Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

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Bombas
El sonido y la furia

En Berkeley, los sismógrafos de la Universidad de California saltaron de su tranquilo equilibrio, señalaron un temblor desusado, equivalente a un terremoto de mediana intensidad, con foco cercano. Casi al mismo tiempo —las 10.30 de una mañana de la semana pasada— los edificios más altos de Las Vegas se echaron a oscilar como cipreses bajo el viento, cuando a unos 120 kilómetros de distancia una formidable explosión subterránea sacudía prácticamente todo el subsuelo que sostiene el sur del estado de Nevada. Los efectos del sacudón no fueron perniciosos para los pobladores ni para sus bienes; la explosión, en cambio, era capaz de romper algo mucho más frágil: el precario equilibrio nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética.
Cuando el artefacto termonuclear Greeley desapareció, a 1.200 metros bajo tierra, para convertirse en pura fuerza expansiva y calor, los Estados Unidos coronaban sus 210 pruebas subterráneas de posguerra con el mayor de los estallidos de toda la serie. Casi 500 kilotones sacudieron las blandas rocas volcánicas de la región de Pahute Mesa, sin arrojar residuos a la superficie. La Comisión de Energía Atómica no fue muy expresiva cuando se trató de inquirir el objetivo de la experiencia: “Se trata —dijo— de una prueba relacionada con armas”.
Pero no hacía falta mucho más que esas vaguedades inespecíficas: durante más de un año, USA se dedicó a hurgar en el sistema soviético de proyectiles teledirigidos antibalísticos (ABM), ensayados cerca del Ártico, y todos esperaban una respuesta a ese escalamiento. La respuesta se llama Greeley.
Hasta ahora, ambos bandos jugaban al equilibrio nuclear con artefactos cada vez más numerosos, y con argumentos sofisticados: el Kremlin justificó su sistema ABM como un contrapeso a la ventaja (3 a 1) de que goza USA en materia de cohetes intercontinentales; los Estados Unidos
argumentaron que su pesada superioridad ofensiva era necesaria frente al potencial de la masiva infantería soviética. Lo cierto es que el sistema ABM limitaba en gran medida las condiciones de equilibrio, a pesar de que en materia de cohetes intercontinentales los rusos cuentan con 500 unidades. frente a las 1.650 de USA.
Todo es aún más complicado, porque para restaurar el equilibrio, los norteamericanos echaron mano a su proyectil Poseidón, diseñado para penetrar en el corazón del sistema ABM, y se aprestan a desarrollar su propio sistema de cohetes anticohetes, llamado Nike X. El tratado de proscripción de las pruebas nucleares, firmado en 1963, impide que ambos gobiernos detonen sus cohetes en la alta atmósfera, pero no logra frenar las experiencias subterráneas: en 1966, la Comisión de Energía Atómica de los Estados Unidos (AEC) consumió 133 millones de dólares en 39 explosiones, doce más que el año anterior; los rusos, a su vez, estallaron en octubre último un artefacto de un megatón de potencia, y dos días antes del estallido del Greeley probaron otra arma cerca de Semipalatinsk.
En cuanto al sistema defensivo Nike X, comienza con una cortina de fuego concentrado de artillería de altura; las baterías de proyectiles ultrarrápidos Sprint, en segunda línea, se ocupan de frenar a las cabezas nucleares que sobrevivan al fuego de artillería: muchos imaginan que la reciente experiencia de Nevada trataba de verificar si los cohetes nucleares Sprint eran o no más efectivos que los Nike Zeus. En ambos casos, varias computadoras gigantes proveen de una minuciosa información acerca de las condiciones en la alta atmósfera, e infieren el comportamiento de las cápsulas atómicas, si en vez de estallar bajo tierra lo hubieran hecho en las alturas vedadas.
Los ingenieros de la AEC no sólo desarrollan sistemas de defensa para mellar los eventuales proyectiles de ataque: también perfeccionan los métodos para penetrar en el sistema defensivo soviético. El Poseidón, por ejemplo, es un proyectil de lanzamiento submarino, no mucho más grande que un Polaris, pero dotado de una cabeza nuclear de casi un megatón: la idea es que puede lanzarse junto con otros artefactos, para confundir al radar y permitir que el verdadero Poseidón llegue a destino.
Otra especulación relacionada con las pruebas subterráneas de Nevada, atañe a algunos cambios de diseño de los cohetes Minuteman, Polaris y Titán II. Se cree que el propósito de esas modificaciones es endurecerlos contra las defensas ABM. También se trata de eludir los perfeccionados radares rusos, dotándolos de un perfil especial, o echando mano a algún dispositivo anti radar: la AEC pretende contestar algunas de estas preguntas en las profundidades de Pahuete Mesa.
Normalmente, los mayores artefactos nucleares se ensayan con un método de aproximación: una miniatura en escala hace las veces del arma real, y hasta la espoleta termonuclear es minimizada para reducir la potencia de la explosión. La razón es evidente: la detonación de una cápsula nuclear Titán II, de tamaño natural, pondría en acción de 8 a 10 megatones, capaces de producir peligrosos sacudones del terreno, y hasta de superar la resistencia del subsuelo. Cabe suponer que el Greeley fue uno de esos modelos en escala reducida. Así y todo, les sonidos de Nevada y Semipalatinsk consiguieron aterrar a los observadores: día a día, las superpotencias gruñen más fuertemente.
Copyright Newaweek, 1967.
PRIMERA PLANA
N° 213-24 de enero de 1967
 







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