Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

bomberos voluntarios de la boca
INSTITUCIONES
Contra todos los fuegos

Para quienes visitan la Boca, un colorido territorio dispuesto para los redescubrimientos cotidianos, suelen pasar inadvertidos. O, en todo caso, suenan a club social. Sin embargo, los Bomberos Voluntarios del barrio encierran una historia de heroísmos, que suele motivar las nostalgias de viejos inmigrantes peninsulares, humildes descubridores de América empecinados en trasmitir a sus nietos glorias pasadas.
Para ellos, en Brandsen al 500, la historia se repite periódicamente. Cada vez que suena la sirena de los voluntarios, unen en sí mismos sentimientos en apariencia distanciados, como la preocupación y el orgullo; todavía, las doñas salen religiosamente a la puerta y se persignan ante el paso de las autobombas, que llevan a los herederos de una tradición invulnerable.

AL AMPARO DE GARIBALDI. Por entonces, la Boca era una humilde barriada de afincados Giusseppes y marineros de residencia efímera. En 1884, las casas de madera, en los mejores casos de cinc, eran fácil presa del fuego que se extendía sin obstáculos. La incompleta formación del Cuerpo de Bomberos de la Capital, hacía irrisoria la posibilidad de luchar eficazmente contra los siniestros.
Un grupo de inmigrantes —Lázaro Baglietto, Tomás Liberti, Andrés Benvenutto, Romeo Scotti, entre otros— decidieron enfrentarlos y organizaron la sociedad Pompieri Volontari della Boca, la primera en su género. El 2 de junio de 1884, la fundaron oficialmente coincidiendo con la fecha de "la muerte del héroe de ambos mundos y caballero de la humanidad, José Garibaldi."
Un año después, reciben su bautismo de fuego: arde la fábrica de velas de Barracas al Sud (hoy Avellaneda) y los pompieri arremeten contra el siniestro. Portan, como arma esencial, la Valere é Potere, una bomba de mano de cien kilos, cuyo traslado de un kilómetro, en hombros de un robusto italiano, ya era de por sí una proeza. El barrio exhala entusiasmo y orgullo. Sin embargo, la ilegalidad cae sobre el cuerpo de bomberos. El coronel Alberto Capdevila, en un arrebato de ortodoxia profesional, obtiene del Poder Ejecutivo una orden de clausura. El decreto, firmado por el presidente Juárez Celman y por Quirno Costa, alega que la censura se fundamenta en "su desconocimiento de las voces de mando y los toques de clarín que los lleva a entorpecer la acción oficial”. Pero llegan los incendios de las calles Lamadrid, Olavarría, Del Crucero. Arde media manzana en la calle Palos, queda reducida a cenizas, bomberos voluntarios de la bocay perecen tres criaturas. Los voluntarios muerden su impotencia.
Un 26 de julio estalla la Revolución del 90. En medio de los enfrentamientos callejeros, la comisaria local es abandonada por sus efectivos. Entonces, los bomberos voluntarios la copan. Y ganan la simpatía del legendario Leandro Nicéforo Alem. Instalado Carlos Pellegrini en la presidencia de la Nación, la reapertura se concreta inmediatamente. La marquesa de Malaspina, esposa del ministro italiano, ejerce el madrinazgo e inaugura un edificio de material que cuesta 53.500 pesos. Sobre la fachada, ondea la bandera de seda, verde oliva, con el escudo.

LO QUE VA DE AYER A HOY. El veterano Félix Dimango (57 años, 40 de trabajo voluntario, actualmente en ejercicio de la jefatura) explicó a Panorama diversas alternativas de la entidad. Inicial mente advirtió que “sin una salud física total, y un certificado de buena conducta extendido por la Policía Federal, no es posible ingresar a los Bomberos Voluntarios de La Boca”. Una vez aceptado, el aspirante es estudiado por una comisión de vigilancia, que observa su desempeño en la acción y en su vida privada. Para quedar, deberá evidenciar, valga la redundancia, una honestidad y un valor a prueba de fuego.
Cuando se informa de un siniestro —los voluntarios deben vivir a menos de diez cuadras del cuartel—, suena tres veces la sirena. Entonces, deben abandonar todo y llegar a la sede en menos de tres minutos. Allí, en idéntico lapso, un mínimo de 8 hombres deberán vestirse con ropas de combate y partir. Osvaldo Dominici (22, despachante de aduana, ayudante de jefe) reconoció con orgullo que, "en algunas oportunidades llegamos antes que los bomberos de la Federal”. En esos casos, los voluntarios tienen licencia para proceder libremente a su criterio.
El subteniente de reserva Alberto Benvenutto (57), memoró su participación en el incendio de Alpargatas, décadas atrás, y la muerte de uno de sus compañeros. También recordó al chofer Gerardo Carcagno, quien sufrió un infarto mientras conducía la autobomba y falleció instantáneamente perdiendo la dirección del vehículo, por suerte sin nuevas víctimas.bomberos voluntarios de la boca
Félix Dimango, en cambio, se lamentó: "No tenemos contemplación laboral; si faltamos al trabajo por participar en un siniestro, los patrones no nos pagan el jornal y si uno queda imposibilitado en combate, el seguro particular sólo paga 500 mil pesos viejos, luego de agotadores trámites”. En retribución a sus tareas, los voluntarios deben oblar una suma mensual de 400 pesos viejos, para ayudar a mantener la entidad. Pero —como el vecindario es agradecido— suelen recibir donaciones que les han permitido poseer dos autobombas, dos ambulancias y un coche para la jefatura, encargada de diagramar la táctica de ataque al incendio.
Pero no faltan los hechos insólitos, y Dimango los relata con resignación: "Muchas veces nos llaman para trabajos menores y no podemos negarnos”. Así, los herederos de quienes cargaban la Volere é Potere deben acudir a forzar la puerta de algún vecino que olvidó las llaves y, lo que se ha repetido en varias oportunidades, a bajar algún gato insomne y maullador de las terrazas boquenses.

TAN SOLO UNA CANCION. Luego de admitir que la juventud comienza a engrosar las filas de la entidad en forma creciente —pese a las oposiciones maternas—, Dimango agregó que, fuera de la ayuda económica esporádica, a lo largo de la historia no han recibido muestras artísticas de agradecimiento. "Que yo recuerde —dijo con su acento italiano—, ni el cine ni la literatura se han ocupado de nosotros; hubo sí una canción para los voluntarios, pero ya nadie la recuerda, ni siquiera nosotros ...”.
Por fin, el bombero Carlos Bazán (16, dos años de servicio) sintetizó el espíritu que anima a los apagaincendios: “Pese a que ahora no somos ni quinientos, la de los bomberos es una tradición que no debe perderse; los jóvenes tenemos que divertirnos y yo lo hago, pero siempre trato de ir a bailar por la zona: la sirena puede llamar en cualquier momento”.
Revista Panorama
24.01.1974




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