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Cuando todo hacía prever que el
viaje de la Apolo XIII iba a convertirse en una incursión de rutina a la Luna, ya que no
estaba rodeado de la expectativa general que publicitó las aventuras de sus antecesoras,
la inesperada odisea del retorno a Tierra convirtió al programa Apolo en el eje de las
noticias que, durante esta semana y la pasada, atosigaron los diarios y revistas
internacionales. No era para menos: durante cuatro largos días, James Lovell, Fred Haise
y John Swigert, protagonistas de la misión, arriesgaron minuto a minuto sus vidas.
Dueños de una increíble sangre fría, lograron neutralizar el terror y la histeria que
los acosaban en esa lucha contra la muerte y el tiempo. En perfecta sincronización con la
base terrena de Houston, Texas, las precisas maniobras de los astronautas fueron -en
definitiva- las que culminaron con el operativo salvamento. Los científicos responsables
de la azarosa carrera espacial prefirieron, sin embargo, evitar las exaltaciones:
"Una junta de revisión estudiará los problemas que pusieron en peligro la misión
lunar Apolo XIII -señaló Edgar Corthught, director del Centro de Investigaciones
Langley, de Virginia, Estados Unidos, presidente también de esa junta, designada por la
NASA para analizar los contratiempos de la travesía-. Desde ya se puede afirmar que hubo
realmente un solo peligro: el presunto fracaso de las maniobras de corrección, realizadas
el 16 de abril (exactamente a la 1.32 hora argentina). Superado ese riesgo, era tan
improbable que la nave se perdiera en el espacio como seguro el retorno de los
astronautas".
La aparente prudencia de Corthught no tuvo trascendencia, A dos horas de pronunciar
su conferencia -el lunes 20, en Houston- se reunía en Washington una comisión de la
Cámara de Senadores. "La terrible aventura de la Apolo XIII -fue la declaración
emitida- no puede menos que paralizar las tentativas de la administración Nixon de
continuar con la alocada y absurda carrera por la conquista de la Luna. Ya demostramos que
somos los mejores. No tenemos necesidad de arriesgar las vidas de nuestros astronautas en
aras de éxitos políticos que sólo tienen alcance internacional. El fracaso que culminó
con el apresurado retorno de Apolo XIII sólo tiene una respuesta: menos fondos para el
programa espacial."
Mientras el tono de la polémica alcanza su punto de saturación, sobre todo cuando
se desliza por los peculiares senderos de la política norteamericana, los auténticos
protagonistas de esta historia prefieren el balance de lo acontecido: "No hace falta
reiterar lo orgullosos y contentos que estamos por haber regresado. Más de una vez
creímos que jamás íbamos a retornar", confesó Lovell. El veterano astronauta ya
superó -obviamente- los raptos de cólera que lo invadieron durante el retorno y que, el
jueves a medianoche, le hicieron exclamar en el espacio ante una orden del centro
espacial: "Pienso que no tiene sentido que nos coloquemos los trajes espaciales para
descender. Esa es la mayor estupidez que escuché desde que hago viajes
interplanetarios". Fue, precisamente, el corazón de Lovell el que marcó la gravedad
del momento crítico: en un solo minuto, al producirse la explosión, su ritmo ascendió
de 60 a 120 pulsaciones por minuto. Desde Houston, Neil Armstrong, el primer lunauta,
quien seguía atentamente lo que estaba ocurriendo en el espacio exterior, logró que se
superara el conato de histeria, explicándoles a los técnicos de la NASA que "la
avería se produjo en el mejor momento". En efecto, si hubiera ocurrido después,
cuando el módulo de servicio y el de comando ya no se hallaran en contacto, el espacio
hubiera contabilizado sus primeros tres náufragos.
LA ODISEA DE ODISEA
Una vez detectados los
contratiempos, el suspenso atrapó a quienes seguían de cerca las alternativas del viaje.
En Houston, los datos recibidos por telemetría y los signos codificados enviados desde el
LEM permitieron dar la voz de alarma a una poderosa supercomputadora. Sólo quedaban
quince minutos de energía eléctrica en el módulo de mando, insuficientes para los siete
días y medio de misión que restaban para ese entonces (la 03.00 GMT del martes 14 de
abril). Las seis horas siguientes fueron las más dramáticas que vivieron los
astronautas. Participaron de ellas los viajeros, los técnicos de Tierra y la opinión
pública mundial a través de los 1.325 periodistas acreditados ante la NASA. Una vez
decidido el retorno, todo se resolvió vertiginosamente. Los cosmonautas se vieron
obligados a vivir cuatro días en el módulo lunar y soportaron durante el regreso toda
clase de peripecias, desde fríos mayores a los cuarenta grados bajo cero hasta
temperaturas superiores a los 35 grados, producto de la orfandad técnica en que estaba
sumida la maltrecha nave.
Una vez que los astronautas pisaron la cubierta del portahelicópteros lwo Jima,
los críticos del programa Apolo volvieron a lanzar sus dardos sobre la NASA. Un reportero
del San Francisco Examiner afirmó que varios miembros de la tripulación del lwo Jima,
encargados de rescatar de las aguas del Pacífico a los viajeros, fumaban marihuana.
"Estaban demasiado nerviosos, tensos, crispados; por eso se permitió una leve
infracción al reglamento: los capitanes dejaron que la tripulación fumara en un
verdadero marihuana party", escribió el periodista norteamericano Robert Gillet. Las
críticas menos circunstanciales fueron frenadas por las declaraciones del propio
presidente de los Estados Unidos, Richard Nixon: "El drama de la Apolo XIII ha sido
exagerado por la prensa sensacionalista -amenguó-. La exploración espacial no se
detendrá. Se sabe que siempre implica peligros y ellos constituyen la contrapartida de
las ventajas que se obtienen de estos viajes. Lo que ha sucedido no influirá ni en la
continuación del programa Apolo ni en ninguno de los planes de exploración
espacial". Mientras Nixon profetizaba una continuidad ininterrumpida en los viajes,
una reunión de expertos, celebrada en Houston, de la cual participaron Lovell, Haise y
Swigert, anunciaba la postergación del vuelo de Apolo XIV, programado inicialmente para
octubre de este año. |
un helicóptero presta ayuda a los hombres ranas hasta que los
astronautas emergen
los astronautas a bordo del lwo Jima
técnicos de Houston
en la base de Houston los protagonistas de la hazaña analizan
las causas que produjeron el azaroso vuelo de la Apolo XIII
en Honolulu el presidente Nixon condecora personalmente a los
tres astronautas
A muchos kilómetros
del centro espacial texano, Buenos Aires también participaba de la aventura. Una breve
encuesta de SIETE DÍAS permitió constatar la consternación y el temor que invadió a
los argentinos por el vuelo de Apolo XIII. "La Luna es de Dios -resumió Julio
Mansilla, 30, cartero del área capitalina- y el hombre no puede invadir esos dominios
porque será castigado".
LO QUE HAY QUE ESCUCHAR
Durante el
riesgoso amaraje de la Apolo XIII, un curioso parloteo pobló las transmisiones
televisivas porteñas. Mientras un enviado especial de Canal 13 a Houston reflexionaba con
admiración sobre el encanto de observar la proeza en colores, los locutores de los
canales 7 y 11 se animaban a proferir observaciones singulares que llamaron poderosamente
la atención. Aquí, algunas de ellas:
"Fíjese el público en qué gran estilo nada ese hombre rana". (Frase difundida
por Canal 11 mientras los hombres ranas adosaban el anillo salvavidas a la cápsula de la
Apolo.)
"Los
hombres ranas brincan gozosos en torno de la nave." (Canal 11. Estaban, en realidad,
sometidos al movimiento del anillo neumático.)
"Estoy boquiabierto por la hazaña." (Canal 7.)
"El
ingenio y la serenidad de los astronautas hacen de este viaje a la Luna el mayor de los
éxitos." (Canal 7.)
"El
último en abandonar la nave es James Lovell. Claro, quiere disfrutar de su viaje hasta
los últimos instantes." (Canal 7.)
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