Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO
DE TODAS PARTES


Sharon: "no me voy derrotado"

Israel
El enroque de Sharon

Revista Somos
febrero 1983
un aporte de Riqui de Ituzaingó

 

 

Ariel Sharon —ministro de Defensa israelí, declarado culpable por la comisión que investigó las matanzas de Sabra y Chatila— fue obligado a renunciar al cargo. Se resistió hasta el final. Hubo disturbios callejeros. Resultado: Begin lo designó ministro sin cartera.

En Tel Aviv: rechazo a Sharon

Moshe Arens

 

Ariel Sharon había dejado de ser, cinco minutos antes, ministro de Defensa de Israel. Una reunión severa —por momentos tumultuosa— de la Knesset, el Parlamento hebreo, acababa de sustituirlo por un estrecho margen de votos: 61 a 56. Pero era evidente que hacía esfuerzos para conservar su fama de hombre imperturbable, con pretensiones de omnipotencia. Repartió abrazos y efusividades entre sus amigos y ex subordinados en el patio del edificio (donde una guardia de honor de las tres fuerzas armadas le rindió homenaje con redobles y toques de trompeta) y alcanzó a gritarles a los periodistas: "¿Ven que no me voy derrotado?" A pocos metros de él, uno de sus asesores decía -un poco en broma, un poco en serio—: "No lo quisieron como ministro de Defensa. . . entonces lo tendrán como primer ministro".
Es un pronóstico de cumplimiento difícil, la renuncia de Sharon no fue el producto de una simple decisión política (de él o del premier Menahem Begin), sino la consecuencia inevitable de la investigación que dispuso el propio gobierno de Tel Aviv en torno a la matanza de palestinos en los campamentos de Sabra y Chatila, en el Líbano, ocurrida el 16 de septiembre pasado. La labor de la comisión investigadora nombrada por Begin duró menos de cinco meses, y su resultado (virtual condena de una parte del gobierno israelí) representa un proceso ejemplarizador que tiene pocos antecedentes en el mundo. El informe Kahan (apellido del juez que presidió la comisión) no deja espacio a ambigüedades ni medias tintas: fue Elie Hobeicha, jefe de los servicios secretos de la Falange libanesa, quien guió a los milicianos falangistas a los campos de refugiados, lo que produjo el exterminio brutal de mujeres, chicos y ancianos: pero a algunos funcionarios del gobierno de Begin —especialmente a Ariel Sharon y al ministro de Relaciones Exteriores Yitshak Shamir— le responden responsabilidades inocultables.

LAS DOS CULPAS. Con las conclusiones de la comisión Kahan en la mano la mayoría de los diputados israelíes se opuso tenazmente a cualquier intento del ministro de Defensa por atrincherarse en su cargo. Afuera, renovadas columnas de manifestantes reclamaban la renuncia de todo el gabinete, mientras algunos carteles decían de Sharon: "Nadie puede ponerse por encima de la ley". ¿De qué se lo culpó concretamente? En primer lugar, de no haber adoptado las precauciones necesarias para evitar actos de represalia contra los habitantes de los campos palestinos. En segundo término, de no haber ordenado el retiro inmediato —tanto de Sabra como de Chatila, dos poblados de los suburbios de Beirut— de los falangistas, apenas supo la noticia de que en el sector occidental de la capital se habían producido las primeras matanzas. Ese sector estaba a cargo y control de las tropas de Tel Aviv.
Cargos similares se esgrimen contra el canciller Shamir y otros tres personajes importantes del problema: los generales Raphael Eytan —jefe del Estado Mayor—; Yehosua Saguy, jefe del servicio secreto militar, y Amir Drori, comandante de las fuerzas israelíes en el norte del Líbano.
Las últimas semanas fueron particularmente difíciles para el primer ministro Begin. Las conclusiones del informe Kahan reanimaron al dividido Partido Laborista de oposición y provocaron el paso al costado de pequeñas agrupaciones que, con sus votos en el Parlamento, permitieron la llegada del partido Likhud al poder. Simón Peres, líder laborista, vio en la reunión del lunes la oportunidad de lanzar un ataque a fondo contra el gobierno: "Están volcando todo el peso de la responsabilidad sobre la cúpula militar -dijo con tono airado, apenas el premier presentó su plan de reajuste ministerial, según el cual Sharon quedaría como ministro sin cartera-. En la práctica, eso es concederse un autoindulto político. Yo recuerdo un largo discurso de Begin en 1974, apenas terminaba la guerra de Yom Kippur, en el que exigía que renuncie todo el gobierno laborista por los errores de conducción militar comprobados en ese momento".
Begin replicó ásperamente: "Puedo dejar a Sharon como ministro sin cartera porque es una prerrogativa que me otorgó la comisión investigadora. Cuando nos decidimos a aceptar las recomendaciones de esa comisión sabíamos que estábamos ante una decisión muy, muy difícil. Ahora bien: no vamos a renunciar voluntariamente. Nadie puede pretender formar un gobierno sin concurrir a elecciones".

UNA CUESTIÓN TRAUMÁTICA.
Apenas se conoció el resultado de la comisión investigadora aparecieron con nitidez dos fracturas en Israel. Una es —ahora mayor que nunca— la que separa a los partidarios de Begin de los partidos moderados. Y otra tiene mucho que ver con el profundo impacto que tendrá la cuestión en el seno de las fuerzas armadas del país. En Israel, las fuerzas armadas son —tradicional e históricamente—la "nación en armas", la encarnación de la independencia y la soberanía del país. "Es distinta la intensidad con que repercutirá el informe Kahan entre los que llegaron a Israel en los años de la epopeya de su fundación (posguerra, 1948) y los que vinieron después —reflexionaba la semana pasada un columnista político de Tel Aviv—. Para los últimos, que integran las capas más bajas de la población y la base electoral de Begin, los militares, más que custodiar el honor de la nación, tienen que actuar como vengadores de los vejámenes que sufrieron (esos habitantes) en los países árabes". Lo que quiere decir, en el fondo, que el resultado de la investigación conmueve mucho más a los habitantes antiguos (los de origen europeo, en su mayoría partidarios del laborismo de Peres) que a las oleadas de inmigrantes de origen nordafricano que llegaron muchos años después de 1948. "Hoy por hoy, si hay elecciones anticipadas no vaya a pensar que arrasa la oposición —arriesgó el analista—. Tal vez Begin salga mejor parado que en la última oportunidad, cuando hubo en la práctica un empate entre gobierno y laborismo."
El dato no es aislado. En el seno del propio partido Likhud hubo fuerte resistencia a la decisión de Begin de apartar a Sharon. David Magen, uno de los diputados de la fuerza, amenazó con provocar una escisión. "Lo grave es que crece la amenaza de un militarismo que encuentra su sostén y su fuerza en la popularidad de Sharon y de los altos mandos", decía el diario independiente Maariv en una nota editorial de tono bastante preocupado. "Aquí hay olor a golpe de Estado", advertía, casi al mismo tiempo el Jerusalem Post.
Uno de los factores decisivos para obligar a Begin a aceptar la renuncia de Sharon fue la bomba que estalló en medio de un grupo de manifestantes hostiles al ministro de Defensa, pertenecientes al movimiento Paz ahora. A esa hora había otras manifestaciones (progobierno) en otros puntos de Tel Aviv. Pero Begin se cuidó de salvar las apariencias del renunciante: lo despidió con un "Te necesitamos todavía", y, de hecho, no lo apartó del gabinete: como ministro sin cartera es probable que tenga que ocuparse del manejo administrativo y político del problema de Judea y Samaria, justamente los territorios más controvertidos para Israel.
DURO POR DURO. Uno de los ejercicios de moda entre los observadores políticos de Tel Aviv es, en estos días, tratar de adivinar las diferencias de fondo que pueden existir entre Ariel Sharon, el ministro desplazado, y su reemplazante recién designado, Moshe Arens, hasta hace días titular de un cargo clave en la política israelí: la embajada en Washington. "Son igualmente belicosos e inflexibles. La única diferencia es extema: Sharon habla con la rudeza de un hombre acostumbrado a mandar y Arens dice las mismas cosas pero con habilidad y sutileza diplomática", coincidían en Europa comentaristas de política internacional.
Por lo que se cree, Arens seguirá la línea de su antecesor en materia de asentamiento de colonias judías en la margen occidental del Jordán, una fórmula para alejar la posibilidad de erección de un Estado palestino en la frontera de Israel. Pero ha trascendido a la prensa israelí el contenido de un informe confidencial del por entonces embajador en Washington a Begin en el que le recomendaba "suspender, por el momento, la instalación de nuevas colonias en la región", una manera de suavizar las cada vez más tirantes relaciones entre Washington y Tel Aviv, empeoradas por la reticencia israelí a retirarse del Líbano.
Arens, se dice, no es un hombre con ambiciones políticas. En eso sería una antítesis de Sharon, que nunca las ocultó. "Tal vez suavice un poco las relaciones con Washington —se comenta en Tel Aviv sin demasiada convicción—. Pero los dos nudos del dilema del país seguirán siendo difíciles de desatar: un entendimiento sensato en el Líbano sobre la cuestión palestina y salir del trauma que produjo el informe Kahan". El ex canciller Abba Eban resumía, en cambio, el problema desde un ángulo distinto: "Lo más grave es que Israel ha revelado la existencia de dos almas que, aun perteneciendo a la misma matriz religiosa, miran de manera muy diferente no sólo los problemas poéticos sino incluso los existenciales, como la vida y la muerte".
Edgardo Ritacco
Roma: Bruno Passarelli
París: Ana Barón

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar