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el poder peronista
PERMANENCIAS
El poder del peronismo

Ciertos calendarios políticos memoran todos los 25 de julio la fundación del Partido Peronista. La fecha es próxima a otra efemérides de ese sector político: el 26 de julio de 1952 fallecía Eva Perón. Por esa razón, Panorama creyó conveniente dedicar una investigación a esclarecer los orígenes del peronismo organizado, acaso para comprobar una verdad obvia: que los movimientos populares no tienen fecha de nacimiento.

Al atardecer del 4 de abril de 1946, cuarenta días después de los comicios del 24 de febrero, se dieron a conocer las cifras definitivas de un escrutinio decisivo. Los augurios triunfales de todos los partidos de la Unión Democrática se hicieron añicos; Crítica, por ejemplo, tuvo que digerir su título del 25 de febrero anunciando el triunfo del conglomerado liberal.
Nadie podía cuestionar el resultado, ya que se trataba de las elecciones más limpias efectuadas desde la instauración de la ley Sáenz Peña y habían contado con la vigilancia y protección de las Fuerzas Armadas. El triunfo de la fórmula Juan Domingo Perón-Jazmín Hortensio Quijano sancionó la derrota del binomio patrocinado por la UD: José P. Tamborini-Enrique Mosca, en quienes fincaba la esperanza de los grupos tradicionales.
Tres fueron los partidos que se aglutinaron para darle el triunfo a Perón: la Unión Cívica Radical Junta Renovadora, el Partido Laborista, con arraigo en la provincia de Buenos Aires, y los Centros Cívicos, fracción minoritaria escindida del conservadorismo bajo la guía de Héctor J. Cámpora, Angel Visca, Héctor Sustaita Seeber y otros.
Sonriente, con los inefables brazos en alto, Perón —en compañía de Quijano— saludó desde los balcones de Cerrito 336, centro nervioso del Partido Laborista, a una masa impresionante congregada para celebrar la victoria que un mes antes parecía imposible. Pero a sus espaldas, en la habitación más cercana, los dirigentes sentían la victoria como una obra maestra del partido. En ese momento el jefe del futuro gobierno era todavía un elemento accesorio: estaba más acá del triunfo. De hecho la lucha por la supremacía quedaba planteada.

LOS PRIMEROS PASOS. A menos de tres meses de iniciado el gobierno la necesidad de una organización única que lo apuntalara se hizo evidente para Perón. Aunque seductor era riesgoso gobernar con tres fracciones desvinculadas entre sí y en algunos casos en total disidencia. Los laboristas, por boca de su diputado Illuminati, aventuraban en el tercer Congreso del partido esta opinión: “El laborismo ya no tiene representación dentro del movimiento que triunfó el 24 de febrero”. Sin embargo, Perón era el afiliado número uno en los registros del laborismo.
Menos ariscos, más pragmáticos, los radicales de la Junta Renovadora y la gente de los Centros Cívicos —pese a las reservas que ponían en las negociaciones— se avinieron a encuadrarse dentro de un partido único pero con la esperanza de conservar la autonomía política necesaria.
Ricardo Guardo, un médico que fue el primer presidente peronista de la Cámara de Diputados, relató a Panorama las luchas que debió sobrellevar, fuera y dentro de la Legislatura para lograr la unificación de las tendencias.
"La tarea fue difícil —memora— porque nuestro bloque, que en esencia representaba al partido, estaba constituido por los tres grupos que compusieron el panel electoral. Con esa perspectiva nuestro camino podía ser muy corto; por eso Perón decidió unificarlos. En principio tropezamos con la tesis del radicalismo de la Junta Renovadora que proponía la creación de una Federación de Partidos Revolucionarios, y con la tesis laborista que se abroqueló en la euforia del triunfo y se consideraba ungido por la decisión popular, los laboristas creyeron que todo les pertenecía. Eran dos posiciones que respondían a una misma idea pero con apetitos distintos. No actuar era perder el tiempo lastimosamente. Era casi un imperativo lograr la unidad; la estrategia no encontraba aplicación en lo inmediato."
En resumen, la batalla por la centralización derivó hacia un tema marginal: cuál seria el nombre de la nueva agrupación. Los radicales, para el caso de ceder su denominación, preferían el nombre de Radical Laborista o, en última instancia Laborista Radical. Pero la gente de Cipriano Reyes no quería saber nada con otra denominación que la propia: Partido Laborista, a secas. Cuando se insinuó el nombre de Social-radicalismo se produjo un revuelo entre los conmilitones. Llegaron a arriesgarse designaciones como Unión Cívica Justicialista y otras variantes donde los términos radicalismo, justicialismo o laborismo tenían un significado determinante.
"Promediando 1946 —cuenta Raúl Bustos Fierro en su libro Desde Perón a Onganía—, Perón, ascendido ya al generalato por ley especial proyectada por el presidente de la Cámara de Diputados, doctor Ricardo Guardo, nos anunció que invitaría a una reunión específica en la residencia presidencial para cambiar ideas sobre tal cuestión." La fracción obrera que integraba el Parlamento debatió su postura con antelación en el local de la Confederación General del Trabajo y los radicales de la Junta Renovadora en la casa del senador nacional por la provincia de Buenos Aires, doctor Alfredo Busquet, mientras que los Centros Cívicos Independientes sesionaron en la casa del contraalmirante Alberto Teisaire. Los primeros lograron un acuerdo rápido y designaron miembro informante al senador por Mendoza, Alejandro Mathus Hoyos, y en la fecha prevista, durante más de doce horas la asamblea convocada por Perón tuvo su audiencia. "Estamos aquí para intercambiar conclusiones y analizar los fundamentos que nos ofrezcan una visión panorámica de la opinión general”, advirtió el líder.
El deseo general, al fin de cuentas, era que se llevara a cada asamblea de los partidos comprometidos lo que allí se resolviese. Según Bustos Fierro, el coronel Domingo Mercante, gobernador de la provincia de Buenos Aires, fue el primero en hablar reconociendo la fricción que provocaba nominar al partido. "Propuso que se diera de una vez por todas —relata— estado público a una fusión ya consumada en los hechos y en solidaridad con los gobiernos, nacional y provincial, en los meses que llevaban de administración y se adoptara el nombre de Partido Peronista."

LA DECISION. El coronel Domingo Mercante (70), accedió el jueves pasado a conversar con Panorama después de casi dos décadas de silencio. “Soy un soldado, no un político —arguyó el ex gobernador—. Para organizar en un principio al Partido Laborista cité, mediante telegrama, a todos los representantes sindicales del país para que se presentaran en la Secretaría de Trabajo y Previsión. Señores —les dije—, no nos reunimos hoy con motivo de problemas laborales. Hay algo más importante: se ha convocado a elecciones y nuestro deber es organizar políticamente al partido para una posible toma del poder. Quede esto bien en claro."
Pasadas las elecciones y tras el triunfo llegó para el coronel la hora del dolor político. "Debo dejar establecido que nadie pidió nada personalmente —estableció— sino que lo hicieron para sus respectivos pueblos. No hubo ambición personal, pero sucedió algo singular. Si yo le otorgaba una ventaja lógica, de contenido esencialmente social, a una de las agrupaciones, la otra saltaba pidiendo compensación o criticándome. Viajaba a Buenos Aires tres veces por semana para tener al tanto al presidente de mi gestión. Un día le dije: Mi presidente, yo no puedo seguir así. Los independientes quieren moto-niveladoras y si se las otorgo me acosan los laboristas o los radicales. ¿Me permite dar un nombre para unificarlos? Es la única manera de lograr la unidad que necesitamos. «Puede», respondió Perón. La idea de un solo partido se hizo necesaria para terminar con las rencillas cotidianas. "De nuevo reuní a la gente y les comenté que era necesario crear una sola organización —continúa Mercante— que tal vez pudiera ser el Radical Laborista. Señores, —les dije— no podemos seguir así; de lo contrario vamos derecho al fracaso. ¿Qué les parece si lo llamamos Radical Laborista? ¡Para qué! Ninguno de los partidos quería sacrificar su nombre. Si usted llega a ponerle un nombre al nuevo partido, éste se debe llamar Laborista, nada más, me dijo uno de los convocados. Bueno, respondí, entonces piensen en otro nombre. Un día, en la Casa de Gobierno, le dije a Perón: Mi general: he tratado por todos los medios de convencer a la gente de que seamos todos uno, de que nos agreguemos en un solo partido. He propuesto todas las combinaciones posibles: Radical Laborista, Laborista Radical, Partido Único de la Revolución."
“Un día, convoqué a todos los delegados y les pregunté: Díganme, ¿ustedes están de acuerdo con el presidente y con su obra de gobierno?; ¿siguen y practican sus principios?; ¿están convencidos de que hay que apoyar su obra? ¡Totalmente!, fue la respuesta unánime. Pues bien, señores, nuestro partido de hoy en adelante se llamará Partido Peronista. ¿Es una orden?, me preguntaron. ¡Sí, es una orden!, respondí dispuesto a terminar con los desencuentros. Al día siguiente tenía que anunciarlo a Perón aunque mi intención era posponer mi visita por unos días más tarde. Finalmente tuve que dar el paso y comunicarle mi decisión. En su despacho aproveché el momento oportuno y le dije: Mi general, he denominado por mi cuenta al nuevo partido. —¿Y qué nombre le ha puesto usted, Mercante?—,. Partido Peronista, señor presidente. No me contestó —recuerda el coronel—. Se sentó y miró fijamente durante un largo rato, sin decir una sola palabra.”
"Cuando bauticé la agrupación —finaliza Mercante—, uno de los hombres me dijo: ¿Qué hizo, mi coronel?, y el sentido de la pregunta lo comprendí al poco tiempo cuando de 22 el número de senadores bajó a 18. Cuatro laboristas me abandonaban dejándome en minoría. Incluso más tarde me tuvieron mal porque cuando llegó la hora de designar cargos administrativos la legislatura designó a cuatro radicales.”
"Una vez organizado, el partido se convirtió en un instrumento valioso con fines electorales —explicó el ex ministro del Interior Oscar Albrieu a Panorama efectuando una evaluación retrospectiva del Partido Peronista—. Su funcionamiento fue desde su origen un sistema de vasos comunicantes con el líder que obviaba algunos pasos burocráticos. Muchos nos acusaron de ser un partido de corte totalitario porque carecía de un sistema interno de votación. ¿Para qué tenerlo si la verticalidad que Perón le imprimió era suficiente para mantenerlo unido y saludable."
En realidad, como partido, el peronista no constituyó el elemento catalizador del movimiento ni núcleo la esencia del poder, que en último término seguía en las manos de Perón o en los escalones jerárquicos de la Confederación General del Trabajo.

TENTATIVAS. El 1º de diciembre de 1947, ante 1.500 delegados de todo el país el general Perón habló con motivo de celebrarse el Congreso Constituyente del Partido Peronista. "Siempre pensé que, para que los movimientos del tipo como es el nuestro adquieran dentro del panorama nacional la relativa perennidad que ellos necesitan para ser útiles —arengó—, debe seguir a las etapas de aglutinación de las masas un sentido organizativo; es decir, pasando de la primera etapa que generalmente es gregaria en todos estos casos, a la etapa de organización, y de ésta a la etapa de consolidación, porque sino estos movimientos suelen resultar fragmentarios y no cumplen en el tiempo como en el espacio con la misión que les está encomendada." A la permanencia que Perón buscaba imprimir al partido se refería su convocatoria para que todos se colocaran “detrás de una bandera y detrás de un ideal”. Sin embargo reconocía que "nuestra misión no la podemos cumplir en la corta vida de un hombre. Los hombres pasan y las naciones suelen ser eternas. En consecuencia, buscando esa eternidad para nuestra patria y para nuestro movimiento, es necesario que lo organicemos con doctrinas perfectamente establecidas y con cartas orgánicas que le den a este movimiento la materialización que él necesita”.
"La Nación no puede estar al servicio de la política, sino la política al servicio de la Nación", sentenció. Y auguró que aspiraba también a organizar "nuestra fuerza política, creando un verdadero partido inteligente, idealista, con profundo sentido humanista".
Con ese bagaje Perón se lanzó a la palestra aunque su partido carecía de experiencia política y parecía predestinado a sufrir los quebrantos naturales de quien nace débil. A diferencia de su mayor enemigo, el radicalismo, fogueado en décadas de conspiraciones, intrigas y revoluciones frustradas, el peronismo apenas podía exhibir sus credenciales de organismo mimado, sin apremios económicos y sostenido por el andamiaje férreo del Estado que lo fecundara. El partido, sin duda, era Perón, "su carisma —como dice Guardo— responde a la más decantada estirpe del espíritu argentino que siempre se alineó detrás del caudillo".
Pero siete meses después, el mismo Perón hablaría en otro tono el 18 de junio de 1948, a los legisladores que concurrieron a escucharlo en el salón de actos de Yacimientos Petrolíferos Fiscales. "Hace dos años que estamos trabajando en el gobierno y, francamente, todavía no tenemos organizadas nuestras fuerzas en la forma que yo entiendo deben organizarse.” La queja del líder fincaba en el pésimo trabajo realizado para lograr un método más efectivo de captación de la muchedumbre. “Nosotros queremos movimientos de masas y para que esos movimientos progresen, hay que llevar la doctrina a la masa. Cada hombre de la masa debe pensar y sentir dentro de la doctrina con el mismo entusiasmo y con la misma intensidad que cada uno de los dirigentes. Eso crea autodefensa, porque cuando un dirigente se sale de la doctrina, hasta el último hombre de la masa se lo puede enrostrar.”

LAS BASES DE NIEBLA. Para llegar con ventaja a la tan ansiada organización, Perón ofreció cuatro puntos valiosísimos que todo el peronismo debió recordar y tratar de poner en práctica para una posterior ampliación de las bases: objetividad, simplicidad, perfectibilidad y estabilidad orgánicas. Con esas pautas el molde de una eficiente organización podía despejar el incierto porvenir que el propio jefe atisbaba para su partido. En dos tiempos resumió lo que él consideraba necesario para llevar un ataque contra la abulia y la anarquía en la organización: crear los organismos "destinados a dar al partido su cuerpo de doctrina” y "desterrar el comité".
De todas maneras, los ensayos puestos en práctica no fueron más allá de conformar un partido típicamente burgués montado a imagen y semejanza de otros a quien Perón señalaba como deficientes por la falta de doctrina.
También es cierto que fueron contadas las ocasiones en que el líder se apoyó en su partido para apuntalar planes de gobierno. Siempre prefirió el poder prístino que manaba de la Confederación General del Trabajo, o su relación directa con las masas. Muchos creen que Perón no tuvo, en definitiva, un interés especial en fortalecer su organización. Por otra parte, Perón supo manejarla dentro de un esquema de relativo desorden y encauzarla por los caminos que más le convenían.
"Siempre he tratado de dar un espíritu al movimiento, con su mística, con sus principios, con la determinación de las grandes normas de ejecución —decía Perón a fines de 1947—. Eso conforma un estado, diríamos así, espiritual del movimiento, que se entiende algunas veces y que se siente otras. ¡Bendito sea quien puede entenderlo y sentirlo! No se crea que esto es una perogrullada, porque hay políticos que han hecho la política durante cincuenta años, sin comprenderla, en tanto que otros la han comprendido sin haberla hecho jamás.”
Carlos Russo
PANORAMA, JULIO 27, 1971
 


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