros, se han tumbado para tomar fresco.
XII
En el arsenal de guerra se produce otro tiroteo: son los huelguistas, que solicitan su adhesión a los obreros, Como ya son más de cincuenta los tranvías del Anglo incendiados, el ministro de Su Majestad británica hace una enérgica presentación "por tratarse de una empresa inglesa", Entre las barricadas levantadas en Cochabamba y Urquiza y las de Loria y Carlos Calvo, hay más de doscientos caballos sueltos de las chatas de Vasena que galopan por encima de las veredas cada vez que se oyen descargas de fusilería. Cuando los intervalos de silencio se prolongan, soldados del comandante Núñez hacen blanco sobre los más enardecidos: cinco, ocho, nueve quedan despatarrados en el pavimento.
XIII
Elpidio González está dispuesto a lograr un arreglo equitativo, como dice el diario oficial. Llega Vasena mientras los grandes depósitos de carbón de la fábrica son incendiados. Mantiene una entrevista infructuosa con los obreros, y al salir, intenta hablar subiéndose a una de las chatas volcadas. Lo abuchean, debe irse rodeado de policías y resuelve instalar su despacho en la comisaría veinte. En el mismo frente de batalla, comenta el diario oficial. Las cargas del Escuadrón son permanentes y los tiroteados se concentran en esa zona. Demagogia fácil, dice "La Razón". Y se da a conocer una noticia: los directores de Vasena aceptan las bases propuestas. Es el momento en que los huelguistas parecen indecisos; algunos proponen seguir, los sindicalistas se oponen: Hemos logrado lo que nos habíamos propuesto, argumentan. Los enfrentamientos internos hacen crisis: Intromisión de factores extraños al gremialismo orgánico, explica el diario socialista. Manejos de la política criolla. La FORA del quinto congreso se les enfrenta: ¡Reinvindicaos, proletarios! —dicen sus volantes—. Viva la huelga general revolucionaria, El ejército rodea la fábrica; siete cañones emplazados.
Madrugada del viernes y los diarios anuncian la terminación de la huelga: Los obreros de Vasena vuelven al trabajo, El ejército vigila, De Berlín, la rebelión del grupo Spartacus ha sido liquidada: Karl Liebnecht y Rosa Luxemburgo son fusilados. La semana roja ha terminado frente al ejército. Una comisión de la FORA del noveno congreso —Sebastián Marotta, Manuel González Maceda, Pedro Vengut y Juan Cuomo— se entrevistan con Elpidio González, Después pasan a verlo a Yrigoyen. Alfredo Vasena, que está presente, llega a un acuerdo final. 'Es función del ejército mantener la paz interior', "La Prensa". Y "La Nación"; 'El ejército debe estar siempre alerta para otras eventualidades como la que ha vivido el país'.
Revista Extra
06/1966

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