Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Lucio M. Moreno QuintanaLUCIO MORENO QUINTANA: EL PRIMER JUEZ ARGENTINO DE LA CORTE INTERNACIONAL DE JUSTICIA

EL establecimiento de un Tribunal Judicial en el orden internacional es uno de los medios creados para resolver los conflictos que se producen entre los Estados que existen en el mundo por vía de soluciones pacíficas. Producto de tales ideas, nació, por obra de la Sociedad de las Naciones, la Corte Permanente de Justicia Internacional en 1920, a la que sucedió en 1946 la Corte Internacional de Justicia, en su carácter de “órgano judicial principal” dependiente de las Naciones Unidas. Funciona en la ciudad de La Haya.
El alcance de este Tribunal se ye limitado por ser solamente accesible a los Estados y por poder decidir únicamente acerca de los litigios que éstos les someten voluntariamente. Entre los que le tocó resolver en los últimos años, alcanzaron honda repercusión los suscitados por el petróleo iranio y por el asilo concedido por Colombia a Haya de la Torre.
Forman la Corte quince jueces elegidos por votación de la Asamblea General de las Naciones Unidas y por el Consejo de Seguridad Acerca de ellos el Estatuto de la Corte preceptúa: “La Corte será un cuerpo de magistrados independientes elegidos, sin tener en cuenta su nacionalidad, de entre personas que gocen de alta consideración moral y que reúnan las condiciones requeridas para el ejercicio de las más altas funciones judiciales en sus respectivos países, o que sean jurisconsultos de reconocida competencia en materia de derecho internacional”.
Adquiere, pues, para el país, la reciente designación recaída en el profesor doctor Lucio M. Moreno Quintana, una doble relevancia: el que por primera vez un argentino integre el más alto Tribunal Internacional y el que al elegirlo se reconozca implícitamente —en el plano mundial— que su personalidad ha satisfecho íntegramente los severos recaudos que se exigen para alcanzar tan honrosa distinción.
La simple mención de las distintas etapas que registra la vida del profesor Moreno Quintana habría bastado para comprender por qué se hizo acreedor a tal nombramiento. Pero entendimos que la mera recopilación de datos biográficos —que son de dominio público— no trasuntaría la proyección retrospectiva de su personalidad. Por ello, acudimos a entrevistarlo en su despacho de director del Instituto de Derecho Internacional de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.

El presidente Yrigoyen
—Al finalizar la primera presidencia de Yrigoyen, doctor Moreno Quintana, fué designado usted subsecretario de Relaciones Exteriores. ¿Cuáles son sus recuerdos acerca de su actuación en ese cargo?
—Corría el año 1922. Siendo todavía muy joven —a los dos años de recibido de abogado— fui, en efecto, honrado con esa designación. Mi recuerdo más grato es haber trabajado bajo las órdenes de un canciller tan brillante como lo fué el doctor Honorio J. Pueyrredón. Continué desempeñando durante un tiempo ese cargo bajo la presidencia del doctor Marcelo T. de Alvear. Pero muy pronto se puso de manifiesto una divergencia en la línea de acción internacional de éste con la del anterior presidente. Ello hizo que presentara mi indeclinable renuncia, no aceptando la designación como consejero de embajada que me ofreció el doctor Alvear.
—Su libro “La diplomacia de Yrigoyen” pone de manifiesto —decimos acotando— que usted estuvo en íntimo contacto con las directivas que en materia de política internacional señalara dicho presidente.
—Así es. Traté de reproducir en esa obra la expresión fiel del pensamiento del gran presidente argentino, quien me recibió varias veces a solas, en su casa de la calle Brasil, para comunicarme sus puntos de vista.

La Sociedad de las Naciones y las Naciones Unidas
—En su carácter de presidente de la delegación argentina, usted asistió a la última Asamblea de la Sociedad de las Naciones y a la primera Asamblea General de las Naciones Unidas. ¿Qué impresiones guarda usted en relación a esa actuación diplomática?
—Ambas misiones se realizaron a principios de 1946. La que se desarrolló en las Naciones Unidas lo hice bajo circunstancias excepcionalmente difíciles. La política opositora al gobierno defacto hacía toda clase de vaticinios adversos en cuanto a su éxito. Sin embargo, la delegación argentina salió airosa de su cometido. Durante la otra, hubo un momento en que, por razones de prestigio internacional, la delegación que presidía hubo de reiterar el gesto de Pueyrredón en Ginebra, en 1920, retirándose de la Asamblea. Pero el escollo fué felizmente superado. Relaté las incidencias de una y de otra misión en mi pequeño libro “Misiones en Londres y Ginebra”. Traté de poner todo mi empeño como argentino para cumplir con eficacia las directivas impartidas por el presidente, general Edelmiro J. Farrell, y su canciller, mi dilecto amigo doctor Juan I. Cooke. Fué para mí una gran satisfacción —agrega el doctor Moreno Quintana, exhibiéndonos tres documentos— poder dejar en ese mismo año de 1946 el servicio exterior de la Nación sin cuentas pendientes.
Examinamos los instrumentos que se nos muestra. Se trata de devoluciones hechas a la Contaduría de la Cancillería de sumas por viáticos, reintegro de sueldos que como adelantado y el ochenta por ciento de la suma entregada para gastos de representación. De las constancias a que aludimos surge fehacientemente que la regularidad en la 4 rendición de cuentas —lo que por ende significa ausencia de boato y dilapidación— ha sido característica esencial del ejercicio de las funciones públicas desempeñadas por el doctor Moreno Quintana.

Treinta años de docencia universitaria
De su larga actuación en distintas facultades de universidades argentinas, cabe resaltar su actuación en la Universidad de Buenos Aires en su carácter de profesor titular de Política Económica desde 1935 a 1947, y a partir de esa fecha como profesor titular de Derecho Internacional Público en las Facultades del ramo. En forma paralela nacieron sus tratados y ensayos sobre esas asignaturas.
—¿Cuáles fueron las normas que inspiraron su ejercicio del profesorado universitario? —le preguntamos.
—Guardo gratísimo recuerdo de mi estada en la Facultad de Ciencias Económicas, que fué para mí una madre universitaria adoptiva. Me causa íntima satisfacción el hecho de que mi tratado sobre “Política Económica” —aparecido en 1944— aún perdura como obra de texto para los estudiantes. Mantenía, no obstante, durante todo este tiempo mi condición de profesor adscripto confirmado de Derecho
Internacional Público en esta Facultad. Recién, empero, en el año 1947, me hice cargo de esta última cátedra como profesor titular. Fué entonces creado por el interventor delegado, mi amigo el doctor Carlos María Lascano, el Instituto de Derecho Internacional, que aun dirijo. Este órgano sirvió como núcleo para una profunda transformación de la enseñanza de la disciplina que se realizó, desde entonces, en función eminentemente nacional. Y se inspiró en una orientación ideológica argentina y en una posición científica positivista. Espero que ese derrotero no será ya abandonado por quienes me sucedan en el ejercicio de tales cargos. En 1950 publiqué, en colaboración con otro profesor, la obra de texto que, subtitulada “Sistema nacional de derecho y política internacional”, tuve el agrado de ver adoptada por muchas universidades de Latinoamérica.

La Escuela Argentina de Derecho internacional
—Sus enseñanzas de Derecho Internacional dieron nacimiento a la Escuela Argentina de Derecho Internacional. ¿Puede usted sintetizarnos los principios en que dicha escuela se funda?
—Mi mayor preocupación al frente de la cátedra y del Instituto de Derecho Internacional fué, en efecto, la de echar las bases para la estructuración de una escuela argentina en la materia. Ella exterioriza una posición científica y una orientación ideológica reñidas con las tendencias de los autores de esta nacionalidad anteriores a 1947. Reconoce, a la vez, base jurídica y política. Apela, para su estructuración, a elementos valiosos que le suministran otras escuelas: la escuela italiana, el criterio positivista; la escuela alemana, el método científico; la escuela angloamericana, el espíritu pragmático. Desenvuelve un sistema nacional de derecho y política internacional. Considera y estudia el derecho internacional como instrumento de la política nacional. Sólo admite como obligatorio el derecho internacional positivo en su alcance particular, general o universal, pero integra su estudio con el de la doctrina y política internacionales. Elude todo eclecticismo, fijando opinión sobre cada institución o problema atinente a la disciplina.

La misión a cumplir
—Los jueces integrantes de la Corte deben representar, según lo establece el Estatuto del Tribunal, “las grandes civilizaciones y los principales sistemas jurídicos del mundo”. Teniendo en cuenta esta norma, ¿cuáles son las reglas fundamentales que van a inspirar sus tareas?
—La disposición que usted menciona ha sido interpretada —y con fundamento— en el sentido de una distribución geográfica en la composición de la Corte. A la América latina se le atribuyó una representación significativa: cuatro jueces sobre un total de quince. Ello habla a las claras de la trascendencia que tiene el pensamiento latinoamericano en el orden jurídico mundial. Creo innecesario decirle que, en el desempeño de mis nuevas funciones, he de manifestar la más plena y absoluta independencia de criterio, inspirándome en su aplicación al orden internacional, en la doctrina nacional justicialista de que es autor el presidente Perón. Dicha doctrina, que tiene alcance económico, ofrece soluciones para todos los grandes problemas mundiales en el orden político, económico y social. Porque no debe olvidarse que, de acuerdo a la mentada disposición del Estatuto de la Corte, este Tribunal, en su función de decidir conforme a derecho los casos que les sean sometidos, puede aplicar criterios doctrinales en ausencia de otras fuentes jurídicas que rijan el caso.
Gabriel LEVITE
Revista Esto Es
26.10.1954
 


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