Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 

Truman
A 27 AÑOS DEL LANZAMIENTO DE LA PRIMERA BOMBA ATOMICA
En la madrugada del 6 de agosto de 1945, un apocalíptico estallido pulverizaba a Hiroshima y sus habitantes. Una crónica detallada de las 24 horas que precedieron al dramático episodio y la actitud de su responsable: el presidente Harry Truman

El Genio del Bien se decidió a luchar contra el Genio del Mal ante los azorados ojos del Emir de los Creyentes y la aterrorizada corte de Bagdad. El Genio del Mal abrió las puertas de la Tierra; ambos genios, trasformados en fieras, combatieron ferozmente. Triunfó el Genio del Bien. Viéndose perdido, el Genio del Mal abrió las puertas del Agua; ambos se trasformaron en peces y lucharon. Venció el Genio del Bien. Viéndose perdido, el Genio del Mal abrió las puertas del Aire; se trasformaron en águilas, y pelearon. Triunfó el Genio del Bien. Viéndose perdido, el Genio del Mal abrió las puertas del Fuego, y lucharon. Venció el Genio del Bien y dio muerte al Genio del Mal. Pero inmediatamente el Genio del Bien se preparó a morir a su vez, tras explicar que, cuando alguien abre las puertas del Fuego para luchar, ambos, vencido y vencedor, deberán morir inexorablemente. No es más que un cuento de 'Las mil y una noches' que, siglos ha, deleitara a los pueblos de idioma árabe antes de trasvasarse a Occidente. Centurias después, ese cuento adquiriría la terrible dignidad de una parábola el día en que el presidente norteamericano Harry S. Truman decidió abrir —quizás en nombre de una causa justa, pero eso no importa— las puertas del fuego atómico.

LA MAYOR JUGADA DE LA HISTORIA
Esa medianoche del 5 de agosto de 1945, el crucero Augusta cruzaba el Atlántico, rumbo al Oeste, sin las precauciones de meses antes. Increíblemente, la guerra contra Alemania parecía muy lejana; ya no había submarinos, y el Augusta, con sus portillas abiertas, despedía titilantes luces. Se mantenían algunas guardias, sobre todo por fórmula. En la cámara principal, los oficiales estaban sentados ante una taza de café. En el sitio de honor, el único pasajero de la nave, un ex camisero de Missouri, desplegaba ante los ojos de los jóvenes marinos, algunos arcanos del poder y la gloria. Podía hacerlo: el actual oficio del ex camisero era el de presidente de los Estados Unidos.
Truman regresaba de la conferencia de Potsdam, tras haber decidido alegremente, junto con Stalin y Atlee, la división de Alemania y Europa, y haber sembrado las semillas de la guerra fría. Fue la muerte, en realidad, la que proporcionó al camisero de Missouri la única e increíble oportunidad de su vida: ser presidente. Franklin Delano Roosevelt había muerto tres meses antes y el vicepresidente (Truman) ocupó su lugar, sellando con el sí de su juramento presidencial una larga cadena de afirmaciones. Es que el ex camisero había dicho sí permanentemente. Sí a los delegados del partido. Sí a un presidente con demasiado carácter. Si a los factores del poder. Y sí a la bomba atómica, un sí final tras una sinfonía electoral de afirmativos musitados, dichos o gritados.
En el Augusta, esa noche del 5 de agosto, los oficiales tenían la oportunidad de su vida. Estaban conociendo los entretelones del poder. El teniente Walter Berberich, médico de a bordo, quiso saber algo:
—¿Qué pensó usted de José Stalin, señor?
Las luces del salón se reflejaron en los anteojos de Truman. Luego, mirando a Berberich —porque también sabía manejar sus efectos especiales— contestó:
—Pensé que era un hijo de p...
Nadie se rió, porque no era cosa de tomar a la ligera semejante afirmación cuando quien la decía era el presidente de los Estados Unidos y se refería al jefe de una poderosa nación aliada. Sin embargo, Truman siguió manejando sus efectos especiales:
—Claro —sonrió ahora— creo que él piensa que yo también lo soy.
Ahora sí los oficiales se rieron. La tensión se había aflojado, pero no tardaría en reaparecer. Berberich se animó a hacer otra pregunta:
—¿Se han sostenido conversaciones en Potsdam para incorporar a la Unión Soviética a la guerra del Pacífico y acelerar la caída del Japón?
Por una vez, el presidente dijo no:
—No, no se trató ese tema.
Claro qué si los rusos se habían mostrado algo difíciles en Potsdam, ello no tenía mayor importancia. Los Estados Unidos habían inventado un arma enteramente nueva, de tal fuerza y naturaleza que —según Truman— ya no necesitarían ni a los rusos, ni a nadie.
—Una bomba tan poderosa —explicó— que una sola de ellas equivale a la explosión de 20 mil toneladas de TNT simultáneamente.
Los oficiales del Augusta trataron inmediatamente de convertir esa terrorífica cantidad en andanadas de sus baterías de ocho pulgadas. Truman no les dio tiempo, y les explicó que la nueva arma se había construido en medio del más absoluto secreto, financiada por vía ejecutiva empleando los fondos presidenciales de emergencia, sin enterar al Congreso. Cuando finalizó, la tensión había llegado al máximo. Nadie pudo decir nada. Truman realizó otro de sus efectos especiales: dio las gracias y se levantó. Pero antes remató la escena con un digno final.
—Caballeros, es la mayor jugada de la historia.

EL HONGO Y LAS VISPERAS
Mientras el presidente Truman, en su cámara del Augusta, releía sus apuntes tomados en Potsdam, la vida proseguía en los Estados Unidos como siempre. La guerra ya había prácticamente terminado. Los boys volvían a casa.
El american way of life estaba, por el momento, a salvo, lo mismo que ese limpio estilo americano que enorgullecía a los yanquis de pura cepa. Ese domingo 5 de agosto, los norteamericanos se deleitaban observando y comentando el único cambio producido durante la guerra, en la liga profesional de béisbol. Los resultados de esa fecha señalaban leves desquicios. El Washington Senators, doble vencedor en Boston (5-4, 5-1), trepaba a la cabeza de la tabla de posiciones al perder el puntero, el Detroit, dos partidos en Chicago. Los resultados eran más previsibles en la Liga Nacional: el Chicago Cubs había ganado dos partidos ese domingo, y se distanciaba, con seis puntos de ventaja, en la cúspide de la tabla de colocaciones. En Nueva York hacía calor: un día de verano con 27 grados, un domingo realmente bueno, el primero desde principios de julio. Los neoyorquinos lo aprovecharon bien. Los diarios publicaron las consabidas estadísticas: un millón y medio de personas en la playa de Coney Island. Dieciocho de ellas fueron salvadas a punto de morir ahogadas; no hubo ninguna víctima. Noventa y dos niños se perdieron, pero sus padres los recuperaron tras la búsqueda del servicio de vigilancia. No eran los únicos padres y madres que recuperaban a sus hijos: ese domingo por la mañana el trasporte Santa Margarita, en el puerto de Staten Island, descargó 302 veteranos de la guerra del frente europeo. Era una cuota insignificante comparada con los 15 mil que desembarcaron, días antes, del Queen Mary: una división entera.
En Stamford, Connecticut, Clare Boothe Luce, miembro del Congreso, utilizaba sus vacaciones preparándose, ensayos mediante, para una representación veraniega de Cándida, de George Bernard Shaw. La diplomática, apasionada por las tablas, era la protagonista de la obra, que se representaría durante una semana en el Stamford Strand Theatre.
Era una buena época, incluso para el show-business. Había grandes estrenos: Incendiary Blonde, con Betty Hutton, y Wonder Man, con Danny Kaye. (Estaba también el teatro in Broadway: Life with Father había llegado a su representación número 2.400. Y la música, por supuesto, no se quedaba atrás: era el apogeo de las grandes bandas de swing, música alegre, chicas con faldas cortas —ya entonces— y piernas largas y estilizadas. En los dancings se bailaban los últimos hits: 7/7/ the End of Time, Sentimental Journey, Don’t Fence me In y The Troley Song. Para los intelectualizados, nada mejor que Por Siempre Ambar, el best-seller de turno.
En fin, todo iba mejor en los Estados Unidos. Lástima que horas
después, Haya no Susukida alzó sus ojos el cielo de Hiroshima: envuelta en la nube del hongo atómico creyó ver una. figura con guadaña en la mano.
—¡La mayor jugada de la historia, caballeros! —había dicho Harry S. Truman.

LO QUE NOBEL NO SOÑÓ
En uno de los aviones B-29 que participaron en el raid atómico contra Hiroshima, el científico Luis Álvarez, momentos después de arrojar La Bestia, La Bomba o, simplemente, Little Boy —su apodo definitivo—, tomó un papel de su block y comenzó a escribir una carta a su hijo: “6 de agosto de 1945, a 10 millas de la costa japonesa, a 8.500 metros de altura. Querido Walter: Esta es la primera carta que te escribo, y es para que la leas cuando seas mayor. Hoy, el aeroplano que encabeza nuestra pequeña formación arrojó una sola bomba que probablemente estalló con la fuerza de 15 mil toneladas de poderosos explosivos. Esto significa que los días de grandes bombardeos, con varios, cientos de aviones, han pasado a la historia. Un simple aeroplano disfrazado de trasporte inofensivo puede ahora arrasar una ciudad. Para mí, esto significa que las naciones tendrán que ponerse de acuerdo de una forma amistosa, o sufrir de la noche a la mañana. El pesar que siento por haber tomado parte en la matanza de miles de ciudadanos japoneses, esta mañana, está mitigado con la esperanza de que esta terrible arma que nosotros hemos creado pueda aunar a todos los países del mundo para evitar guerras futuras. Alfredo Nobel pensó que su invento de poderosos explosivos produciría ese efecto, al hacer las guerras demasiado terribles; mas, por desgracia, ocurrió lo contrario. Nuestra fuerza destructora es miles de veces peor de lo que Nobel pudo soñar...”

COMO GANAR UNA PARTIDA
El 6 de agosto, en el crucero Augusta, Franklin H. Graham, capitán del Ejército de los Estados Unidos y uno de los oficiales de la Casa Blanca que estaban permanentemente al lado del presidente, había abandonado por un momento su guardia para comer. No pudo terminar su almuerzo: unos minutos antes del mediodía, un subalterno entró apresuradamente y le entregó un mensaje en clave que había llegado a través del circuito especial de la Presidencia. Estaba dirigido a Truman, y era bastante breve. Graham lo descifró en seguida: “Gran bomba lanzada en Hiroshima, 5 de agosto a las 7.15 de la tarde, hora de Washington. Primeros informes indican éxito más completo que la prueba anterior”.
Graham se quedó inmóvil, mudo. Luego reaccionó como un buen oficial: tomó un mapa de Japón, ubicó a Hiroshima, la señaló con un grueso trazo circular en rojo y corrió hacia el gran comedor de marineros. Truman compartía con ellos el almuerzo. Hacía mucho calor: el Augusta había entrado en el Gulf Stream, rumbo a Newport. El viaje estaba a punto de terminar. Rodeando al presidente, en una mesa, había hombres de Connecticut, California, Nueva York, Nueva Jersey, Arkansas y Minnesotta. Graham, ceremoniosamente, entregó el parte. Truman respiró hondo. Engoló su voz y dijo: “¡Capitán, esto es lo más grande de la historia!”.
Mientras la expectativa y el desconcierto por las palabras presidenciales aumentaban, un segundo mensaje estaba llegando. Lo recibió el teniente de la Marina George M. Elsey; tras descifrarlo, lo llevó a su destinatario presidencial. Truman estaba cada vez más entusiasmado: "Recibida más información relativa al Manhattan. Hiroshima bombardeada visualmente a las 052315 Z, con sólo una décima de espesor de nubes. No hubo oposición de cazas ni metralla. Parsons informa como sigue, quince minutos después del bombardeo: éxito completo en todos los aspectos; efectos visibles superiores a los de toda otra prueba. Condiciones normales del aeroplano después lanzamiento bomba”.
Truman, excitado, se puso de pie, y alcanzó el mensaje al secretario Byrnes, quien comía en otra mesa. "¡Hay que volver a casa!”, dijo.
El teniente Elsey dijo a Truman que había escuchado, por la radio de a bordo, una noticia radiada desde Washington, según la cual el presidente había anunciado el lanzamiento de la bomba atómica contra Hiroshima. Evidentemente, Stim-son había publicado ya la declaración previamente preparada para cuando llegara esa ocasión. Truman entendió que ya podía hablar claro. Con un tenedor golpeó un vaso para pedir silencio, un gesto de discutible urbanidad. Todos callaron, mientras el presidente anunció que una nueva arma, llamada bomba atómica, había sido utilizada devastadoramente contra el Japón. Todos prorrumpieron en hurras. Truman no aguardó a que se acallaran los ecos. Se dirigió a la sala de oficiales y penetró bruscamente; algunos comenzaron a levantarse, pero él les indicó con un gesto:
—Continúen sentados, caballeros. Tengo que anunciarles una noticia.
Hizo una pausa. Miró a los oficiales uno a uno. Luego dijo:
—Acabamos de lanzar en el Japón una bomba que tiene más potencia que 20 mil toneladas de TNT. Ha sido un éxito abrumador. ¡Hemos ganado la partida!
Pausa. Y una frase musitada: —¡Hoy hemos hecho historia, caballeros!
Luego vino lo de Nagasaki. Las Puertas del Fuego ya estaban abiertas.
Mario Massouh Elmir

_recuadro en la crónica_
COMO SE INFORMARON LOS JAPONESES
Lo que sigue es la trascripción textual de un parte radiofónico nipón anunciando la agresión atómica sobre Hiroshima. Fue captado por una estación monitora del Servicio de Información de Guerra del Pacífico, y retrasmitido a Washington un día después del ataque.
PD A WA Y OWI
P31148 H30752 SERVICIO JAPONES DEL HOGAR KON (630 KCS) MARTES 6:00 H. 8/7
(Texto) Un pequeño número de B-veintinueve sobrevoló la ciudad
de Hiroshima ayer, poco después de las ocho de la mañana, y dejó caer un pequeño número de bombas. Como resultado se produjeron incendios en varias partes de la ciudad y un considerable número de hogares quedaron reducidos a cenizas.
Las bombas pertenecientes a este nuevo tipo están provistas de paracaídas y parece como si explotaran en el aire. Se están llevando a cabo investigaciones con respecto a la efectividad de esta bomba, que no debe ser menospreciada.
El enemigo ha demostrado una vez más su sangre fría y naturaleza cruel matando a personas inocentes con el empleo de este nuevo tipo de bomba. Se cree que el enemigo, encontrándose en condiciones dificultosas, está dispuesto a terminar la guerra por la vía rápida. Por consiguiente, ha empezado a utilizar este nuevo tipo de bomba.
Cabe esperar que él enemigo vuelva a utilizar esta bomba en el futuro. En cuanto a las medidas para contrarrestar esta bomba, se anticipa que serán tomadas todo lo más rápidamente posible. Hasta que se adopten estas medidas por las autoridades gubernamentales, es necesario, para el público en general, fortalecer el presente sistema de defensa aérea.
Como se ha indicado con frecuencia en el pasado, el público debe guardarse bien de menospreciar al enemigo por el simple hecho de que haya efectuado bombardeos con un pequeño número de aeroplanos. El enemigo ha hecho una propaganda en gran escala sobre la efectividad de este tipo de bomba, pero tan pronto adoptemos medidas enérgicas para contrarrestar sus efectos, el daño quedará reducido al mínimo.
Debemos tener cuidado en todo momento para no ser víctimas de las maquinaciones del enemigo. (JER-TB).
MRB 8/7 — 1134 EWT

Revista Siete Días Ilustrados
7/8/1972
 
Truman
 

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