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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Grecia
La política del péndulo

Desde antiguo el aguerrido pueblo griego ha oscilado entre la libertad y el miedo, con escasos remansos de tranquilidad.

Revista Hechos Mundiales
octubre 1969

 

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Melina Mercouri

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Tanques del ejército griego en Atenas

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Los coroneles griegos en el poder

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La familia real griega antes del golpe

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El rey Constantino I

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Papadópoulus

 

Hay palabras cargadas de significado. Basta mencionarlas para evocar situaciones o momentos de la historia, ya lejanos, poco relacionados con la actualidad pero plenos de contenido. Tal sucede con el sustantivo Grecia. Cualquier persona que haya pasado por el liceo, la universidad o simplemente haya tenido el gusto de leer cosas que lo merezcan, al escuchar ese nombre piensa naturalmente en los siglos V y IV antes de Cristo o las épocas inmediatamente posteriores. Sócrates, Pericles, Platón, Aristóteles desfilan por la mente y cada cual, aun sin haberlos visto, piensa en los lugares cuna de nuestra civilización.
Sin embargo, entre la Grecia de antaño y la de ahora hay un ancho trecho de veintitantos siglos, un espacio de tiempo y devenir demasiado grande para que no se explique por esta simple circunstancia cualquier diferencia. Lo cual no quiere decir que se haya evaporado totalmente el substrato humano viejo. Por mucho que sean distintos los griegos de hoy de los coetáneos de Licurgo o de Solón, de repente afloran rasgos atávicos claros.
Así se comprende que un pueblo sometido a innúmeras vicisitudes dolorosas, tenga de pronto repuntes de energía y vitalidad que le permiten sobrevivir.
Sin necesidad de remontarnos más allá de la fecha en que recupera su independencia de los turcos, en 1830, podemos ver en la vida de Grecia un continuo tejer y destejer político, bien semejante al que acabó convirtiéndola en provincia romana en el siglo ll a. de C. o al que legó la palabra "bizantinismo" a todos los diccionarios como sinónimo de la discusión estéril que consume energías necesarias para fines más serios y urgentes.

UN PUEBLO MUY MEZCLADO

Antes de sufrir el yugo turco durante trescientos cincuenta y siete años, las templadas islas y penínsulas helénicas habían recibido la visita de muchas razas que se mezclaron estrechamente. Los godos de Alarico, los vándalos, búlgaros y eslavos, hasta los catalanes de Roger de Flor y los venecianos del siglo XVIII dejan su marca en la población de Grecia. El resultado es que más de una vez se le ha querido extender certificado de defunción a su pueblo, considerándolo decadente. Vano apresuramiento. Los griegos se han recuperado de sus crisis de abatimiento y, bien o mal, a saltos o tropezones, han reanudado su progreso.
Apenas recuperada su independencia, Grecia tuvo ya problemas con el rey que le habían impuesto Inglaterra, Francia y Rusia al liberarla del sultán. No ganó gran cosa. Al señor del serrallo le sustituyó Otón I, príncipe germánico que consideraba una desgracia haber sido obligado a admitir una Constitución relativamente liberal que no le permitía manejar a los griegos enteramente como sus servidores. Hasta que éstos lo echaron.
Entronizaron entonces una dinastía danesa con Jorge I, pero tampoco ganaron mucho. La corte vivía espléndidamente y el pueblo en la miseria. Los proveedores militares robaban a estilo oriental. Hasta que se produjo una crisis. Turquía, débil y todo, propinó a Grecia una terrible derrota en 1897, por la posesión de la isla de Candía. Nadie tenía ya fe en el porvenir griego, pero en 1912 las cosas cambiaron durante la guerra balcánica. El rey Jorge fue asesinado en Salónica, y Grecia, aliada a los demás países balcánicos, barrió casi con Turquía fuera de Europa.
Después vinieron las peripecias de la Primera Guerra Mundial. El rey Constantino I, cuñado del Kaiser, era germanófilo, el pueblo aliadófilo y además lo era un personaje que vendría a desempeñar papel preponderante en la política griega durante treinta años, Eleuterio Venizelos. Este, demagogo según unos, el mayor genio de la política griega según sus partidarios, hizo deponer al rey con ayuda aliada y declaró la guerra a Alemania. Durante varios años fue un verdadero dictador.
La recompensa llegó para Grecia con la paz: la Tracia Oriental, Gallipoli y la codiciada Esmirna, en el litoral de Anatolia.
No duraría mucho tal bonanza. Los turcos habían hecho su revolución encabezada por Mustafá Kemal, que terminó con el sultanato y todas las antiguallas, desde el alfabeto árabe hasta su propio título de Mustafá, convirtiéndose en Kemal Attaturk a estilo europeo y haciendo del país una república moderna, a la occidental. Cuando el Ejército griego, mal equipado y manejado, quiso hacer efectiva su dominación en Esmirna, Kemal lo echó al mar. Fue una evacuación desastrosa.

UNA REPÚBLICA ENTRE DOS GUERRAS

Los griegos aprendieron la lección. Además ahí estaba Venizelos para enseñársela. También hicieron su revolución. Fusilaron al gobierno en pleno responsable de la derrota e implantaron la República. La presidió un almirante, Conduriotis, pero la gobernaba Venizelos. Logró mantenerse once años y comenzar una nueva etapa de la vida de Grecia que hubiera hecho del país una verdadera democracia. Sin embargo, malos vientos soplaban para la libertad en la Europa de 1935. Hitler y Mussolini estaban en pleno apogeo y la Segunda Guerra Mundial estaba próxima.
Un pendulazo político, el eterno vaivén de los regímenes sin raíces profundas, hace que el poder vaya a manos de un general monárquico, que prepara un plebiscito desde el poder para sancionar el regreso de Jorge II. Venizelos es expatriado, pero conspira con los muchos militares amigos suyos que aún hay en el país. Vano intento. Una sublevación republicana es aplastada y el viejo líder se refugia en París, donde pronto muere. Ya no tiene obstáculos el régimen monárquico para que un general, Metaxas, implante la dictadura pura y simple de los cuarteles. Grecia calla, trabaja, algo adelanta materialmente.
Hasta que estalla la gran tormenta sobre Europa. Hitler, condescendiente, deja a su socio fascista la tarea de engullirse a Grecia, suponiendo que es fácil para las "imperiales" huestes de Mussolini. Craso error. Metaxas, dictatorial pero patriota, galvaniza y dirige admirablemente al pequeño Ejército griego. Los italianos hacen el ridículo hasta el punto de que el Führer tiene que mandar a sus tropas para liquidar la resistencia helena. Después de la batalla del monte Olimpo, donde parece que ya no moran los dioses, la cruz gamada ondea sobre la Acrópolis para vergüenza de la civilización.
En el otoño de 1944, los ingleses "liberaron" a Grecia. Esta liberación consistió en expulsar a los nazis y cazar a los griegos revolucionarios. Todo el que no era partidario del rey Jorge se veía catalogado como comunista. Efectivamente, los comunistas jugaron a fondo su carta, con cierta dosis de apoyo soviético bastante reducida, tal vez a consecuencia de los acuerdos de Yalta. El caso fue que a la guerra con los alemanes sucedió una dura y corta guerra civil en la cual los ingleses intervinieron sin rebozo, con el desplante tradicional británico. Llegaron a cañonear el Partenón, ni más ni menos que los "salvajes" turcos habían hecho en el siglo XVII.

El "Elas", ejército popular al mando del jefe guerrillero Markos, estuvo a punto de triunfar, pero los norteamericanos no estaban dispuestos tampoco a consentirlo. Se montó la correspondiente farsa de plebiscito, el arzobispo Damaskinos ofreció su imparcialidad y, naturalmente, todo sucedió como se deseaba por las potencias occidentales. Jorge II volvió por tercera vez a sentarse en el trono. Duró poco. En 1946 le sucedió su hermano Pablo I, hasta que murrio, en 1964.
Ascendió entonces a la cabeza de la monarquía griega el joven rey Constantino II. A este monarca juvenil se le había hecho "buena prensa". Iba a ser un rey moderno, deportista, popular, democrático. Las tendría todas. Con él Grecia se consolidaría definitivamente como "democracia con corona", según la definición oficial del régimen.

El REY DE LOS SOBRESALTOS

En realidad, el reinado de Constantino ha sido muy distinto a como se anunciaba. Al principio, el viejo Giorgio Papandreu, político hábil, fogueado, liberal, que en muchos aspectos recuerda a Venizelos, hizo un gobierno equidistante, con parlamento, con libertad. Pero tropezó inmediatamente con el "gorilaje". La mayoría del Ejército no quería saber nada de libertades. Cuando los militares de izquierda trataron de organizarse en una asociación llamada "'Escudo", lo cual no podía ser más evocador de protección, se acusó a Papandreu de "comunista", vieja receta que suele dar fruto en política.
Constantino se sintió en una encrucijada. Obligó a renunciar a Papandreu, pero pronto pudo darse cuenta de que los militares iban por caminos muy distintos a los que recorrió Grecia en tiempos del viejo Metaxas. Trató entonces de echar marcha atrás. Un gobierno muy constitucional procuró calmar la ola de desórdenes provocada por la caída de Papandreu y la inestabilidad política que le sucedió, anunciando elecciones para el 28 de mayo de 1967. Demasiado tarde.
El 21 de abril los militares se adelantaron y, desarrollando un plan meticulosamente estudiado, ocuparon su propio país, implantando una dictadura pura y simple. Detuvieron gente por millares. Establecieron campos de concentración inhumanos en lejanas islas del Egeo. Organizaron una "junta" para gobernar, que prometió cambiar la Constitución para que Grecia tuviera una "democracia" más perfecta. Naturalmente, democracia de cuartel.
Hasta entonces, el caso era de lo más vulgar. Uno de tantos pronunciamientos como registra la historia. No tardó en advertirse que ofrecía características nuevas. El meridiano político de los militares que dieron el golpe de Estado y lo sostienen, no pasa por Washington. Más bien por El Cairo. Esto no podía menos de ser altamente peligroso para el sistema social representado por la monarquía de Constantino.
Se produjo entonces el caso, hasta cierto punto novedoso, de un rey convertido en conspirador y rebelde contra su propio ejército, la verdadera base de cualquier poder en la Grecia contemporánea. A Constantino le empujaba una constelación de circunstancias, desde la política internacional desarrollada por Estados Unidos hasta la confianza en "sus" generales, cuya lealtad monárquica consideraba segura.

Indudablemente la solución menos mala para Grecia y para los norteamericanos es una monarquía estrictamente constitucional, con libertades y oposiciones que sirva de pararrayos, algo para evitar el endurecimiento político y represivo, cuyos resultados a la larga tienen que resultar catastróficos. Es difícil precisar cuáles eran exactamente las perspectivas de triunfo de Constantino. Posiblemente debieron influir en él los consejos de la reina madre, Federica, famosa como intrigante.
Sea como fuere, el 12 de diciembre de 1967, tres días antes del designado para presentar al rey una nueva Constitución por parte del Premier Constantino Kollias, surgió el golpe de Estado. El monarca se fugó de Atenas a Cavalla, en Macedonia, acompañado del Premier. Desde la ciudad macedónica destituyó a la Junta Militar y asumió personalmente el mando del Ejército.
Fracasó rotundamente. Los motivos fueron varios. Sus órdenes a las unidades militares que se suponía le obedecerían fueron interceptadas. El teniente coronel Patanis, con una poderosa unidad blindada, se puso a las órdenes de la Junta y apresó a los generales que debían restablecer la autoridad real, Peridis, Esserman y Vidalis.
Se produjo una situación ideal para la opereta. Los militares de Atenas, vencedores, necesitaban al rey como símbolo, para no correr el riesgo de tener que declararse republicanos sin quererlo. El monarca, por su parte, no estaba dispuesto a dejarse enjaular, aunque bien sabía que el otro término de su dilema era el exilio. Optó por éste, asilándose bajo la protección de la República Italiana.

GRECIA TIENE UN AMO

Entretanto, el vencedor indudable es Jorge Papadópoulus. Director de la Escuela Militar de Atenas, lo que le presta cierta semejanza con Franco, gran modelo al parecer para los actuales mandamases de Grecia, las promociones de oficiales jóvenes han sido formadas por él, imbuyéndoles el criterio medio tecnócrata, medio nacionalista, que parece estar predominando entre los militares de ciertos países subdesarrollados, distinto al antiguo y simple afán reaccionario, condensado en la clásica fórmula "mantener el orden".
Mientras tanto el pueblo calla y espera. La Junta habla de grandes planes de promoción, para lo cual empezó por otorgar a Onassis concesiones de cientos de millones de dólares en obras públicas y nuevas empresas. Es un modo de conseguir capitales como cualquier otro. Los elementos de izquierda, encabezados por Andrés Papandreu, hijo del viejo Premier, profesor universitario en Estados Unidos y espíritu inquieto, anuncian la formación de guerrillas que no se materializan, y la actriz de cine Melina Mercouri mantiene su protesta airada en el exilio.
Una sola conclusión firme puede establecerse al contemplar el fluido y contradictorio esquema político y social de la Grecia de este fin de década, durante la cual la inestabilidad ha sido nota dominante de la vida helénica: nubes de tempestad ennegrecen su porvenir.

 

 

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