Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

carlos ulanovsky
CARLOS ULANOVSKY
TV Y RADIO: ¿MALDITAS HASTA LA ULTIMA GENERACION?

Un tema de debate de estos días es el de los medios de comunicación. Se discute si están siendo mal o bien usados, se cuestionan muchos de sus aspectos formales y de fondo, se llega hasta a poner en duda su utilidad en cuanto a contribuir a la formación de una auténtica cultura nacional. Por muchas razones, la televisión acapara la mayor cantidad de argumentos apasionados. Es lógico: en los grandes núcleos urbanos se trata del medio con mayor influencia masiva y penetración en el seno familiar, sin distinción de componentes. Por consecuencia, la crítica es siempre menos benigna que en otros casos. Carlos Ulanovsky, joven periodista especializado en el tema, desde “La Opinión”, se caracteriza por ser uno de los más agudos críticos del “sistema” y a menudo despliega acidez y severidad. Desnuda sin prejuicios. Este temperamento lo utiliza también con la radiofonía, a la que extiende similares acusaciones de chatura, falta de imaginación, mal gusto y perniciosidad. Lo que sigue son seis preguntas preocupadas y sus respuestas a fondo. Sin engaños ni esquives, buscando una explicación.

EXTRA: Si tuviera que hacer un balance del estado actual de la televisión —en su contexto de calidad— ¿cómo la compararía con otras épocas? ¿Está mejor, peor, igual? ¿Por qué?
Carlos Ulanovsky: No seria capaz le hacer una comparación con otras épocas. Cuando veía bastante televisión o cuando escuchaba bastante radio era muy chico; no la veía o escuchaba con sentido crítico o cuestionador, o quizás no unía todo lo que reía u oía con la realidad. Después dejé de mirar. Ahora, desde hace un año, y por estrictas razones de trabajo, volví a ver televisión. Al respecto de su contexto de calidad, específicamente, pienso que para los que tienen que verla por obligación, dicha área debiera ser calificada de “trabajo insalubre", y gratificar a los trabajadores que dejan “su salud” en ella con uno o dos litros de leche por cada jornada.
E.: ¿En qué medida los gobiernos nacionales influyen en las concepciones de los distintos canales de televisión?
C. U.: En síntesis, creo que en una medida decisiva. Si por todo lo que contienen sus mensajes, la televisión (y la radio) se dirige a la formación de un espectador apático, pasivo, al que le interesa huir permanentemente de la realidad, hundirse en la complacencia, refugiarse en el placer imaginario del consumo múltiple; si es una máquina de tonterías que se empeña en vulgarizarlo todo: si sus fórmulas fueron inventadas para tratar de aliviar las frustraciones colectivas; si sus opiniones carentes de opinión— persiguen un interesado moldeo del ciudadano; si todo esto (que por supuesto no es todo) es cierto (tal cual yo personalmente creo que lo es) y si los gobiernos nacionales respectivos son dueños de las ondas y de las licencias, podría decirse que los gobiernos manejan absolutamente “la concepción de los distintos canales de televisión”.
E.: ¿La Revolución Argentina ha influido en alguna manera en la televisión? ¿Cómo era la televisión en la época de Illia, por ejemplo?
C. U.: No me acuerdo si la televisión era distinta en la época de Illia, tampoco si la Revolución Argentina influyó en la televisión. Pero si, como se dice, el gobierno actual está trabajando para la candidatura presidencial de Lanusse, no extraña (y menos extrañará a medida que se acerque marzo de 1973) la ausencia de los medios masivos —en general— de verdaderas voces disidentes. Sólo son llamados para polemizar y discutir aquellos que, en el fondo, sostienen lo mismo. Si no, véase a qué peronismo (salvo el rehabilitado por el GAN) convocó para sus notas el periodismo de la televisión. ¿Se oyó o vio en algún lado un extenso, honesto informe sobre las torturas? En las radios hay como diez programas que atacan al “fantasma del comunismo”, que parecen dictados por ideólogos de FAEDA. Se habla todo el tiempo de la vigencia en los medios de la libertad de prensa y de expresión. Creo que es una mentira lisa y llana. Si realmente esa libertad existiera, no seria preciso convocarla verbalmente con tanta frecuencia. Si el Estado es dueño de las ondas (que volverán a licitarse en 1973), puede regular a su antojo y arbitrio la lasitud de la libertad de expresión que le conviene que exista.
Un máximo personaje “opositor” de estos medios es Hugo Guerrero Marthineitz, quien debe entregar su pedestal por hablar mal (en la semana más trágica y violenta de esta década del país) de la televisión, o por no aceptar integrar la trenza de pasadiscos de las casas grabadoras, o por burlarse de la publicidad, o por oscilar en algún tipo de pendiente no enteramente aceptada como oficial.
Pero pese a eso, pese a que Guerrero era todo lo contrario a un opositor al gobierno de Lanusse, su liviana disensión despertó temor. A pesar de su disensión de mero carácter anecdótico, que —como me hizo descubrir el escritor Germán García en una charla privada sirve para ocultar la estructura de la critica.
E.: Intentando ponerse en el lugar de los hombres responsables de nuestros distintos canales de televisión: ¿cuál sería la consigna que guía su metodología de trabajo?
C. U.: La televisión -producto de la industria cultural- se propone básicamente satisfacer a la mayor cantidad de gente, poseedora - representante de la mayor variedad de gustos e intereses inimaginables. Para acceder, para concretar esos monumentales objetivos, se vale de un lenguaje oral y visual uniforme y homogéneo, que debe ser capaz de introducirse en el hogar del hombre informado, en el del profesional o en el del que no fue jamás a la escuela o del que llegó a tercer grado.
La gente ve televisión cuando le queda tiempo libre, cuando debe resolver lo que se denomina “tiempo de ocio”. En ese contexto algunos sostienen que la TV sirvió para elevar la cultura general de las masas (especialmente en el dosaje informativo). Otros, (yo, en el caso argentino), que se trata de un nuevo opio para dificultar que la mayor parte de la gente comprenda lo que ocurre a su alrededor.
La televisión nacional que calcó a la radio exitosa de los años 40 está manejada por empresas que se autodenominan empresas comerciales, y en virtud de ello creen estar eximidos de elevar el nivel cultural de la población, de activar sus intereses, de mostrarle al espectador un país más aproximado y no tan irreal.
Yo, por suerte, ni en una mala tarde podría ponerme en la piel de un hombre que dirige la televisión, porque, básicamente, no estoy de ese lado sino de éste. Porque, merece ser aclarado, no me gusta la televisión ni tampoco quienes la hacen.
La consigna es fácil adivinarla: trabajar con lo que tenga “rating”. ¿Qué tiene “rating”? Lo fácil, lo grueso, lo ordinario. Trabajar para una mentalidad de nueve años; trabajar, más vale, para el que nunca fue a la escuela que para el medianamente informado. La audiencia equivale a más público, y más público quiere decir la mayor porción de avisadores. Lo comercial —sostiene la televisión local— está necesariamente distanciado de lo ortodoxamente culto. ¿Será una proyección de quienes la hacen?
E.: Denos algunas explicaciones sobre el “boom" de la radio, así como alguna explicación profundizada sobre este medio de comunicación.
C. U.: Si en 20 años de actividad en el país la televisión no fue capaz de definir, aproximar los limites del género, no formó actores ni directores, ni tampoco un método de trabajo con estilo propio, no resulta sorprendente la vuelta de la gente a la radio, a quien la TV casi aniquiló en el año 60.
¡Qué sé yo! La radio es tan tonta e insoportable como la televisión, pero por allí a veces pasan buena música y uno no tiene que tomarse el trabajo de mirarla. Salvo Guerrero Marthineitz, no hay verdaderos creadores o experimentadores.
En síntesis, creo que la televisión o la radio no son malas de pura casualidad. Son, como tienen que ser, propias de un país subdesarrollado y culturalmente dependiente. Es un medio fuertemente conectado con el poder de turno y a su pleno servicio, de características complacientes, que apoya la evasión como una manera de mantener a las masas sumergidas, que opone el material cuestionante porque le teme, etcétera.
EXTRA
7/1972
 







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