Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

UCR
El radicalismo en vísperas de una prueba de fuego
¿Cuántos partidos laten bajo el rótulo común de la U.C.R.?

En el agitado proceso político interno del radicalismo se ha producido un hecho de gran trascendencia: la sesión plenaria efectuada el 9 del mes en curso por el Comité Nacional, a convocatoria de su Mesa Directiva que, como es sabido, preside el doctor Arturo Frondizi desde el 31 de enero de este año.
Para quienes ignoran la crisis que sufre la Unión Cívica Radical, tal acto no tiene otro valor que el de su formalidad externa. Para quienes por indiferencia, frivolidad o deficiencia de información, no han seguido con mirada profundizadora las etapas de dicho proceso, la asamblea aludida sólo significa un episodio tendiente a reabsorber aquella crisis y conjurar el fantasma de la división del partido. Pero para los que desde dentro o fuera del mismo, desde esta o aquella barricada, han querido “entender” el sentido de la lucha entablada en sus filas, la reunión del día 9 representa la victoria del realismo sobre la fantasía y de la sinceridad sobre el equívoco; y para los que aun ahondan más sin temor al futuro, la apertura formal de un nuevo proceso crítico, tal vez más agudo y tal vez definitivo.

En la casa “nueva" con la "vieja" bandera
Todo esto puede parecer obscuro, pero es fácil esclarecerlo a la luz de los símbolos. El 9 de octubre hubo dos muy visibles; uno sirvió de ámbito a la reunión del Comité Nacional y el otro signó sus deliberaciones. Porque éstas se realizaron en la sede recién inaugurada del partido y bajo la presidencia del estandarte rojo y blanco de Alem. La finca de la calle Río Bamba y la bicolor de los revolucionarios del noventa y tres y de mil novecientos cinco, testimoniaron así la vigencia de un espíritu que podría definirse como de afirmación de una nueva conducta en la línea de los viejos principios.
Según tal interpretación, la nueva conducta estaría corporizada en la casa en que, actualmente, tienen su asiento los cuerpos directivos del partido. Esta, a la que podría llamársele “la bien habida”, pues su adquisición estuvo a cargo de un grupo de correligionarios cotizados al efecto y cuyos nombres y aportes iguales han sido públicamente declarados, enfrenta su digna modestia al orgulloso edificio de la calle Tucumán, cuyo origen, todavía incierto, ha sido objeto de minuciosas investigaciones vinculadas a las concesiones eléctricas del año 1936.
Y según la misma interpretación, los viejos principios se hallarían representados por la insignia enarbolada contra el “acuerdo”, la bandera de la “intransigencia” de Alem, el estandarte de estampa federal que acompañara al caudillo en su gira triunfal por el interior de la República. Y que el actual presidente del Comité Nacional decidió exhumar de los antiguos cofres para substituir con él a la escarapela meliflua (verde, blanco y rosa para usar sobre el pecho) de la burlada revolución del Parque.

Llamada respuesta y suspenso
Bajo tales auspicios (renovación y tradición) comenzó la sesión pública del Comité Nacional con asistencia de 40 delegados intransigentes, 8 “sabattinistas” y 8 unionistas. Es decir, que en ella estaban representadas las tres partes en conflicto, a las que cabe agregar una delegación de la juventud integrada por dos miembros.
Una gran expectativa había precedido a la asamblea. Porque era la primera que se convocaba después de las medidas de autoridad adoptadas por el Comité Nacional, las contramedidas de resistencia opuestas tardíamente por algunos de los distritos afectados y las recíprocas sanciones que se aplicaran “montescos y capuletos” (suspensión provisoria de Perkins, Teisaire, Busaniche y otros por una parte, y suspensión por un año de Frondizi por la otra). De todos estos hechos se ocupó, en su momento, la prensa del país, y muy recientemente en su número del día 12 del mes actual, ESTO ES publicó una crónica circunstanciada de los mismos, por todo lo cual huelga reeditar hoy sus alternativas.
Lo cierto es que el 9 de octubre a las 15 —hora fijada por la convocatoria—, muchos ojos y sobre todo muchas mentes radicales debieron tener fija su atención en la puerta de acceso a la casa de la calle Río Bamba 482, para ver quiénes la trasponían en respuesta al llamado del “campanero mayor”.
Debió tener éste el pulso muy firme y resultar muy sonoro el tañido del nuevo badajo, porque acudieron a la cita hombres de toda la República. Pero provenientes, no sólo de las filas adictas a la mesa directiva del Comité Nacional, sino de aquellas corrientes que la acusaron de despotismo centralista y que, a través de un congreso unionista y otro ‘‘sabattinista”, habían enjuiciado su política con dicterios enérgicos. Se vió así ingresar al recinto partidario a varias figuras brillantes del unionismo (Vítolo, Perette) y del “sabattinismo” (Santiago H. del Castillo, ex presidente en dos ocasiones del alto cuerpo directivo, y Ramón E. Acuña, miembro del Movimiento Nacional de la Intransigencia de reciente fundación y que no hay que confundir con el Movimiento de Intransigencia y Renovación fundado en 1945 por el grupo actualmente dirigente de la U. C. R. para definir posiciones contra la política de “acuerdo” con los otros partidos. Es decir, contra la combinación electoral que diera origen a la Unión Democrática y que a juicio de sus impugnadores comprometía “las esencias doctrinarias fundamentales del radicalismo” y “apretaba el corazón” de quienes creían que tal contubernio circunstancial “sacaba al radicalismo de sus cauces históricos, de los cauces de Yrigoyen”).
Cuando, a las 19, comenzó la sesión, podía decirse que todo el pensamiento radical en su actual diversidad de matices, sino de colores fundamentales, estaba allí presente. Podría preverse sin ser agorero, que habría violentas discrepancias. Y, en consecuencia, el clima estaba imbuido de suspenso.

Un buen espíritu común
Pero la cordialidad patente en los rostros, y sin duda en los espíritus de los presuntos adversarios de la mesa directiva, se evidenció en la aceptación de hecho de que su presidente, el doctor Frondizi —suspendido en su condición de afiliado pocos días antes por el “Comité de la Capital” que encabeza el doctor Perkins, previo dictamen del Tribunal de Conducta disuelto antes de emitirlo— continuaba siendo de derecho una autoridad legítima. Ese mismo espíritu privó también en la primera parte de la sesión destinada a rendir diversos homenajes y a la lectura del acto correspondiente a la última sesión realizada, la que mereció unánime aprobación.
En realidad de verdad, no puede decirse que ese firme espíritu de recíproco respeto y buena voluntad se quebrara en la segunda parte de la asamblea, pero sí, en cambio, que los ánimos se caldearon cuando se analizó el informe que sobre su actuación -de junio a septiembre- produjera la mesa directiva del Comité Nacional.
Rendición pública de cuentas Este documento de 69 páginas intitulado “Segundo Informe de la Mesa Directiva”, obraba en poder de cada delegado desde antes de la reunión. Constituye no sólo una amplia y detallista memoria de actividades, sino un estudio de la situación general del país y del estado interno del radicalismo, así como una enunciación de las tareas inmediatas a que debe abocarse el mismo, según la apreciación de sus autores. Su necesaria extensión hace imposible el comentario de su contenido, dentro del cual es de lectura sumamente interesante el informe referente a la Casa Radical de la calle Tucumán, al origen de su financiación, a lo actuado para esclarecerlo y a la razón de su abandono definitivo por las autoridades actuales. Pero de todo su contexto, lo único que provocó disidencia y disputa fué el capítulo relativo a la situación interna del partido.
Fueron tres los oradores que inicialmente tuvieron a su cargo el análisis de esta parte del “Segundo Informe”, y en este orden: Acuña, del Movimiento Nacional de la Intransigencia (“sabattinista”); Mac Kay, del Movimiento de Intransigencia y Renovación, y Perette, diputado nacional unionista.

Dos siglas dramáticas: C. H. A. D. E. y U. D.
Mac Kay, vicepresidente 19 de la mesa directiva, hizo, naturalmente, una encendida defensa del documento, rebatiendo así la impugnación formulada por Acuña, quien expresó su deseo de que el referido capítulo fuera rehecho con espíritu de objetividad. Perette, por su parte, adhirió a la opinión de Acuña en el sentido de que pasara a comisión y pidió que fuera reconsiderado totalmente en vista de que, a más de otras deficiencias, replanteaba y actualizaba “asuntos del pasado como la CHADE y la UNION DEMOCRATICA”.
Sin embargo, el recuerdo de estos vocablos todavía candentes hizo que la cuestión tendiera a centrarse alrededor de su objeto. Porque así como dijimos que la bandera roja y blanca y la casa nueva del partido eran símbolo de una conducta, también debe decirse que aquellas siglas lo fueron de una inconducta moral e ideológica. Y descartada la hipótesis, simplista o maligna, de que el actual pleito radical haya sido motivado por afanes de humano predominio, ¿qué otra explicación puede dársele que no sea la de que en la mayoría de los ánimos en lucha yace el deseo de un sinceramiento frente a la realidad de hoy y de una abjuración de los errores de ayer?

La unidad de doctrina
Pero este efecto catártico no es todavía el fondo del asunto. Para la valoración de los actos humanos es indispensable tener una tabla con cuyas categorías puedan éstos confrontarse. ¿Con qué cartabón de valores podrían contrastarse las inconsecuencias o desviacionismos de que ambas tendencias se acusan mutuamente?
En agosto de 1947, fecha del primer congreso de la Intransigencia, se proclamó una doctrina que es a la vez una definición histórico-metafísica y un credo sociológico-espiritual. Redactado en un lenguaje que acusa la impronta del estilo culterano de Yrigoyen, más parece un mensaje religioso, aunque difuso como tal, que una postulación ideológica temporal (Y es que el radicalismo constituye —entre todos los conglomerados políticos tradicionales de la Argentina— el único y tal vez el último partido de cuño espiritualista). Ese mensaje se llama “Profesión de Fe Doctrinaria” y, junto con las normas de acción política concreta dictadas en la misma oportunidad, fué sancionado por la Convención Nacional del 29 de junio de 1948 y considerado hasta hoy por sucesivas ratificaciones, el ideario básico de la Unión Cívica Radical.
Como decíamos al principio de este comentario, quienes procuran penetrar en lo hondo de esta crisis del radicalismo, creen ver en ella el comienzo de un período más crítico aún en que cada uno mire y muestre de veras su propio pensamiento y se aclare de una vez por todas si bajo el rótulo común de la U. C. R. hay uno, dos o más partidos.
Esta sospecha fué, para aquéllos, el más importante elemento de suspenso entre los muchos que flotaron sobre la reunión del 9 de octubre. Pero quedó conjurado con las afirmaciones de los doctores Vítolo y Perette, en el sentido de que por encima de sus impugnaciones al informe de la mesa directiva, se hallaban identificados con la doctrina del partido y que esa identificación de principios caracterizaba a la representación parlamentaria radical.
Como una pauta para la medición de futuros acontecimientos conviene plantearse estas dos preguntas:
Tales sinceras cuanto espontáneas declaraciones de los prestigiosos dirigentes precitados, ¿representan la totalidad del pensamiento del unionismo? Algunas expresiones relativamente recientes —una de ellas publicada en ESTO ES— de hombres de análoga tesitura, permiten abrigar ciertas dudas sobre una cohesión absoluta en materia doctrinaria dentro de aquella corriente.
¿Hay auténtica unidad de. doctrina, de interpretación del pasado argentino, de ubicación espiritual frente a los problemas de hoy, entre quienes forman en las entusiastas y abigarradas filas que siguen a las autoridades del Comité Nacional? Ciertas procedencias personales, ciertas manifestaciones periodísticas, ciertas “admiraciones” juveniles por figuras esencialmente “antirradicales” y ciertos repudios de hombres que merecen algo más que un liberal olvido piadoso, permiten creer que dentro de la briosa corriente renovadora hay arrastre de novísimas influencias y de viejos prejuicios anacrónicos.

La unidad de comando
El doctor Frondizi, presidente de la sesión plenaria, mantuvo una imperturbable serenidad durante el largo debate de más de tres horas. Sólo dos veces se le vió aguzar el ceño y afirmar el ademán.
La primera, cuando un delegado adicto a su orientación quiso defenderlo de acusaciones personales. Con severa energía reclamó entonces para sí la exclusividad de su propia defensa.
La segunda, cuando ante la insistencia del doctor Perette para que el informe de la mesa directiva fuera enviado a comisión, protestó con firmeza que tal derivación implicaba el enjuiciamiento de su alta investidura partidaria y que, por consiguiente, prefería ser desplazado por un pronunciamiento expreso y directo de la asamblea. Y agregó, textualmente: “Si el informe pasa a comisión, no permaneceré un minuto más en esta presidencia”.
Tal actitud y el sentido de respeto a la autoridad legítima, evidenciado por la minoría, la determinó a declarar por boca de los delegados Besso, Acuña y Perette, que su decisión contraria al informe “no significaba votar en contra del presidente ni de la doctrina partidaria”.

Otra convocatoria y nuevo suspenso
Zanjado —con la aprobación de 40 delegados y la negativa de otros 16— el espinoso tema de la actuación de la mesa directiva del Comité Nacional en el período junio a septiembre pasado, fortalecida por el momento la unidad doctrinaria y la autoridad de los actuales titulares del “ejecutivo” radical, hubo en todo lo demás absoluta unanimidad, aun en aquellos tópicos en que en otras ocasiones se habían producido disidencias.
Probablemente, la más importante de las resoluciones así aprobadas haya sido la de convocar para el 12 de noviembre venidero a la Convención Nacional del partido, es decir, al cuerpo “legislativo” del cual emanan los principios y las orientaciones de fondo para su desempeño político en toda la Nación.
No es preciso ser muy suspicaz para entender que si la reunión plenaria del 9 tiene una gran significación, la que se ha convocado es más trascendental todavía. Y que si dentro del partido hay “ideas o espíritus” recíprocamente incompatibles, y fuera o dentro de él, intereses contrarios a su unidad definitiva, esa será la oportunidad en que una trayectoria partidaria de más de medio siglo se verá sometida a una prueba de fuego.
La historia de América y la propia historia argentina, nos enseñan cuántos esfuerzos cuesta la constitución de partidos nacionales y cuántas y sutiles son las fuerzas foráneas que conspiran contra ellos. El 12 de noviembre próximo se dibuja en el horizonte partidario con visibles signos de suspenso e interrogación. ¿Tendrá al fin la U. C. R.
esa unidad a que aspira y de la que poco ha logrado gozar hasta ahora?
Todos suspiran por ella: unionistas, “sabattinistas”, intransigentes, principistas y “terceristas o equidistantes”. Algunos dicen que debe procurarse a cualquier precio, que la cohesión del partido es previa a todo otro planteamiento de fondo. El Comité Nacional cree, en cambio, que “la verdadera unidad es la que “se labra en torno a las ideas que “ han dado contenido y sentido propios al Radicalismo y no la que se “ fabrica en los acuerdos de los dirigentes para quienes el lema partidario es a veces sólo un rótulo “impuesto por el azar, por la costumbre o por la mera conveniencia personal”.
De todos modos, ideas y dirigentes están convocados para el 12 de noviembre a una justa en la que pueden no estar solos, sino con muchos enemigos invisibles.
Diego MEYA
Revista Esto Es
26.10.1954
 


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