Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Filosofía y Letras
"INDEPENDIENTES DEL MUNDO, UNÍOS”

Nicolás Castillo, 28 años, escritor, autor de la novela "Para hacer el amor en los parques”, ha regresado, tras 5 años de alejamiento, a la Facultad de Filosofía y Letras. Sintió muchas cosas. Todo había cambiado. Y de esto se trata lo que nos escribe. Pero además de describirnos sus sensaciones, intenta una explicación. Tras esta lectura, usted inevitablemente, estará más cerca de un verdadero fenómeno social.

nicolas casulloCharlaba con Enrique en el bodegón de la Recova. Entre diversas cosas apareció el tema. Pero desde otra perspectiva (¿de cuál otra?). Dije por ejemplo: está cambiada. Y conté una anécdota. Hablábamos de la Facultad de Filosofía y Letras. Como diría un discípulo de la avanzada estructuralista: existen diferentes lecturas. Algo como: le expliqué ciertas sensaciones, el nivel primario de cualquier captación. Otras veces habíamos conversado sobre las políticas universitarias instrumentadas por los sucesivos poderes militares, o del modelo tradicional que mostraban esas “instituciones del saber”, o del fenómeno universitario, en determinados momentos sociales y políticos, su inscripción de clase, sus procesos ideológicos.
Pero esta charla, como otras, remitía a un objetivo distinto. El tema podía cambiar, ser el PRODE, los militares, el peronismo, la violencia social; lo que no difería era esa meta propuesta, difícil de precisar, que por ahí intuíamos, comenzábamos a definir (a encontrarles ciertos conceptos para llamarla), y que puede resumirse en esto, nada menos. El pueblo, en muchas instancias hoy (incluidos nosotros), es fundamentalmente un cúmulo de interrogantes, frente a los cuales nos damos cuenta que las instrumentaciones intuitivas, el sociologismo, los modelos de "idiosincrasias” no dan respuestas a esos interrogantes. ¿En qué sentido? Tener conciencia de una nueva dimensión de las actitudes y conductas colectivas en los momentos en que ese pueblo es llamado a intervenir, o se autoconvoca y sale a escena. (O se hace ver en una escena de donde nunca salió.) Por cierto es una nueva dimensión de enfrentamiento entre dos sectores, el dominante y el dominado. Pero retengamos esto como un marco, como un contexto. Las actuaciones concretas que allí se manifiestan es lo que aparece como “no reconociendo antecedentes”, es decir, formando parte de un imprevisible. De interrogantes con respecto a lo que realmente, cotidianamente, siente, piensa, palpa, le llega, resuelve, elabora, moviliza o inmoviliza, atrae o deja indiferente al pueblo con referencia a todas las ofertas y todas las ausencias que le muestra un sistema agonizante con sus modelos a la vista (incluyendo aquellos nacientes que se oponen al sistema).
La Facultad fue el tema de la charla, y desde ahí esa intención de encontrarle a una experiencia —la de sus alumnos y la de muchos de sus profesores— el hilo que pueda revelar, en parte, algunos de esos interrogantes mayores, por llamarlos de cierta forma. Partir de una comparación, de dos momentos separados por seis años. 1965-1971 serian los limites equidistantes. En el medio, es decir, en el proceso que unifica estas dos circunstancias políticas, aparece una perspectiva del país que va gestando sus alternativas. En este caso, el ámbito universitario.
Marginado de las decisiones de poder, olvidado a través de todos los paternalismos, de pronto ese hombre (ese pueblo) irrumpe, ejerce los actos y las palabras notorias. ¿De dónde regresa? ¿Cómo habla después del políticamente absurdo silencio que se le pretendió decretar como forma de su existir? Córdoba, Rosario, Mendoza, Tucumán son pasajes elocuentes. Informadores, trastrocadores. Cuatro puntos cardinales para las referencias. Podría decirse que el onganiato, más allá de sus determinantes económicos ya aclarados, fue sobre todo la etapa final de ese olvido del pueblo, pero además un suicidio inconsciente de todo un mundo de formas, mediaciones, expectativas, creencias, variantes, valores con que el propio Poder había coordinado a la Argentina, había conseguido creer la Argentina, formas a la que casi todos los sectores sociales de una u otra manera respondían: “diputados”, “senadores”, “libertades democráticas", “pluralismo ideológico”, “elecciones", “partidos”, “arte comprometido", “Universidad”, “reformismo”, “gobierno tripartito”. El onganiato se vio obligado a decir no. Formalizó una defunción y abrió las puertas, pero antihistóricamente pretendió hacer pasar un viejo engendro dominante. Quien comenzó a pasar fue el pueblo, quizá inconscientemente agradecido de que el Poder le hubiese despejado sus últimas dudas, borrando esos artificios estructurados como supuestas “vías de representación” de la propia voz de las masas.
Entre aquella representación del país (la encomillada) y esta que ahora se transita, F. y L. surge como un fenómeno demostrativo de esa nueva dimensión de la que hablábamos. 1971, primer cuatrimestre para una facultad que, como ya suele decirse, se piensa y hace de ese situarse permanente el comienzo de sus disciplinas o prácticas específicas. La índole del conocimiento propuesto (aunque omitido por las autoridades académicas) tiene como objetivo sobresaliente la realidad del hombre y sus circunstancias materiales. Lo psíquico, lo social, lo histórico, lo pedagógico representan niveles teóricos que no pueden eludir un país de carne y hueso, y por ende la denuncia a lo irracional de su devenir pasado y presente.
Recuerdo que a comienzos del 71 cuatro alumnos recién ingresados a la Facultad conversaron conmigo interesados en que les informase sobre la actividad política que allí se desarrollaba. Como atolondrados por tantas tendencias, siglas, posiciones entre grupos, me mostraron un intuitivo rechazo a toda aquella “politiquería”. No se sentían nombrados, alcanzados, representados por aquellos movimientos. Recuerdo también los ejes de mí respuesta. Me retrotraje al 66, mi último año como alumno, y aunque críticamente, reivindiqué dichas tendencias, tratando de explicarles sus posiciones universitarias y extrauniversitarias, a qué partidos o concepciones políticas generales pertenecían.
Sin darme del todo cuenta, hablaba de aquel país en el cual había participado como universitario Me retrucaron con algo que en ese momento no llegué a interpretar suficientemente. Que ellos eran independientes. Que la Facultad estaba por ser cerrada. Que no prescindían de incluirse en una política de cambio social sino que, al contrario, querían asumirla de pleno, pero como independientes.
Después comprendí que hablábamos de dos alumnos “independientes” distintos. Yo, de aquel transeúnte apolítico de los claustros, obediente a ese mandato que le indicaba: de casa a la Facultad y de la Facultad a casa de esa cierta “mayoría silenciosa’’’ que se sujetaba ideológicamente a dicho rotulo valorativo impuesto, de eso independiente que cumplía su acto político ordenado una vez al año en las urnas del gobierno tripartito a o sumo presenciaba la actuación de las tendencias, o se movilizaba masivamente dentro de las circunstanciales manifestaciones permitidas del reformismo.
Ellos en primer y último término, me hablaron de otro dependiente, precisamente comenzaba a puntualizar su independencia de todo aquello, percibiendo su ineficacia para una actualidad 1971, donde ya era historia pasada ese “aliento” a las ciencias sociales brindadas por el desarrollismo y sus teorías, donde habían desaparecido los decanos “humanistas”, “reformistas”, como así también los profesores “progresistas”, marxistas”. Donde no podían imaginarse las muchedumbres universitarias aceptadas en plaza Congreso, el Himno Nacional como máxima consigna ante determinadas represiones. Casualmente en esas circunstancias de 1971 la Facultad iba a ser cerrada. Varios meses más tarde tuve oportunidad de encontrarme nuevamente con ellos, y comprender, entonces si, lo que me estuvieron diciendo antes sin haber llegado a exponerlo con demasiada precisión. La Facultad había estallado desde sus bases, desde ellos, desde “los independientes”. Acorralada, reprimida, cercada, F. y L. llegó a encontrar una respuesta nunca ejercida antes. Aquí, como en otros hechos, el país comienza a ponerse a prueba desde lo que le dejaron, pero también desde lo que es capaz una conciencia de mayoría que vive, y no sólo piensa la muerte de una época.
Los independientes eligieron a sus delegados. Los delegados discutieron con el conjunto de alumnos de cada uno de los prácticos los distintos conflictos. Solicitaron la adhesión de los docentes. Los docentes se bajaron del escritorio, atravesaron la línea demarcatoria de la autoridad, se sentaron en los bancos. Se tutearon con los alumnos. Fueron un voto más ante cada resolución. Concurrieron a las asambleas masivas llamadas por los delegados. Estas asambleas elaboraron los problemas de cada materia, de cada carrera. Aprobaron las reformas de los programas, crearon cátedras paralelas con grupos de profesores que asumieron el compromiso de darlas. Los alumnos se dividieron en grupos, renegaron de las formalidades y modelos de los exámenes “filtros”. Crearon, como exámenes a rendir documentos y monografías producidas colectivamente y que hablaban de la realidad del país: investigaron las causas del “cordobazo”, los significados del peronismo, del colonialismo, de las estructuras económicas de dependencia. Rastrearon nuestra historia obrera, la propia historia universitaria. Se rindieron materias en grupo En muchos casos la nota calificatoria dependió del propio grupo de alumnos. En muchos casos se autobocharon Ciertos profesores fueron llamados a responder frente a las asambleas por sus actitudes, por sus programas. Se estructuraron interpelaciones, juicios masivos. Uno de ellos contó como personaje principal al propio decano. La Facultad se abrió a la realidad sucediendo más allá de sus puertas. Frente a cientos de alumnos hablaron sindicalistas, expusieron sus concepciones y compromisos sacerdotes del Tercer Mundo, informaron abobados de presos políticos y torturados. Las mesas redondas y los debates tuvieron como eje al cuestionamiento al sector militar, a los partidos tradicionales, al hambre, las villas-miseria, las enfermedades endémicas, las realidades del interior del país. Los nuevos programas incluyeron aquella literatura científica prohibida, aquellos otros textos que los alumnos rastreaban no sólo en los libros, sino en las revistas, documentos, informes, en el propio periódico del día. Los movimientos docentes discutieron con sus alumnos cada punto, cada tema, cada bibliografía. Los hechos cotidianos de la realidad y del pasado tuvieron el enfoque sociológico, psicológico, histórico, de las propias materias cursadas, pero sobre todo el eje político rescatado como fundamento de todo accionar colectivo. Se rompieron los compartimientos estancos, las zonas de nadie, el recorte ideológico que se propone al rol del científico. Se salió a la calle, se hizo escuchar la propuesta. Alumnos y profesores se pasaron el número telefónico, el contacto, para que cuando la Facultad fuese cerrada se siguiese funcionando y estudiando más allá de aquellas cuatro paredes circunstanciales. Y la Facultad fue cerrada, pero en cientos de casas y bares y parroquias y otros sitios de la ciudad los docentes y alumnos continuaron estudiando, discutiendo, encontrándose.
Cuando conversé con ellos en esa segunda oportunidad pude comprobar, en acto, otra manifestación de esa experiencia. El poder de autocrítica de esos “independientes”. La capacidad para reconocer los errores cometidos, la lucidez para detectar las desvirtuaciones ocurridas. Una actitud que confirmaba lo realizado.
Le contaba a Enrique esa noche algunas de estas cosas. En el toma y traiga de la charla surgió la idea de esta nota.
Revista Extra
julio de 1972
 







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