Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado
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"Si quieren usar este
material inédito escrito por un servidor para un
proyecto de libro frustradísimo háganlo sin
inhibiciones."
Un abrazo Jorge F Nielsen ¡Gracias Jorge! *.**.**.* CARLOS CASTRO
Nacido en mayo de 1913 y fallecido el 31 de enero de 1958
en Mar del Plata, Carlos Castro “Castrito” fue uno de los
cómicos más populares y originales del teatro y el cine
argentinos, con bastante participación también en
televisión y radio.
En teatro comenzó con César Ratti y participó en obras del
género revisteril en salas barriales. En 1931 acompañó a
Olinda Bozán y Paquito Busto en el Teatro de la Comedia y
a Pepe Arias en el Casino. Al año siguiente se presentó en
el Apolo, en la compañía encabezada por Olinda.
1933 lo vio en el Monumental, como apoyo de la Compañía
Argentina de Grandes Artistas (título nada exagerado, la
encabezan Parravicini, Olinda y César Ratti). Con los
hermanos Ratti trabajó durante dos temporadas (1936/37) en
el Apolo y siguió en roles de apoyo a cómicos muy
populares en aquellos años, como Marcelo Ruggero en 1939
en el Variedades.
Se volcó a la comedia más clásica en la compañía de
Paulina Singerman en 1941, en La mejor del colegio y Me
casé con un ángel, representadas en el Astral. Ese mismo
año pisó por primera vez el Maipo.
En 1942 trabajó en la compañía de Gloria Guzmán y Enrique
Serrano en No salgas esta noche, en el Ateneo.
A partir de 1943 se volcó casi exclusivamente al género
revisteril, presentándose en el Apolo, un par de años
después en las salas Casino, Cómico y El Nacional.
Desde 1947 y por once temporadas fue asiduo integrante de
la compañía del Maipo, en obras escritas y/o dirigidas por
Manuel Romero, Antonio De Bassi, Antonio Botta y Marcos
Bronenberg. En esa decena de años trabajó en revistas en
las que también participó Dringue Farías, aunque (como
Pelele y Barbieri) nunca conformaron un dúo en el estricto
sentido de la palabra.
Siempre en lugares importantes en la cartelera (en algunos
casos encabezando), trabajó en ese período al lado de
Marcos Caplán, Adolfo Stray, el ascendente Juan Carlos
Mareco y un cómico que nunca llegó a planos estelares en
esa etapa en el género: Tato Bores. Sofía Bozán, María
Esther Gamas, Gloria Guzmán, las por entonces jóvenes e
infartantes Nélida Roca y Alicia Márquez, más la
italiana-francesa Xenia Monty fueron las vedettes más
destacadas de ese período de auge de la tradicional
expresión porteña.
Por citar un ejemplo, en su último trabajo (¡Bombas en el
Maipo!, estrenado en agosto de 1957) integraban el elenco
Farías, Alicia Márquez, Severo Fernández, Margarita Padín,
Vicente Rubino, Ethel Rojo, Héctor Rivera y la atracción
del cantante estadounidense Andy Russell.
Se especializó en la crítica mordaz, incisiva, que se
potenciaba por su magro porte físico. Su “seria comicidad”
a lo Keaton, durante años en contrapunto con el más
expansivo Dringue Farías, también se expresó en cine,
donde debutó en 1937 con La virgencita de madera de
Sebastián J. Naón (en el estreno teatral en 1934 también
había trabajado un breve rol).
Durante los años cuarenta participó en numerosas películas
como actor de apoyo, en 1949 secundó a Tito Martínez
Delbox en la insólita Imitaciones peligrosas, segunda
aparición en el cine de la célebre Cruzada del Buen Humor
de gran fama en radio; su primer estelar se produjo en la
comedia deportiva Campeón a la fuerza, dirigida por
Enrique Ursini y Juan Sires, dando vida a un Garabatito,
boxeador, nadador y corredor, en uno de los típicos filmes
de bajo presupuesto de la época, que contó con la
presencia de célebres deportistas como los campeones
olímpicos Cabrera y Zavala y el ciclista Cosme Saavedra;
con Dringue Farías y Adolfo Stray acompañaron a la robusta
vedette cubana Blanquita Amaro en Buenos Aires a la vista.
Su película más conocida fue Dringue, Castrito y la
lámpara de Aladino, estrenada en 1954 con la dirección de
Luis Moglia Barth, módica aventura de espionaje con la
presencia de la bailaora flamenca Carmen Amaya, de paso
por nuestras playas, en su única incursión en el cine
argentino.
Como tantas figuras del teatro de revistas se presentó en
televisión en 1951 con un ciclo propio, que en los
escuetos y no necesariamente precisos titulares de las
revistas figuraban como Carlos Castro “Castrito”. En 1954
integró la Academia del buen oído. Lecciones de arte
sufrido, con libros de Miguel Coronatto Paz, dirección de
Juan Manuel Fontanals y participación de Pablo Palitos,
Dringue Farías, el locutor Ignacio de Soroa y Darío
Garzay. Del mismo año es Corrientes está de fiesta, un
especial con figuras de los tradicionales teatros de
revista (entre ellos Sofía Bozán y Dringue Farías), en
celebración de la semana de la tradicional arteria
porteña. Su último trabajo registrado es “Una mujer” de
Sixto Pondal Ríos y Carlos Olivari, dentro de las exitosas
Comedias musicales, acompañando a Gloria Guzmán y Enrique
Serrano.
En radio encabezó en 1939 El profesor Ciruela por
Belgrano, integró El juzgado de Camama por Splendid (1938,
interpretando diversos tipos) y, en pareja con Dringue
Farías, hicieron El hilo se corta por lo más delgado en
1951 por El Mundo. Había trabajado con Fernando Ochoa en
su famosa Pulpería y con Cayetano Biondo y Villita
encararon a Tres locos lindos.
En su despedida la revista Radiolandia (7.2.58) hacía una
buena descripción de su carrera: “La desaparición de
Carlos Castro abre un grande e irreparable claro en la
revista criolla, de la que él era uno de los más
personales y eficaces exponentes. Era Castrito un actor
que tuvo la rara virtud de llevar a la escena todo lo que
había en él de gracia, de chispeante y simpático en la
vida diaria. A Castrito, que a veces le gustaba
embadurnarse con los cargados afeites del caricato para
ocultarse quizá tras ellos, le bastaba aparecer en el
escenario tal como venía de la calle y encarnar a uno de
los muchos personajes que el cotidiano vivir porteño le
proporcionaba. Al revés de lo que acontece con muchos
otros cómicos, que en la revista necesitan acudir a lo
procaz y chabacano para provocar la estruendosa carcajada,
a Carlos Castro le bastaba dejar fluir su natural vena
cómica, la que, aún saliéndose del libreto, era siempre
mesurada y muchas veces de una finura y sutileza que bien
decían de su aguda inteligencia y de sus cabales dotes de
observador”.
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