Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

primera aviadora argentina
Con la Señora Amalia Figueredo de Pietra
La primera aviadora argentina es hoy una abuela serena y feliz


EN nuestra América hispana, antes de la primera guerra mundial, la mujer no solía dedicarse ni a los deportes, ni a las actividades que requerían audacia. Las madres temían que sus niñas salieran solas, inclusive hasta la esquina. Y he aquí que una madre de espíritu amplio y progresivo comprende los anhelos de su hija y, en vez de reprimirlos, los estimula; en vez de impedirle que se arriesgue en uno de esos terribles aeroplanos que “pueden subir hasta 300 metros de altura”, le dice que sí, que suba, que sea la primera mujer argentina en conquistar las alturas, en sentirse ave, en flotar entre las nubes, en vislumbrar horizontes sin fin... Es Amalia Figueredo la feliz niña —estudiante universitaria y llena de entusiasmos juveniles— que encuentra en su madre el apoyo que le permite ascender a las nubes, y tal vez a la gloria... Inspirada por unas revistas extranjeras que viera por casualidad, y donde se enterara de los vuelos femeninos, decidió ser la primera en su patria en igualar las proezas de las aviadoras.
Del dicho al hecho. Una vez trazado el camino y encontrado el profesor —Marcelo Paillette—, siguió diariamente ejercitándose en la Escuela de San Fernando, hasta que después de un período de cuatro meses de aprendizaje pudo volar sola y recibió su “brevet”...
—¿Qué sintió esa primera vez que voló sola? —le preguntamos.
—Una emoción grande, un deseo de remontarme más y más, aunque mi aparato no podía alcanzar, en aquel entonces, más de 300 metros de altura.
El mero recuerdo de aquel afán romántico que embargaba aquellos años a la aviadora, llena de extraño fulgor los ojos de la hoy señora Amalia Figueredo de Pietra, heroína consagrada, a la vez que madre inspiradora, pues ya tiene un hijo......... también.
—¿En qué clase de aviones voló al principio?
—En un Henri Farman de 50 HP y un Blériot tipo Castaibert.
Hay que recordar que hace cuarenta años no había concursos ni “raids”, no se llevaban cinturones de seguridad y aventurarse en un peligroso “looping the loop” (espiras verticales) era pura temeridad.
Efectivamente, una vez, al probar una de esas cabriolas, se produjo una falla en el motor y sintió que era irremediable una caída fatal. Entonces, sin perder la serenidad, hizo girar el aparato de modo que, antes de que aterrizara, pudiera lanzarse al vacío, y así, agarrándose con una mano a una de las varas, saltó y tocó tierra sin mayores daños.
Siempre evoca el recuerdo de haber volado como acompañante de Jorge Newbery en un globo libre, a 200 metros de altitud (en aquellos tiempos no se vislumbraban siquiera los ensayos estratosféricos del profesor Piccard).
Sobre la maqueta del modelo Farman con que se le obsequiara en la fecha conmemorativa del aniversario de su ingreso en la aviación nacional, la distinguida aviadora supo demostrarnos su pericia mecánica, explicando los detalles característicos de antaño y comparándolos con la evolución lograda en los aparatos modernos, como, por ejemplo, los Focke Wulf de entrenamiento, cuyo manejo tuvo el orgullo de poder mostrarlo técnicamente a sus hijos llevándolos a Morón.
Una de las mayores satisfacciones maternales fué, luego, poder volar en un D.C.4 piloteado por su hijo.
La señora Amalia Figueredo de Pietra, en pleno uso de sus valores, entrega a la generación venidera lo conquistado por su experiencia, por su sacrificio y por su entusiasmo.
Verónica SOBROWSKY
Revista Esto Es
26.10.1954
 
 

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