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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

¿USTED ENTIENDE A SUS HIJOS?
CADA VEZ SE LE VA A COMPLICAR MAS LA VIDA
(La Ruptura Generacional)
por Margared Mead

"¡Tú nunca has sido joven en el mundo en que soy joven yo, y jamás podrás serlo!". Así apostrofa --según la ensayista norteamericana Margaret Mead— el joven de hoy al adulto de hoy. Los que siguen son los párrafos mas trascendentes e inquietantes de su libro "Estudio sobre la ruptura generacional" publicado por Granica Editor. Una lúcida aproximación para comprender la urgencia del grito joven: iEL FUTURO ES AHORA!

Revista Extra
enero 1971

 

 

La prueba primordial de que la situación presente es única y no tiene parangón en el pasado consiste en que la ruptura generacional abarca todo el mundo. Los acontecimientos particulares que se desarrollan en un país cualquiera —China, Inglaterra, Pakistán, Japón, Estados Unidos, Nueva Guinea, por ejemplo— no bastan para explicar la inquietud que conmueve a la juventud moderna en todas partes. Los recientes cambios tecnológicos o el lastre implícito en la falta de éstos, la revolución o la represión de las actividades revolucionarias, el desmoronamiento de la fe en los viejos credos o la atracción de otros nuevos... he aquí una serie de factores que solo explican parcialmente las formas particulares que asume la rebelión juvenil en los distintos países. Indudablemente es más probable que el nacionalismo prospere en un país como Japón, que se está recuperando de una derrota reciente, o en países que acaban de desvincularse de su pasado colonial, y no, por ejemplo, en los Estados Unidos. Al gobierno de un país tan aislado como China le resulta fácil ordenar vastos cambios por decreto, en tanto que al gobierno de la Unión Soviética, que actúa en el escenario europeo, le resulta difícil sofocar la resistencia checoslovaca. La crisis de la familia es más evidente en Occidente que en Oriente. La celeridad del cambio es más conspicua y se percibe con más claridad en los países menos y más industrializados que en los países que ocupan una posición intermedia. Pero en cierta medida todo esto es secundario cuando se fija la atención en la disconformidad juvenil, cuyas dimensiones son mundiales,

El énfasis en las singularidades sólo sirve para obstaculizar la búsqueda de un principio explicativo. En cambio, es necesario despojar a los acontecimientos de cada país de sus aspectos superficiales, nacionales e inmediatamente temporales. El deseo de implantar una forma liberal de comunismo en Checoslovaquia, la búsqueda de igualdad "racial" en los Estados Unidos, el anhelo de liberar a Japón de la influencia militar norteamericana, el apoyo que se presta al conservadorismo extremo en Irlanda del Norte y Redesia o a los excesos del comunismo en Cuba... todas éstas son formas particulares. El denominador común de todas ellas es el activismo juvenil.

La pregunta clave es ésta: ¿cuales son las nuevas condiciones que han desencadenado la revuelta juvenil en todo el mundo?

La primera de ellas es la aparición de una comunidad mundial. Por primera vez los seres humanos del mundo se han congregado, en razón de las informaciones que los unos tienen acerca de los otros y de las reacciones que los unos provocan en los otros, en una comunidad unida por el conocimiento y el peligro compartidos. Ahora no podemos afirmar con certeza si antaño existió en algún momento una sola comunidad constituida por muchas pequeñas sociedades, cuyos miembros se conocían entre si hasta tal punto que la conciencia de lo que diferenciaba a una pequeña sociedad de otra avivaba la conciencia a que cada grupo constitutivo tenia de si. Pero por lo que sabemos, dentro del periodo arqueológico no existió ninguna comunidad única, interrelacionada de este tipo. Los racimos más vastos de grupos humanos interrelacionado eran fragmentos de un todo desconocido aún mas vasto. Los mayores imperios expandían sus fronteras hacía regiones habitadas por pueblos cuyas lenguas costumbres y aspecto eran desconocidos. En el mundo de entonces, que sólo se conocía en forma muy parcial, la idea de que todos los hombres eran, en el mismo sentido, seres humanos resultaba irreal o una creencia mística. Los hombres podían reflexionar acerca de la paternidad de Dios y la fraternidad del hombre y los biólogos podían defender la teoría del monogenismo en oposición a la del poligenismo, pero lo que todos los hombres tenían en común era un tema de continuas especulaciones y disputas.

Los hechos de los últimos veinticinco años produjeron un cambio drástico. La exploración ha sido lo bastante completa como para convencerlos de que sobre el planeta no hay tipos humanoides, con excepción de nuestra especie. Los veloces viajes aéreos en escala mundial y los satélites de televisión que giran en torno del globo nos han trasformado en una comunidad única en la cual los acontecimientos que se registran en un punto de la Tierra están inmediata y simultáneamente al alcance de los pueblos que habitan todo el resto del mundo. Ningún artista ni censor político tiene tiempo de intervenir y corregir los materiales cuando alguien asesina a un dirigente o clava una bandera en la Luna. El mundo es una comunidad a pesar de que todavía carece de las formas de organización y de las sanciones mediante las cuales se puede gobernar una comunidad política.

La revolución industrial del siglo XIX reemplazó por otras las formas más burdas de energía. La revolución científica del siglo XX ha permitido multiplicar extraordinariamente la producción agrícola pero también ha creado la posibilidad de que se modifique radical y peligrosamente la ecología de todo el planeta y de que se destruya a todos los seres vivos. La ciencia ha facilitado, mediante el uso de computadoras, una nueva concentración de afanes intelectuales gracias a la cual los hombres pueden iniciar la exploración del sistema solar y abre el camino a la creación de condiciones simuladas mediante las cuales los hombres y sobre todo aquellos que trabajan en grupos organizados pueden superar anteriores hazañas intelectuales.

A su vez, al reducir las presiones favorables al incremento demográfico, la revolución médica ha empezado a liberar a las mujeres de la ancestral necesidad de consagrarse casi por completo a la reproducción, y en consecuencia alterará radicalmente el porvenir de éstas y la educación futura de los niños.

Lo más importante es que estos cambios se han registrado casi simultáneamente, dentro del ciclo vital de una generación, y que el impacto de la idea de cambio es mundial. Apenas ayer, el único contacto entre un nativo de Nueva Guinea y la civilización moderna podría haber consistido en un cuchillo de marca llegado hasta su aldea después de trueques sucesivos, o en un avión visto en el cielo. Hoy, apenas ingresa en la factoría de frontera más pequeña, se encuentra con la radio de transistores. Hasta ayer, los aldeanos de todo el mundo estaban escindidos de la vida urbana de sus propios países. Hoy, la radio y la televisión les llevan sonidos e imágenes de las ciudades de todo el globo.

Nuestro pensamiento nos ata todavía al pasado, al mundo tal como existía en la época de nuestra infancia y nuestra juventud. Nacidos y criados antes de la revolución electrónica, la mayoría de nosotros no entiende lo que ésta significa...

Todavía conservamos las sedes del poder y controlamos los recursos y las aptitudes necesarios para mantener el orden y organizar los tipos de sociedades que conocemos. Manejamos los sistemas educativos, los sistemas de aprendizaje, las escalas profesionales por las que deben trepar los jóvenes, peldaño por peldaño. Los adultos de los países adelantados dominan los recursos que los países jóvenes y menos desarrollados necesitan para un progreso. Sin embargo, hemos quemado las naves. Estamos condenados a vivir en un entorno desconocido y nos arreglamos con lo que sabemos. Levantamos, con materiales nuevos y mejor entendidos, edificios provisionales ajustados a los viejos esquemas.

En cambio, la nueva generación, los jóvenes rebeldes y explícitos de todo el mundo que se baten contra los controles que los sujetan, se asemeja a los miembros de la primera generación nacida en un país nuevo. Están cómodos en su tiempo. Los satélites son algo familiar en sus cielos.

Viven en un mundo en que los acontecimientos les llegan con toda su compleja proximidad, y ya no están amarrados por las secuencias lineales simplificadas que dictaba la palabra impresa. A su juicio, la matanza de un enemigo no es cualitativamente distinta del asesinato de un vecino, No pueden conciliar nuestros esfuerzos por salvar a nuestros niños mediante todos los recursos conocidos con nuestra predisposición a exterminar con napalm a los niños ajenos.

Al igual que la primera generación nacida en un país nuevo, escuchan lo que sus padres les cuentan acerca del pasado y sólo entienden a medias. Porque así como los hijos de los pioneros no tenían acceso a los recuerdos topográficos que hacían llorar a sus padres, así tampoco los jóvenes de hoy pueden compartir las reacciones de sus padres frente a acontecimientos que los conmovieron hondamente en el pasado. Pero esto no es lo único que separa a los jóvenes de sus mayores. Cuando observan con atención, descubren que sus mayores marchan a tientas, que abordan torpemente, y a veces sin éxito, las tareas que les imponen las nuevas condiciones.

Los jóvenes no saben qué es lo que se debe hacer, pero intuyen que debe de haber un sistema mejor.

Actualmente en ningún lugar en el mundo hay mayores que sepan lo que saben los jóvenes, por muy remotas y sencillas que sean las sociedades donde viven estos últimos. Antaño siempre había algunos adultos que sabían más que cualquier joven en términos de experiencia adquirida al desarrollarse dentro de un sistema cultural. Ahora no los hay. No se trata sólo de que los padres ya no son guías, sino de que no existen guías, los busque uno en su propio país o en el extranjero. No hay adultos que sepan lo que saben acerca del mundo en que nacieron quienes se han criado dentro de los últimos veinte años.

Los adultos forman una generación extremadamente aislada. Ninguna otra generación ha conocido ni ha experimentado jamás un cambio tan masivo y rápido, ni se ha desvelado por asimilarlo...

Necesitamos convencernos de que ninguna otra generación experimentará jamás lo que hemos experimentado nosotros. Desde este punto de vista hemos de reconocer que no tenemos descendientes, del mismo modo que nuestros hijos no tienen antepasados.

En la mayoría de los debates que se desarrollan en torno del abismo generacional se hace hincapié en la alienación de los jóvenes, en tanto que se tiende a omitir totalmente la alienación de sus mayores. Lo que olvidan los comentaristas es que la verdadera comunicación consiste en un diálogo y que ambos interlocutores del diálogo carecen de vocabulario.

Pero mientras haya un adulto que piense que él, lo mismo que los padres y maestros de antaño, puede asumir una actitud introspectiva e invocar su propia juventud para entender a los jóvenes que lo rodean, ese adulto estará perdido.

Desde un punto de vista particular, la situación en que nos encontramos actualmente se puede describir como una crisis de fe en la cual los hombres, que han perdido su confianza no sólo en la religión sino también en la ideología política y en la ciencia, se sienten despojados de todo tipo de seguridad. Pienso que esta crisis de fe se puede atribuir, por lo menos en parte, al hecho de que ahora no hay adultos que sepan más que los mismos jóvenes acerca de lo que éstos experimentan.

Sin embargo, la mayoría de los padres se sienten demasiado inseguros para atreverse a ratificar los viejos dogmatismos. No sabe cómo educar a estos hijos que son tan distintos de lo que ellos mismos fueron otrora, y la mayoría de los jóvenes es incapaz de aprender de padres y adultos a los que ellos jamas se parecerán.

Estos jóvenes disconformes comprenden que existe la necesidad critica de que el mundo actúe inmediatamente para solucionar problemas que afectan a la totalidad del globo. Lo que desean es, en cierta forma, empezar a partir de cero. La idea del cambio ordenado, evolutivo, no entusiasma a esta generación de jóvenes, que no pueden asumir el pasado de sus mayores y que sólo atinan a repudiar lo que éstos hacen ahora. Desde su punto de vista el pasado es un fracaso colosal, ininteligible, y es posible que el futuro no encierra nada más que la destrucción del planeta.

El cambio revolucionario eficaz y rápido, en el curso del cual no se producen decapitaciones ni se imponen exilios, depende de que muchos de aquéllos que participan del poder cooperen con los desheredados que pretenden alcanzarlo.

Cuando una idea de cambio se encarnó en muchas culturas como elemento postfigurativo, los jóvenes pudieron aprender de sus mayores que debían ir más lejos que ellos, que debían conseguir más y hacer cosas distintas. Pero este "más lejos" se encontraba siempre dentro del radio de la imaginación informada de sus mayores. Era licito pretender que el hijo cruzara mares que su padre jamás había atravesado, que estudiara física nuclear cuando su padre sólo había recibido una educación elemental, que volara en un avión mientras su padre lo contemplaba desde tierra. El hijo del campesino se convirtió en sabio. El hijo del pobre cruzó el océano que su padre nunca había visto. El hijo del maestro se trasformó en científico.

Los adultos que todavía piensan que existe un camino seguro y socialmente consagrado que conduce al tipo de vida que ellos nunca conocieron, son los que reaccionan con más ira y acritud cuando descubren que lo que ellos habían anhelado ya no existe para sus hijos. Estos son los padres, los fideicomisarios de universidades, los legisladores, los columnistas y los comentaristas que denuncian más estridentemente lo que sucede en las escuelas, las facultades y las universidades en las que ellos depositaron las esperanzas que alimentaban para sus hijos.

Esta honda renuncia a permitir que los hijos se internen demasiado en el futuro induce a pensar que la imaginación adulta, actuando por si sola, permanece amarrada al pasado.

Ahora, tal como lo veo, el desarrollo de las culturas prefigurativas depende de que se entable un diálogo continuo en el curso del cual los jóvenes gocen de libertad de actuar según su propia iniciativa y puedan conducir a sus mayores en dirección a lo desconocido. Entonces la vieja generación tendrá acceso al nuevo conocimiento experimental, sin el cual es imposible trazar planes significativos. Sólo podremos construir el futuro con la participación directa de los jóvenes, que cuentan con ese conocimiento.

Hemos aprendido las respuestas, todas las respuestas; lo que ignoramos es el interrogante.

Tal como sucede en un país nuevo donde las viviendas de emergencia son el producto de la adaptación de modelos obsoletos, los hijos deben disfrutar del derecho a proclamar que tienen frío y a especificar de dónde provienen las corrientes de aire. El padre continúa siendo el hombre que tiene la pericia y la fuerza necesaria para derribar el árbol con el que edificará una casa distinta.

...criando hijos desconocidos para un mundo desconocido.

El Futuro es Ahora. Esta consigna tiene un acento irracional e impetuoso, y si analizamos algunas de sus exigencias resulta que es irrealizable en sus detalles concretos. Pero pienso una vez más que los jóvenes nos marcan el camino para modificar nuestros procesos mentales. Debemos ubicar el futuro —como si fuera el niño nonato encerrado en el vientre de la madre— dentro de una comunidad de hombres, mujeres y niños, entre nosotros, como algo que está aquí, que ya está listo para que lo alimentemos y lo debemos preparar antes de que nazca, porque de lo contrario será demasiado tarde. De modo que, como dicen los jóvenes: El Futuro es Ahora.

 

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