Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Televisión: La segunda guerra del color
A las 17.23 (hora argentina) del domingo 31 de enero, unos 520 millones de televidentes, distribuidos en 42 países, podían distinguir el blanco marfil del cohete que transportaba a los tres viajeros espaciales embutidos en la cápsula de la Apolo XIV, el humo pardusco de las turbinas, el follaje verde de las palmeras de Cabo Kennedy y la bruma azulada que cubría la península de Florida: hasta esos 123 millones de receptores podía llegar —con mayor o menor nitidez, según el sistema de cada país— la emisión en colores de una de las experiencias más ambiciosas de la humanidad.
A la misma hora, 9 millones de argentinos se desorbitaban detrás de 2 millones y medio de receptores por distinguir —en medio de la bruma y el humo— una envidiable variedad de tonos grisáceos que ocultaban la silueta de la Apolo: son los actuales teleespectadores de blanco y negro que nunca vieron, salvo algunas demostraciones experimentales, un programa de televisión en colores.
Desde hace un par de semanas, sin embargo, no parece tan distante la posibilidad de presenciar un encuentro de fútbol donde los jugadores de Estudiantes aparezcan con camisetas blancas y rojas, y predomine el celeste en las casacas de Racing. El 22 de enero último, el secretario de Comunicaciones, general (RE) Alberto Vicente Nieto, agrupó a 6 expertos en una comisión que deberá aconsejar, después de un minucioso balance técnico, la adopción de un sistema de televisión en colores "según su adaptabilidad y posibilidades en nuestro medio.
La guerra secreta por el color se desencadenó, sobre territorio argentino, un lustro atrás: hacia abril de 1965, funcionarios del ministerio de Educación, la Comisión Administrativa de Radios y TV —como se denominaba entonces el actual ERT— y el Canal 7 estatal fueron invitados a trasladarse a Francia. Como parte de una costosa campaña de persuasión, los delegados argentinos fueron instalados en un cómodo estudio de Lyon, 650 kilómetros al sur de París. Ante la pantalla, pudieron comprobar que la imagen emitida desde la Torre Eiffel, de París, lanzada primero hacia Burdeos, en el Norte, retransmitida luego hasta Marsella sobre el Mediterráneo, llegaba a Lyon sin perder nitidez; los dos mil kilómetros de llanuras, montañas nevadas, ríos y valles recorridos no habían alterado la gama de colores.
Casi un año después, los 7 colores del destellante arco iris artificial —azul, rojo, violeta, verde, celeste, amarillo y gris— irrumpieron por primera vez sobre una pantalla instalada en la Argentina: en un microcine improvisado en el piso 139 de un edificio de la calle Maipú. de Buenos Aires, una máquina AMPEX de video-tape proyectó un programa especial de dibujos animados, un documental sobre Tahiti y otro sobre la pesca de truchas en Bariloche. La semana pasada, en un stand de la Exposhow, un equipo alemán, representante del sistema Phase Alternative Line (PAL), exhibió un prodigio de cortos que servía para demostrar el progreso de la televisión en color —a pesar de las críticas, de los fracasos— en 5 lustros.
Los primeros pasos para transmitir televisión en color se dieron en Estados Unidos, cuando un técnico soviético descubrió alucinantes franjas cromáticas en su laboratorio; el primer sistema apto recién fue patentado hacia 1946, aunque la novedad no fue más allá del proceso experimental. Otros 7 años de estudio e inversiones siderales prologaron la aparición del sistema NTSC (National Televisión System Committee); sólo a partir de 1953, la electrónica norteamericana, con el apoyo estatal, pudo concretar un método viable. Pero las diferencias entre el sistema original y el que actualmente se difunde desde 434 estaciones de Estados Unidos y otros 30 canales en media docena de países son notables: fueron el producto de 12 años de experiencias continuas. No obstante, el principio básico poco ha variado: una cinta policromática adosada a equipos especiales de transmisión es la encargada de colorear las imágenes.
Los cambios más importantes son periféricos: cada día es menor el tiempo necesario para montar un programa; desde que desaparecieron, por fin, los tonos imposibles de lograr, los escenógrafos cuentan con libertad absoluta. Pero la falla básica es el sistema de perillas ajustables: tocar uno de los botones significa modificar totalmente el equilibrio cromático y reiniciar el complicado trabajo de ajuste, "un puzzle no apto para neuróticos", según ironizó la revista Electronics.
No es casual que los norteamericanos hayan utilizado las siglas NTSC para dar rienda suelta a su humor: Never twice the same colour (nunca dos veces el mismo color); refunfuñan cada vez que deben levantarse a intentar un nuevo ajuste. Pese a las burlas, 62 millones de aparatos en Estados Unidos —más otros 30 millones distribuidos entre los países que adoptaron el NTSC: Gran Bretaña, Países Bajos, Canadá, Japón y Nueva Zelanda obligaron a las cadenas y estaciones del territorio norteamericano a conceder mayor importancia al color; mientras las cadenas ABC y CBS prefieren utilizarlo para emitir películas y programas especiales, la NBC transmite regularmente 6 horas por día. Entre las 434 estaciones norteamericanas, la WGN, de Chicago, que ocupa el primer lugar, incluye 8 horas diarias de color en su programación.
Seguramente, ni el científico soviético radicado en Estados Unidos que 5 lustros atrás divisó esas franjas cromáticas en su laboratorio ni su colega Henri de France, que simultáneamente lograba imágenes en color, en París, sospecharon la guerra que hoy enfrenta a los 3 privilegiados que poseen las patentes industriales de sus inventos. Detrás de la huella de Henri de France, un equipo de técnicos —financiados por la ORTF— consiguió perfeccionar un sistema que, actualmente, llega a unos 35 millones de receptores, distribuidos en 23 países que ocupan una gran parte de Europa occidental, todo el bloque socialista y algunos Estados africanos.
La guerra del color entre los sistemas tiene una anécdota como pimío de partida: una afirmación del entonces vicepresidente Nixon, en octubre de 1960, inició las hostilidades. Para responder ante las cámaras de TV a su adversario John Fitzgerald Kennedy, que acusó a la administración Eisenhower de ceder la delantera de los viajes espaciales a la URSS, Nixon bromeó: "Sí, pero estamos más adelantados que ellos en televisión en color". La afirmación irritó a los franceses, que acababan de monopolizar un precioso mercado que iba desde la URSS a Rumania: "Mejor que los rusos, pero peor que nosotros", vociferaron los expertos del sistema SECAM (Sequentiel á memorie), un método que pareció conformar a los 230 técnicos y funcionarios de 45 países que se reunieron en Viena, hacia 1965, durante las deliberaciones del Comité Consultivo de Radio: mientras 17 naciones mantenían su confianza en el NTSC norteamericano, 22 votaron a favor del sistema francés.
Pero la votación pudo ser aún peor: únicamente al fusionar el NTSC con el método alemán PAL y crear el experimental QUAM (Quadrature Amplitude Modulation), se pudo evitar una catástrofe. La de Viena fue una de las tantas batallas técnico-políticas que mantienen Washington y París bajo la mirada expectante de Bonn; como los sistemas norteamericano y francés son reconocidos por ambos gobiernos, una espesa red de maniobras suele envolver las deliberaciones internacionales, la competencia de programación y los mercados vírgenes aún. Aunque, aparentemente, el enfrentamiento corre por cuenta de dos empresas gigantescas dedicadas al negocio de las comunicaciones (Telegraphie Sans Fils es el holding francés; RCA Víctor, el norteamericano), los observadores suelen mantener una prudente actitud de discreción cuando estallan esas tormentas.
Hacia 1965, los técnicos del SECAM se ilusionaron durante algunos meses con la posibilidad de izar la antena de la victoria sobre el edificio de Canal 7, en Viamonte y Leandro Alem, en Buenos Aires. Para la salida al aire, se había previsto utilizar el canal 4, y, en ese momento, la confirmación dependía del litigio que mantenía el Estado argentino con una emisora uruguaya, que proyectaba instalar en Colonia, a sólo 30 kilómetros de Buenos Aires, un canal convencional con la intención de compartir el poderoso mercado publicitario argentino.
El SECAM suele insistir en dos argumentos clave para demoler la resistencia de sus adversarios: el sistema —técnicamente menos complicado porque eliminaron los botones de regulación de colores y conservan los métodos convencionales de grabación en video-tape— es el único que permite difundir las imágenes del canal de color en blanco y negro, una forma de aprovechar los vetustos aparatos tradicionales aunque se pierda el encanto cromático. Mientras el SECAM se sirve de las máquinas de video-tapes, cables coaxiles, estudios y equipos de transmisión en uso —sólo habría que añadir una antena provista de filtros y una cadena de color para telecine—, el NTSC requiere la compra de una máquina especial para tape en color, cuyo costo trepa a unos 60.000 dólares, y el cambio de antena en todas las casas. Todos los sistemas, en compensación, captan las
emisiones de blanco y negro. El SECAM, sin embargo, requiere un convertidor de sistemas para transformar las emisiones vía satélite —realizadas en NTSC— a las características del método francés, similar al que se utiliza actualmente para adecuar los tapes de un sistema a otro de blanco y negro.
El PAL germano —adoptado por 10 países de Europa con un mercado de 20 millones de televisores— presenta, salvo matices, los mismos defectos y virtudes que el SECAM, aunque aparentemente quedó desplazado de la competencia en la Argentina. Su mayor victoria reciente fue doblegar al NTSC en Brasil, donde el ministerio de Comunicaciones autorizó la instalación de un canal que estará en funcionamiento hacia 1972. Las primeras experiencias, reservadas para un grupo de privilegiados, se realizaron durante el campeonato mundial de fútbol, de México, cuando recibieron la transmisión en color del partido Brasil-URSS vía satélite a través del sistema NTSC y la convirtieron a las características del PAL.
"Yo no creo que la Argentina instale a corto plazo la televisión en colores; más bien, todos los estudios que se iniciaron tenderían a competir con Brasil, que acaba de comenzar la carrera", conjeturó el ingeniero Pablo Englebienne, de Thomson-CSF, la empresa que se encargaría de instalar los equipos SECAM en la Argentina si la secretaría de Comunicaciones opta por ese sistema.
Cualquiera sea el sistema que se adopte finalmente, el mercado argentino no podrá dejar de experimentar las consecuencias de un terremoto: en Buenos Aires, un radio de 80 kilómetros donde se concentra el 70 por ciento de la audiencia de televisión argentina, 2.200.000 familias tendrán que afrontar el cambio de aparato. Este mercado de 9 millones de personas, tan atrayente para los industriales como cualquier capital europea, probablemente sufrirá los mismos estremecimientos que hicieron tambalear la industria electrónica de México cuando se adoptó el NTSC, en 1968: las ventas de blanco y negro cayeron automáticamente un 45 por ciento. Las fábricas argentinas, que actualmente venden unos 400 televisores diarios, podrán quedarse ahítas de aparatos virtualmente inútiles.
En compensación, los industriales que tomen la iniciativa de poner en venta televisores en color tienen la posibilidad de monopolizar la venta durante el primer año: en los 12 primeros meses, según las estimaciones realizadas en Europa, un mercado de 9 millones de personas puede absorber 100 mil aparatos, cuyo costo cuadruplicaría el precio de los televisores en blanco y negro; pero ningún empresario puede comenzar a preparar la estrategia para esa batalla hasta que la comisión de la secretaría de Comunicaciones termine, en un plazo de 120 días, de deshojar la peligrosa margarita de los sistemas.
CONFIRMADO - 10 de febrero de 1971

ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba