EL PAIS
Balbín, grave
Pese al optimismo de los últimos partes médicos entró en terapia intensiva con una seria complicación renal.
Ricardo Balbín

"Usted debe quedar internado ". Para los que conocen a Ricardo Balbín, la noticia fue dura. Pero el sábado 22 de agosto el jefe del radicalismo (77 años), no tuvo opción —diagnóstico: neumopatía— y debió aceptar ante la orden de su médico, el cardiólogo Ricardo Sánchez.
En los corrillos políticos la internación avivó rumores y un interrogante: ¿Qué tiene Balbín? Como se recuerda, desde hace cuatro meses el dirigente político tiene una dolorosa lumbalgia que lo obligó a una forzada quietud en su casa de La Plata. Durante ese tiempo, sólo sus íntimos colaboradores de la UCR, el chaqueño Deolindo Felipe Bittel y el Consejo Justicialista pudieron verlo.
Tampoco los medios de prensa, que montan guardia frente a la clínica IPENSA (donde está internado), pudieron romper la celosa prohibición de visitarlo impuesta por sus médicos. Y ahora la veda alcanzó a todos sus allegados, salvo a su mujer y sus tres hijos.
Según algunos observadores, la terapia de aislamiento impuesta a Balbín inflamó las versiones. Los suspicaces creen ver en su silencio razones políticas después de impulsar desde la cama la formación de la multipartidaria.
Sin embargo, para el otorrinolaringólogo Carlos Alberto Di Rago (director de IPENSA), el aislamiento de Balbín sólo se debe a cuestiones médicas. "No recibió visitas porque precisamente ésa fue una de las razones que impidieron su rehabilitación. Asimismo son falsas las versiones que halan de un tumor. Puedo asegurar que desde que tuvo tiempo atrás el proceso inflamatorio en una vértebra, no ha hecho más que mejorar. La neumopatía se descubrió durante un chequeo rutinario, pero debido a la edad que tiene se extremó la terapia para evitar complicaciones" dijo a SOMOS Di Rago.
No obstante, durante el fin de semana pasado, la aparición de un problema renal alarmó a los médicos que lo atienden. SOMOS consultó al doctor Carlos Capdevila. Hace 3 años —dijo— Balbín fue operado en una pierna como posible consecuencia de una arteropatía por tabaquismo crónico. El nuevo proceso comienza con una lumbalgia (lumbago) atribuida a la descalcificación de una vértebra que se complica con una neumopatía. En cuanto al problema renal, podría tener su origen en los antecedentes de arteropatía del doctor Balbín." Mientras allegados al equipo médico que atiende al veterano político dijeron a SOMOS que la salud de Balbín era preocupante y trascendió que rechazaba la comida, en la noche del lunes último fue llevado en una ambulancia al Sanatorio Argentino de La Plata para realizarle una tomografía computada del cerebro y después internado en terapia intensiva en IPENSA. Sobre el problema renal, voceros médicos dijeron: para reducir la neumopatía, se le aplicaron antibióticos que tuvieron efectos no deseados en el sistema renal.
La salud de Balbín fue motivo de varias llamadas telefónicas de asesores del ministro del Interior a la gobernación de La Plata. En la noche del martes el general Horacio Tomas Liendo viajó a La Plata para ir a la clínica IPENSA en compañía del ministro de Gobierno, Guillermo Fernández Gill. También estuvo en la clínica Carlos Contín, vicepresidente de la UCR. Al ser consultado un dirigente radical sobre las consecuencias políticas de la enfermedad de Balbín dijo: "ahora nos damos cuenta de la falta que nos hace. Y pensar que toda la vida criticamos al verticalismo.
En fuentes de la UCR trascendió que en ese sentido el partido ya habría definido su estrategia interna: no innovar en materia de conducción hasta que se conozca el nuevo estatuto de los partidos políticos. De esa manera —indicaron las fuentes— el vicepresidente Carlos Contín seria el jefe radical.
Los últimos partes médicos variaron bastante el lenguaje cauteloso de los anteriores: el doctor Balbín sigue en terapia intensiva, en estado grave y estacionario".
Jorge Vidal
SOMOS 4/9/81

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Qué pasa sin Balbín
La muerte del último caudillo político de la Argentina moderna deja al radicalismo ante una difícil sucesión y abre incógnitas al gobierno y a la multipartidaria.
Somos 11/09/1981


A las 8.02 del miércoles 9 de septiembre. El doctor Carlos Di Rago, director de la clínica IPENSA (La Plata), sale al hall y enfrenta por enésima vez a los periodistas. Los mira fijo y con voz serena dice: "Lamentablemente debo comunicarles que el doctor Ricardo Balbín falleció hace unos instantes". De esa forma el país se enteró —segundos después— de la muerte del hombre que manejó al radicalismo en los últimos treinta años y que fue —junto con Juan Domingo Perón— la mayor expresión del caudillismo moderno en la vida política de los argentinos. La avalancha de declaraciones de funcionarios y personalidades de todos los sectores hablando sobre su persona, la preocupación oficial, la visita del presidente Viola apenas instalada la capilla ardiente y las especulaciones sobre la sucesión fueron sólo algunos de los elementos
que ese mismo miércoles pusieron en tensión todos los resortes del poder para desarrollar una estrategia que los máximos niveles, políticos del gobierno todavía evalúan: cuál es la verdadera dimensión del fenómeno Balbín.
La última etapa de la vida de Ricardo Balbín tuvo un día y lugar precisos para su comienzo: el 22 de agosto, segundo piso de la clínica IPENSA (Instituto Privado Clínico Quirúrgico de Diagnóstico y Tratamiento), en la calle 4 de La Plata. Primero se dijo que era para tratarlo de una lumbalgia, pero tres días después el doctor Di Rago dijo que se recuperaba de una neumopatía, nombrando por primera vez ese mal. El 5 de septiembre fue llevado a la sala de terapia intensiva y se dijo que sufría un severo cuadro de insuficiencia renal, por lo que fue sometido a una hemodiálisis. Dos días después, el 7, los periodistas que montaban guardia recogieron la información de que se había comenzado con un tratamiento cardiorrespiratorio, y el 8 se informó el parte médico número 13, que decía que presentaba complicaciones cardiorrespiratorias y digestivas. A esa altura nadie dudaba de que su estado era desesperante. Luis León, al salir de la clínica, dijo: "Hay un trágico luto que ya nos envuelve".
A las 10.45 del miércoles 9, el féretro con los restos del hombre que había nacido 77 años antes en Ayacucho (29 de julio de 1904) fue cargado por cuatro policías (traje de fajina azul) en una camioneta Ford verde metalizado (chapa C-664195) que tres minutos después partió (doblando por 57) rumbo a la Casa Radical, en Alsina al 1800.
Apenas un par de horas después, Indalia Ponzetti de Balbín recibió un mensaje desde la Presidencia de la Nación. "Vano sería de mi parte intentar resumir con palabras —decía— el valor de una vida enteramente dedicada a la causa de la libertad y del progreso político de nuestra Argentina". Lo firmaba Roberto Eduardo Viola.
A medida que los partes médicos revelaban que el final era irreversible, el tema de la sucesión política era motivo de análisis y de especulaciones dentro y fuera del radicalismo. En 1974, el plenario del comité nacional eligió como titular por quinta vez consecutiva a Ricardo Balbín —la primera fue en 1959—, y el caudillo dijo esa tarde: "Juro por mi honor que este es el último servicio que cumplo para mi partido y el país". Siete años después, pocas fueron las cosas —y los nombres— que cambiaron en la estructura interna del partido.
Para hablar de su posible sucesor es necesario recordar que la estructura de mando radical descansa sobre dos pilares: la mesa directiva del comité nacional y la comisión asesora, donde se nuclean los notables del partido. La primera está presidida por el entrerriano Carlos Contín (que reemplazó como vicepresidente primero a Raúl Zarrielo, ya muerto) y la integran los secretarios Francisco Rabanal (Capital). Luis León (Chaco), Víctor Martínez y Horacio García (Córdoba), el tesorero Alfredo Mosso (Mendoza) y el protesorero Raúl Galván (La Rioja).
La comisión asesora está formada por Antonio Tróccoli, Carlos Perette. Juan Carlos Pugliese. Juan Trilla, Eduardo Angeloz. Raúl Alfonsín y Rodolfo García. Leyenda y para muchos radicólogos es el órgano efectivo de poder porque tiene a los hombres de mayor peso político. En marzo de 1978 Balbín tenía las arterias de su pierna derecha bloqueadas (consecuencia de su tabaquismo crónico) y decidió operarse. pero antes quiso dejar armada su estrategia para evitar enfrentamientos o personalismos en la conducción durante su convalecencia, y con la vista puesta en los complejos momentos que se avecinaban. Ese fue el motivo que lo llevó a formar la comisión asesora, que le aseguraba una conducción estable con hombres de envergadura adictos a su línea (Tróccoli y Perette fueron presidentes de los bloques de diputados y senadores, respectivamente, en el último parlamento), pero dejando un lugar para la oposición, representada por el bonaerense Raúl Alfonsín. Es que a esa altura ya Balbín les decía a sus amigos más
íntimos que lo visitaban en La Plata que un sistema colegiado era la mejor forma de contener ambiciones personales o intereses de sectores encontrados.
Muerto Balbín, la conducción formal pasó a manos de Carlos Contín, y hasta los más cercanos allegados a Balbín niegan que el jefe radical haya dejado un documento o testamento político "que no sea su vida austera (la casa de La Plata la compró con uno de los primeros créditos que le dio el Colegio de Abogados), su sentido ético y su lucha republicana". Por otra parte, la cúpula radical insiste en decir que los grandes hombres sólo pueden ser reemplazados por las buenas estructuras orgánicas, y no hay opiniones encontradas en cuanto a la presidencia de Carlos Contín. Carlos Perette dijo a SOMOS que "Ahora no habrá personalismos de ninguna clase, porque no los tuvimos ni con Balbín. Fue un líder carismático dentro del partido e inventó la impersonalidad del sistema que asegura el mandato colegiado".
Claro que esto será así hasta la sanción del Estatuto de los Partidos Políticos y hasta que se abra el juego para elecciones internas en el partido. De allí en adelante todo hace pensar que se jugará otro partido. Es que por más que los máximos dirigentes radicales traten de evitar hablar sobre el tema cuando hay periodistas o desconocidos como testigos, en todos los estratos del radicalismo —y también en los despachos de la presidencia y del Ministerio del Interior— se habla de los hombres con más posibilidades para poner su sello propio a las decisiones partidarias y mostrarse como una figura apta para el diálogo con el poder militar y con los demás partidos políticos. En esos círculos se habla mucho de Antonio Tróccoli, Juan Carlos Pugliese. Raúl Alfonsín, Carlos Perette y Eduardo Angeloz como los hombres con más posibilidades.
Los que conocen la intimidad del radicalismo dicen que sus máximos dirigentes tendieron a ubicarse en los últimos años en el espacio centrista que creció bajo la sombra de Balbín. Dicho en otras palabras, que tomando a Balbín como centro hay un ala izquierda y un ala derecha, las dos con predisposición a inclinarse hacia el punto de equilibrio marcado por el viejo caudillo, y donde sobresalen Pugliese y Tróccoli. Sobre la izquierda del dispositivo radical estarían hombres como Raúl Alfonsín y Carlos Perette, obstinados civilistas que sostienen la postura más dura respecto del gobierno militar. Sin embargo, en ese análisis no se debe dejar de lado que quien ocupe la presidencia de la Unión Cívica Radical tendrá que hacerlo luego de ganar consenso en tres distritos electorales clave: Capital Federal. Buenos Aires y Córdoba.
Carlos Contín heredó la jefatura del partido, pero en círculos radicales se dice que su mayor peso político es su falta de embanderamiento con las distintas corrientes internas, aunque todo su entorno sea balbinista. Eduardo Angeloz y Fernando de la Rúa son considerados todavía políticos jóvenes, y aunque (como en el caso de Angeloz) se les reconoce peso político propio, no se les reconoce todavía jerarquía nacional para conducir al partido. De Angeloz se dice que tendrá que ganar ese fogueo accediendo, por ejemplo, a la gobernación de Córdoba, y de de la Rúa (pese a que fue senador), que debe pasar otros exámenes severos antes de aspirar a puestos de alto nivel en la estructura partidaria. Luis León tiene mucha fuerza en el Chaco y lo siguen muchos afiliados protestatarios, pero sus actitudes criticas de los últimos tiempos (en especial contra el gobierno) le hicieron perder muchos puntos.
En la lista de probables están los dos nombres con mayores posibilidades y que. al parecer, tienen más consenso en el frente interno radical: Antonio Tróccoli y Juan Carlos Pugliese. El titular del comité de la provincia de Buenos Aires —se dice— no tiene fibra de caudillo nato, pero se lo respeta por su solvencia teórica para oponer ideas claras y coherentemente radicales a los problemas más agudos, aunque en algunos círculos se dice que su carácter muy impulsivo podría hacerle perder posibilidades. Antonio Tróccoli tampoco es reconocido como un caudillo, pero tiene un enorme prestigio interno y es el responsable —junto con Pugliese— de trazar la línea económica que sostiene el partido. A ellos dos sólo podría oponérseles con posibilidades —según los comentarios que circulan en la intimidad del radicalismo— Raúl Alfonsín, el fogoso orador de Chascomús que en 1972 mantuvo una reñida batalla electoral con Ricardo Balbín y que está considerado un hombre muy fuerte en los comités de la provincia de Buenos Aires y de Misiones. El cacique indiscutido del Movimiento de Renovación y Cambio es tal vez el dirigente que más comités recorrió en los últimos tiempos por todo el país y será un importante factor de negociación en la máxima jerarquía radical. Tanto, que algunos radicólogos no dudan en decir que ya tendría asegurada —después de Tróccoli— la camiseta número dos del radicalismo. Y los que eso aseguran miran con insistencia el caudal de jóvenes que estarían en condiciones de volver a la actividad partidaria —o iniciarse— cuando el Ministerio del Interior diga que la veda de las organizaciones políticas llegó a su fin.
Muchos se preguntan si en ese momento se habrá inaugurado la etapa del país sin caudillos. Antonio Tróccoli, que tiene las mayores posibilidades de reemplazar al líder muerto, dijo a SOMOS: "Los países necesitan promover la formación y consolidación de figuras relevantes que con su autoridad política sean factores de aglutinamiento, ordenadores y conductores de los procesos políticos. Algunos creen que la presencia de tales figuras son contraproducentes, y no advierten el rol protagónico que desempeñan y la necesidad de su presencia para preservar el funcionamiento ordenado del proceso político".
Algo es cierto. A pesar de la discreción y el pudor con que el radicalismo manejó los últimos días de un Balbín ya gravemente enfermo, la posibilidad de su ausencia definitiva provocó un tembladeral en sus filas. Un cronista que rondó varios días por La Plata reveló que un grupo de radicales no se resignaba a perder la conducción, la orientación, el consejo de su jefe, y que se aferraba a que Balbín superara el trance. Alguien de otro grupo dijo:
—No hay esperanzas. Aunque sobreviva, ya no podrá ejercer la política. . .
La respuesta fue toda una definición.
—Eso no importa. Balbín debe ser el jefe aunque sea en una silla de ruedas. Iríamos a verlo a su casa y lo consultaríamos sobre lo fundamental.
. . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Cómo llegó Ricardo Balbín a ser la figura pública que fue?
En 1931 un grupo de muchachos radicales recorría las calles de La Plata en busca de un candidato para ser presidente de la sección primera. Como los posibles no estaban o se negaban a aceptar, uno lanzó la idea: ¿Por qué no sos vos, Ricardo? Fue el primer cargo partidario de Balbín. Tenía 27 años.
Meses después fue candidato a diputado. Ganó la banca, pero el gobierno del general José Félix Uriburu anuló la elección. En 1940 volvió a ser candidato, pero a la legislatura de Buenos Aires, y fue muy criticado por participar en una elección que se presumía como fraudulenta. Balbín replicó: "Ustedes compórtense como se debe en una elección, y si hay fraude, yo renuncio a mi banca". Renunció con Crisólogo Larralde, que había ganado una senaduría.
En 1946 llegó a ocupar una banca para la que había sido elegido, integrando el famoso grupo de los 44 diputados opositores a Juan Domingo Perón. "Aunque era mi debut —recordó años después—, fui nombrado presidente del bloque. Temblaba como un alumno al que rudos profesores le toman examen". En esa época se habla ya de su magnífica voz, de su dominio de la metáfora y de su efecto oratorio. Otro diputado que empezaba a hacer sus primeras armas era Arturo Frondizi. Mientras Balbín atacó al peronismo por el monopolio de los medios de comunicación, la falta de libertad de expresión, el régimen policial, el culto a Perón y el manejo de Eva Perón de los fondos de la Fundación, Frondizi apuntó a las falencias económicas del régimen.
Esas críticas provocaron serios enfrentamientos con la bancada oficialista, que resolvió el problema expulsando a Balbín de la Cámara en 1949. Sin fueros parlamentarios, y con varios procesos pendientes, Balbín fue detenido y llevado a la cárcel de
Olmos. El médico de Olmos era el joven otorrinolaringólogo Carlos Di Rago, que 32 años después anunciaría su muerte.
En las elecciones de 1951 la fórmula Perón-Quijano saca 4.744.803 votos, contra 2.416.712 de Balbín-Frondizi. Mientras la represión oficial se hace más dura, la oposición radical es una molesta espina para el peronismo, y Balbín es el blanco de los ataques. Sus apariciones públicas (en plazas o parques) iban acompañadas de incidentes provocados por leales al gobierno que terminaban con la detención del orador y de sus seguidores. Años después, al recordar esos tiempos, Balbín dijo: "Es un capítulo olvidado. Sólo está en mi memoria que me expulsaron de la Cámara y que tenía varias docenas de procesos".
En enero de 1951 Frondizi asumió la presidencia del comité nacional, mientras Balbín empezaba su largo peregrinaje por distintas casas para evitar su detención.
El 27 de julio de 1955, el gobierno peronista, jaqueado, permitió a Frondizi hablar por radio: batió el rating de audiencia. También hablaron por radio (después de 9 años) otros dirigentes políticos. Perón replicó con un urticante discurso y cerró las radios a la oposición. El 16 de septiembre fue derribado por la Revolución Libertadora.
El 9 de noviembre de 1956 Ricardo Balbín se enfrentó con su ex compañero de fórmula. Frondizi llamó a la Convención Nacional del partido a Tucumán para elegir la fórmula presidencial de las próximas elecciones, fue nombrado para encabezarla, y eso provoca el retiro de Balbín, que había exigido que la fórmula se eligiera por el voto directo de los afiliados.
La ruptura fue inevitable: mientras Frondizi fundó la Unión Cívica Radical Intransigente. Balbín se quedó con el viejo tronco de la Unión Cívica Radical, al que agregó del Pueblo. En las elecciones de Constituyentes de 1957, calificadas por Américo Ghioldi como un recuento globular, Balbín logró 2.117.160 votos, contra 1.821.459 de Frondizi. Pero los votos en blanco (ordenados por Perón) eran el juez de la próxima elección, que se hizo en febrero de 1958. Fue la segunda frustración presidencial de Balbín: la fórmula Frondizi - Gómez (con el apoyo peronista) ganó por más de un millón de votos.
La enemistad entre los dos crece. Los radicales atacan al gobierno por los contratos petroleros. Frondizi es derrocado en 1962. En 1963 se llama a elecciones. Balbín no se presenta. Los suspicaces dicen que su paso atrás tiene una razón: "no cree en el triunfo de su partido". Sin embargo, la fórmula radical encabezada por Arturo Illia gana las elecciones por ser la primera minoría.
En 1972 Balbín le gana las elecciones internas a Raúl Alfonsín y se distancia de su discípulo.
Según los politicólogos allí empezó la otra etapa de Balbín. Urdió la convergencia de radicales y peronistas que desembocó en la
Hora del Pueblo, que reclamó con urgencia al gobierno de Lanusse una salida electoral inmediata. Balbín cometió un error político: no advertir que la urgencia electoral era más de Perón que suya.
Perón regresa al país el 17 de noviembre de 1972, y habla con Balbín en el restaurante Nino y en su casa de Gaspar Campos. Lo halaga: "con Balbín voy a cualquier parte". Balbín se presenta otra vez como candidato a la presidencia, pero es derrotado por Héctor Cámpora. La renuncia de Cámpora obliga a un nuevo llamado a elecciones. Perón lo derrota por casi 5 millones de votos.
Durante la gestión Isabel, el vacío de poder y la corrupción llegan a lo intolerable.
Pero Balbín dice: "Somos partidarios de la estabilidad y la democracia, lo que a veces nos hace aparecer como ridículos en vista de los tremendos errores que se cometen a diario. Empero, las instituciones son irreemplazables. Este gobierno debe llegar a su término, aunque sea con muletas. . ."
A pesar de esa actitud, que le valió furores y enconos, Américo Ghioldi, un adversario político, dijo de él junto a su cabeza yacente:
"Muchos me preguntan por la calle qué me dejó la convivencia política con Ricardo Balbín. Estos no son momentos de confesiones. Pero puedo decir que con Balbín teníamos grandes diferencias metodológicas, pese a que aprecié en él la figura del noble caudillo político, romántico, moderno, igual que su idealismo y su persistencia política. En términos de militancia lo conocí en la década del '30. cuando empezó la obnubilación mental y política del pueblo argentino. Es decir, cuando aparecen las primeras formas sistemáticas de lo que llamaríamos el comienzo del fascismo argentino y un retroceso de los puntos de vista históricos y democráticos. Es también el momento en que se desarrolla una etapa oscura en la vida electoral argentina y aparece la perturbación y sofisticación del sufragio universal. Pasaron más de cincuenta años. Medio siglo. El saldo que recojo de Ricardo Balbín es que fue un ciudadano eminente, representante de una corriente política con mucho arraigo en el país. Y no hablo sólo del radicalismo como partido, como institución, sino de un modo de actuar del ser argentino. Una corriente que viene del '90 circulando por todos los canales y problemas de la República, con una personalidad e individualidad características. Esa individualidad que posibilitó el surgimiento de lo que llamaríamos el caudillo moderno, actualizado y sensible."
Mientras el desfile era incesante por el salón Pedro Duhalde de la Casa Radical, muchos eludían lo anecdótico para hacerse preguntas de fondo: ¿Afectará la muerte de Balbín la marcha del Proceso? ¿El gobierno perdió una llave maestra para asegurar el cumplimiento de su estrategia política? ¿Puede ahora acelerarse la formación de un polo civil de imposible convivencia con el frente militar?
Para muchos observadores, los primeros muestreos se producirán en la multipartidaria, que ahora deberá actuar —y enriquecerse políticamente— sin el poder de convocatoria de su impulsor. Todas las fuentes radicales consultadas dicen que Carlos Contín no variará el espíritu que Balbín había impuesto al pentágono político formado por radicales, peronistas, desarrollistas, intransigentes y democristianos, mientras que otros comentan en voz baja que "el radicalismo no se dejará birlar su condición de partido convocante y, por lo tanto, primera voz".
Por otra parte, en el gobierno hay quienes afirman que en realidad —tras la muerte del caudillo— el problema no será con el radicalismo sino con el justicialismo, porque no son pocos los asesores políticos que veían a Balbín como un hábil negociador para manejar —y controlar— los ímpetus intransigentes de los sectores más duros del peronismo. Las fuentes de la Casa Rosada evalúan hasta el momento que no habrá cambios o sacudones en la relación con el radicalismo y la multipartidaria, aunque insisten en agregar: por ahora.
Es que esos voceros tienen fija su atención en marzo próximo, ya que en febrero el gobierno podría dictar el nuevo Estatuto de los Partidos Políticos, y —junto con las elecciones internas— podrían comenzar a surgir los ataques sistemáticos al gobierno militar y las dificultades para lograr una convivencia controlada para llegar en plenitud hasta marzo de 1984. Pero por el momento los estrategas oficiales juegan sus cartas a que la estructura montada por Balbín para conducir a la Unión Cívica Radical no cambie sus cartas y —sobre todo— que no haga un frente común con el peronismo para apurar al gobierno.
. . . . . . . . . . . . .
Pero hay otras preguntas ineludibles: el último Balbín (el de La Hora del Pueblo, las charlas con Perón, el cuasi respaldo a Isabel. el acercamiento a Frondizi - Frigerio, la multipartidaria), ¿sirvió al país, a su partido, a la auténtica democracia, al sentido republicano? Acaso las respuestas definitivas las dé la historia. Sin embargo, algo es cierto, rotundo, insoslayable: hubo un abismo entre el Balbín que en la década del 50 condenaba a la tiranía dese la tribuna, apoyando su discurso en lo moral, y el Balbín que, ante la flagrante violación de la república (república en el sentido de Tocqueville, de Montesquieu —los virtuosos modelos de Sebastián Soler—) siguió adelante, con obstinación, su plan dialoguista y conciliador, quizá sin entender que un auténtico demócrata no puede, no debe compartir la mesa y las sillas de los que marchan a contramano de las más elementales reglas de juego de la democracia. Los analistas políticos amigos de los claroscuros, de los matices, de las sutilezas muy hondas, dirán hasta el fin de los tiempos que el último Balbín fue un pragmático que adaptó su pensamiento a las condiciones de su país, y de su tiempo. Los otros, los más rígidos (equivocados o no), preferirán recordarlo firme, intransigente, condenatorio, y jamás dispuesto a pactar con hombres o ideas que están de espaldas a la democracia. O
Alfredo Serra, Tabaré Areas y Jorge Vidal. Informes: Héctor Alí, Daniel Ares, Miguel Wiñazki, Pedro Olgo Ochoa y Santiago Palazzo.

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Recuadros

UN BALBIN
Yo lo quise mucho y, curiosamente, él me quiso mucho. No nos separaban tantos años como para que pudiera ser mi abuelo, pero había una relación de una extraña calidez como la que puede darse en una familia de pequeña clase media entre un abuelo y su nieto. Seguramente Balbín cometió muchos errores, pero en definitiva tal vez menos que muchos de sus contemporáneos. Habrá que esperar el juicio de la historia Pero, sin pecar de ligero, puedo suponer que habrá un juicio de valor que podemos adjudicarle: Balbín amó apasionadamente a la tierra donde nació y a su gente, y por él no tuvo que morir nadie. Balbín no empujó a ningún chico jamás a la subversión y a la muerte. Fue siempre un moderador, tal vez, pese a su propio temperamento. Porque tenía un coraje muy porteño. La dura manera que tenemos los argentinos de hacer política tiene muchos ejemplos del coraje de Balbín. Algunos son casi leyendas, como cuando estaba hablando en aquel acto en City Bell y alguien le puso un revólver en el pecho. Él le dijo: "Tirá". Agregan quienes lo cuentan que el supuesto matador no tiró, y que Crisólogo Larralde lo apartó de un sopapo para que el acto radical siguiera adelante. Pero Balbín entendía que ese coraje no
se podía usar para mandar a los chicos a la guerra. Y como no quería que muriera un chico más ajustó a eso toda su estrategia de político. Sabía que tenía que pagar un precio político muy alto. Y lo pagó. Entendía acaso que era preferible ser prenda de unión que presidente de la República. Y yo estoy convencido de que en el futuro algunos presidentes merecerán un par de líneas. Pero Balbín quedará. Incluso en la leyenda que todos los días aportamos todos los hombres, en la anécdota.
Ricardo Balbín fue una dramática figura para un país dramático. Por eso la ciudadanía que fue aprendiendo a respetarlo lo negó una y otra vez con el voto. Creo que con él muere una actitud moral, y me parece que al país, durante años, le faltaron actitudes morales. Cada uno de nosotros debería intentar la de Balbín. Aunque sea la más difícil. Habiéndole a los militares amigos, de lo bueno que son los civiles. A los civiles convenciéndolos de lo bueno que son los militares. A todos preguntándonos si el argentino de enfrente es enemigo.
Con la muerte de Balbín va a ser fácil sentir que dimos vuelta una página de la historia. La que viene está en blanco Balbín diría con su sintaxis tan especial: "Vamos a seguir en la lucha, porque alguna vez los sensatos tendrán que luchar en este país " José Gómez Fuentes

DOS BALBIN
Escribe Jorge L. García Venturini

Existe actualmente en nuestro medio, en amplios sectores, un marcado desprecio por los políticos, por el político. Lo cual, por supuesto, no es bueno. En general, este sentir despectivo llega a todos los que de alguna manera tienen acceso al poder, por ejemplo, cuando llega la ola antimilitarista. Pero no se trata de dos grupos diferentes. Porque en este caso los militares son también menospreciados en tanto hacen de políticos, y allí no se salvan.
Queremos decir con esto que ser político, noble y esencial faena, no es cosa fácil —otras cosas tampoco son fáciles—. Pero el político (el hombre que procura expresar y gobernar la polis) está como nadie sometido al juicio —frecuentemente ligero— de sus conciudadanos. Para bien o para mal. Y entre los políticos, como en cualquier otra actividad humana, hay de todo.
Ha muerto Ricardo Balbín, un político. No un hombre que hizo política, o que eventualmente gobernó, o que le interesaba el quehacer político, lo cual debe ser propio de todo ciudadano. Balbín fue esencialmente un homo politicus, aunque jamás gobernó, al menos desde el gobierno, lo cual no es lo más importante.
Y ante el hecho, el ciudadano da su opinión, en tanto ciudadano, no en tanto filósofo, artista o comerciante. Y el ciudadano que escribe estas líneas también opina. Es, sin duda, su derecho, y también (de alguna manera) su deber. Porque Balbín significó mucho durante más de tres décadas de vida pública argentina.
El ciudadano que escribe estas líneas recuerda un Balbín, no tan lejano (décadas del '40 y del '50) orador excepcional, no precisamente académico, sino de barricada, que concitaba amplias muchedumbres en tiempos en que sólo personalmente, en alguna plaza periférica y en medio de duréis represiones, podía oírse una voz diferente al monólogo oficial. Presidió un bloque de diputados que, como se podía y mientras se pudo, y al margen de todo partidismo, supo dar testimonio de decoro republicano en medio del vendaval destructor. Y, por supuesto, conoció la cárcel, como muchas personas de bien en aquellos años. El ciudadano que escribe recuerda, por ejemplo cuando decía: "Lo que se hace en el gobierno es mala crónica policial. La verdadera historia argentina pasa por fuera de los despachos oficiales". Y también: "Toda tiranía es efímera. Esta también". Eran los años previos al '55.
Y aún se lo puede recordar en aquel discurso de terminación de la campaña electoral del '58, cuando tras sobrias palabras (hay que recordar que era candidato frente al increíble, y para él ignorado entonces, pacto electoral) rindió homenaje (ahora ya todos podían hablar por los distintos medios) a la Revolución Libertadora, a lo que ella había hecho por la libertad y el decoro argentinos, y a los civiles y militares que habían actuado en la gesta.
Este es un Balbín que el que escribe estas líneas recuerda como un testigo y como un vocero, a la manera de la vieja escuela política, que también tenía cosas buenas. Un Balbín que, discrepancias ideológicas aparte, estuvo al servicio de la República.
Después pasaron los años y vino otro personaje con el mismo nombre. Era como la antítesis de aquél. Vino a decir lo contrario de lo que habíamos escuchado cuando muchachos. No sabemos qué le pasó. No juzgamos la conciencia de nadie. Sólo decimos que lo que se le escuchó después era la exacta contrapartida de lo que le habíamos oído en aquellos años. ¡Sobre el mismo tema y el mismo individuo! Pero digamos la verdad: en esto ni siquiera le correspondió el mérito de ser diferente a varios otros. Su colega de fórmula en 1952 se le había adelantado con mayor beneficio.

Revista Somos
09/1981

Ricardo Balbín
Ricardo Balbín
Ricardo Balbín

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