Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 
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LA NAVE VACÍA

La Luna no tuvo sobresaltos durante largo tiempo. Desde noviembre de 1969, cuando Charles Conrad y Richard Gordon la visitaron durante 31 horas, nada ni nadie habían alterado su calma celestial. La paz acaba de romperse: el domingo 20, la estación automática soviética Luna-16 alunizó sin tropiezos en la región del Mar de la Tranquilidad.
El programa, parece, se cumplió en forma precisa: los equipos tomaron fotografías de excelente calidad, recogieron muestras por medio de un taladro eléctrico, las colocaron en un recipiente hermético; por fin, sin estruendo, la nave despegó con destino a la Tierra. La plataforma de alunizaje, entretanto, continuará transmitiendo datos complementarios acerca de las temperaturas y la irradiación, desde el satélite.
La prensa, al menos en Occidente, tomó el acontecimiento como al descuido. Quizá resulte un error: es la primera nave que abandona, en forma automática, la superficie de un cuerpo celeste; también revela un cambio en la filosofía aeroespacial soviética. Es que, después de algunos fracasos, los expertos rusos habían decidido conceder escasa prioridad a las exploraciones lunares; optaron por cambiar de rumbo; enviar, por un lado, misiones tripuladas alrededor de la Tierra; por otro, hacer lanzamientos de larga distancia hacia otros planetas, sin tripulación.
En realidad, la Luna había brindado a los soviéticos sinsabores y alegrías. En diciembre de 1966, la Luna-13 sondeó la superficie selenita con una varilla metálica y escrutadores rayos X; pero nunca regresó a la Tierra. La Sond-6, en noviembre de 1968, cumplió sin tropiezos un breve vuelo orbital alrededor del satélite. La Luna-15, por fin, trató de adelantarse al vuelo de la Apolo-11, el año pasado. Fracasó, aunque en realidad nunca se dijo qué había pasado con ella; los especialistas occidentales aseguran que se estrelló mientras trataba de ganarle de mano a la nave de Neil Armstrong. La semana pasada —con alguna demora, por supuesto—, la agencia oficial Tass explicó que el fracaso había sido parcial: la Luna-15 orbitó durante un tiempo como satélite artificial de la Luna.
Aunque fueron los primeros en llevar un hombre al espacio, los soviéticos parecen inclinados a operar con equipos automáticos, sin tripulación. Es indudable que este procedimiento les resta a los viajes sabor de aventura, pero hay que reconocer, por otro lado, que tiene ciertas ventajas. La principal —además del riesgo humano que ahorra—: las investigaciones más serias consideran que los planetas resultan menos hospitalarios de lo previsto. Según parece, salvo Marte, los astros se niegan a recibir, por distintas razones, la visita de los curiosos terráqueos. En consecuencia, el camino deberá ser cubierto por estaciones no tripuladas.
La Luna-16 constituye una buena muestra de que la hazaña no es imposible. “Debemos considerar a este vuelo como una nueva etapa de la exploración del Universo”, estimó Glev Chebotariev, director del Instituto de Astronomía Teórica de la Academia de Ciencias de la URSS. “El estudio de la Luna y de Marte —agregó— tiene especial importancia para los astrónomos: podrá resolver los viejos interrogantes acerca del origen del sistema solar, una duda que persiste.”
En lo inmediato, el viaje servirá para diagramar la trayectoria de nuevos vuelos, ayudará también a completar y corregir los mapas de la Luna y a conocer mejor su campo gravitatorio.
Sumará puntos además —aunque no se diga— en el tablero invisible del prestigio internacional; porque la ciencia, hay que admitirlo, marcha hoy de la mano de la política. Y, en los países superdesarrollados, casi podría decirse que camina encadenada a ella.
Los soviéticos, en ese sentido, no tardarán en anotarse un poroto: ya enviaron una estación automática, no tripulada, hacia Venus; se calcula que la nave llegará a destino a principios del año próximo. Es probable que sus coexistentes pacíficos ya estén preparando —no es cuestión de rezagarse— alguna respuesta a la proeza de sus rivales.
El jueves, a las 2.26 (hora argentina), la hazaña dio la última puntada; descendió a unos 30 kilómetros al sudeste de Gerskasgan, en la República de Kasakashtan. Al entrar en las capas bajas de la atmósfera, la Luna-16 fue frenada por un paracaídas; los helicópteros que sobrevolaban la estepa lo avistaron de inmediato y acudieron sin inconvenientes al rescate.
La historia se repite: el material lunar extraído será examinado por un grupo de sabios -—se anunció—; los resultados se publicarán en poco tiempo. La publicidad en torno al viaje, sin embargo, difiere de la norteamericana: los soviéticos no se cansan de insistir en que su método es superior. “La nave automática cumplirá ahora el papel principal en la exploración del espacio exterior”, proclamó el científico Boris Petrov.
Revista Primera Plana
29.09.1970
 
 

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