Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

alicia eguren de cooke
Alicia Eguren de Cooke: Si Evita viviera sería montonera
A los 45 años, con más de dos décadas de militancia peronista, Alicia Eguren de Cooke no ha perdido el ardor juvenil. Por el contrario: no sólo mantiene viva una espléndida belleza; también conserva el entusiasmo de los activistas flamantes, la pasión de quien no ha sufrido ningún ataque de escepticismo. Sin embargo no le faltarían razones para sentirse incrédula; más de una vez debió mantener sola —junto al desaparecido John William Cooke, El Bebe— las posiciones, contra viento y marea. “El Bebe fue siempre revolucionario —recuerda—. Yo lo conocí en 1946; él ya era diputado y tuvo que dar una conferencia en un centro de estudios que dirigía Ricardo Guardo. No lo volví a ver hasta 1955. El 16 de junio, después de la masacre en la plaza de Mayo, lo busqué para ponerme a su disposición; estaba segura de que él era hombre de pelea. Recién lo encontré 5 días después del 16 de septiembre, gracias a José María Rosa. Él estaba prófugo; la misma junta militar que asumió el poder por delegación de Perón había pedido su captura. Desde entonces quedamos unidos en la lucha: yo la seguiré hasta el final.”
—De modo que ustedes se unieron en 1955. Deben de haber vivido poco tiempo juntos ...
—Sí. Yo estuve presa desde noviembre de 1955 hasta junio de 1957. Y John también, sólo que él fue trasladado a la cárcel de Ushuaia. Todavía guardo las cartas que nos cruzábamos: le costaron la cárcel a algunos familiares que se ocuparon de llevarlas al sur o traerlas a Buenos Aires.
—¿Cuándo fueron a Cuba?
—En 1960. John volvió legalmente en 1963 y yo en 1964, pero antes habíamos viajado clandestinamente varias veces. ¡Qué gran experiencia la de aquellos años cubanos! La Habana era una fiesta revolucionaria, algo inédito e irrepetible por su carácter auroral. Allí nos dedicamos a aprender. Pero también esclarecimos a los compañeros cubanos y a militantes de todo el mundo sobre el peronismo, en una época en que era mal comprendido.
—¿Qué pensaba el Che Guevara sobre Perón?
—Hay cierta mitología que pretende que Guevara fue antiperonista. Es falso. Celia, su madre, solía recordar al Che en su época de estudiante. Izquierdista, rebelde, pero no unido a ninguna organización. En esa época él viajaba por el interior del país y por territorios limítrofes: cada vez que volvía de un viaje lo hacía hondamente esperanzado en que el proceso revolucionario se iba a desarrollar en la Argentina, con el mismo Perón a la cabeza. Pero no ocultaba su antipatía a ciertas actitudes del gobierno peronista. Esa insatisfacción, esa búsqueda lo llevaron a encontrarse con otros procesos revolucionarios. Su latinoamericanismo fue más vivido que teórico, y siempre se sintió convocado por su tierra de origen. Murió a las puertas de la Argentina, cuando se aprestaba a volver una vez consolidadas en Bolivia las bases de la guerra revolucionaria.
—De Perón al Che usted, ha recorrido un largo camino. ¿Qué fue antes de ser peronista?
—Yo soy una peronista histórica. Mi padre, Ramón Eguren —murió hace unos meses, a los 80 años— era radical yrigoyenista y en mi casa había un verdadero espíritu nacionalista. La familia de papá era de Mercedes y siempre se recordaban las peleas sangrientas entre unitarios y federales. Un tío abuelo de mi padre, de apellido Bordenave, se pasó una semana en un zanjón, envuelto en una bandera para evitar las venganzas de los antirrosistas después de Caseros. Me crié en medio de ese clima antimitrista y popular y ya a los 14 años estaba interesada en la política. Cuando apareció Perón mi padre y yo no necesitamos hablar: nos hicimos peronistas antes de que existiera la palabra. Yo militaba en Filosofía y Letras, pero éramos muy pocos y estábamos muy mezclados. Había algunos que eran peronistas progermánicos y otros, en cambio, lo eran por vocación nacional.
—¿Qué hizo durante el gobierno peronista?
—Fui profesora en Buenos Aires y Rosario, diplomática en Londres, escribí algunos libros de versos.
—¿Y ahora?
—Ahora y en todos estos años, política revolucionaria.
—Pero, ¿el peronismo es revolucionario?
—Se ha repetido mucho, ya, que el peronismo no es un partido político liberal. Tampoco es un partido revolucionario. Es un movimiento de masas con mayoría proletaria y tiene todas las ventajas, pero también todas las limitaciones de esa clase de movimientos. El peronismo fue desde sus comienzos un movimiento de liberación nacional que se frenó en el momento de dar el gran salto adelante. Pero las caracterizaciones no agotan la realidad. Los que lo hemos acompañado desde sus orígenes — transitoriamente derrotados, escéptico, desesperados— encontrábamos de pronto que todo lo sembrado, lo amado, lo vivido estallaba de pronto, incontenible, donde menos lo esperábamos. A riesgo de parecer simplemente un poeta —pero ¡guay de los frígidos entomólogos que se encierran en fórmulas científicas y no entienden jamás nada!— hay que trasmitir ese sentimiento. Sé perfectamente que el peronismo no tiene comprada la inmortalidad, no puedo asegurar que llegue al objetivo de la implantación del socialismo. Pero tengo la absoluta certeza de que sólo a través de él, como ancho cauce expresivo del pueblo, haciéndose y rehaciéndose en una tremenda lucha interna, se podrá tomar el poder.
—¿Y qué tiene que ver Paladino con el socialismo?
—Mucho y nada. En él se corporiza una tendencia que existe desde los orígenes del movimiento. En la lucha interna que se profundiza después de la muerte de Eva, siempre hubo gente de la calaña de este señor. La historia se escribe a veces con símbolos trasparentes: justamente hoy, cuando la oligarquía y el imperialismo acuden a formas dictatoriales para gobernar, cuando algunos uniformados ganan batallas en las villas para recuperar víveres y chorizos, aparecen en el peronismo representantes mezquinos de la pequeña burguesía trepadora. Lisa y llanamente, traidores.
—¿Traidor a qué? ¿Acaso no es el delegado de Perón?
—Lo es hasta que deje de serlo. Por lo demás, en la opinión del pueblo él es, más joven, un delegado de Lanusse ante Perón. Él es traidor a la patria y a la clase obrera porque confunde al pueblo en su lucha, porque se encenaga guardando silencio y negociando con los asesinos de la juventud argentina.
Hay momentos en que las palabras y las tratativas llevan a la complicidad.
—Si Evita viviera —propone cierno cantito— seria montonera. ¿Usted qué piensa?
—Sin duda Eva era una revolucionaria, una jacobina, una plebeya. Como tal no me cabe la menor duda de que hubiera sentido intensa simpatía por las organizaciones armadas del movimiento. Ella no tenía libros en la cabeza, pero la invocación a la clase trabajadora era constante. También se preocupó por marcar a los enemigos del movimiento.
Evita dejó, al morir, notas para un libro que ella misma no pudo terminar. Se iba a llamar Mi Mensaje, según me contó Perón cuando lo vi en 1957 en Caracas. En ese texto se muestra coherente con su prédica: enseña al peronismo a desconfiar del Ejército. Aunque algunos militares fuesen amigos del pueblo, el poder —para Eva— sólo podía asentarse en las milicias obreras.
—¿El poder peronista, entonces, se basará en las milicias?
—Se basará en la lucha de los trabajadores, de los estudiantes —que hoy se acercan al movimiento—, de los profesionales, de lo que Perón llama las formaciones especiales y de una organización política que eduque a los mejores cuadros en los principios del socialismo. J. R.
PANORAMA, JULIO 27, 1971
 







ir al índice de Mágicas Ruinas

Ir Arriba