Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 
UNA ABSURDA DEPENDENCIA
Escribe
ANTONIO TROCCOLI

antonio troccoliLA visita del enviado especial del presidente Nixon, John Connally, no tiene ninguna significación ni justifica este comentarlo, salvo por su valor sintomático para percibir el módulo operativo de la política yanqui. En efecto:
1. No puede aceptarse que en la fugacidad de una visita de pocas horas se traten seriamente problemas que afectan tan hondo las relaciones económicas y políticas de nuestro país con los EE. UU.
2. En cambio, es razonable presuponer que esa visita se haya limitado a reiterar las seguridades de mantener las buenas relaciones que en el campo formal vinculan a ambos países: declaraciones y manifestaciones ampulosas, de lenguaje diplomático, que no se compadecen con la realidad que tanto nos separa.
3. Esta falta de objetivos concretos nos hace nacer la razonable sospecha que la gira del señor Connally tiene un claro sentido de promoción proselitista, para ser utilizada en el ruedo electoral que está en marcha en los EE. UU.
4. En este sentido, no nos podemos olvidar que el señor Connally es el inspirador de la nueva política económica de los EE. UU., la cual, al internacionalizar su propia crisis, ha introducido nuevos factores de perturbación y mayores impedimentos para las relaciones de comercio de los países latinoamericanos. Tampoco podemos silenciar la reciente actitud del FMI., también influida por los EE. UU., que al postergar el tratamiento y consideración de las líneas de créditos requeridas por Argentina ha presionado sobre ésta creándole angustias financieras, que amenazaban el desenvolvimiento económico del país. No seria incurrir en excesiva suspicacia sí vinculamos aquella actitud y esta visita a la ahora demorada sanción de la nueva Ley de Hidrocarburos.
5. Estas expresiones que se acaban de formular no contienen ninguna carga subjetiva, y menos xenofobias ideológicas. Por el contrario, el tema de las relaciones con Latinoamérica constituye un capitulo importante de la política interna de los EE. UU., y en estos mismos instantes, por boca de uno de los candidatos más prominentes, George S. McGovern, se ha expuesto descarnadamente la realidad del problema y los perjuicios que nos están provocando. Veamos algunas de sus reflexiones:
a) Propone una reorientación fundamental de la política latinoamericana de EE. UU., incluso poniendo término al aislamiento diplomático y económico de Cuba;
b) Reconoce que los verdaderos enemigos en América latina son la pobreza, el analfabetismo, las enfermedades, el feudalismo y la injusticia;
c) Admite que el programa de asistencia externa de EE. UU.
se ha convertido en un manoseado instrumento para comprar amigos y mantener en el poder a dictaduras corruptas.
d) Promete poner fin a la política de permitir que las relaciones exteriores estén dominadas por las grandes corporaciones y sus inversiones en ultramar: "Lo que es bueno para la I.T.T. o la United Fruit Company no es necesariamente bueno para este país, o para el pueblo de América latina”, acota McGovern, con razón.
Esta mención muy sumaria de los temas que se están tratando en el actual proceso electoral de los EE. UU. nos revela:
1: Por un lado, que las imputaciones que realizamos desde los
países latinoamericanos están reconocidas y admitidas como veraces desde los más altos niveles políticos de los EE. UU.
2: Que estos planteos que ahora reactualiza McGovern son tratados como slogans políticos en la oportunidad de vestir las candidaturas con el ropaje de un mayor acercamiento a los países latinoamericanos. Pero la realidad muestra que EE. UU. no ha realizado ningún acto positivo, no ha vertebrado ninguna política concreta tendiente a remover las dificultades que padecen estos países en sus relaciones comerciales internacionales. Por el contrario, las restricciones, la penetración de las empresas multinacionales y el constante deterioro en los términos del intercambio ha desplazado legítimos ingresos de los países latinoamericanos a favor de la economía de los EE. UU., con lo que se da la cruel paradoja de que nuestros países están subsidiando el desarrollo de aquel coloso.
La evolución de nuestras relaciones económicas con los EE. UU. exhibe un constante déficit, un crónico deterioro, una absurda dependencia. Nunca como ahora se impone rediseñar nuestra política de comercio exterior a compás de nuevas variables, a saber:
1: En primer término, eliminar absolutamente las barreras ideológicas que vienen impidiendo nuestro comercio con importantes países que son potenciales consumidores de nuestras producciones, agropecuaria e industrial.
2: Orientar, decididamente, nuestras compras, a quienes nos compren. No se trata de abogar por las prácticas bilaterales, adoptadas como política generalizada; pero lo cierto y real es que ellas pueden brindarnos la incorporación de importantes clientes que si practican el bilateralismo.
3: No perder de vista que las actuales relaciones comerciales internacionales están operando bajo la modalidad policentrista, es decir, está superada la versión impuesta por una potencia hegemónica, porque existen una multiplicidad de países altamente industrializados que, por un lado, compiten en la oferta de tecnología, financiamiento y bienes de capital, pero que, por otro lado, han accedido a pautas de consumo que los colocan en la necesidad de proveerse de bienes primarios e industriales para el abastecimiento de sus propias economías, y, consecuentemente, son potenciales consumidores de nuestras producciones.
Revista Extra
7/1972
 







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