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FUTBOL:
Los tres berretines

Entre realidades y berretines, Alberto J. Armando sigue marcando, desde hace años, el rumbo de Boca Juniors; él se siente también un pionero del fútbol argentino todo. En verdad mueve el ambiente, o lo sacude. En este momento está tratando de lograr tres cosas que no puede concretar: un campeonato para Boca —lo esquiva desde hace seis años—, entrar en la Copa Libertadores y ganar dinero con un torneo internacional.
Para sostener durante el verano el interés futbolístico que genera su equipo, volvió a organizar un ambicioso certamen, en un escenario también montado por Boca: el estadio General San Martín, de Mar del Plata, con nuevas plateas, ampliación de tribunas y cambio del piso de la cancha.
Armando quiso oponer a los húngaros, checoslovacos, austríacos y brasileños un team de renombre internacional como River Plate, pero el subcampeón nacional no aceptó: logró en cambio la contribución de un pálido campeón mundial, que aprovecha este certamen para volver a ponerse a punto, después de las vacaciones. Agregó al plato veraniego un combinado marplatense y sazonó todo con su Boca Juniors, un team elegido por los dioses para ser campeón del universo pero que por alguna extraña razón no puede jugar al fútbol; como Estudiantes tampoco lo hace, el público marplatense prefiere ir al casino, al cine, o a dormir y elude cuidadosamente la ahora coqueta cancha.
Entonces, el titular de Boca Juniors vuelve a hablar de incomprensión, pero en la seguridad de que sus ideales no lo traicionan, persevera: “También se reían de mí cuando hice jugar en serio a Boca en la Copa Libertadores”. El espinoso camino de Armando hacia la gloria se complicó con un cambio de director técnico en pleno desarrollo del torneo Ciudad de Mar del Plata, llamado así en agradecimiento al apoyo recibido por la Municipalidad del balneario, aunque ésta se haya olvidado de pavimentar los accesos al estadio tal como había solicitado Boca. Sin embargo aquella complicación trae implícita una solución para un problema que Boca soportó durante el año pasado: la presencia de José D’Amico y de Alfredo Di Stéfano al frente del plantel. Armando consiguió endulzar los oídos de D’Amico durante bastante tiempo, pero desde que la ex zaeta rubia cruzó el Atlántico para incorporarse a Boca se sabía que la renuncia de D’Amico era un hecho.
La hábil política que maneja el presidente boquense impidió que el alejamiento de D’Amico se produjera de inmediato, pero ahora, cuando Armando propuso concretamente a Di Stéfano para cumplir las funciones de director técnico y no de “asesor personal del presidente de Boca” como era designado hasta ahora, D’Amico se vio obligado a renunciar. En realidad, detrás de toda la trama digitada por el presidente. hay una verdad única, espesa, ineludible: Boca y Armando tienen que ganar, y D’Amico no lo consiguió “Yo no olvido, profesor —discurrió Armando—, que usted ganó el campeonato de 1962; pero ahora corren otros tiempos y usted hace jugar a Boca demasiado a la defensiva.” Ante el ofrecimiento de pasar a ser preparador físico. D’Amico optó por hacer mutis.

Hay que sufrir
Di Stéfano no asegura nada pero promete todo: “Boca tiene plantel; sólo le falta fortalecer la ofensiva, que es el juego que a mí me gusta”. Pero Boca sufre también otros problemas: sostiene una sociedad de beneficencia y un museo; lo malo del caso es que los componentes de esas entidades salen a la cancha con la camiseta puesta. En el primero de esos grupos hay nombres casi olvidados: Milton Viera, Jorge Fernández; hay otros en actividad: el Gato Magdalena, Cabrera. En el museo se mantienen, trabajando o no, Alfredo Rojas, Ángel Rojas, González. Marzolini, Roma. El director y asesor de las entidades filantrópicas, Ubaldo Rattin, ha elaborado últimamente una nueva personalidad futbolística: es goleador ¡y hasta hace un gol de vez en cuando!
Acaso conociendo los gustos de Di Stéfano, pero quizá recurriendo únicamente a artimañas de viejo zorro, el capitán de Boca comprendió dos cosas: seguir jugando a esta altura como baluarte defensivo le complicaba la vida, tenía que correr más, había más posibilidades de quedar pagando y estaba expuesto a influir directamente en las derrotas de su equipo; al ir al ataque, en cambio, asume el papel de salvador de una delantera que se resquebraja por todos lados y al hacer un gol se transforma en héroe y mantiene su aureola de ídolo, que lo ss. Que eligió bien no cabe duda; la semana pasada, la revista partidaria Así es Boca titulaba: “Gran actuación del Rata, rubricada con espectacular gol”; El Gráfico se entusiasmaba: “Rattin, el mejor delantero de Boca”. ¿Qué pasaba atrás? Esa es otra historia: Roma se dejaba hacer un gol por el Rapid de Viena, salvado luego por los zapatazos de Pianetti y Rattin.
Si Boca no jugó a nada, especialmente mientras mantuvo en la cancha al nuevo descubrimiento, el uruguayo Luis Oyola, 22, Estudiantes de La Plata, el campeón del mundo, hacía otro tanto. A favor de la gente de Zubeldía se vislumbran la velocidad y fuerza, elementos con que Boca no cuenta, pero no se puede ignorar que la falta de gol sigue siendo problema insoluble para los dos. Zubeldía esgrime el nombre de Wehbe, y Armando el de Carone, dos artilleros de Vélez Sársfield; pero la semana pasada no había solución a la vista. La fuerza y la velocidad de Estudiantes se diluían frente a Slovan Bratislava y al MTK por la falta de claridad en la definición, la exageración de centros que aliviaban la gestión defensiva de los europeos y la nerviosidad con que alguna vez patearon Conigliaro, Flores o Verón. Jugando por la punta derecha, Echecopar no aportó ninguna solución, y en el medio la furia de Bilardo y Pachamé no estuvo a tono con la languidez en que transcurre el torneo de verano.
Para empatar 2-2 con el MTK y borrar en parte el resultado adverso (1-2) de su presentación ante el Slovan, Estudiantes contó con la ayuda del árbitro marplatense, Franco Trisolini, quien tuvo la habilidad de reunir todas las arbitrariedades en sólo tres minutos; pero cuenta a su favor con 87 minutos de corrección; claro que en esos tres minutos infelices —o felices, depende de qué lado se miren— definió el partido. A los 20 del segundo tiempo una acción violenta y malintencionada de Bilardo contra Kalmar mereció un gesto de expulsión por parte de Trisolini, quien se olvidó enseguida de su primera intención (Kalmar fue reemplazado entonces por Takaos); a los 21, el mismo Bilardo, que seguía inspirado y con piedra libre, se tiró espectacularmente dentro del área húngara y el referee otorgó el penal convertido por Madero, y a los 22, en una acción intrascendente, el juez expulsó al defensor Csetenyi y dejó al MTK con diez hombres para soportar la cuarta parte final del match. Así y todo Estudiantes no pudo eludir un resultado de empate.
Osvaldo Zubeldía había aclarado que Estudiantes ya no era el campeón del mundo: “Es otra vez un equipo en busca de su clasificación; los muchachos están ubicados”. Mirándolo así es todo perdonable, lástima que Boca no tiene ni esa disculpa. De cualquier forma, algún día, uno de los berretines de Armando se cristalizará: o ganará el campeonato o se clasificará para la copa; lo más difícil es que obtenga dinero con el torneo de Mar del Plata, aunque el Canal 9 le costee la mitad Pero Armando hace un gesto amplio: “No importa, todo sea por el fútbol”. Ese fútbol que todos han olvidado cómo se juega.
Revista Primera Plana
21.01.1969
 

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