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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Lenin
centenario de su nacimiento

El 22 de abril de 1870 nacía en Simbirsk, región central del Volga, VladimIr Llich Ulianov, el hombre que con el legendario seudónimo de Lenin cambiaría el curso de la historia de la sexta parte del mundo, ejerciendo decisiva Influencia intelectual y política en lo que va del siglo. ¿Hasta qué punto la Unión Soviética encarna la plasmación de sus Ideales? Esta respuesta fue cuidadosamente elaborada por el sovietólogo Neal Ascherson para la revista londinense The Observer, cuyo texto completo edita Siete Días con exclusividad

Revista Siete Días Ilustrados
abril 1970

 

 

Cuando tomamos el poder en octubre éramos tan sólo una chispa aislada, pero ahora el incendio se extiende y se difunde a la mayoría de los países. Fue la gran obra que pudimos realizar: toda una serie de países son invadidos por el incendio de la revolución obrera", escribió Lenin en 1918. Era la época de euforia de la revolución bolchevique en Rusia, y entonces parecía cierto: KarI Liebknecht y Rosa Luxemburgo se hallaban al borde de sovietizar Alemania; lo mismo ocurría con Bela Kun en Hungría. Toda Europa semejaba una descomunal guerra civil con el proletariado a punto de tomarla por asalto. Es que no sólo los socialistas, sino hasta el más común de los mortales podía advertir que con el fin de la guerra del 14, un mundo se había derrumbado.
Pero aquella euforia leninista abortó en 1919, a poco de desatarse, con la muerte o el encarcelamiento de los principales jerarcas bolcheviques europeos. Recién a partir de 1945, al término de la segunda hecatombe mundial y en un contexto que no tenía nada que ver con los primeros años de la revolución, los ejércitos de Stalin -un heresiarca- se encargaron de consumar a su manera la profecía de Lenin, sovietizando todo el centro de Europa.
No fue el único fracaso histórico del hombre que llegó a ejercer una influencia intelectual y política tal vez sin precedentes en el siglo XX sobre el fin de sus días agonizando en su casa de Gorki, en las afueras de Moscú, Lenin desesperaba por crear un cuerpo de trabajadores que contrarrestara el poder gigantesco que los burócratas partidarios habían llegado a acumular en sus manos. Fue un intento vano. En las notas, mensajes y artículos que forman su famoso Testamento, advertía tardíamente -de un modo extraño, como si se avergonzara de su propia premonición- contra el factótum de aquella distorsión casi demoníaca: Josiph Stalin. Para entonces éste ya había alcanzado el puesto clave de secretario general del partido Y León Trotsky, el elegido para presentar un flanco de alternativa frente al futuro dictador, perdió la partida.

UN BACILO EN EL VAGÓN SELLADO

La revolución rusa había comenzado sin Lenin cuando el zarismo se desmoronó como un castillo de naipes en febrero de 1917. El tren que lo trajo desde su exilio en Suiza, junto con un grupito de 30 bolcheviques, salió de la estación de Berna el 9 de abril con un extraño salvoconducto: el Estado Mayor alemán consideró que el cargamento soliviantaría aún más la caótica situación interna de Rusia y terminaría por anarquizar a las hambrientas tropas rusas que se desbandaban en el frente oriental. No se equivocaron. Sólo que nunca alcanzaron a imaginar las consecuencias que depararía la maniobra. "Los espantosos vagones de tercera clase, el amontonamiento de soldados, todo era tremendamente bueno", escribió a su mujer Nadezhda Konstantinova Krupskaya, a quien había conocido en 1894 trasformándose en su compañera de toda la vida. El arribo del tren a San Petersburgo fue una pequeña apoteosis: lo aguardaba la multitud, los reflectores, la escolta de vehículos blindados, las banderas rojas que ondeaban sobre la vieja capital de los zares.
Sin embargo Lenin era casi un desconocido. Para los revolucionarios de Petrogrado, para los cenáculos extremistas que pululaban por Occidente, para un puñado de policías de Londres, París o Ginebra, el nombre de Vladimir Llich Ulianov, alias Lenin, Richter, Fedor, Tulin o Llyn (llegó a usar 140 seudónimos a lo largo de su actividad de revolucionario profesional) podía significar algo. Para la masa de trabajadores, soldados y campesinos del imperio ruso cuyo motín espontáneo fue creciendo hasta trasformarse en revolución, el metálico sobrenombre del futuro caudillo significaba poco y nada. Con su voz gutural y su estilo contagioso, enardecido, Lenin comenzó a derramar consignas en el mismo hall de la estación de Petrogrado donde se le tributó la bienvenida. Les dijo lo mismo que en 1915 lo escindió del socialismo europeo durante el congreso de Zimmerwald: rechazar la idea del mero pacifismo proclamando que la "guerra imperialista" debía devenir en guerra civil, en revolución armada. Ahora agregaba que el gobierno provisional de Kerensky debía desaparecer para implantar la "dictadura del proletariado". Todos los que lo escucharon en silencio, como si les golpearan la cabeza con un látigo, supusieron que el exilio lo había trasformado en un fanático, alejándolo de la realidad. Sólo una pequeña minoría se plegó a sus "fantasías".
Pero a medida que transcurrieron los meses, el vacilante gobierno de Kerensky se hundía cada vez más en la confusión y la inoperancia: los generales zaristas concentraban a los cosacos del Don para desatar la contrarrevolución, mientras la causa bolchevique -como advertían los informes de los corresponsales británicos destacados en Rusia- se propagaba como el fuego a través de las provincias. Con todo, la fracasada intentona insurreccional que éstos hicieron estallar en julio fue aprovechada por el gobierno para golpear a los bolcheviques en su plaza fuerte: el soviet de Petrogrado. Lenin se afeitó la barba, cubrió su calva con una peluca y fue a esconderse en Finlandia, última etapa de sus infinitos exilios. Cuando volvió en octubre, dio la orden: ¡Todo el poder a los soviets! En la madrugada del día 7 de noviembre, mediante un confuso y bien aplicado golpe de estado, los bolcheviques se adueñaron del poder.

EL ESTADO Y LA REVOLUCIÓN

Lenin -que nunca tuvo hijos- se trasformó en el padre de la Unión Soviética. A causa de todas sus idealizaciones sobre la "democracia directa" y el creciente temor que le inspiraba el poder excesivo de la burocracia que él mismo había fustigado en su libro El estado y la revolución, que apareció unos meses antes, su hija creció salvajemente.
Tal vez no pudo haber sido de otra manera: la revolución debió pelear contra los ejércitos blancos de los generales zaristas enancados en el hambre y el caos que asolaban a Rusia.- mientras en el frente externo los cañones alemanes continuaban disparando sobre una tropa también hambrienta y desarticulada. A ello se agregaría de inmediato la intervención armada de los ejércitos japonés, británico y francés. Entonces, la revolución comenzó por liquidar a sus traidores y enemigos, para terminar fusilando a los que dudaban. El partido tomó el mando absoluto y los sueños de la democracia masiva dé los soviets y los consejos obreros se desvanecieron: en 1921 se sofocó la guerra, pero el ejército profesional y la policía secreta permanecieron. Los viejos bolcheviques habían despreciado ambas instituciones, pero la Rusia dislocada resultaba ingobernable sin la sanción de la fuerza. Lenin, sin duda contrariado en lo más íntimo, esparcía burlas sobre "los mezquinos intelectuales liberales" que no podían soportar la faena de la Cheka (Policía Secreta). El empuje juvenil de la revolución parecía tocar a su fin.
Nada hacía suponer, por ejemplo, que el mundo estuviera a las puertas de una revolución generalizada. La ilusión de que el "microbio bolchevique" contaminaría a los obreros de todos los países, también se había desvanecido. Lenin había dicho: "La fundación de la Tercera Internacional Comunista es el prefacio de la República Internacional de los Soviets, de la victoria internacional del comunismo. La Internacional debe oponer su estrategia a la estrategia de la burguesía mundial, contra el capital mundial que opone al proletariado bandas armadas". El resultado fue la creación de un Comintern, integrado por los partidos comunistas de todos los países del mundo, que segregó una burocracia internacional donde el principio absoluto fue la "lealtad a la Unión Soviética". Entonces fue nada más que un atisbo: Stalin sólo necesitó reforzar esta noción a balazos, para hundir en la esquizofrenia al movimiento comunista mundial.
El comunismo de guerra, régimen draconiano erigido transitoriamente para aplastar la guerra civil y comunizar la industria, se hizo permanente, imponiendo por la fuerza la colectivización de las granjas campesinas, sumiendo a la economía en un estado mucho más caótico: los campesinos escondían como un tesoro los excedentes de cereal, las ciudades se morían de hambre y la clase trabajadora, en la que tanto confiaban los bolcheviques, parecía desmoronarse emigrando para el campo.
Muchos comunistas de la primera hora, aún se esperanzaban con la idea de que sería posible alcanzar una estabilidad que permitiera la creación de una genuina democracia obrera a través de los soviets y los consejos fabriles. Idealistas decepcionados, viejos camaradas de Lenin, comenzaron a organizarse en contra suya. Así, dentro del propio partido surgió la "oposición proletaria", exigiendo igualdad de salarios para todos los trabajos y control .de la industria por parte de los sindicatos. El movimiento deflagró en marzo de 1921, cuando los marinos de la isla de Kronstadt -una base naval de las afueras de Petrogrado- se alzaron en rebelión para reclamar un retorno al comunismo proletario: poder real para los soviets, libertad de opinión y de palabra, libertad de los izquierdistas encarcelados. La revuelta fue sofocada por el Ejército Rojo, y muchos de sus líderes ejecutados sin dilación. Kronstadt se erigió, quizás, en la primera gran tragedia de Lenin y de la revolución bolchevique.

LOS PASOS ATRÁS

Fue la última efervescencia revolucionaria. A partir de entonces, Lenin comenzó a introducir cautamente la Nueva Política Económica, conocida con las siglas NEP, que consistió en una vuelta limitada y temporal al capitalismo asociando el capital estatal con empresas privadas, en un país acosado por el hambre. La NEP dio buenos resultados: en pocos meses los campesinos accedieron a vender nuevamente sus alimentos en las ciudades, y los inversores extranjeros vieron -a pesar de todo- un buen campo para sus negocios. Admitiendo el hecho, y confesando al país con extraordinaria franqueza que su políticas previas habían fracasado, Lenin salvó a Rusia del desastre.

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dueño de una oratoria enardecida y contagiosa sabía convencer y manejar masas

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Trotsky: el exilio y la muerte

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con Stalin, en 1910 durante el VIII congreso: altri tempi

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con delegados italianos en un congreso de la III internacional

A partir de ese momento decisivo, y durante los pocos años que le restaron de vida, se formaron muchos de los rasgos que luego cristalizarían definitivamente en el comunismo soviético. La creciente inclinación de Lenin por los especialistas, los técnicos bien entrenados, y su convicción de que el futuro de Rusia dependía de su industrialización masiva ("comunismo es igual a poder soviético más electrificación", fue la consigna), devendrían luego en los ítem preferidos del stalinismo y en la ascensión segura, implacable, de la tecnocracia, cuyo máximo exponente actual es el primer ministro Alexei Kosygin. Porque cuando Stalin llegó al poder, los expedientes que para Lenin eran temporarios adquirieron el sesgo de una política permanente, ejecutada con un método de su exclusiva preferencia: el terror.
Lenin, en cambio, había intentado mantener en vigencia algunos atisbos de democracia: pese a que la "dictadura del proletariado", teóricamente transitoria, se erigía en algo permanente; aun cuando el Estado se fortalecía cada vez más, en lugar de marchitarse luego del aplastamiento de la burguesía, las distintas facciones y tendencias partidarias podían discutir y cabildear con relativa libertad, pregonando un curso de acción diferente. Polemista vigoroso, Lenin, lejos de sofocar la polémica, le daba dimensión pública admitiendo las más diversas opiniones en los periódicos y opúsculos editados por el partido.
Cuando terminó la guerra civil, le quedaban tres años de vida. El atentado de la joven anarquista Fanny Kaplan, quien trató de ultimarlo en agosto de 1918, y los violentos avatares que siguieron a la toma del poder, minaron su salud hasta dejarlo casi incapacitado para escribir. Murió el 21 de agosto de 1924, cuando sólo tenia 53 años. Inevitablemente, desde entonces, el mundo se ha preguntado si la Unión Soviética hubiera sido diferente en caso de haber vivido más tiempo. Más específicamente: ¿habría repudiado a la Rusia de Brezhnev y Kosygin?

EL JUICIO FINAL

Para muchos comunistas que no comulgan con el Kremlin, inclusive para algunos sovietólogos occidentales, resulta demasiado fácil suponer que Lenin habría rechazado de plano la moderna realidad soviética. Nada hace suponer que el monstruoso terror stalinista, la degradación del partido y de los hombres, convertidos en simples objetos de la paranoia del dictador georgiano, hubieran contado con el beneplácito de Lenin. Pero la Rusia de Brezhnev no es la de Stalin -aunque sea su resultado visible-, y Lenin no era Dubcek, porque nunca tuvo nada que ver con el credo liberal.
Lo cierto es que hacia el ocaso de su vida, se había adaptado a algunos fracasos importantes: el futuro cercano no depararía la revolución mundial; su viejo sueño de una democracia obrera descentralizada a través de los sindicatos, le parecía entonces difícilmente realizable; por razones de sobrevivencia económica, sería inevitable un largo período de coexistencia pacífica con los países capitalistas. Había aceptado como necesaria una cierta dosis de terror, y reorganizó el partido de modo que pudiera ser regido férreamente por una elite de altos funcionarios: Stalin se remitió a llevar estas pautas al paroxismo para construir su tiranía y erigirse en una nueva especie de zar. Sólo aceptando a Lenin como la encarnación antagónica del dogma y el fanatismo se lo puede imaginar meneando la cabeza ante la Rusia de hoy, un imperio de inmovilidad, rutina y burocracia.
Pero tal vez resulte engañoso invocar sus ideas fuera del contexto histórico. El había escrito que "la unidad fraternal entre los trabajadores de todos los países no puede aceptar tiranía directa o indirecta sobre otro pueblo", refiriéndose al Comintern. Y sin embargo es probable que hubiera aprobado la intervención soviética en Checoslovaquia, aunque también es probable que estallara por la manera con que se manejó el proceso, así como también ante la agria disputa con China. Seguramente, su gran preocupación hubiera sido la absoluta falta de energía creadora y vitalidad crítica del partido soviético. De todos modos, su nombre -o su memoria- fueron invocados; en vano, cuando estallaron los intentos de retorno al pasado revolucionario en Berlín (1953) y Budapest (Hungría) tres años después, aplastados primero por Stalin, y luego por los tanques de Kruschev.
Con todo, nadie podría afirmar que Stalin destruyó lo que fundó el leninismo. En todo caso, se trata de una distorsión de un método que exageró las aristas más peligrosas de la primera época. De aquel entonces Lenin emerge, sin duda, con el mérito histórico de haber abordado el problema de la realización práctica del marxismo. De "ejemplo fascinante" lo 'bautizó Rosa Luxemburgo.
Pero a la vuelta del último medio siglo, los resultados no son otros que los que están a la vista: Rusia convirtió a Lenin en un objeto de veneración religiosa, en un fetiche nuevo de un dogma rígido que hoy casi ha perdido por completo su signo inquietante. Durante el verano de 1968 las paredes de la Praga ocupada ostentaban leyendas como esta: ¡Lenin despierta, Brezhnev ha enloquecido! Era demasiada generosidad. Lenin yace en el mitológico mausoleo de la Plaza Roja, embalsamado y adorado de un modo que él juzgaría absurdo. Pero si despertara y abriera sus ojos ante lo que es hoy la Unión Soviética, un imperio seguro, autoritario, dominador de la mitad de Europa, con una industria socializada que compite en la conquista del espacio sideral, con un pueblo satisfecho de confort, que prefiere la carne a los cañones, ¿la aprobaría, finalmente? Es probable que sí, porque a pesar de sus enormes distorsiones, es suya.

NEAL ASCHERSON.

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