Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

nicola paone
Antes y Ahora
DE LA CAFETERA A LA PASTASCIUTTA

Nació en los Estados Unidos y su infancia transcurrió en Sicilia, Italia. Pero el trovador Nicola Paone (50) alcanzo su mayor gloria en Argentina a principios de la década del 50. Sus canciones alcanzaron gran popularidad durante sus giras, la última en 1955. Actualmente regentea su propio restaurante en Nueva York, donde lo entrevistó el corresponsal Juan A. Abraham

Argentina era, para mí, la Meca. No sé por qué, pero desde chico se me puso en la cabeza esa idea: tenía que ir. Y estuve diez años, vea, tratando de conectarme bien para ir. Pero no pasaba nada. Hasta que un día le mandé unos discos a Jaime Más y, como Jabón Federal no tenía con quién empezar la temporada, me contrataron”.
Casi sin darle importancia, N¡cola Paone —aquel sonriente ídolo que hace 20 años cantaba 'Ué paesano'—, rememoró para Siete Días
el espectacular suceso que lograra en nuestro país a fines de la década del 40 y principios de la siguiente. Actualmente dedicado a la gastronomía, dialogó hace una semana con el corresponsal Juan Abraham, en su restaurante —el Paone—, uno de los más apreciados de Nueva York. Allí, mientras supervisaba las idas y venidas de los mozos y el funcionamiento de la cocina, fue hilvanando recuerdos de aquella época.
“Mucho se habló de lo que yo ganaba —recordó—, pero le voy a contar la purísima verdad. En mi primer viaje, el contrato fue de sólo 18 mil pesos mensuales. Con ese dinero tenía que hacer radio, teatro y night club. Tenía que pagar los porcentajes, mi habitación en el Alvear, los impuestos y —para estar de acuerdo con el éxito que tuve desde el comienzo— hasta alquilar un coche con chofer... Durante tres meses me las rebusqué con plata que me mandaba mi mujer desde Estados Unidos. Además, en esa temporada inicial perdimos la oportunidad de hacer mucho dinero porque mis agentes no se esperaban un suceso como el mío. Creían que era uno de los tantos que llegan, están unos días sin pena ni gloria y se van con unos pesitos en el bolsillo. Yo, en cambio, estaba seguro de mi triunfo porque antes de viajar a la Argentina había vendido millones de discos de Ué paesano, La Cafetera y Señora maestra entre la colectividad italiana de Estados Unidos y Canadá.
—Sin embargo, usted no se fue de la Argentina con las manos vacías, ¿verdad?
—Bueno, Radio Belgrano tenía opción para renovar mi contrato y me dieron algo más. Llegué a los 50 ó 60 mil pesos, pero seguía siendo poco. Donde realmente hice plata fue en una película para Argentina Sono Film: allí me llevé 300 mil pesos.
NP es de los que largan las cifras sin reparos, acaso orgullosamente. "Es que —explicó— yo pagué toda mi vida los impuestos correspondientes y nunca me asustó la visita de un inspector. Soy de los que piensan que esquivar los impuestos es defraudar a un país, y a mí me gusta dormir tranquilo". Claro que —con tranquilidad o sin ella—, sería la tercera visita a la Argentina la que presentaría las más auspiciosas perspectivas económicas para Paone y la que terminaría con las más insólitas complicaciones. Nostalgíoso, recordó aquellos incidentes: “Yo era muy popular —sonríe—, y tanto que podía pedir lo que quisiera. Radio Belgrano, que dos años atrás (1953) me había pagado una miseria, me ofreció 50 mil dólares por dos meses de actuación. Pero caí a Buenos Aires al poco tiempo del derrocamiento de Perón y unos días antes de que una bomba matara a varios soldados en Campo de Mayo. Y a mí me vincularon con eso: ¡a mí, que nunca fui peronista ni antiperonista! ¡Qué iba a ser! Si yo no era argentino —nací en Estados Unidos—, así que no me metía con unos ni con otros. Yo cantaba para quien quisiera escucharme”.

MI PARTIDO ES LA MUSICA
"Antes de mi aparición en Radio Belgrano, algunos empezaron a decir que yo era peronista, que iban a bombardear la radio si yo me presentaba y un montón de amenazas más. Y bueno: la cuestión es que se suspendió el debut y tuve que empezar a hablar con el gobierno para presentar mi causa. Me consideraban peronista porque había cantado en actos partidarios. Se ve que los que me acusaban no sabían lo que significaba recibir una cartita en la que a uno le dicen Tenemos el placer de comunicarle que usted va a cantar en la Plaza de Mayo. Era la clase de invitaciones que un artista no podía rechazar".
"Pero logré librarme de tales cargos gracias a los archivos de la embajada de mi país. Es que dos años antes, yo había ¡do a ver al embajador norteamericano justamente para preguntarle si tenía alguna manera de rescindir el contrato, y no porque yo tuviera nada contra el peronismo, sino que eso de cantar en actos políticos me perjudicaba ante mi público no peronista... Pero la embajada no pudo hacer nada y me las tuve que aguantar”.
“Pero igual me fui, y no me importó el contrato por los 50 mil dólares. El contrato podía ignorarlo porque no se respetó la fecha allí acordada. Con el disgusto y los problemas que tuve debía haberme ¡do el mismo día en que me acusaron injustamente. Pero me quedé dos meses casi encerrado en mi departamento de la calle Callao, esperando que se arreglara todo. Porque me gustan las cosas claras. Y un día —me acuerdo, eran las seis de la tarde— me llamó el abogado diciéndome que todo estaba solucionado. Entonces reservé el primer pasaje y a la mañana siguiente me fui del país. Me tragué dos meses, sí, pero fueron necesarios para demostrar que Paone es un hombre honesto. Para poder decir lo de siempre: que mi partido es la música y mi religión mi familia”.
Paone se ensombrece. Y, con la voz un tanto más dulce, comenzó a desgranar recuerdos íntimos, apenas audibles, como confidencias del gran divo de hace veinte años: “Qué tiempos... Los antiperonistas me daban la espalda y los peronistas también. Y la Revolución Libertadora me mandaba a la policía a mi departamento a ver si yo escondía peronistas prófugos, como antes los peronistas me allanaban para ver si escondía curas contreras... Y le voy a contar más: algo que nunca dije hasta ahora... Una vez, en Mendoza, prometí a los hermanos de la orden de los Josefinos que cantaría en una función a beneficio para unos chicos del convento. Eran 60 y dormían en el piso. Pero yo no podía cantar —por el contrato— hasta que pasaran catorce días de mi última actuación en la ciudad. Entonces me quedé esperando y paseando. Pero un día antes de la función programada, se me acercaron unos señores a la mesa en que tomaba un cafecito y me dijeron que el gobernador quería verme. Yo estaba de sport, imagínese, pero me dijeron que daba lo mismo... Me llevaron y el gobernador resultó un caballero. Diplomáticamente, me dio a entender que si cantaba para los curas iba a tener problemas porque las relaciones de ellos con algunos grupos del gobierno no andaban muy bien... Entonces yo le dije: Mire, yo canto igual; al fin Y al cabo los chicos son argentinos y no italianos. Y bueno, el gobernador lo pensó y me contestó: Tiene razón. Vaya y cante que no tendrá problemas. ¡Y hasta me puso escolta policial! El beneficio fue un éxito... "
“¿Sabe lo que pasa? Que yo, para la beneficencia, soy mandado a hacer. Hace tres años me pidieron que fuera a Buenos Aires al programa televisivo La Campana de Cristal. Y querían pagar hasta el pasaje de mi mujer. Pero yo les dije que con el mío bastaba, que el otro lo vendieran e hicieran una donación”.

EL PASADO NO IMPORTA
El dueño del Nicola Paone Restaurant es, para la mayoría de sus clientes, un señor que se preocupa muy afablemente de los comensales y trata de cumplir en la práctica con la nada modesta presunción de que el suyo es el "mejor restaurante de Nueva York”. Pocos conocen de sus andanzas como trovador en estas pampas, salvo que tengan vinculaciones con las colectividades itálica o latinoamericana. Algunas fotos se esconden en la semipenumbra de una de las paredes. A su selecta clientela —casi todos norteamericanos que en la veintena de mesas se disponen a pagar hasta diez dólares por plato— lo único que parece interesarle es que la comida esté de acuerdo con la fama
de la casa. Es que los platos italianos "a la Paone” son una institución neoyorquina que atrae clientes al local de la calle 34, cerca del imponente Empire State. Atracción que es producto de una fórmula “mágica", según Paone: “El éxito tiene la medida del esfuerzo y la paciencia —aseguró muy orondo—. No puede fallar. El que apura al éxito, fracasa. Para triunfar hay que prepararse. Fíjese que yo, antes de cada gira por la Argentina, me preparaba tres meses ensayando y componiendo. Y lo mismo lo apliqué al restaurante. Porque la comida es como la música: hay que saber hacerla”.
“No crea que yo añoro mis épocas de cantante. Lo único que me importa es trabajar y yo pienso en el futuro y no en el pasado”. Es que a los 50 años —con un hijo de 28—, NP se siente lo suficientemente joven “como para pensar sólo en lo que viene. Tengo 14 empleados que manejar, atiendo personalmente y además todas las noches canto con Delia, mi mujer, junto al piano o con la guitarra. Duermo cuatro horas por día y ando todo el tiempo de acá para allá. Y le juro que voy a llegar a cumplir con mi sueño, ¿eh? Poner una escuela de cocina, que fue la ambición de toda mi vida. Así podré trabajar dos o tres días por semana y dedicar el resto a componer música. Ya no hago giras ni grabo tanto como en otros tiempos —mi último disco lo grabé hace más de un año—, pero sigo escribiendo canciones. Tengo más de 300 y cuando camino voy pensando en una nueva. Pero escribir es cosa casual: a veces tardo una hora, a veces tres meses. Ué paesano, por ejemplo, la escribí en el tren, de Siracusa a Rochester, emocionado por la despedida del público, en la estación... Y Dónde puso el huevo la gallina ¿se acuerda? ésa se me ocurrió en un restaurante de Buenos Aires, en un homenaje que me hicieron los artistas argentinos. Bueno, en una de ésas Dringue Farías empezó a tirarse huevos con los demás. Ahí nació la idea...”
—¿Y por qué se hizo cocinero?
—Por pasión. En lo mejor de mi carrera artística, me hacía tiempitos para tomar cursos de cocina y repostería. Y cuando me fui de la Argentina, hice una gira por Italia y en Europa me decidí a empezar esta nueva etapa. Y llevo quince años.
—Pero, ¿no piensa volver a cantar?
—Cantar, canto siempre. Pero no volvería a cantar ante miles de espectadores. Sólo lo haría en forma íntima, con temas que hagan llorar, reír, cantar, pensar. Porque ahora a la música hay que darle un contenido más social. El público debe reflexionar. La época del Paone que ustedes conocieron, ya pasó... Es así.
Para un restaurante de la categoría del Paone, es fundamental la discreción. Pero NP confesó que entre sus clientes se cuentan monseñor Fulton Sheen, Henry Kissinger, senadores varios y hasta el mismísimo Richard Nixon, desde los tiempos de la vicepresidencia. Nicola Paone, artífice de una mutación personal en dos décadas, parece haber superado su nacimiento en un hogar de inmigrantes de Pensylvania, su infancia en Sicilia, su éxito como autor y como intérprete en los comienzos de la década del 50. Hoy, cocinero y repostero, enfatiza su filosofía de la vida: “Lo lindo es dejar un éxito atrás y no llorarlo. Siempre hay que empezar otro”.
Revista Siete Días Ilustrados
14.08.1972
 

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