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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

CHECOSLOVAQUIA
LA INVASIÓN QUE QUIERE DETENER A UN PUEBLO

"A Praga", fue la orden. Y la noche del martes último, desde cuatro fronteras, tropas de la URSS, Polonia, Bulgaria, Hungría y Alemania Oriental que llegaron a totalizar 560.000 efectivos -tantos como los EE. UU. tienen depositados en Vietnam- ocuparon completamente el suelo checo.

revista Panorama
septiembre de 1968

 

 

También mostraron la inclinación final del grupo dirigente soviético: zarandeado por la duda, tironeado por contradicciones internas y exteriores, desbordado por la situación, optó -finalmente- por el viejo ejercicio stalinista. Si en 1918, Lenin respetó la decisión de Finlandia de autosegregarse del conglomerado de la URSS, no fue precisamente ésa la línea que seguirla, después, su georgiano discípulo.
Tampoco la de los vociferantes criticadores de Stalin, encabezados por Nikita Krushov: los tanques rusos que invadieron Budapest en 1956 reiteraron el método. Y Brezhnev y Kosyguin -denostadores, a su vez, de Krushov- vuelven hoy a prolongarlo, al amparo final de acuerdos (Yalta, 1945) que repartieron las zonas mundiales de influencia.
Algunas cosas han cambiado, sin embargo. "Los rusos están aprendiendo en Checoslovaquia lo que nosotros aprendimos en Vietnam", sintetizaba a fines de la semana pasada, un alto funcionario del Departamento de Estado. "Ya no es posible atemorizar a los países chicos". A pesar de la no resistencia aconsejada por el gobierno checo, y a pesar de la fuerza de sus cañones, la URSS se vio obligada a una trabajosa, difícil búsqueda de soluciones políticas, constantemente asediadas por no pequeñas paradojas.
Por ejemplo:

• "No permitiremos injerencia exterior en nuestros asuntos", vociferó el representante soviético Malik en el debate del Consejo de Seguridad de la ONU sobre la cuestión. Los checos, evidentemente, no tuvieron permiso para lo mismo.

• "No podemos permitir el deslizamiento checo hacia Occidente: nos debilita ante el peligro alemán", exponían, en trastienda, diplomáticos de la URSS. Checoslovaquia fue invadida también por tropas alemanas.

• "Cada partido hermano puede seguir su propio camino hacia el socialismo", proclamó el partido Comunista de la URSS en la reunión mundial realizada en Moscú, en 1961. La frase, en realidad, debe admitir otra versión; "Cada partido hermano puede seguir nuestro propio camino hacia el socialismo".

• El congreso extraordinario del partido Comunista checo -reunido el miércoles pasado- debió hacerlo en la clandestinidad (impuesta por el partido "hermano" de la URSS, tropas mediante), exigió la libertad de Dubcek y otros líderes en poder de los rusos, los reeligió como cabeza dirigente. "Pravda", al mismo tiempo, procuraba justificar la invasión desenterrando frases como "pequeño grupo de contrarrevolucionarios", "minorías derechistas caídas en la charca de la Historia" y otras que, más o menos apolilladas, yacían en el viejo archivo stalinista.

Las olas, los vaivenes

Está claro que, antes de que los tanques rusos llegaran a Praga, algo sufrió una súbita congelación en la cúpula dirigente de la URSS: la actitud contempladora frente al experimento checo. Terminada la reunión de Bratislava -donde los 5 invasores y el solo invadido- acordaron una especie de tregua, apenas bastaron diez días para la primera, violenta interrupción: el 14 de agosto, la "Literaturnaia Gazeta" de Moscú -órgano de los escritores soviéticos- caía acerbamente sobre su homólogo praguense, la Literarno Listy".
"El órgano de los escritores checoslovacos -decía- se obstina en desinformar a la opinión pública checoslovaca sobre la política soviética, y presenta la inquietud de los soviéticos sobre la salvaguarda de la paz en Europa como una injerencia en la política del país hermano (.. .). Ese órgano adquirió una notoriedad tan durable como lamentable por sus ataques contra el marxismo-leninismo y sus calumnias contra la Unión Soviética." El mismo día, la "Literarni Listy" proponía: "Checoslovaquia debe, absolutamente, adoptar una actitud titista si quiere proseguir su desarrollo (...). Después de Bratislava, no hemos cantado victoria".
Algunas otras cosas habían ocurrido, además, en ese lapso. El pedido de Dubcek a la prensa checa -"amenguar los ataques a la URSS" (una de las concesiones arrancadas en Bratislava)- no tuvo mayor eco. Dirigentes estatales checos expresaron la voluntad de dirigirse a Occidente para la obtención de créditos y la apertura, en abanico, de su comercio exterior. La visita de Ulbricht al balneario de Karlovy-Vary -donde se entrevistó con Dubcek el 12 de agosto- no le produjo, precisamente, el efecto sedante atribuido a las famosas aguas termales del lugar: el rígido, ortodoxo dirigente comunista alemán no consiguió convencer a los checos de que no debían continuar sus contactos con Bonn ni, eventualmente, reconocer a Alemania Occidental.
Pero es posible que las visitas del yugoslavo Tito (9 a 11 de agosto) y del rumano Ceausescu (16 y 17) a Praga hayan terminado por erizar todos los temores soviéticos. El viernes 16, luri Jukov -teórico del partido Comunista ruso- subrayaba amenazadoramente desde las columnas del "Pravda" que "fuerzas antisocialistas" obraban aún en Checoslovaquia, que era deber del partido Comunista checo "introducir un orden elemental" en la criticadora prensa del país "de acuerdo a los términos de la declaración de Bratislava". Simultáneamente, proseguían las maniobras militares soviéticas conjuntas en Alemania Oriental y Hungría.
Tanto Tito como Ceausescu fueron cautos en sus declaraciones posteriores. "No irritar al ciervo" parece haber sido la consigna. Pero, más allá -o más acá- de las palabras, estaban los hechos, la posibilidad cierta de un bloque tripartito -Checoslovaquia, Rumania, Yugoslavia- que, con todas las diferencias en política interna y exterior del caso (Rumania es rígidamente centralista en lo interior, los otros no; Yugoslavia no pertenece al Pacto de Varsovia, los otros si) podían crear un campo de atracción de insospechados efectos.
No sólo en el colchón de países intermedios con la URSS ("Desde el comienzo, los comunistas húngaros simpatizaron de todo corazón con los objetivos de los comunistas checos en su acción emprendida en enero último", declaró en Budapest, el 9 de agosto, Zoltan Komocsin, secretario del comité central del partido húngaro y miembro de la delegación de su país en la conferencia de Bratislava). También en la propia URSS.

Los duros y los blandos

Los checos eran claros. El domingo 18, el comentarista político de Radio Praga declaraba: "Hemos disipado los temores de quienes estimaban que Checoslovaquia terminaría por encerrarse en el grupo de los seis signatarios de la declaración de Bratislava. Nunca seremos miembros de semejante bloque que, por otro lado, carece totalmente de existencia histórica o jurídica". También insistía en la adhesión "libre y en pie de igualdad" al Pacto de Varsovia y al Comecón (organismo de Europa oriental), en si derecho de recibir "amigos como Tito y Ceausescu" ya que se recibía a aquellos "que no nos han creído y siguen sin creernos".
Porque, efectivamente, todas las protestas de Dubcek -"permaneceremos en el socialismo y en el campo socialista"- no bastaron para cegar el abismo de desconfianza y de temor de la cúpula dirigente rusa. Los hechos más arriba reseñados, en cambio, sirvieron para que los "duros" de esa cúpula terminaran imponiendo su criterio sobre el de los "blandos".
Al secretario general del partido Comunista soviético, Brezhnev -viejo integrante del aparato burocrático partidario- se le atribuye la insistencia en resolver el problema checo por las armas. Su tesis -ya esgrimida en la reunión de Varsovia, a mediados de julio, donde Checoslovaquia brilló por su ausencia- fue, momentáneamente, superada por la de Kosyguin -más inclinado a negociar, más flexible, tal vez, por su condición de funcionario estatal-, y así fue que los soviéticos se avinieron a conversar con los checos en Cierna, a fines de julio. La popularidad de Dubcek en su país, la presión de importantes partidos comunistas europeos (como el francés, el italiano) contrarios a una intervención armada, dieron alimento a la línea "blanda" en Moscú.
Pero la insistencia checa en un camino liberalizante cambió la relación de fuerzas en el seno de la cúpula dirigente soviética. El sábado 10 de agosto, casi calladamente, junto al fragor de las noticias relativas a la brillante recepción al mariscal Tito, el "Rude Pravo", órgano del partido gobernante checo, publicaba el proyecto de estatuto del P.C. a ser considerado por su Congreso Extraordinario, cuya fecha de apertura estaba fijada para el 9 de setiembre.
A pesar de la ortodoxia de vocabulario -insistentes invocaciones al "marxismo-leninismo", al "centralismo democrático", etcétera-, ese proyecto contiene espeluznantes modificaciones para los soviéticos: sanciona el derecho a la existencia de minorías opositoras en el seno del partido, establece la práctica del voto secreto para la elección de todos sus organismos, incluso los superiores, fija límites máximos para la permanencia en el cargo de los miembros del comité central: no más de 8 años, 12 por excepción. Si esta última norma, por ejemplo, se aplicara en algunos de los "partidos hermanos", Kadar y Gomulka -sin hablar ya de Ulbricht- desaparecerían de la arena del liderazgo, darían lugar a las nuevas horneadas dirigentes.
"Los checos son contagiosos", concluyeron -preventivamente- alarmados colegas soviéticos. Y vino la invasión. Naturalmente: antes del 9 de setiembre, fecha de iniciación del congreso del partido Comunista checo, que no sólo podía aprobar tan renovador estatuto. También iba a terminar por desprenderse de los restos de líderes novotnystas "vieja guardia" que todavía agitaban, en soledad minoritaria, sus banderas.

Chapoteando en el pastel

Sólo 7 de los 110 miembros del comité central del partido Comunista checo aceptaron colaborar con los ocupantes soviéticos, integrar un gobierno que destierre, drásticamente, cualquier intento reformador a lo Dubcek. Esos 7 -eventualmente- habrían llamado a las tropas soviéticas "para salvar el socialismo en Checoslovaquia y la paz en el mundo". No son pequeñas las dificultades con que tropieza la URSS para una salida política a la acción militar.

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La URSS desea mantener al presidente Sbovoda -un militar de carrera que comandó tropas soviéticas en la Segunda Guerra Mundial y ganó el título de "Héroe de la Unión Soviética"- al frente de un nuevo gobierno checo "amigo". Pero Sbovoda viajó a Moscú el viernes pasado con una delegación donde se entremezclaban novotnystas y dubcekistas, y decidido a obtener el retiro de las tropas ocupantes, la libertad de Dubcek y demás prisioneros de Moscú. Ese mismo día, la prensa soviética dejaba de hacer llover epítetos sobre el eslovaco Dubcek, otra señal de su desconcierto ante las dificultades para formar un gobierno de sucesión en Praga, un gobierno capaz -al mismo tiempo- de sostener la fachada "legalista" del cambio y, esencialmente, de producir el cambio. Aunque consiga ambas cosas, hay otra que la URSS ya no logrará: la invasión podrá cerrar a Checoslovaquia en la ceñida órbita soviética, pero ahondó abruptamente la división en el ya dividido movimiento comunista internacional. Los dos partidos comunistas más poderosos de Occidente condenaron, desde Roma y París, la acción rusa, dándole rápida compañía a idénticos pronunciamientos de Yugoslavia y Rumania. Para China, "los revisionistas soviéticos cometieron el peor crimen contra el pueblo checoslovaco". Para la pro-china Albania, el todo se reduce a un enfrentamiento "entre dos perros revisionistas". Sólo Vietnam del Norte se apresuró a lanzar un visto bueno para Moscú, tal vez más empujada por consideraciones materiales -la ayuda soviética le resulta imprescindible para la guerra- que por íntimos convencimientos.
No es improbable que las repercusiones alcancen la estabilidad de algunos dirigentes soviéticos, desautorizados por la drástica acción militar. Desmentidos excesivamente rápidos siguieron a noticias -desde Praga- sobre las presuntas renuncias de Kosyguin y del ministro de Defensa soviético, Greshko. Algún compás de espera -eso sí- podría producirse hasta su concreción, a fin de no vincularlas demasiado estrechamente al hecho originador.
De cualquier manera, la línea "dura" triunfante en la URSS debió enfrentar un hecho insólito, revelador de su esencial debilidad: millones de trabajadores checoslovacos realizaron el viernes 23 una huelga general de una hora -decretada por el congreso extraordinario y clandestino del partido Comunista checo- exigiendo el retiro de las tropas, la libertad de Dubcek, la vuelta a las libertades que empezaron a nacer a partir de enero último.

El ex Imperio

Si Stalin -seguro ya de su órbita a partir del acuerdo de Yalta- se hubiera atrevido a "federar" a los países de Europa oriental en una sola, ampliada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, lo que fue -en cierto momento- considerado por los partidos Comunistas del Este, tal vez le hubiera evitado a sus sucesores los actuales, agudos problemas de desintegración de un bloque no vinculado por claros lazos institucionales.
Stalin apoyaba la "unidad" del bloque en relaciones absolutamente personales -inéditas, probablemente únicas- con los dirigentes de los demás países socialistas: hasta el propio Dimitrov -el dirigente búlgaro que no vaciló en enfrentar la justicia nazi en 1933, acusado de incendio del Reichstag- agachaba su cabeza y practicaba violentas "autocríticas" cuando Stalin lo exigía. Sus sucesores inmediatos todavía contaron con esta sólida mística de acatamiento ciego al "partido-guía" y cuando, en 1953, el húngaro Rakosi era llamado a Moscú por Malenkov, y notificado allí de que debía ceder su puesto dirigente a Imre Nagy, ni soñó con exponer la más mínima objeción.
Los sucesos de Berlín (1953) y Poznam (1956), la crítica a Stalin en el XX Congreso del partido soviético, el cisma ruso-chino, la gris opacidad de la tecnocracia dirigente en la URSS, fueron deteriorando los viejos lazos de fidelidad. El Pacto de Varsovia (1955) y el Comecon (1959) surgieron entonces como intentos para asegurar la integridad del bloque.
Pero el Pacto de Varsovia -fundado en la "necesidad de enfrentar el peligro alemán"- convence cada vez menos. Rumania, en varias ocasiones, ha reiterado la necesidad de revisarlo en sentido acorde a las soberanías nacionales. El Comecon, a su vez, en sus 10 años de existencia, no sólo no ha contribuido a armonizar la economía de los países integrantes; su escaso, ficticio funcionamiento ha servido para acentuar la primacía de los intereses económicos rusos en toda la región, para subrayar, en consecuencia, los movimientos centrífugos hacia Occidente de algunos de sus miembros.
La relación de la URSS y demás países socialistas, entonces, sigue fundamentalmente apoyada en las vinculaciones de la dirección del partido Comunista soviético con las direcciones de los demás partidos Comunistas en el poder. Teóricamente, el partido ruso les concede "soberanía" e "igualdad de derechos". En la práctica, basta que alguno de esos partidos empiece el ejercicio soberano o igualitario para que se produzca la ruptura, también a nivel de Estados, tal como sucedió con China o Albania.
O la invasión, como en el caso checo. La tendencia, sin embargo, de la periferia soviética es hacia la liberalización. La ocupación de Checoslovaquia sólo puede congelar momentáneamente ese proceso. Los habitantes de Praga arrancaron las chapas con nombres de calles y números de casas para impedir que la policía soviética continúe los arrestos. Sabrán encontrar otros caminos para recuperar una recién saboreada libertad.

 

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