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Por vez primera, además, la
historia boliviana presentaba una unanimidad de criterios, en la cual fuerzas armadas y
gobierno se sentían comprometidos en un solo sentido. Es algo que se debe,
sugestivamente, a dos factores casi invisibles: el Movimiento Nacionalista Revolucionario
y la presencia durante más de quince años en Bolivia del general Vicente Rojo, que fuera
jefe de Estado Mayor de los ejércitos republicanos españoles en 1936-39. Son las dos
vertientes -unidas a las circunstancias del momento latinoamericano- en que abreva la
revolución. Si el MNR sacudió violentamente las estructuras económicas de un país que
se regía aún en 1952 por esquemas incaicos y coloniales, la presencia de Rojo al frente
de la escuela militar permitió formar a la generación que hoy gobierna Bolivia en una
estructura liberal, casi socialista, plenamente identificada con su pueblo. En realidad,
el golpe que destituyó a Paz Estenssoro en 1964, -de acuerdo con lo manifestado a
ANÁLISIS por un general de la revolución- no fue más que "el reingreso en la
historia de un ejército popular, que había tardado 12 años en rehacerse y que,
necesariamente, debía oponerse a la corrupción en que había caído el MNR". De
alguna manera, las fuerzas armadas, aniquiladas en 1952 por las huestes mineras que las
hicieron desfilar por las callejuelas de La Paz con las gorras al revés, tomaron el poder
para repudiar a un gobierno que no había cumplido con sus propios postulados, pero
reconociendo todo su valor a éstos. No extraña entonces que algunos ideólogos de la
revolución ovandista se consideren sucesores de los revolucionarios del 52.
Los obstáculos revolucionarios son numerosos. El principal de ellos, quizá, fue
el señalado por el comandante en jefe del ejército, Juan José Torrez, durante una
disertación en Cochabamba a la cual asistieron representantes de todos los partidos
políticos, incluido el comunismo prochino: "Nosotros -dijo Torrez- hemos sido para
la opinión pública el freno al poder popular, los promotores de la represión, los
mismos que ahora tomamos al parecer otras banderas y pedimos apoyo. No podemos exigir al
pueblo que comprenda que en estos años y en silencio hemos entendido cosas que antes no
entendíamos. Las guerrillas también tuvieron su papel: nos sacudieron, nos moralizaron y
nos devolvieron la fe".
Breve historia de Indias.
Sumergida en sus mesetas o en los
profundos valles del Altiplano, la historia boliviana trascurrió desde la colonia fuera
del proceso que occidentalizó al continente. Un pueblo frustrado recorriendo estrechas y
pobres callejuelas e inclinado sobre una tierra semiárida debía engrosar terroríficas
estadísticas: mortalidad infantil del 99 por mil; cuarenta años de duración media de la
vida; 68% de la población mayor de quince años analfabeta; 160 dólares el ingreso anual
per cápita, el más bajo de Latinoamérica.
La población vivía marginada de los procesos políticos. De vez en cuando,
impulsados por una rabia ancestral y por dirigentes que los utilizaban en pro de sus
intereses, los bolivianos explotaban en las calles de La Paz, en las minas de Oruro y en
la campiña cochabambina. Entonces eran, la sangre derramada, los tiroteos interrumpidos,
el cadáver de Villarroel despedazado en las calles, el suicidio de Unzaga de la Vega y
los constantes exilios. Cuando la tormenta amainaba, el pueblo volvía a las minas, al
campo y al hacinamiento de los viejos mercados de La Paz. Entonces, las cosas seguían su
curso como en un Macondo desesperanzado y caliente.
En 1952 se produce en Bolivia la mayor explosión social de su historia: Víctor
Paz Estenssoro llega al poder en andas de mineros, el ejército es deshecho y se
nacionalizan las minas de estaño, primera fuente de divisas del país. La
nacionalización fracasa en sus efectos: el precio del mineral baja en el mercado mundial
y los revolucionarios de 1952 deben volver a los préstamos de Estados Unidos.
Simultáneamente, el MNR se resquebraja: por un lado Víctor Paz, el ídolo indiscutido;
por otro, las ambiciones de Hernán Siles Zuazo; las fuerzas mineras son manejadas a su
arbitrio por Juan Lechín y Walter Guevara Arce, uno de los más brillantes intelectuales
bolivianos, ensaya un Movimiento Nacionalista Revolucionario auténtico que lo conduce,
tras un primer fracaso electoral, a la oposición violenta. En este campo encuentra a la
Falange Socialista Boliviana, una agrupación católica de derecha, con fuerza en
Cochabamba y las Universidades. La violencia parece cosa común en Bolivia y el segundo
período de Víctor Paz termina con el golpe de 1964. El pueblo, ajeno como siempre a todo
lo que sucede en las altas esferas políticas.
El MNR, sin embargo, había realizado algo; el analfabetismo comenzó lentamente a
disminuir y la reforma agraria otorgó títulos de propiedad de la tierra a numerosos
campesinos. Entonces la historia entró en juego. Acostumbrados durante siglos -desde los
famosos "lupus" incaicos- a trabajar colectivamente los campos, los campesinos
bolivianos no supieron qué hacer como propietarios. Comenzó a crearse una
infraestructura educativa tendiente a enseñar al campesino a trabajar su tierra. Fue el
gran poder de Barrientes y su gran desequilibrio: mientras abrazaba a los campesinos, en
1965 y 1967 masacraba malamente a los mineros rebelados contra un famoso Código que los
condenaba a 16 horas de trabajo diario por 80 dólares mensuales. Ireneo Pimentel, viejo
líder minero de la primera época del MNR, recuerda aún esos hechos y por ello ha
brindado su apoyo al gobierno de Ovando, pero sin compromisos de ningún tipo. Está muy
cercana la alianza del actual presidente con Barrientes cuando ocurrieron aquellas
masacres.
También está muy cercana la actuación de Ovando como comandante en jefe de las
fuerzas armadas contra las guerrillas de Ernesto Guevara y de los hermanos Peredo. Aunque
solo fueron apoyadas, y vergonzantemente, por el comunismo proruso, éste avala ahora a
Ovando demostrando una vez más que la piel de camaleón brinda muy buenos negocios a los
viejos bolcheviques.
El interregno Siles
La muerte accidental de
Barrientes desató los primeros chispazos de lo que hoy vive Bolivia. Contra la opinión
violenta de algunos líderes campesinos, que pretendían a Ovando en el poder, las fuerzas
armadas prefirieron la constitucionalidad: sabían que en las próximas elecciones Ovando
triunfaría fácilmente ante la atomización de todas las agrupaciones políticas. Un alto
jefe militar boliviano manifestó a ANÁLISIS la semana pasada: "Siles cometió dos
errores garrafales: en primer término se rodeó de gente incapacitada para gobernar el
país, ignorando las constantes secretas del pueblo; en segundo lugar, elogió en demasía
al "Inti" Peredo, sucesor del "Che", un día después de su
muerte". Para las Fuerzas Armadas, aun reconociendo la honestidad de algunos líderes
guerrilleros, cuando éstos mataban a civiles y a soldados se convertían en vulgares
delincuentes.
La misma fuente manifestaba que, de todos modos, la revolución estaba en camino
desde 1964, cuando se derrocó al MNR. "Lo de Barrientos -dijo- no era más que un
interregno, la primera etapa revolucionaria que necesariamente debía poseer menores
aristas radicales. Pero la revolución ya estaba decidida. En Bolivia, el ejército ha
estado unido siempre al pueblo y hasta los civiles intelectuales estudian en el Instituto
de las Fuerzas Armadas, desde que éste se fundara con Vicente Rojo".
Los actos revolucionarios
El 26 de setiembre de 1969, el
secretario de Siles Salinas debió huir atravesando los barrios de La Paz en bicicleta. El
presidente se exilió en Chile y el gobierno semimilitar extendió su poder por todo el
Altiplano. Al lado de militares barrientistas como el canciller César Ruiz Velarde, se
sentaron en el gabinete hombres jóvenes social-cristianos, como Marcelo Quiroga Santa
Cruz, ministro de Minas; Alberto Bailey Gutiérrez, ministro de Información, y Baptista
Gumucio, a quien se acusa de marxista. "Esta revolución -declaraba Ovando- es
irreversible y porque lo es no puede olvidar un solo minuto su compromiso y su
identificación con la clase trabajadora". El pueblo boliviano ya había escuchado
esas palabras antes, a través de una frustración de siglos. El gobierno llenó de
carteles revolucionarios las paredes de las ciudades. Algunos dirigentes sindicales y
estudiantiles lanzaron manifestaciones a las calles en apoyo de la revolución. Los collas
del viejo mercado de La Paz ni deben haber vuelto su cabeza para mirarlas ni deben haber
abierto más sus oídos para escuchar el dulce cancionero de la justicia social. Era la
misma canción con distintas voces, el mismo ritmo que habían bailado muchas veces sin
conocerlo íntimamente porque ellos no eran los protagonistas de la historia sino el
telón de fondo, la folklórica coreografía donde se movían las comparsas de los barrios
lujosos de las ciudades.
Sorpresivamente, sin embargo, algo les llamó la atención: el Código Minero era
eliminado, se nacionalizaba la Gulf Oil Company, se comenzaban a construir algunas
escuelas; los viejos títulos de la Reforma Agraria comenzaban a ser entregados. Algo
estaba sucediendo y aún no se sabía si ese algo era bueno o malo pero era distinto.
Ovando hablaba de un frente antiimperialista con Cuba y Perú, desmentía al día
siguiente y volvía a hablar del mercado andino y de reanudar relaciones con La Habana.
Para collas y campesinos, La Habana queda lejos del mundo. Juan Ayoroa, ministro de
gobierno de Ovando, lo señalaba la semana pasada a ANÁLISIS: "El drama, el gran
drama de Bolivia, es la verticalidad, la falta total de participación popular en las
decisiones políticas". El pueblo, como todos los pueblos de la tierra, quiere comer
bien todos los días, con una pizca de libertad. Pero ni la libertad tiene precio en
Bolivia, un país donde solo participan los elegidos del festín político. Y no es que la
haya o que no la haya. Es que lo mismo da.
Sin embargo, los políticos quedaron descolocados: eran demasiadas medidas
radicales en muy poco tiempo. Así, en lo interno, se fue creando en estos cinco meses un
amplio abanico de ideologías que aún no están bien asentadas:
Frente de la Revolución
Boliviana: era un partido fuerte cuando vivía Barrientos y estaba integrado por el
Partido Social-Demócrata de Siles Salinas, el Movimiento Popular Cristiano, el Partido de
Izquierda Revolucionario y el Revolucionario Auténtico de Walter Guevara Arce. Se ha
manifestado tanto contra el régimen como contra la nacionalización.
Partido Liberal y Unión
Republicana Socialista: agrupaciones de derecha contra el gobierno.
Partido Comunista
prochino: contra la nacionalización y contra el gobierno.
Movimiento Nacionalista
Revolucionario: el viejo tronco se ha dividido en tres sectores, uno de ellos liderado
aún por Víctor Paz, que constituye la mayor fuerza opositora. El grupo de Carlos Serrate
Reich se ha colocado en una posición centrista y el de Jorge Alderete intenta un
acercamiento con Ovando sosteniendo que es la continuación de 1952.
Falange Socialista
Boliviana: el sector más fuerte se opone al gobierno desde una posición derecliista
católica, pero un grupo comandado por Héctor Borda negocia un frente con el MNR de
Alderete.
Partido Revolucionario de
Izquierda Nacional: obedece las directivas del ex líder minero Juan Lechín, apoya
críticamente al gobierno y mantiene relaciones aún con Víctor Paz, en su exilio de
Lima.
Partido Demócrata
Cristiano: Expulsó a dos dirigentes que forman parte del gabinete, pero en general tanto
la vieja guardia como la juventud tienden a un acercamiento hacia el oficialismo.
Acción Revolucionaria
Nacionalista, dirigido por el ministro de Trabajo, Mario Rolón Anaya. Había formado la
agrupación para candidatearse en las elecciones pero al seguir desempeñando su
ministerio debió abandonar sus ambiciones personales.
La gama de ideologías y la
numerosa cantidad de agrupaciones permite sacar una primera conclusión: los partidos
políticos no deben poseer mucha fuerza real si se tiene en cuenta que Bolivia posee
solamente cuatro millones de habitantes. Contra la oposición de tan numerosos grupos,
Ovando solo podía ofrecer para defender sus reformas y evitar su eliminación, el apoyo
total de las Fuerzas Armadas. Al parecer lo ha logrado, pero es necesario señalar que la
victoria, obtenida la semana pasada se debió en gran parte al comandante en jefe, Juan
José Torrez, compañero de promoción e íntimo amigo del presidente. Es muy probable que
haya debido convencer a sus pares de las buenas intenciones de los jóvenes ministros
civiles del gabinete. Sobre todo, de la calidad intelectual y moral de Alberto Bailey y de
Quiroga Santa Cruz, evidentemente los númenes de la nacionalización de la Gulf Oil
Company.
Las tensiones internas. Estos dos ministros, juntamente con Mariano Baptista
Gumucio y el de Gobierno, Juan Ayoroa, son la médula revolucionaria. Nacidos casi juntos
y educados en los últimos veinte años de historia boliviana, pueden muy bien condenar al
MNR y a Barrientos, ya que fueron extraños a ellos. Quizá para balancear a estos guagua
ministros, como los llaman en su país, Ovando mantuvo en su gabinete a un sector
conciliador integrado por los de Economía, Edmundo Valencia; de Asuntos Campesinos, León
Kolle Cueto; de Trabajo, Mario Rolón; de Hacienda, Antonio Sánchez de Lozada. Tras
éstos se mueve, con rango ministerial, el coronel Carlos Hurtado, presidente de la
Corporación Minera Boliviana (COMIBOL), un auténtico y poderoso Estado dentro del
Estado. Si los cables de las agencias internacionales se han encargado de definir a los
hombres de la revolución, también advirtieron sensibles discrepancias entre los miembros
del gabinete. No se vaciló en señalar a los guagua ministros como pretendiendo formar
una república socialista en Bolivia. En los últimos quince días los rumores acrecieron
su volumen. Se dijo, incluso, que los altos mandos de las Fuerzas Armadas estaban
deliberando sobre las actitudes gubernamentales, fundamentalmente las de sus ministros
civiles. Algo de cierto hubo. Sin duda alguna, la audacia que caracteriza a los jóvenes
intelectuales puede desbarrancarse. Pero paradójicamente ha sido el mismo Ovando quien
más ha arriesgado en el juego de las declaraciones, debiendo a menudo contradecirse.
Los militares se reunieron en La Paz no solo a deliberar. También escucharon a los
hombres del gobierno. Según un alto oficial no hubo control: "Las Fuerzas Armadas en
Bolivia -dijo a ANÁLISIS- no van a controlar al gabinete ni al presidente. Simplemente,
como autoras de la revolución, quieren enterarse de los planes, pero la última decisión
siempre estará en manos de Ovando". Dadas las características de la historia del
Altiplano, esto parecía increíble |
consignas antiimperialista
una revolución que busca su camino
el presidente Ovando
Marcelo Quiroga Santa Cruz
petróleo para los bolivianos
Juan José Torrez
Periodista en palacio
Bailey o la revolución que soñó
una colla y una bandera
para ellos las promesas y la miseria
Sin embargo, el
comunicado final de los altos mandos permitió entrever que también esta larga tradición
estaba terminando, al menos por el momento. Un observador de la conferencia militar
manifestó, incluso, que Marcelo Quiroga Santa Cruz, el hombre de la nacionalización de
la Gulf, "había causado muy buena impresión a los mandos". Es, sin duda
alguna, un círculo vicioso: si los jóvenes intelectuales de izquierda son eliminados del
gobierno -como llegó a aventurarlo alguna agencia de noticias-, la revolución se queda
sin ideología porque son ellos los que han marcado su camino. Además, el acto
revolucionario pasaría a la simple categoría de cuartelazo y seguramente las fuerzas
opositoras se lanzarían nuevamente a otra etapa de violencia.
Promesas y hechos.
Por ahora, de esa ideología han
salido numerosas promesas y algunos hechos significativos, como la nacionalización de la
Gulf. Para un pueblo que no cree en ninguna promesa, los hechos deben sucederse
rápidamente a menos que la revolución pretenda estrangularse a sí misma. Cumplida la
etapa de nacionalización, a pocos días del golpe militar, se ha entrado en el problema
de la comercialización del gas y el petróleo que produce el Altiplano. Y en este
sentido, aún se está en la etapa de las promesas. Si bien las negociaciones con la
Argentina para la construcción del gasoducto Santa Cruz-Yacuiba se encaminan hacia su
concreción exitosa, no sucede lo mismo con la comercialización del petróleo. Se han
barajado posibilidades de futuros compradores: Brasil, Perú, Rusia, incluso la Argentina,
pero no hay aún nada concreto. La Argentina reemplazó solidariamente la garantía de la
Gulf ante el Banco Mundial, y adoptó frente a las dificultades del país hermano una
actitud comprensiva dictada por sentimientos obvios pero también por sus propios
intereses: nada de lo que ocurre en la casa del vecino nos es extraño, y sus problemas
pueden afectarnos.
Ese punto del petróleo es de vital importancia para la marcha de la revolución, y
por ello los próximos meses pueden dar una idea de hasta dónde puede llegar. Por dos
razones. La primera la explicó Alberto Bailey a un enviado de ANÁLISIS en Bolivia:
"Necesitamos demostrar al pueblo que la nacionalización no solo era una medida
necesaria políticamente, sino también conveniente desde un punto de vista
económico". Es decir, eludir el acto gratuito que invalidaría toda la revolución.
La otra causa es evidente: de no poderse comercializar el petróleo y crear en base a él
una infraestructura industrial, Bolivia seguirá dependiendo del estaño para su
supervivencia. En el comercio mundial siempre se corre el riesgo del ingreso de los
excedentes norteamericanos de ese metal.
Otro aspecto aún no resuelto es la conducta definitiva a seguir con la Gulf. La
deliberación tiene un plazo concreto: el 17 de abril, otorgado por la enmienda
Hickenlooper. Solo habrá indemnización por el capital fijo invertido pero la cuestión
varía según sean el monto exacto y las formas de pago que se adopten. En este punto,
tampoco parece haber acuerdo entre los sectores radical y moderado del gabinete. Por otra
parte, el gobierno aún permanece derrotado en un aspecto: no ha conseguido que la empresa
William Harvey se haga cargo de los compromisos adquiridos para la fundición del estaño
concentrado boliviano. La semana pasada, un enviado especial del presidente Ovando a
Inglaterra volvía a La Paz sin una respuesta definitiva de los empresarios.
Un nuevo partido
Políticamente, la revolución no
tiene más respaldo que los hechos que produzca. Si la nacionalización no fue totalmente
condenada por la prensa, no ocurrió lo mismo con la Ley de Prensa sancionada hace pocos
días. Si bien representa un instrumento que favorece a los periodistas, para el católico
Presencia y el conservador El Diario significa lisa y llanamente la eliminación de la
libertad empresaria. En Bolivia no se ha desarrollado una ofensiva tan consistente como en
Perú por esa ley, pero las razones hay que buscarlas solamente en el poco poder tanto
político como económico que la prensa posee.
Mientras tanto, en fuentes del gobierno se comentaba la posibilidad de formación
de un partido político de la revolución. La cautela gubernamental para concretar este
propósito respondería a la firme intención de no repetir el trámite de Barrientos, con
el Movimiento Popular Cristiano, un tipo de estructura política de las que los bolivianos
llaman de "buscapegas": para repartir cuñas y puestos.
Si el presidente Ovando se lanza realmente a la formación de un instrumento
político para trasformar el paternalismo populista de su régimen en participación
popular, deberá irremediablemente salir al paso con medidas concretas esperadas por
sectores mayoritarios. Además, deberá encontrar la forma para que el apoyo conseguido se
manifieste públicamente, de un modo vivo, capaz de hacer pensar que el partido no surge
de la nada.
Numerosos observadores no creen que por el momento Ovando intente la creación de
esa agrupación oficialista. El ejemplo brasileño con la ARENA está muy cercano, tanto
como su fracaso. Es más, corre el peligro de que la oposición se vertebre en unidad.
Además, un partido político exige de alguna manera, Parlamento para manifestarse y no
parece estar en el ánimo de los revolucionarios el parlamentar con nadie por el momento.
En el plano internacional, las últimas declaraciones de Ovando en pro del
reconocimiento del régimen castrista pueden crear una escisión profunda dentro del
bloque andino. Por un lado, Venezuela, Chile y Bolivia en pro de gestiones ante Castro.
Por el otro, un Perú que no se ha manifestado, estudiando con "mucha cautela su
posición, y una Colombia que, cargada de problemas políticos y militares, ha rechazado
de plano toda connivencia con La Habana. Si las guerrillas, sin duda alguna, han dejado de
ser peligrosas para Rafael Caldera tras la ruptura de Douglas Bravo con Castro, para
Lleras Restrepo son más peligrosas que nunca: en el próximo abril electoral colombiano
no solo se juega el triunfo de su candidato sino su futuro mismo para los comicios de
1974. Por lo menos hasta abril, entonces, las palabras de Ovando aparecen solamente como
una maniobra diversionista, que define en alguna medida a su régimen pero que no lo
compromete totalmente con una ideología. Sin duda alguna. Ovando, lleno de
contradicciones de todo tipo, no tiene la cautela de sus colegas peruanos que parecen
estar en la misma revolución que él pero que, tras el estallido inicial, han preferido
hacer una "revolución silenciosa". |