Melina Mercouri
Tanques del ejército griego en Atenas
Los coroneles griegos en el poder
La familia real griega antes del golpe
El rey Constantino I
Papadópoulus
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Hay palabras cargadas de
significado. Basta mencionarlas para evocar situaciones o momentos de la historia, ya
lejanos, poco relacionados con la actualidad pero plenos de contenido. Tal sucede con el
sustantivo Grecia. Cualquier persona que haya pasado por el liceo, la universidad o
simplemente haya tenido el gusto de leer cosas que lo merezcan, al escuchar ese nombre
piensa naturalmente en los siglos V y IV antes de Cristo o las épocas inmediatamente
posteriores. Sócrates, Pericles, Platón, Aristóteles desfilan por la mente y cada cual,
aun sin haberlos visto, piensa en los lugares cuna de nuestra civilización.
Sin embargo, entre la Grecia de antaño y la de ahora hay un ancho trecho de veintitantos
siglos, un espacio de tiempo y devenir demasiado grande para que no se explique por esta
simple circunstancia cualquier diferencia. Lo cual no quiere decir que se haya evaporado
totalmente el substrato humano viejo. Por mucho que sean distintos los griegos de hoy de
los coetáneos de Licurgo o de Solón, de repente afloran rasgos atávicos claros.
Así se comprende que un pueblo sometido a innúmeras vicisitudes dolorosas, tenga de
pronto repuntes de energía y vitalidad que le permiten sobrevivir.
Sin necesidad de remontarnos más allá de la fecha en que recupera su independencia de
los turcos, en 1830, podemos ver en la vida de Grecia un continuo tejer y destejer
político, bien semejante al que acabó convirtiéndola en provincia romana en el siglo ll
a. de C. o al que legó la palabra "bizantinismo" a todos los diccionarios como
sinónimo de la discusión estéril que consume energías necesarias para fines más
serios y urgentes.
UN PUEBLO MUY MEZCLADO
Antes de sufrir el yugo turco durante
trescientos cincuenta y siete años, las templadas islas y penínsulas helénicas habían
recibido la visita de muchas razas que se mezclaron estrechamente. Los godos de Alarico,
los vándalos, búlgaros y eslavos, hasta los catalanes de Roger de Flor y los venecianos
del siglo XVIII dejan su marca en la población de Grecia. El resultado es que más de una
vez se le ha querido extender certificado de defunción a su pueblo, considerándolo
decadente. Vano apresuramiento. Los griegos se han recuperado de sus crisis de abatimiento
y, bien o mal, a saltos o tropezones, han reanudado su progreso.
Apenas recuperada su independencia, Grecia tuvo ya problemas con el rey que le habían
impuesto Inglaterra, Francia y Rusia al liberarla del sultán. No ganó gran cosa. Al
señor del serrallo le sustituyó Otón I, príncipe germánico que consideraba una
desgracia haber sido obligado a admitir una Constitución relativamente liberal que no le
permitía manejar a los griegos enteramente como sus servidores. Hasta que éstos lo
echaron.
Entronizaron entonces una dinastía danesa con Jorge I, pero tampoco ganaron mucho. La
corte vivía espléndidamente y el pueblo en la miseria. Los proveedores militares robaban
a estilo oriental. Hasta que se produjo una crisis. Turquía, débil y todo, propinó a
Grecia una terrible derrota en 1897, por la posesión de la isla de Candía. Nadie tenía
ya fe en el porvenir griego, pero en 1912 las cosas cambiaron durante la guerra
balcánica. El rey Jorge fue asesinado en Salónica, y Grecia, aliada a los demás países
balcánicos, barrió casi con Turquía fuera de Europa.
Después vinieron las peripecias de la Primera Guerra Mundial. El rey Constantino I,
cuñado del Kaiser, era germanófilo, el pueblo aliadófilo y además lo era un personaje
que vendría a desempeñar papel preponderante en la política griega durante treinta
años, Eleuterio Venizelos. Este, demagogo según unos, el mayor genio de la política
griega según sus partidarios, hizo deponer al rey con ayuda aliada y declaró la guerra a
Alemania. Durante varios años fue un verdadero dictador.
La recompensa llegó para Grecia con la paz: la Tracia Oriental, Gallipoli y la codiciada
Esmirna, en el litoral de Anatolia.
No duraría mucho tal bonanza. Los turcos habían hecho su revolución encabezada por
Mustafá Kemal, que terminó con el sultanato y todas las antiguallas, desde el alfabeto
árabe hasta su propio título de Mustafá, convirtiéndose en Kemal Attaturk a estilo
europeo y haciendo del país una república moderna, a la occidental. Cuando el Ejército
griego, mal equipado y manejado, quiso hacer efectiva su dominación en Esmirna, Kemal lo
echó al mar. Fue una evacuación desastrosa.
UNA REPÚBLICA ENTRE DOS GUERRAS
Los griegos aprendieron la lección.
Además ahí estaba Venizelos para enseñársela. También hicieron su revolución.
Fusilaron al gobierno en pleno responsable de la derrota e implantaron la República. La
presidió un almirante, Conduriotis, pero la gobernaba Venizelos. Logró mantenerse once
años y comenzar una nueva etapa de la vida de Grecia que hubiera hecho del país una
verdadera democracia. Sin embargo, malos vientos soplaban para la libertad en la Europa de
1935. Hitler y Mussolini estaban en pleno apogeo y la Segunda Guerra Mundial estaba
próxima.
Un pendulazo político, el eterno vaivén de los regímenes sin raíces profundas, hace
que el poder vaya a manos de un general monárquico, que prepara un plebiscito desde el
poder para sancionar el regreso de Jorge II. Venizelos es expatriado, pero conspira con
los muchos militares amigos suyos que aún hay en el país. Vano intento. Una sublevación
republicana es aplastada y el viejo líder se refugia en París, donde pronto muere. Ya no
tiene obstáculos el régimen monárquico para que un general, Metaxas, implante la
dictadura pura y simple de los cuarteles. Grecia calla, trabaja, algo adelanta
materialmente.
Hasta que estalla la gran tormenta sobre Europa. Hitler, condescendiente, deja a su socio
fascista la tarea de engullirse a Grecia, suponiendo que es fácil para las
"imperiales" huestes de Mussolini. Craso error. Metaxas, dictatorial pero
patriota, galvaniza y dirige admirablemente al pequeño Ejército griego. Los italianos
hacen el ridículo hasta el punto de que el Führer tiene que mandar a sus tropas para
liquidar la resistencia helena. Después de la batalla del monte Olimpo, donde parece que
ya no moran los dioses, la cruz gamada ondea sobre la Acrópolis para vergüenza de la
civilización.
En el otoño de 1944, los ingleses "liberaron" a Grecia. Esta liberación
consistió en expulsar a los nazis y cazar a los griegos revolucionarios. Todo el que no
era partidario del rey Jorge se veía catalogado como comunista. Efectivamente, los
comunistas jugaron a fondo su carta, con cierta dosis de apoyo soviético bastante
reducida, tal vez a consecuencia de los acuerdos de Yalta. El caso fue que a la guerra con
los alemanes sucedió una dura y corta guerra civil en la cual los ingleses intervinieron
sin rebozo, con el desplante tradicional británico. Llegaron a cañonear el Partenón, ni
más ni menos que los "salvajes" turcos habían hecho en el siglo XVII.
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El "Elas", ejército popular al mando del jefe guerrillero Markos, estuvo a
punto de triunfar, pero los norteamericanos no estaban dispuestos tampoco a consentirlo.
Se montó la correspondiente farsa de plebiscito, el arzobispo Damaskinos ofreció su
imparcialidad y, naturalmente, todo sucedió como se deseaba por las potencias
occidentales. Jorge II volvió por tercera vez a sentarse en el trono. Duró poco. En 1946
le sucedió su hermano Pablo I, hasta que murrio, en 1964.
Ascendió entonces a la cabeza de la monarquía griega el joven rey Constantino II. A este
monarca juvenil se le había hecho "buena prensa". Iba a ser un rey moderno,
deportista, popular, democrático. Las tendría todas. Con él Grecia se consolidaría
definitivamente como "democracia con corona", según la definición oficial del
régimen.
El REY DE LOS SOBRESALTOS
En realidad, el reinado de Constantino
ha sido muy distinto a como se anunciaba. Al principio, el viejo Giorgio Papandreu,
político hábil, fogueado, liberal, que en muchos aspectos recuerda a Venizelos, hizo un
gobierno equidistante, con parlamento, con libertad. Pero tropezó inmediatamente con el
"gorilaje". La mayoría del Ejército no quería saber nada de libertades.
Cuando los militares de izquierda trataron de organizarse en una asociación llamada
"'Escudo", lo cual no podía ser más evocador de protección, se acusó a
Papandreu de "comunista", vieja receta que suele dar fruto en política.
Constantino se sintió en una encrucijada. Obligó a renunciar a Papandreu, pero pronto
pudo darse cuenta de que los militares iban por caminos muy distintos a los que recorrió
Grecia en tiempos del viejo Metaxas. Trató entonces de echar marcha atrás. Un gobierno
muy constitucional procuró calmar la ola de desórdenes provocada por la caída de
Papandreu y la inestabilidad política que le sucedió, anunciando elecciones para el 28
de mayo de 1967. Demasiado tarde.
El 21 de abril los militares se adelantaron y, desarrollando un plan meticulosamente
estudiado, ocuparon su propio país, implantando una dictadura pura y simple. Detuvieron
gente por millares. Establecieron campos de concentración inhumanos en lejanas islas del
Egeo. Organizaron una "junta" para gobernar, que prometió cambiar la
Constitución para que Grecia tuviera una "democracia" más perfecta.
Naturalmente, democracia de cuartel.
Hasta entonces, el caso era de lo más vulgar. Uno de tantos pronunciamientos como
registra la historia. No tardó en advertirse que ofrecía características nuevas. El
meridiano político de los militares que dieron el golpe de Estado y lo sostienen, no pasa
por Washington. Más bien por El Cairo. Esto no podía menos de ser altamente peligroso
para el sistema social representado por la monarquía de Constantino.
Se produjo entonces el caso, hasta cierto punto novedoso, de un rey convertido en
conspirador y rebelde contra su propio ejército, la verdadera base de cualquier poder en
la Grecia contemporánea. A Constantino le empujaba una constelación de circunstancias,
desde la política internacional desarrollada por Estados Unidos hasta la confianza en
"sus" generales, cuya lealtad monárquica consideraba segura.
Indudablemente la
solución menos mala para Grecia y para los norteamericanos es una monarquía
estrictamente constitucional, con libertades y oposiciones que sirva de pararrayos, algo
para evitar el endurecimiento político y represivo, cuyos resultados a la larga tienen
que resultar catastróficos. Es difícil precisar cuáles eran exactamente las
perspectivas de triunfo de Constantino. Posiblemente debieron influir en él los consejos
de la reina madre, Federica, famosa como intrigante.
Sea como fuere, el 12 de diciembre de 1967, tres días antes del designado para presentar
al rey una nueva Constitución por parte del Premier Constantino Kollias, surgió el golpe
de Estado. El monarca se fugó de Atenas a Cavalla, en Macedonia, acompañado del Premier.
Desde la ciudad macedónica destituyó a la Junta Militar y asumió personalmente el mando
del Ejército.
Fracasó rotundamente. Los motivos fueron varios. Sus órdenes a las unidades militares
que se suponía le obedecerían fueron interceptadas. El teniente coronel Patanis, con una
poderosa unidad blindada, se puso a las órdenes de la Junta y apresó a los generales que
debían restablecer la autoridad real, Peridis, Esserman y Vidalis.
Se produjo una situación ideal para la opereta. Los militares de Atenas, vencedores,
necesitaban al rey como símbolo, para no correr el riesgo de tener que declararse
republicanos sin quererlo. El monarca, por su parte, no estaba dispuesto a dejarse
enjaular, aunque bien sabía que el otro término de su dilema era el exilio. Optó por
éste, asilándose bajo la protección de la República Italiana.
GRECIA TIENE UN AMO
Entretanto, el vencedor indudable es
Jorge Papadópoulus. Director de la Escuela Militar de Atenas, lo que le presta cierta
semejanza con Franco, gran modelo al parecer para los actuales mandamases de Grecia, las
promociones de oficiales jóvenes han sido formadas por él, imbuyéndoles el criterio
medio tecnócrata, medio nacionalista, que parece estar predominando entre los militares
de ciertos países subdesarrollados, distinto al antiguo y simple afán reaccionario,
condensado en la clásica fórmula "mantener el orden".
Mientras tanto el pueblo calla y espera. La Junta habla de grandes planes de promoción,
para lo cual empezó por otorgar a Onassis concesiones de cientos de millones de dólares
en obras públicas y nuevas empresas. Es un modo de conseguir capitales como cualquier
otro. Los elementos de izquierda, encabezados por Andrés Papandreu, hijo del viejo
Premier, profesor universitario en Estados Unidos y espíritu inquieto, anuncian la
formación de guerrillas que no se materializan, y la actriz de cine Melina Mercouri
mantiene su protesta airada en el exilio.
Una sola conclusión firme puede establecerse al contemplar el fluido y contradictorio
esquema político y social de la Grecia de este fin de década, durante la cual la
inestabilidad ha sido nota dominante de la vida helénica: nubes de tempestad ennegrecen
su porvenir.
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