Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

Antes y Ahora
EL GRAN CRUZADO DEL BUEN HUMOR
Se inició con la radiofonía argentina, en los anos 20, y llegó a ser rey de la risa. Hoy, en Venezuela, donde trabaja desde hace 14 años, Tito Martínez del Box prolonga su reinado
tito martinez del boxLos exageradamente memoriosos, los que tenían la paciencia necesaria para insistir sobre los cristales de galena hasta descubrir y retener la sintonía de LOO Radio Brussa, seguramente recordarán aquella voz escuálida y atrevida que hacia 1922 desgranaba chistes e hilvanaba cuentos entre sus rasgueos de banjo. Aquella voz adolescente —no había cumplido los 16 años— junto con Charlo, José Bohr y otros grandes de la época se aventuraba en el primer balbuceo de la radiofonía argentina, una de las primeras en desarrollarse en el mundo. Aquel joven —Tito Martínez del Box— acompañaría durante décadas las sucesivas etapas de la radiofonía, la ¡ría renovando y hasta llegaría a participar en los primeros intentos de la televisión nacional, en la que armó y desarrolló el primer telenoticioso. El mismo que, aún hoy, sigue siendo punto de partida para comparaciones.
Ahora, a los 66 años, TMB está radicado en Caracas, Venezuela.
Desde una casona antigua, fresca y espaciosa en un barrio que trepa las faldas del imponente monte Ávila, sigue ganando la batalla de ser siempre el primero. Es decir: sigue lucubrando renovaciones para no cejar en su sitial. De los catorce años que lleva en la dulce tierra venezolana, la última docena ha mantenido semana tras semana, a Radio Rochela —su programa— en el primer lugar del ranking de televisión. Un caso único en el mundo.
El Tito Martínez del Box de hoy es un hombre de cuerpo fibroso y cabellos canos que poco tiene que ver con aquel muchacho de Buenos Aires cuyo nombre comenzó a ser familiar cuando desde su Barracas natal se trasladó a Flores —dos barrios populares de la capital argentina—, y que luego de abandonar definitivamente la venta de calzado, su primer oficio, incursionó en la locución; poco después enhebró relatos famosos, como La hora de la pampa —anterior aún a Chispazos de tradición, otra radionovela histórica, célebre en la radiofonía argentina—, desde donde González Pulido y Dorita Davis conmovían a las románticas adolescentes porteñas. Hoy es un hombre rico en recuerdos tumultuosos, encimados, que aviva releyendo amarillentas páginas de las revistas Radiolandia o Sintonía, mirando esas fotos en las que está con Ingrid Bergman y tantos otros artistas famosos a los que conoció en su larga carrera. Un hombre que —rodeado de enciclopedias gauchescas— dialogó con Siete Días al amparo de los retratos de San Martín y Bolívar.
“Para Radio Belgrano, que era de Manuel Penelas —después la compró don Jaime Yankelevich, con quien seguí trabajando— hice la primera trasmisión deportiva del país: Sportivo Barracas —mi cuadro de fútbol— contra Huracán. Pero no teníamos micrófono; usábamos un teléfono, de esos de pie. Esto fue en 1926. Después vino La hora automovilística, por Radio Mitre, con el estado de los caminos a Mar del Plata, las trasmisiones de boxeo y otras sobre diversos deportes que después fueron explotadas por todas las emisoras”, recuerda TMB.
“Era una lucha increíble. Me acuerdo que una vez Radio Splendid consiguió la exclusividad para trasmitir un partido de fútbol, uno de los equipos que jugaban era River. En ese entonces estaba de moda el tango Sufra. Nosotros, los de Radio Belgrano, nos alquilamos una terraza enfrente del estadio: River todavía tenía su cancha en la calle Tagle. Y bueno: cuando los de Splendid vieron lo que hacíamos, instalaron una serie de reflectores para encandilarme. Pero nosotros contraatacamos: en pocas horas, para parar la luz, levantamos una lona. Y cuando ellos prendieron los focos se encontraron con un enorme cartel que decía Sufra”.

DE LA CANCHA A HOLLYWOOD
Es la lucha de siempre. Y Tito Martínez del Box la acepta decidido para que su programa siga al tope del ranking televisivo caraqueño durante una hora semanal, y en la media hora cotidiana que tiene por radio, y por la que desfilan hasta 135 personajes. Es que esa lucha, para él, equivale a un desafío que se ha hecho a si mismo: revolucionar la televisión mundial. Obsesivo de las renovaciones, está convencido de que sólo le falta tener la oportunidad de hacerlo. "Ya van a ver lo que hago desde Nueva York —promete—. Desde ahí voy a cambiar todo lo que se conoce de la televisión hasta el presente. Una vez se me ocurrió darle categoría al tango, ser el primero en hacerlo. Entonces formé una orquesta con un solo bandoneón que dirigía el maestro Negri, de la orquesta clásica de Radio Belgrano. Nos presentamos en la Asociación Amigos del Arte, y estaba Juan de Dios Filiberto. Tocamos su tango Caminito y ahí no más Filiberto se puso a llorar”.
Para ese entonces, TMB había superado su primer sueldo de ocho pesos, el primero que le pagara Yankelevich. Más aún, trepaba decididamente por los caminos de la fama, a la que accedió a través de Vosotras, el primer “diario oral femenino”. Había llevado al éxito al Banquete musical Ricoltore y ya estaba consolidada la Audición Federal, auspiciada por el jabón Manuelita, que alcanzaba niveles insospechados de popularidad.
"‘Presentaba a la recitadora Berta Singerman un mes por año —se ufana Tito—, y los martes, jueves y domingos tenía a Jorge Lanza y a Ray Ventura. Además, presenté por primera vez a Héctor Gagliardi, que me enterneció con una de sus poesías de barrio, Maestra de cuarto grado. También le serví de trampolín a muchos chicos de entonces: Alberto Castillo, por ejemplo. Y a ese gran recitador gauchesco que era Fernando Ochoa, a quien hice conocer en La gran fiesta de la argentinidad.
“En ese tiempo —sigue recordando— ya estábamos preparando la Gran cruzada del buen humor, inicialmente pensada como la Caravana del buen humor. ¿Y sabe por qué tuvimos que cambiar el nombre? Por la publicidad que hicieron los cigarrillos Caravana —competidores de mis anunciantes— que fue tremenda".
En ese entonces los porteños conocieron un nuevo humor. Un estilo que al decir, años después, del actor Héctor Maselli, marcaría toda una época en la radiofonía argentina. "Es que teníamos un equipo de primera —se emociona Martínez del Box—: con los libretos de Máximo Aguirre trabajaban Marcelo Ruggero, Silvia Randall —aquella muchacha que imitaba tan bien a Niní Marshall—, Lía Vignoli, Irma del Monte y Dorita Acosta, que imitaba a las cantantes de moda, como Azucena Maizani. Y sobre todo estaban aquellos otros muchachos —Guillermo Rico, Rafael Carret, Juan Carlos Cambón, Zelmar Gueñol y Jorge Luz— que después formaron el conjunto Los cinco grandes del buen humor. Había un montón de gente que después fue individualmente ganando lugares de privilegio en el espectáculo nacional.
"El cine vino después. Hicimos una buena cantidad de películas: La cruzada del buen humor, Imitaciones peligrosas, Cuidado con las imitaciones, y también teatro, con La gran pensión El Campeonato, que batió récords de taquilla en Montevideo. Porque en aquella
época, hacíamos tres meses de gira por el interior argentino y por el Uruguay y después volvíamos a Buenos Aires”.
Uno tras otro los recuerdos vuelven a su memoria: “Claro que seguían las audiciones deportivas. Y también tenía La craneoteca de los genios, que fue un programón. Pero se me ocurrió que tenía que ir a Hollywood, a entrevistar artistas de cine, pero en castellano. Y me fui no más... y el éxito fue brutal!. Yo quería demostrarle a don Jaime (Yankelevich) que valía la pena el esfuerzo. Por eso trabajaba muchísimo y gratis. Resulta que a los artistas les escribía los libretos, se los hacía leer y les enseñaba a pronunciar palabra por palabra con la entonación exacta. Después recortaba cada palabra de la cinta grabada y las iba pegando hasta obtener las oraciones ¡Ja! Así tuve entrevistas con Ingrid Bergman, Claudette Colbert, Dick Powell, Carmen Miranda, Ginger Rogers, Bing Crosby, Barry Norton, Edward G. Robinson, Cary Grant, Gene Krupa y tantos otros...”

EL TELENOTICIOSO QUE VEÍA PERON
Volvió a Buenos Aires. Las oficinas que tenía en el Pasaje Barolo, de la Avenida de Mayo, estuvieron luego frente al Obelisco. Su agencia de publicidad —Titus—, seguía buscando originalidades y pergeñando programas para nuevos anunciadores. Era una época floreciente y Martínez Del Box sabía aprovecharla.
“Pero un día decidí retornar a los Estados Unidos. Y me fui con Horacio Estol —luego corresponsal del diario Clarín en Nueva York—, pensando hacer la Cruzada en esa ciudad. Pero no lo hicimos; estuve un año por allá, y también en Hollywood, pero no pude hacerlo. Cuando me fui, le dejé publicidad, las cuentas y los programas a Oscar Sacco, que trabajaba conmigo. Y después de ese año, regresé. Era la época en que florecía la televisión.
''Inicié el primer telenoticioso, con el locutor Carlos D'Agostino. Carlos no quería salir en cámara, al comienzo, y costó convencerlo. A los pocos días era famoso. El noticiero me encantaba. Los domingos teníamos una telerrevista, con deportes, con Mariano Perla, con El carroussel del mundo, y todos los días —para deleite de Carlos y su público— cambiábamos de secretaria. Según me dijeron después, una de ellas se hizo famosa. Se llamaba Pinky.
"En el gobierno argentino estaba Juan Domingo Perón, que no se perdía ninguna emisión del telenoticioso. Eso no le gustaba a su jefe de prensa, Raúl Apold, que me hacía la guerra. Pero un día que Apold estaba en Europa pedí audiencia y le plantée a Perón que no podía importar películas. Entonces, me dio una orden que me permitió hacerlo sin problemas. Le dije, claro, que no iba a halagarlo en mis noticiosos. Y él me dijo que siguiera así, que no me preocupara, que mi programa era muy bueno y que yo tenía total libertad para trabajar. Fíjese que el incendio de la Curia —el 16 de junio de 1955— por ejemplo, lo filme íntegro y hasta lo entregué para que se difundiera en el extranjero”.

VENEZUELA, MON AMOUR
tito martinez del boxViajero empedernido, TMB inició nuevos periplos por el continente americano. Una mañana de verano de hace 14 años hizo escala en Caracas y se enamoró de la ciudad. Todavía era cierto, por entonces, lo de su calma provinciana, las casitas humildes de techos rojos, la tranquilidad. “Se me ocurrió hacer un telenoticioso como en Buenos Aires. Pero, Claro: era una ciudad todavía apacible, sin apuros, y un telenoticioso anda mejor en una ciudad nerviosa... Perdí como 20 mil dólares tratando de imponerlo entre los anunciantes. Gané el premio Ávila —que fue más sonante que contante— y la verdad es que me desmoralicé un poco. Pero no lo suficiente; porque me dije a mí mismo que había llegado a Caracas en ganador. Así que organicé la presentación en televisión de La craneoteca de los genios y después La gran cruzada del buen humor. Con el tiempo, el programa pasó a llamarse Radio Rochela, porque Rochela aquí significa algo así como Jauja. Y ya lo ve: hace doce años que la tengo al tope del rating”.
Un éxito que no es difícil de palpar. Que quedó fehacientemente demostrado hace cuatro años, cuando TMB tuvo un accidente automovilístico que te hirió gravemente. Los diarios registraron la evolución del caso, día por día, en sus primeras páginas. El médico que lo atendía —Héctor Cedeno, un neurocirujano graduado en Buenos Aires— era asediado por los cronistas y, cuando anunció el éxito de la operación a que sometió a Tito, casi fue divinizado por la prensa. En el hospital donde era asistido alguna gente llegó a hacer cola para rezar cerca de su habitación: es que TMB estuvo una interminable semana en estado de coma.
“Imagínese —memoró nostálgico ante Siete Días—, vivir de nuevo... ¡Cómo no lo voy a querer a este país! Es cierto que a la Argentina voy dos o tres veces al año —a descansar a Alta Gracia, en Córdoba, aunque me aburro y en seguida me escapo a Buenos Aires, donde sigo teniendo muchísimos amigos—, pero quiero mucho a Venezuela. Para decirlo de otro modo, estoy casado con Venezuela, sin divorciarme de la Argentina. Una bigamia que, creo, ambas me perdonan”.
En todo caso, una situación que en aquellas tierras del norte de Sudamérica se reconoce oficialmente: el presidente Rafael Caldera lo condecoró no hace mucho como a uno de los extranjeros que más servicios prestó a Venezuela. Sus premios —Guaicapuro de Oro, Rafael Guinand, entre los más preciados— son incontables. Como lo son los éxitos acumulados en Argentina y Venezuela, que lo van llevando a buscar —a pesar de acercarse a los setenta años— la apertura de otro ciclo. Por ejemplo, últimamente está tentado de hacer televisión en México. Claro que su apasionamiento actual gira alrededor de esa idea de ir a Nueva York a dar un cambio radical a la televisión mundial, a “reconquistar las potencialidades que ese medio tiene y que —asegura— no fueron aún del todo aprovechadas". “Es que Radio Rochela es la
Cruzada del buen humor —afirma—: una institución que nació en Radio Belgrano y que no morirá —ni voy a morir yo— hasta institucionalizarla en Nueva York y en inglés”.
Es decir, una suerte de encaprichamiento: abrir otro ciclo sin cerrar los anteriores. Esa obsesión está justificada por aquélla pasión que difundía en los balbuceos de la radiofonía argentina, por ese medio millar de ejemplares del Martín Fierro regalados en Venezuela para mostrar de dónde viene, de dónde es. Como si necesitara imperiosamente reeditar toda su vida; como aquélla noche en que el cantor Edmundo Rivero le planteó acoplarse en sus audiciones; como cuando por casi nada trabajaba junto con Carlos Gardel: desde el día en que abandonó la venta de calzado para incursionar en el mundo de los receptores de galena, ya estaba decidido a iniciar la diaria batalla por el primer puesto. El puesto donde ahora está.
Revista Siete Días Ilustrados
7/8/1972
 
 

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