Mágicas Ruinas
crónicas del siglo pasado

 
ugo la malfaHISTORIA
LA CAPITAL DE DOS ESTADOS

La semana pasada —el domingo 20 de setiembre— se cumplieron cien años de la ocupación de Roma por tropas piamontesas; para conmemorar el aniversario con la colectividad italiana, el Diputado Ugo La Malfa aterrizó en Buenos Aires.
El máximo dirigente del Partido Republicano sólo comparte su conducción con Oronzo Reale; por lo menos, en cada cambio de Gabinete, se turna con él para cubrir un Ministerio, la cuota habitual que el 'centro sinistra' reserva a ese diminuto sector. Afable, de risa fácil y contagiosa, con un tostado mediterráneo que contrasta con sus elegantes canas, pocos se atreverían a sospechar que La Malfa cumplió 67 años hace tres meses.
Nacido en Palermo (Sicilia), graduado en Ciencias Diplomáticas, fue activo opositor al régimen de Mussolini y debió cambiar de ciudad en busca de mejores aires. Tampoco pasaría en Milán mucho tiempo: pronto se exiló en Suiza. Antes, junto a una pléyade de intelectuales conducida por Carlo Roselli, había fundado el Partito d’Azzione, que en 1945 alcanzó el poder con Ferruccio Parri. En esa fecha, La Malfa integra por primera vez el Gabinete como Ministro de Comercio Exterior.
Su vocación política es innata: se apasiona con sus temas, repite eficaces latiguillos, esquiva las preguntas incómodas. Elige la primera persona del plural para esconder su autosatisfacción; habla con las manos, quizá porque sus pequeños ojos se extravían tras el aumento de las gafas. El miércoles 23 recibió a primera plana en la Embajada italiana, entre lujosas ediciones del Dante, o de pintura renacentista, repantigada su fina silueta en un sillón de pana.
—Durante 60 años, el Estado italiano (monárquico, liberal) no pudo llegar a un acuerdo con el Pontificado. ¿Debe entenderse que había una contradicción intrínseca entre el catolicismo de aquella época y las ideas del Rissorgimento?
—Es que hubo una oposición fundamental. En 1849, Pío IX quería contribuir a la batalla contra las potencias europeas; luego su posición se endureció. Mazzini, al frente de su breve República Romana, ofreció respetar la independencia de la Iglesia, y Cavour, más tarde, propuso: Libre Estado y Libre Iglesia. El Papa, inflexible, no quiso aceptar; de hecho, sólo quedaba una posibilidad: la ocupación.
Una vez tomada Roma, la famosa Ley de Garantías aseguró la plena independencia; pero el Vaticano y su comunidad religiosa perseveraron en la protesta: al parecer, no había fórmulas de arreglo. El conflicto persistió, aunque con Giolitti [Giovanni] los católicos comenzaron a participar; después de la Primera Guerra, con Sturzo [Luigi], confluyeron en el Partido Popular.
—En los últimos 40 años, el Papa no se entendió mal con el fascismo —dictadura reaccionaria, aunque con apoyo popular—, y con un régimen de democracia social en el que los comunistas han tenido participación activa, sobre todo en el período constituyente. ¿De esto se desprendería que eran exagerados los temores del Papado sobre la pérdida de independencia que lo amenazaba si perdía el poder temporal?
Sin duda que eran exagerados. Nadie disiente hoy en Italia el acuerdo a que se llegó en la época del fascismo: los Pactos de Letrán —incorporados a la Constitución por una Asamblea Constituyente—, Ahora, simplemente, los laicistas proponen —junto a grupos avanzados de la Democracia Cristiana— una revisión del Concordato; también hay quienes desean eliminarlo de la Constitución.
—¿Usted está entre los últimos?
—No, estoy por la revisión.
—Como todo el problema es el divorcio, ¿cree que se puede establecer sin previa reforma de las normas concordatorias y aun de la Constitución?
—Estoy con el Parlamento: como usted sabe, salvo la oposición de la Democracia Cristiana y el Movimiento Social Italiano (MSI), estimo que el reglamento del matrimonio es prerrogativa del Estado; los opositores a esta teoría responden que el problema debe tratarse en forma bilateral, como afirma el Concordato.
—Con relación a esas prerrogativas, ¿estima que en este cuarto de siglo —gobernado el país por un partido católico— se ha logrado preservar en forma suficiente las del poder civil?
—Hay un hecho importante: el catolicismo comprendió hace tiempo que no puede gobernar sin el apoyo de los partidos laicos. Al principio, Alcide de Gasperi aceptó a los liberales, luego entraron los socialdemócratas y por fin los republicanos. Ahora, todo, marcha mejor. Sin embargo, es cierto que en los primeros tiempos hubo injerencia del Vaticano, una actitud que nosotros lamentamos; pero esa intervención fue disminuyendo en el período de Juan XXIII, para extinguirse casi totalmente.
—Frente a esa influencia del Papado, su Partido, laicista, siempre se colocó a la defensiva; ahora, ¿ha evolucionado ese pensamiento, por lo menos en la medida en que evolucionó el catolicismo?
—Nuestro Partido siempre luchó contra el poder temporal y su antipática ingerencia, contra la oposición de la iglesia a la democracia reformista. Resueltos esos problemas, los republicanos comenzamos a ocuparnos de otros asuntos. Ahora queremos crear, frente al Partido Comunista, una izquierda con programa adecuado a la realidad italiana, con una política exterior clara y conocida. No queremos ser Grecia ni Chescoslovaquia. Parece que el pueblo ha entendido nuestros planes: en las últimas elecciones regionales duplicamos nuestro caudal electoral.
29/IX/70 • PRIMERA PLANA
(acerca de Ugo La Malfa ver https://es.wikipedia.org/wiki/Ugo_La_Malfa )
 







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