Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

La torre y sus leyendas
Un enigma que los vecinos de Carapachay, en las afueras de Buenos Aires, se complacen en sazonar con ingredientes trágicos, picaros o románticos.
¿Por qué razón Bernardo Ader levantó, hace cincuenta años (en medio del campo, por entonces), una construcción tan extraña? Responden los herederos

Ciertamente, es una torre poco conocida; pero es una torre argentina y con más historias que ladrillos.
No tendrá la fama de su colega de Babel, porque en su construcción no hubo problemas de idiomas; tampoco tiene la antigüedad de la torre de Pisa, cuya erección —presumiblemente por Bonanno Pisano— data de 1173. Mucho menos ostenta los años de la torre de Londres, concebida como fortaleza por los normandos y mandada levantar por Guillermo I en 1066, año de su coronación. Esta es otra torre; tiene el honor de figurar en el itinerario de varias líneas de colectivos y se halla a ocho cuadras de la estación Carapachay del Ferrocarril General Belgrano, sobre las puertas de Buenos Aires.
Se trata de la torre construida en 1916 por Bernardo Ader. Ahora, en el más completo estado de abandono, añorando sus bellos vitrales destruidos a hondazos, sus 217 limpios y bien pulidos escalones de mármol y el hermoso parque que la rodeaba, semeja un barco desmantecándose lentamente ante la indiferencia de sus vecinos, ya acostumbrados a ignorarla.
Por suerte, sustenta leyendas como para hacer palidecer de envidia a las sagas más famosas de la antigua Escandinavia. ¿Para qué se le ocurrió a Bernardo Ader mandar edificar en medio del campo un artefacto semejante? SIETE DIAS decidió esclarecer el misterio. Sabido es que la torre gusta parecer un fantasma celoso de sus secretos. Aparentemente, su preocupación es la de envejecer con dignidad, erguida en medio de fábricas y chalecitos. Contemplándola, resulta fácil imaginarla hace más de cincuenta años como un faro en un mar de alfalfa, o vaya uno a saber qué otra leguminosa.
Un señor entrado en años se acercó curioso.
—¿Que si soy de la zona? ¡Yo he nacido acá donde me ven!
Ahí donde se lo veía: un alumbramiento en la vereda y en aquellas tiempos no debió ser cosa cómoda.
—Entonces usted debe saber el origen de la torre.
El señor compuso una expresión acorde con lo que iba a relatar.
—Esta es una historia muy triste. No sé si sabrá que para el centenario de la Revolución de Mayo, el gobierno británico decidió obsequiar a la Argentina la torre que está en Retiro y que para ello llamó a un concurso. Un joven arquitecto de apellido Ader se presentó con uno de los tantos proyectos ... La cosa es que el muchacho no lo ganó y luego de pasar un tiempo, en el que no quiso hablar ni ver a nadie, se suicidó. Bernardo Ader mandó edificar el proyecto de su hijo y ahí está la torre.
No existen palabras para agradecer semejante dato.
La cámara fotográfica comienza a testimoniar el estado actual de esa herencia romántica, poética.
—¿No le sacarían una foto a la nena?
La señora miraba sonriente y la nena se ocultaba entre sus polleras. La señora no entendía bien qué demonios se proponía SIETE DIAS, pero cuando se enteró de la versión del trágico origen de la torre, soltó una carcajada.
—¡Qué trágica historia! ¡Por favor! ¡Ese es un cuento de hadas! La torre, sepa usted, fue levantada para avisar con un reflector a los submarinos alemanes la posición de los barcos ingleses en el río de la Plata, durante la Primera Guerra Mundial. Mis padres lo saben porque la vieron construir.
Algo hermoso se acababa de romper de pronto, para dar cabida a un hecho vil, de vulgar espionaje. La fantasía lleva a ver la torre de noche, en las tinieblas de una zona descampada, y arriba alguien, una figura rematada por un casco prusiano, que envía señales a la flota submarina del kaiser. Pero estas divagaciones se cortan de raíz: en la Primera Guerra no operaron submarinos alemanes ni la flota británica en el río de la Plata.

LA VERDAD SEA DICHA
La torre está circundada por un cerco de alambre; dentro hay dos postes, una soga y ropa tendida. En el jardín de un laboratorio instalado enfrente trabajaban dos jardineros; el de más edad parecía el más indicado para responder preguntas. Y las contesta con una seguridad pasmosa.
—Allí vive un matrimonio de cuidadores, ¿sabe? La torre pertenece ahora a la Municipalidad de Vicente López. ¿Para qué se construyó?... Pero si todo el mundo lo sabe: Bernardo Ader la mandó levantar para vigilar desde arriba a la peonada que trabajaba en sus campos. Antes no había las leyes que tenemos, ahora, ¿sabe?
Bernardo Ader, con un látigo kilométrico en la mano, presto a descargarlo sobre el lomo de un peón indolente, no encarnaba —en serio— una figura edificante. La imagen se desvaneció porque en ese momento salía de la torre una mujer dispuesta a tender ropa.
—Acá no se puede entrar sin permiso de la Municipalidad ¿Ustedes son periodistas, no?
Han venido tantos ... ¡Pero sin permiso no entra nadie! Yo soy la señora de Balmaceda y con mi marido somos los cuidadores de la torre.
No existía posibilidad alguna de apelación.
—Bueno, señora de Balmaceda; pero, ¿sabe por qué se construyó la torre?
—¡Claro que lo sé! —clamó la mujer—. Fue levantada para combatirlo a Rosas.
—Señora, ¿usted no sabe que Rosas murió en el siglo pasado y que la torre de Ader fue construida en éste?
—Entonces la habrán construido para combatir a algún otro.
Lo fortuito, lo imprevisible, el azar, es lo que permite que la vida no sea tan aburrida, evidentemente. Y la sorpresa, que debía producirse, brotó de labios de un jubilado que tomaba sol y fumaba su pipa sentado en uno de los bancos de la estación Carapachay. Enterado de las inquietudes del redactor, preguntó:
—¿Por qué en lugar de perder tiempo con la gente de acá no van a ver a los Torralva, que son los descendientes directos de Bernardo Ader? Tienen su oficina en la calle Corrientes, creo.
Las 4 de la tarde de un día de la semana pasada: Luis y Juan José Torralva tienen el mismo aire divertido.
—¿El origen de la torre de Ader? Sé que hay muchas versiones; la verdadera es la menos atractiva.
Luis Torralva ofrece su versión, pero exige establecer un orden de conocimientos para eludir malas interpretaciones. Primero, saber quién fue Bernardo Ader, un vasco francés llegado a los 15 años de edad, en 1850, llamado por su cuñado el barón de Bieckert y por su hermana mayor. Bieckert fue el fundador de la cervecería que hoy lleva su nombre, lugar en el que el joven Ader hizo sus primeras armas. Años después fundó una famosa fábrica de muebles. Se casó con Elisa Schulze y el matrimonio tuvo tres hijos: dos varones, Eduardo y Enrique, y una mujer, Ana.
Aquí podría decirse que comienza la verdadera historia de la torre.
Bernardo Ader vivía en el centro de la ciudad, pero efectuaba frecuentes viajes a los sectores que hoy componen la zona norte del Gran Buenos Aires. Compraba extensiones de tierra y las fraccionaba para su posterior venta. En el sector que abarca la actual Carapachay, hasta Villa Ballester, Bieckert había adquirido a los hermanos Juan y José Drysdale una gran chacra con una vieja casona.
Eduardo, el hijo mayor de los Ader, desde pequeño delicado de salud, impulsó a su padre —por consejo médico que prescribía un cambio de aire— a comprarle a su cuñado esa chacra e instalarse en ella con su familia. (Es de hacer notar que la actual estación Carapachay se llamó inicialmente Drysdale, y esos campos les fueron obsequiados a los hermanos por el gobierno, en recompensa por sus servicios prestados contra los indios.)
Propietario de la finca, Ader modernizó la casona de la chacra y, una vez instalada allí su familia, comenzó a elaborar un extraño proyecto, muy acorde con su personalidad: su figura era ampliamente conocida por las obras filantrópicas que realizaba, entre las que figuran la donación de la iglesia de Villa Ballester y de una escuela. Tenía numerosos amigos, entre ellos uno dilecto, el ex presidente Carlos Pellegrini, y para agasajarlos con fiestas y albergarlos cómodamente pensó en la construcción de un castillo estilo Enrique VIII.
Sus hijos ya eran grandes; el mayor cursaba por entonces los últimos estudios de ingeniería. El menor era cadete de la Escuela Naval. Pero el destino les jugó una trágica pasada: fallecieron sin llegar a terminar sus respectivas carreras. Sólo le quedó su hija, casada para entonces con Rodolfo Grunbaum.
Ader había ya cimentado una sólida fortuna, la idea del castillo le obsesionaba cada vez más y hubiese sido concretada de no haber caído en las redes de una cruel enfermedad. Corría el año 1916. El país entero se aprestaba a celebrar el centenario de su independencia. Los pocos vecinos y habitantes de las chacras, en la zona de la estación Drysdale, comenzaron a ver con asombro como se levantaba lo que para aquellos parajes era "una cosa rarísima".
Finalmente, unos días antes de la celebración patria, a pocas cuadras de la actual Carapachay, emergía orgullosa una torre. ¿Para qué había sido erigida allí, en medio del campo? Las leyendas comenzaron a tejerse, interminables, pero sólo su propietario, Bernardo Ader, sabía muy bien por qué la había levantado.
La torre —en resumen— fue el homenaje de un extranjero a la tierra que lo albergó, que le permitió labrar su porvenir y ver nacer a sus hijos. La tierra que recibió en su seno los restos de sus dos hijos varones. La bautizó Torre Independencia y por ello fue mandada edificar para ser inaugurada el 9 de julio de 1916, siendo proyectistas y directores de obra los ingenieros civiles Artaza y Marino.
Desde lo alto del mirador, ese día, Bernardo Ader paseo su vista por los descampados hasta donde el horizonte se lo permitió. Fue la única vez que subió y tuvo que ser trasportado en una silla. Poco tiempo después fallecía.
Su viuda siguió habitando el viejo solar y su única hija, que le diera dos nietas, Bernardina y Elisa, vivió largos años en Europa, retornando luego, con ellas al país. Las hijas contrajeron matrimonio con los hermanos Luis y Domingo Torralva, chilenos y campeones de tenis en la época de su compatriota Anita Lizana y de los argentinos Adriano Zappa y Guillermo Robson, los cracks del momento.
Radicados definitivamente en la Argentina, ocuparon durante un tiempo la vieja casa, hasta que pasó a servir como lugar de fin de semana y de veraneo. Hace aproximadamente unos veinte años se procedió al loteo de la extensión, demoliéndose la propiedad y donándose la torre a la Municipalidad de Vicente López. Los actuales descendientes de Bernardo Ader, sus bisnietos Luis, Domingo, Juan José y Bernardo Torralva, se dedican a tareas agropecuarias. Sus bisnietas son Ana María T. de Vila Obarrio, Eliane T. de Morgan y Cristina T. de Gavina.
Gracias a la gentileza del intendente interino de Vicente López, Enrique Podestá, SIETE DIAS tuvo el privilegio de visitar y tomar notas gráficas de la torre. El matrimonio Balmaceda, los caseros, brindaron una cordialidad que hizo más agradable la visita.
La altura del mirador permite abarcar una extensión que en aquellos tiempos sobrecogería el espíritu. Aún hoy, rodeada de fábricas y otras construcciones, la vista desde esa altura —equivalente a 12 pisos— convoca a la nostalgia: al ir bajando los 217 escalones, es inevitable recordar la figura de su dueño subiendo y bajando por única vez, en postrer homenaje al país que le cobijara. La avenida Ader mantiene viva la memoria de quien tanto hiciera por la zona.
LUIS DESTOET
Revista Siete Días Ilustrados
13.03.1972
 

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