El martes 17 el
comisionado federal ante la provincia
mediterránea, general de brigada Jorge Raúl
Carcagno, iniciaba con esta frase su gobierno
provisional. El comunicado no terminaba allí.
"Como soldado vengo a cumplir con el deber. Ello y
no otra significación tiene este acto, en el que
la autoridad militar afronta el momento con el
impostergable afán y el apremiante propósito de
restablecer de inmediato la paz y el orden.
Lograda tal finalidad, propenderé al
restablecimiento del diálogo en todos los niveles
a fin de preparar las condiciones que permitan, en
el menor término, la asunción al poder del futuro
gobernante." Carcagno —hasta entonces comandante
de la IV Brigada de Infantería Aerotrasportada— se
trasformaba de esa manera en la síntesis de una
tensión (que aún no ha concluido) entre el
presidente Juan Carlos Onganía y su comandante en
jefe, el general Alejandro Lanusse. Disputa que
—no por azar— tomó a Córdoba como su epicentro:
Carcagno significaba el triunfo de uno de esos dos
polos (el de Lanusse, quien lo promovió como
interventor), y el signo más visible de que en las
próximas semanas el país presenciará una disputa
entre los onganistas y el liberalismo.
CORDOBA EN SU SALSA
Las expectativas
creadas en la ciudad mediterránea y (que en ondas
expansivas cubrieron al país) por la decisión de
las dos CGT locales de realizar un paro total de
actividades desde las 11 de la mañana del martes
17 hasta las 24 horas del miércoles 18, era una
prueba más de que Córdoba se había trasformado en
capital piloto para desarrollar el enfrenta miento
(¿se refería a esta situación el general Carcagno
cuando calificó a la ciudad como "capital
espiritual de la República"?). La decisión de la
mesa coordinadora de las dos CGT cordobesas de
suspender el acto obrero-estudiantil que debía
realizar el martes motivó las más diversas
censuras por parte de algunos dirigentes
gremiales. Cristóbal Sánchez, miembro del
secretariado de la regional de la CGT de Paseo
Colón, confió a SIETE DIAS, en la tarde de ese
martes: "La decisión de no hacer el acto fue
resuelta por algunos compañeros que andan entre
gallos y medianoche. No sé qué promesas habrán
recibido, pero violaron la resolución del
plenario, que había aprobado otra cosa. En esa
reunión solamente seis gremios se pronunciaron por
el paro pasivo". El martes a la noche, en el local
de la Unión del Trasporte Automotor (UTA), el
viejo dirigente Atilio López (actualmente sin
cargo sindicar) expresó a SIETE DIAS: "Pienso que
a pesar de que la conducción habrá tenido sus
motivos, deberá explicar en el plenario, y pese al
feriado, el acto hubiera sido multitudinario.
Considero que deberíamos haberlo realizado".
Para el dirigente de
Luz y Fuerza, Ramón Contreras, quien reemplazó a
Agustín Tosco, actualmente detenido, la decisión
de suspender el acto responde casi a un simple
acto burocrático. Así se desprende de las
declaraciones que emitió frente a SIETE DIAS, en
la noche del martes.
—¿Cuál es su opinión
sobre la decisión de levantar el paro?
—Mi opinión es que se
trata de una resolución de la comisión
coordinadora.
—¿Pero usted aprueba
esa resolución?
—Es una resolución de
la coordinadora.
—Usted es miembro de
esa coordinadora. ¿Comparte su criterio?
—Sí.
—¿Por qué?
—Es una medida táctica
dispuesta por la coordinadora.
Evidentemente, la
suspensión del esperado acto —que todo hacía
suponer se trastornaría en un nuevo cordobazo,
como el de mayo— respondía a estrategias políticas
mucho más sutiles que las que esgrimieron algunos
dirigentes gremiales (éstos explicaron que el
feriado decretado por el Poder Ejecutivo, para la
ciudad de Córdoba y cuatro departamentos vecinos,
quitaría efectividad al acto). En Córdoba, hacia
fines de semana, eran evidentes tres corrientes
políticas que ronroneaban en torno del poder
central: la de Onganía-Imaz, interesada en
mantener el statu que en la esperanza de desterrar
del poder —en una etapa posterior— a los
liberales; el liberalismo, encarnado por Lanusse,
quien trabaja en dirección exactamente contraria;
y una corriente de fuerza muy incierta, integrada
por militares y civiles genéricamente denominados
"nasseristas". Las tres líneas —obviamente—
disponen su artillería a 800 kilómetros de
distancia de la Capital Federal para rescatar la
Casa Rosada o retenerla, como en el caso de
Onganía.
La intervención de
Lanusse, a través del comisionado federal
Carcagno, fue una decisión relámpago para detener
—según pudo detectar SIETE DIAS en la ciudad de
Córdoba— un conato de subversión nasserista que
debía estallar a las 12 de la noche del lunes 16,
o a las 10 de la mañana de ese mismo día. Los
impacientes nasseristas va habían descartado la
posibilidad de que el presidente impulsara un
cambio de rumbo radical, adoptando una política
gubernamental nacionalista semejante a la
desarrollada por los peruanos. La intervención
federal, entonces, no se decide entre disuadir a
depredadores, apalear estudiantes o forzar el
fracaso de un paro general; por el contrario,
procura evitar que, cabalgando en esos estallidos,
surja la sublevación de un grupo enemigo de las
dos tendencias que actualmente se disputan el
gobierno nacional. Por esa razón, tanto la línea
Onganía como la de Lanusse coincidieron en la
necesidad de evitar el desencadenamiento de nuevos
y más violentos disturbios.
Lo curioso de este
proceso fue que, en el trámite de unas pocas horas
(entre la media tarde y la noche del lunes 16),
los nasseristas también decidieron aguar la
algarada del día siguiente, lo cual implicaba algo
así como desistir de su propia razón de ser: sin
explosión callejera no podía haber golpe.
En efecto, los
nasseristas suspendieron el estallido en virtud de
que restablecieron los contactos con la línea
Onganía-lmaz, cuyos personeros habrían prometido a
los golpistas que, finalmente, el presidente
produciría el reclamado, cambio de rumbo y que ese
cambio se reflejará en una próxima y nueva
reorganización del gabinete nacional. Este
pasaría, entonces, a ser controlado por elementos
del sector nacionalista más ortodoxo. A partir de
ese momento (la reanudación del diálogo entre los
nasseristas y los voceros de Onganía se habría
iniciado en las primeras horas del lunes,
simultáneamente con la presión de Lanusse para
intervenir Córdoba y reprimir a los mismos que, en
esos instantes, negociaban con el presidente) son
las tres tendencias las que coinciden en que no
haya más disturbios. No extraña por eso que los
cegetistas Miguel Ángel Correa y Oscar Sttembrino—
dos dirigentes vinculados a sectores nasseristas
de la Aeronáutica de Córdoba— aceptaron dialogar
con el ministro Imaz. Al respecto, hay versiones
contradictorias sobre si el dirigente Miguel Ángel
Godoy, secretario del sector de Azopardo, estuvo o
no en las negociaciones y, además, si la reunión
se realizó en la Escuela de Tropas
Aerotrasportadas o en la Gobernación. De todas
maneras, y debido a que Imaz arribó a la ciudad de
Córdoba a las 3 de la madrugada del martes 17,
puede concebirse que haya tenido tiempo suficiente
para reunirse con los gremialistas.
Que la línea liberal
encabezada por Lanusse también trataba de
desbaratar un nuevo cordobazo, pero más
organizado, fue puntualizado a la prensa por el
comisionado Carcagno. El martes 17 el general
apuntó que el gobierno iba a "respetar el legítimo
derecho de huelga", criterio pocas veces utilizado
por gobierno alguno ante una medida de fuerza
sindical; más aún si se advierte que la huelga
cordobesa violaba la reglamentación de la Ley de
Asociaciones Profesionales, que determina el voto
secreto en asamblea de afiliados para resolver
paros laborales.
LAS INTRIGAS DE PALACIO
En Buenos Aires,
mientras tanto, la disputa Onganía-Lanusse estaba
en el terreno de las últimas designaciones para
constituir el gabinete nacional y nombrar las
distintas secretarías de Estado. El jefe del
Ejecutivo —hacia el miércoles 18— orquestaba su
estrategia para demostrar que no sufría presiones
por parte del Ejército. Un detalle de esa actitud
fue la efímera designación del general Imaz como
ministro interino de Defensa.
Para los observadores
habituales de la política argentina, si el
enfrentamiento es tan hondo ya debería haber
cristalizado en una ruptura del orden establecido.
Pero la realidad —se comenta— es otra, y es aquí
donde los propios militares no llegan a explicar
bien las cosas. Se señala que esta falta de
decisión por parte de los jefes castrenses (que
podrían optar por una revolución) es la mejor
carta de Onganía para superar la crisis. Una
estrategia evidentemente agresiva respecto a sus
pares, que puede conducir a nuevas desavenencias
o al deterioro definitivo de una de las partes.
Proceso que para las FF. AA. representa un compás
de espera abierto después del levantamiento
cordobés y la huelga general del día 30 de mayo.
Para Onganía sería muy
fácil volver a acaudillar a las FF. AA., aceptando
—eso sí— su sometimiento y decidiendo el
cogobierno definitivo. "Tiene que saber muy bien
(por Onganía) que en estos momentos su destitución
se halla demorada exclusivamente por la
circunstancia de que las FF. AA. no tienen una
idea muy clara de la actitud a adoptar después del
eventual golpe, y a que además no cuentan con un
reemplazante definido", confió a SIETE DIAS el
allegado íntimo a un alto jefe militar del grupo
liberal. Este compás de espera podría
interrumpirse abruptamente si el presidente no
adopta rápidas decisiones; en tal caso, él mismo
forzaría la decisión de los militares, en el
sentido de tomar una actitud drástica y no
justamente pacífica.
El juego es claro:
Onganía advierte que ya son impracticables las
viejas ideas nacionalistas enarboladas por Borda,
Astigueta y Díaz Colodrero. La defenestración del
participacionismo, los consejos asesores y una
actitud paternalista en el ejercicio de la
política del Ejecutivo, obligan al presidente —a
juicio de los analistas políticos— a modificar su
estrategia y, por qué no, a entregarse a las manos
de los liberales (cosa bastante improbable) o a
iniciar el estudio de una nueva disciplina
política que conduzca al país hacia una salida
capaz de evitar los cordobazos.
Para los militares la
situación no es menos intranquila. Si bien en
estos momentos las vías de comunicación entre los
mandos militares y fuentes personales de
información se han cerrado, por haber entrado las
deliberaciones al plano secreto de "operativo
militar", hay coincidencia en admitir que la
estrategia del Ejército apunta a estos objetivos:
1) hacer ostensible la separación cada vez mayor
entre la política presidencial y el Ejército; 2)
adoptar una política de simpatía frente a la
población para dar la imagen de que la FF.AA. se
han constituido en severas censo-ras del gobierno,
y que se puede apelar a ellas para salir de la
crisis; 3) no suspender las deliberaciones a fin
de evitar demostrar que Onganía ha triunfado; 4)
hacer cada vez más notorio que las FF.AA., y en
especial el Ejército no fracasan con la caída de
Onganía; 5) esperar que el gobierno se enfrente
con nuevos disturbios para que se acentúe aún más
su deterioro y se agigante la figura de las
FF.AA., único instrumento para exigir el relevo
del presidente.
Pero otras fuerzas
—hacia fines de la semana— salen a relucir en el
intrincado ajedrez político: la designación del
doctor José Rafael Cáceres Monié como ministro de
Defensa, revelaba un paso adelante del frondizismo
(Cáceres —hasta el martes, 17 embajador en
Paraguay— había ocupado la subsecretaría de
Defensa en la administración Frondizi). Otra
figura —tal vez la que buscan de recambio las
FF.AA.— crecía notoriamente: la del general Pedro
Eugenio Aramburu.
Revista Siete Días
Ilustrados
23.06.1969
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