Volver al Indice

crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Fin del Beat
el sueño terminó

 

 

Beatles
El fin y el principio

Fue un sepelio de campanillas -la expresión todavía podría ser leída en una crónica del ABC de Madrid- donde no faltaba prácticamente nadie, ni los enterrados, que para afirmar su asistencia estaban lápida afuera, vestidos con operísticos uniformes militares. Entre los concurrentes se notaba la heterogénea presencia de Carlos Marx, Lawrence de Arabia, Marylin Monroe, Albert Einstein, Bob Dylan, Aldous Huxley, Stan Laurel, Sonny Liston y Marlon Brando entre muchos otros más o menos reconocibles, sin contar a George, John, Paul y Ringo que sin demasiados rubores rodeaban su propia tumba, sobre la que se leía, primorosamente compuesta con hojas y flores de marihuana of course, una sola palabra: Beatles. Eso sucedió hace mucho tiempo y en una portada para discos: se trataba de una confesión en regla y aunque muy pocos la creyeron entonces, alcanzarían tres años para corroborarla. La tercera parte de la apasionante trayectoria de los Beatles, que se empleaba en extender su partida de defunción, ahora definitivamente sellada. Claro que al mismo tiempo, la portada sólo aparentemente informal de "La banda del club de los corazones solitarios- del Sargento Pepper", estaba afirmando además la supervivencia del cuarteto, avalada por los prestigiosos fantasmas de sus pares, vivos o muertos. Y esa también es una circunstancia ya definitivamente incuestionable: los Beatles han muerto, vivan los Beatles.
Pero la desintegración del conjunto, sumada a las crisis registradas en otros grupos no menos expectables, los Rolling Stones entre ellos, propone un interrogante que desborda el aspecto anecdótico: ¿es todo eso sintomático de un cambio, a nivel muy profundo, en las circunstancias que motivaron la aparición y el boom internacional de la música -y la actitud- beat? Todo parecería confirmarlo y en su constatación no intervendrían tanto los Beatles como los Rolling Stones, protagonistas potenciales de la fase final en la escalada iniciada por los muchachos de Liverpool, su climax: para acercar una mayor precisión. El papel diferente de ambos grupos fue explicado recientemente en un reportaje por Mick Jagger, el ya mítico integrante de los Rolling. "Los Beatles -convino- hablaban mucho y con ingenio, reían, lo pasaban bien y no se comportaban como el resto de la gente. Eso era lo lindo que tenían: nada les importaba un rábano y eran mal educados con medio mundo. Pero lo hacían en forma tan divertida que todos los creían encantadores. Nosotros, en cambio, no éramos divertidos y nos veían violentos, mezquinos y sórdidos. Mientras los Beatles alcanzaban una reputación antiséptica, la fama de los Stones tuvo un carácter diametralmente opuesto, como si fuesen una amalgama de peligrosos delincuentes juveniles y teddy boys." Las palabras de Jagger tuvieron una escalofriante confirmación en el desastroso concierto de Altamont, en California, donde murieron cuatro personas y se registraron numerosos heridos, en medio de un estallido de violencia indescriptible. Y en Altamont actuaban los Stones.
Para muchos, el episodio californiano marcó el límite y se lo llegó a calificar significativamente, -como el fin de la inocencia del rock. Era, sin duda, una advertencia sobre lo que la liberación de la vasta energía incentivada por la música beat en la multitud, podía provocar. Acaso a partir de ese momento la parábola comenzó su descenso, y hay abundantes indicios que lo corroboran: seguramente la década recién iniciada de los años 70 traerá otra música, como lo trajo la iniciación de su antecesora. Un crítico particularmente comprometido con el proceso, John Landau, pudo así conjeturar: "La creación de astros se convirtió en una rutina y en una fórmula tan seca como una ecuación matemática. Ahora hay un público nuevo, que va a necesitar y exigir otra música. Nadie sabe aún lo que vendrá y lo que los músicos les han de dar. Pero una cosa está asegurada: la juventud tendrá su música". Lo que resulta significativo es que esa música parezca encarar una especie de retorno a las fuentes, no sólo en lo que se refiere a las ideas, sino también a los instrumentos. La incorporación de flautas, violines y otros antiguos intrusos, no puede ser una casualidad, como tampoco puede serlo la recién inaugurada toma de conciencia musical de los nuevos intérpretes beat o rockeros. Quique Sapia, el inteligente integrante de La barra de chocolate, se lamentaba hace unos días de no poder vertebrar con una educación musical sus actuaciones: "Si nosotros supiéramos música -aventuraba- podríamos tocar como los ingleses y los norteamericanos". Y aceptaba después: "es cierto que hacemos rock y que esto no lo puede enseñar nadie. Pero si hubiese estudiado batería podría lograr un sonido más limpio. Hay que reconocer que estamos en 1971 y que tenemos que evolucionar. Lo demás es simplemente querer trampearnos". Falta establecer en qué dirección se va a dar la evolución anunciada por Sapia con un tono que más parece un reclamo, o uno de los términos de una opción que puede tener mucho de dramática.
De cualquier manera la disolución de los Beatles y los cambios operados en los Rolling Stones a partir de las muertes trágicas de Jimi Hendrix, Janis Joplin y Brian Jones, y de la catastrófica experiencia de Altamont, no son hechos aislados o simples anécdotas. El cambio se está comiendo sus propios hijos, pero de todas maneras la herencia de los precursores puede desbordar las posibilidades de la apertura. A nivel especializado, los Beatles protagonizaron la única revolución musical del siglo; nadie como ellos ha sido capaz de aportar tal cantidad de ideas nuevas, válidas y dinámicas en materia de expresión popular. "Elionor Risby" (textual en la crónica), "Strawbery" o "Yesterday" quedarán sin lugar a dudas como pautas definitivas, expresiones cabales de un momento del mundo y de la juventud del hombre de ese momento. Ben Molar, productor y editor de música popular, aventuraba la pasada semana una afirmación aún más riesgosa: "Pienso que los Beatles protagonizaron una revolución más importante que la de Wagner en su época. Porque el alemán testimoniaba un carácter, una actitud, un tiempo y hasta un espacio en cierta forma regionales. En diez años hubo que aceptar que los Beatles habían testimoniado el mundo y que su definitivo éxito no tenía nada que ver con políticas promocionales, sino con esa circunstancia de ser no sólo los testigos, sino también los testificadores".

Revista Confirmado
17 de febrero de 1971

finbeat1.jpg (41076 bytes)

finbeat2.jpg (8013 bytes)
Quique Sapia

finbeat3.jpg (36624 bytes)


finbeat4.jpg (35457 bytes)

finbeat5.jpg (29486 bytes)

Los Beatles
¿pasarán a la historia?

"Los Beatles han muerto, ¡vivan Los Beatles!" declaraba John Lennon en marzo de 1970, durante una entrevista. Pasaron los meses, los rumores de separación dejaron paso al barullo de la ruptura. El fin de Los Beatles es un acontecimiento simbólico y melancólico que trasciende el universo de la música pop. Vanguardia y portavoces, Los Beatles, a través de su música, su éxito, su insolencia, su libertad, fueron los líderes de todo un periodo de la juventud del mundo. Una juventud vibrante de ritmos e inquietudes. Una juventud que no hubiera aceptado mirarse envejecer escuchando a Beatles envejecidos, aburguesados, entregados. Quizá calvos...
La treintena, el cansancio, la fortuna, el amor, terminaron con la amistad, con la complicidad que unía a los cuatro muchachos de Liverpool. No hay que confundir suicidio con asesinato. Los Beatles mataron a Los Beatles. Pero lo hicieron en términos de legitima defensa. Por lo menos, esto es lo que se deduce de las revelaciones hechas por John Lennon a Jan Wenner, de la revista "Rollings Stone", que publicamos a continuación:

• ¿En qué momento sitúa usted el comienzo del fin de Los Beatles?
—Inmediatamente después de la muerte de Brian, Paul fue el primero en reaccionar y quiso convertirse en nuestro líder. Pero, ¿quién podría dirigirnos, puesto que ya habíamos dado un vuelco total? Nuestro proceso de desintegración comenzó el día en que murió Brian.
• ¿Dónde estaba usted ese día?
—En Gales, con el maharishi, en Bangor.
• ¿Cuándo se dio cuenta de que el gurú se burlaba de usted?
—Allí mismo, en Bangor. Ya habíamos tenido un maldito escándalo cuando trató de violar a Mía Farrow o a alguien por el estilo. Bueno. Brian se muere. Al día siguiente vamos a ver al maharishi en su choza, en su muy suntuosa cabaña en la montaña. Le digo: "Nos vamos". "¿Por qué?", me preguntó. Y yo: "Si es tan «cósmico», tiene que saberlo". El maharishi era un cuento chino.
• ¿Cuál fue su sentimiento personal con respecto a la muerte de Brian Epstein?
—El sentimiento que experimenta cualquiera cuando se muere alguien Cercano. Interiormente, se siente primero un pequeño sobresalto histérico, algo así como: "¡Eh, eh, no soy yo!". Y luego, en seguida, la pregunta sin respuesta: "¿Qué puedo hacer?" En seguida me di cuenta de que íbamos a tener problemas. No me hice ninguna ilusión con respecto a nuestra capacidad para hacer algo que no fuera música, y sentí miedo.
• ¿Usted dijo; "Fui el primero en dejar a Los Beatles"?
—Sí.
• ¿Cómo?
—Ya me lo había anunciado a mí mismo y a mis amigos, en el avión que nos llevaba a Toronto. Allen Klein estaba allí. Cuando volvimos, hubo algunas reuniones. Allen repetía: "Calma, calma...". Luego hubo una discusión en la oficina con Paul, y Paul dijo algo a propósito de Los Beatles: harían esto y aquello... Yo me contentaba con responder no, no a todo. Al cabo de un momento me vi obligado a decir algo más. Y cuando Paul me preguntó: "Pero al fin de cuentas, ¿qué significa todo esto?", yo respondí: "Esto significa que el grupo ha terminado. Me voy."
Me suplicaron que no revelara aquello a nadie. En ese momento había serios problemas con la Northern Songs, nuestra editora cotizada en la bolsa. Prometí callar y Paul me dijo: "¡Oh, nada estará mal mientras te aguantes la lengua!" Seis meses después, era él quien dejaba al grupo con una canción: "Me voy". Sí, él se servía de aquello para vender un disco... ¡Qué cretino fui, qué miserable idiota, no haberme servido yo de eso primero!
• ¿Qué pasó después?
—Mucha agitación. Conferencias, amigos que se apuraban en vender su parte en el negocio. Señores viejos que fumaban y se peleaban. Que hacían su juego como nosotros habíamos hecho nuestra música. Que pensaban habernos hecho, cuando en realidad éramos nosotros quienes los habíamos hecho a ellos.
• ¿Qué siente usted desde entonces con respecto a la gente que rodea a Los Beatles, a los que trabajaron años enteros en Apple y que todavía trabajan, a veces? Ellos deben sentirse unidos indisolublemente a ustedes.
—Quizás sería hora de que se convirtieran en adultos. Todavía tienen una larga vida por delante. Se aferran al pasado. Sabe, un día yo mismo tuve que elegir. Casarme con Los Beatles o casarme con Yoko. Y elegí a Yoko. Y tenía razón.
• ¿Cuál fue la reacción de Los Beatles respecto de Yoko?
—La odiaron. Siempre esperé que eso se arreglaría. Pues no. Ellos se sentaban todos juntos con sus mujeres, como un maldito tribunal, y nos juzgaban. No se los perdonaré jamás. Mi única venganza fue aludir en una entrevista a mis "peores amigos", No, realmente, no puedo perdonárselo. Pero tampoco puedo dejar de quererlos todavía...
• Usted acaba de grabar un nuevo álbum. ¿Qué piensa de él?
—Es lo mejor que he hecho. Porque es algo personal. Nunca me gustó escribir canciones en tercera persona. Las prefiero en la primera persona del presente. Desde ahora no escribiré más que sobre mí. Es por esto que me gusta ese álbum.
• En ese disco hay una canción: "Dios". Una letanía que dice: "No creo en la Biblia, no creo en los naipes, no creo en Hitler, no creo en Jesús, no creo en Kennedy", etc. Y termina: "No creo en Los Beatles. El sueño ha terminado." Cuando se fue,
¿tenía la intención de escribir eso?
—No. No sé cuándo me puse a hacer la lista de las cosas en las cuales no creía. Hubiera podido continuar largo tiempo. ¿Dónde detenerme? ¿En Churchill? Era necesario que me detuviese. Me detuve en Los Beatles. Porque ya no creo en los mitos, y Los Beatles son un mito. Ya no creo más en ellos. El sueño ha terminado.
• Usted acaba de someterse a un psicoanálisis, durante cuatro meses, con su mujer, en la clínica del doctor Arthur Janov, de Los Angeles. ¿Resultó útil? ¿Piensa convertirse en un cantante mejor después de las sesiones de psicoterapia?
—Puede ser. Creo, sobre todo, que me he superado porque estoy solo. Grabar frente a Paul (McCartney) y a George (Harrison) era terriblemente incómodo. Nos conocíamos demasiado. Habíamos adquirido la costumbre de ejercer ferozmente nuestro espíritu de crítica unos sobre otros. Nos inhibíamos.
• ¿Qué piensa del álbum que sacó George?
—No sé... Está bien. Personalmente, en mi casa, no escucharía ese tipo de música... No quisiera lastimar a George... No sé bien qué decirle. Pienso que su disco es mejor que el de Paul.
• ¿Qué le pareció el de Paul?
—El de Paul era inexistente. Creo que llegará a hacer discos mucho mejores cuando aprenda a tener miedo. Pero el primero era realmente un amasijo de...
• Cuando Los Beatles hablaban, y Los Beatles hablaban a menudo de si mismos, se definían como cuatro partes de un todo. ¿Qué pasó con las cuatro partes?
—Se dieron cuenta de que eran cuatro individualidades. Se creyó, nosotros también creímos, en el mito Beatles. No sé si los otros creen todavía. Eramos cuatro tipos. Formamos una orquesta que marchó muy, muy bien. Eso es todo. Nuestras mejores realizaciones nunca fueron grabadas, por otra parte.
• ¿Por qué?
—Porque en el comienzo éramos músicos, en Liverpool, Hamburgo, en los clubes y en los sótanos. Cuando hacíamos verdadero rock, éramos fantásticos. Desde que tuvimos éxitos, pues bien, tuvimos éxito. Y no volvimos a progresar. Brian nos vistió con linda ropa y todo, pero ya estábamos comercializados. La música, nuestra música, murió inclusive antes de nuestra primera gira. Nos convertimos en buenos artistas de disco, eficaces, competentes...
• ¿Por qué continúa grabando con Ringo?
—Porque, a pesar de todo, Los Beatles hicieron buena música juntos. Ringo sabe exactamente adonde voy y me sigue muy bien. Es lo único que echo de menos de vez en cuando. Una guiñada, un chasquido de los dedos y arrancábamos todos juntos, sabíamos adonde íbamos a llegar, en qué improvisación íbamos a desembocar... ¡Oh!, en el fondo esto es lo que más me falta.
• ¿Es usted un buen guitarrista?
—Técnicamente no. Pero sé hacer hablar a una guitarra.
• ¿Y George?
—Es muy bueno, muy bueno (ríe). Pero me prefiero. Soy un guitarrista de cine-verdad. tengo un estilo. Siempre lo tuve. Pero nunca se supo bien. Se llamó a George "el cantante invisible". Yo era el guitarrista fantasma.
• Usted dice que el sueño ha terminado. Pero el sueño más grande, el más descabellado, ¿no fue creer que Los Beatles eran Dios, o que Los Beatles eran los mensajeros de Dios, y que ustedes, naturalmente, eran Dios?
—¡Bueno...! En fin, si hay un Dios, todos lo somos.
• ¿Cómo lograron provocar esa clase de reacciones... cerebrales?
—Probablemente gracias a un muchacho, un Inglés, William Mann. Fue el primer intelectual que habló de Los Beatles en el "Times". Habló de "cadencias eólicas" y otras fruslerías. Pero le debemos nuestro crédito ante los intelectuales.
• ¿Cuándo comenzó a tomar LSD?
—Por casualidad, en Londres, con George y nuestras mujeres, en casa de un dentista amigo que nos lo había echado en el caté, sin que lo advirtiéramos. Fue grandioso, una noche de locura. Aullábamos por las calles, en los ascensores, al ver encenderse una lucecita roja y pensar que era un gigantesco incendio. Terrorífico. Aquella noche hice unos dibujos: uno de ellos, con cuatro rostros idénticos que me decían: "Estoy completamente de acuerdo con usted". Fue en 1964.
• ¿Cuánto tiempo marchó con el ácido?
—Años. Tuve que hacer miles de viajes. Unos buenos, otros malos.
• ¿Y los otros?
—George también. El y yo, sin duda, fuimos los más inyectados. Paul y Ringo lo fueron menos. Pero tengo la impresión de que los marcó profundamente. Que lo lamentan...
• ¿A qué se parecían las giras de Los Beatles?
—Al "Satiricón" de Fellini.
• Cuando llegaban a una ciudad, a un hotel...
—Las muchachas, las "fans", todavía, no las llamaban "groupies", pero ya pululaban. Y cuando no había bastante, se encontraba otra cosa, meretrices, cualquier cosa. Yo no dormía. No podía. Hay fotos mías tomadas en Amsterdam saliendo en cuatro patas de un burdel. La policía me acompañaba a todas partes para evitar el escándalo. Prefiero no hablar más de todo esto, por Yoko. Y por los demás que también están casados. Era "Satiricón". Eso es todo.
• ¿Y los inválidos?
—Sí. En todas nuestras giras, por Inglaterra o por el exterior, se reservaban las localidades de adelante para los pequeños vehículos de los inválidos. Las madres los empujaban hacia nosotros, como si tuviéramos el poder de curarlos, como si fuéramos Cristo. ¡Espantoso! Todas, las noches lo mismo. Se había vuelto una obsesión. La impresión de no estar rodeados más que por ciegos, sordos, paralíticos...
Yo estaba siempre borracho. Gritaba. Vomitaba insultos. Ya no podía más.
Todo aquello era vomitivo. Tan humillante. Hubiera sido preciso renunciar a toda dignidad para aceptar ser aquello en que Los Beatles se habían convertido. Es lo que siento ahora. Pero entonces lo ignoraba. No comprendía. Llegué progresivamente a entenderlo. Poco a poco, toda esa tilinguería lo sumerge a uno; se llega a hacer exactamente lo que no se quería hacer, con gente que uno detesta. La gente que odiaba desde los diez años.
Bueno, yo digo todo esto en mi último disco. Lo digo, lo canto y lo pienso: "No me atraparán dos veces".
(Publicado en "Marcha", de Montevideo)

revista extra
marzo 1971

 

Google
Web www.magicasruinas.com.ar