"Usted debe quedar
internado ". Para los que conocen a Ricardo
Balbín, la noticia fue dura. Pero el sábado 22 de
agosto el jefe del radicalismo (77 años), no tuvo
opción —diagnóstico: neumopatía— y debió aceptar
ante la orden de su médico, el cardiólogo Ricardo
Sánchez.
En los corrillos
políticos la internación avivó rumores y un
interrogante: ¿Qué tiene Balbín? Como se recuerda,
desde hace cuatro meses el dirigente político
tiene una dolorosa lumbalgia que lo obligó a una
forzada quietud en su casa de La Plata. Durante
ese tiempo, sólo sus íntimos colaboradores de la
UCR, el chaqueño Deolindo Felipe Bittel y el
Consejo Justicialista pudieron verlo.
Tampoco los medios de
prensa, que montan guardia frente a la clínica
IPENSA (donde está internado), pudieron romper la
celosa prohibición de visitarlo impuesta por sus
médicos. Y ahora la veda alcanzó a todos sus
allegados, salvo a su mujer y sus tres hijos.
Según algunos
observadores, la terapia de aislamiento impuesta a
Balbín inflamó las versiones. Los suspicaces creen
ver en su silencio razones políticas después de
impulsar desde la cama la formación de la
multipartidaria.
Sin embargo, para el
otorrinolaringólogo Carlos Alberto Di Rago
(director de IPENSA), el aislamiento de Balbín
sólo se debe a cuestiones médicas. "No recibió
visitas porque precisamente ésa fue una de las
razones que impidieron su rehabilitación. Asimismo
son falsas las versiones que halan de un tumor.
Puedo asegurar que desde que tuvo tiempo atrás el
proceso inflamatorio en una vértebra, no ha hecho
más que mejorar. La neumopatía se descubrió
durante un chequeo rutinario, pero debido a la
edad que tiene se extremó la terapia para evitar
complicaciones" dijo a SOMOS Di Rago.
No obstante, durante el
fin de semana pasado, la aparición de un problema
renal alarmó a los médicos que lo atienden. SOMOS
consultó al doctor Carlos Capdevila. Hace 3 años
—dijo— Balbín fue operado en una pierna como
posible consecuencia de una arteropatía por
tabaquismo crónico. El nuevo proceso comienza con
una lumbalgia (lumbago) atribuida a la
descalcificación de una vértebra que se complica
con una neumopatía. En cuanto al problema
renal, podría tener su origen en los antecedentes
de arteropatía del doctor Balbín." Mientras
allegados al equipo médico que atiende al veterano
político dijeron a SOMOS que la salud de Balbín
era preocupante y trascendió que rechazaba la
comida, en la noche del lunes último fue llevado
en una ambulancia al Sanatorio Argentino de La
Plata para realizarle una tomografía computada del
cerebro y después internado en terapia intensiva
en IPENSA. Sobre el problema renal, voceros
médicos dijeron: para reducir la neumopatía, se le
aplicaron antibióticos que tuvieron efectos no
deseados en el sistema renal.
La salud de Balbín fue
motivo de varias llamadas telefónicas de asesores
del ministro del Interior a la gobernación de La
Plata. En la noche del martes el general Horacio
Tomas Liendo viajó a La Plata para ir a la clínica
IPENSA en compañía del ministro de Gobierno,
Guillermo Fernández Gill. También estuvo en la
clínica Carlos Contín, vicepresidente de la UCR.
Al ser consultado un dirigente radical sobre las
consecuencias políticas de la enfermedad de Balbín
dijo: "ahora nos damos cuenta de la falta que nos
hace. Y pensar que toda la vida criticamos al
verticalismo.
En fuentes de la UCR
trascendió que en ese sentido el partido ya habría
definido su estrategia interna: no innovar en
materia de conducción hasta que se conozca el
nuevo estatuto de los partidos políticos. De esa
manera —indicaron las fuentes— el vicepresidente
Carlos Contín seria el jefe radical.
Los últimos partes
médicos variaron bastante el lenguaje cauteloso de
los anteriores: el doctor Balbín sigue en terapia
intensiva, en estado grave y estacionario".
Jorge Vidal
SOMOS 4/9/81
___________________
Qué pasa sin
Balbín
La muerte del
último caudillo político de la Argentina moderna
deja al radicalismo ante una difícil sucesión y
abre incógnitas al gobierno y a la
multipartidaria.
Somos 11/09/1981
A las 8.02 del
miércoles 9 de septiembre. El doctor Carlos Di
Rago, director de la clínica IPENSA (La Plata),
sale al hall y enfrenta por enésima vez a los
periodistas. Los mira fijo y con voz serena dice:
"Lamentablemente debo comunicarles que el doctor
Ricardo Balbín falleció hace unos instantes". De
esa forma el país se enteró —segundos después— de
la muerte del hombre que manejó al radicalismo en
los últimos treinta años y que fue —junto con Juan
Domingo Perón— la mayor expresión del caudillismo
moderno en la vida política de los argentinos. La
avalancha de declaraciones de funcionarios y
personalidades de todos los sectores hablando
sobre su persona, la preocupación oficial, la
visita del presidente Viola apenas instalada la
capilla ardiente y las especulaciones sobre la
sucesión fueron sólo algunos de los elementos
que ese mismo miércoles
pusieron en tensión todos los resortes del poder
para desarrollar una estrategia que los máximos
niveles, políticos del gobierno todavía evalúan:
cuál es la verdadera dimensión del fenómeno
Balbín.
La última etapa de la
vida de Ricardo Balbín tuvo un día y lugar
precisos para su comienzo: el 22 de agosto,
segundo piso de la clínica IPENSA (Instituto
Privado Clínico Quirúrgico de Diagnóstico y
Tratamiento), en la calle 4 de La Plata. Primero
se dijo que era para tratarlo de una lumbalgia,
pero tres días después el doctor Di Rago dijo que
se recuperaba de una neumopatía, nombrando por
primera vez ese mal. El 5 de septiembre fue
llevado a la sala de terapia intensiva y se dijo
que sufría un severo cuadro de insuficiencia
renal, por lo que fue sometido a una hemodiálisis.
Dos días después, el 7, los periodistas que
montaban guardia recogieron la información de que
se había comenzado con un tratamiento
cardiorrespiratorio, y el 8 se informó el parte
médico número 13, que decía que presentaba
complicaciones cardiorrespiratorias y digestivas.
A esa altura nadie dudaba de que su estado era
desesperante. Luis León, al salir de la clínica,
dijo: "Hay un trágico luto que ya nos envuelve".
A las 10.45 del
miércoles 9, el féretro con los restos del hombre
que había nacido 77 años antes en Ayacucho (29 de
julio de 1904) fue cargado por cuatro policías
(traje de fajina azul) en una camioneta Ford verde
metalizado (chapa C-664195) que tres minutos
después partió (doblando por 57) rumbo a la Casa
Radical, en Alsina al 1800.
Apenas un par de horas
después, Indalia Ponzetti de Balbín recibió un
mensaje desde la Presidencia de la Nación. "Vano
sería de mi parte intentar resumir con palabras
—decía— el valor de una vida enteramente dedicada
a la causa de la libertad y del progreso político
de nuestra Argentina". Lo firmaba Roberto Eduardo
Viola.
A medida que los partes
médicos revelaban que el final era irreversible,
el tema de la sucesión política era motivo de
análisis y de especulaciones dentro y fuera del
radicalismo. En 1974, el plenario del comité
nacional eligió como titular por quinta vez
consecutiva a Ricardo Balbín —la primera fue en
1959—, y el caudillo dijo esa tarde: "Juro por mi
honor que este es el último servicio que cumplo
para mi partido y el país". Siete años después,
pocas fueron las cosas —y los nombres— que
cambiaron en la estructura interna del partido.
Para hablar de su
posible sucesor es necesario recordar que la
estructura de mando radical descansa sobre dos
pilares: la mesa directiva del comité nacional y
la comisión asesora, donde se nuclean los notables
del partido. La primera está presidida por el
entrerriano Carlos Contín (que reemplazó como
vicepresidente primero a Raúl Zarrielo, ya muerto)
y la integran los secretarios Francisco Rabanal
(Capital). Luis León (Chaco), Víctor Martínez y
Horacio García (Córdoba), el tesorero Alfredo
Mosso (Mendoza) y el protesorero Raúl Galván (La
Rioja).
La comisión asesora
está formada por Antonio Tróccoli, Carlos Perette.
Juan Carlos Pugliese. Juan Trilla, Eduardo
Angeloz. Raúl Alfonsín y Rodolfo García. Leyenda y
para muchos radicólogos es el órgano efectivo de
poder porque tiene a los hombres de mayor peso
político. En marzo de 1978 Balbín tenía las
arterias de su pierna derecha bloqueadas
(consecuencia de su tabaquismo crónico) y decidió
operarse. pero antes quiso dejar armada su
estrategia para evitar enfrentamientos o
personalismos en la conducción durante su
convalecencia, y con la vista puesta en los
complejos momentos que se avecinaban. Ese fue el
motivo que lo llevó a formar la comisión asesora,
que le aseguraba una conducción estable con
hombres de envergadura adictos a su línea
(Tróccoli y Perette fueron presidentes de los
bloques de diputados y senadores, respectivamente,
en el último parlamento), pero dejando un lugar
para la oposición, representada por el bonaerense
Raúl Alfonsín. Es que a esa altura ya Balbín les
decía a sus amigos más
íntimos que lo
visitaban en La Plata que un sistema colegiado era
la mejor forma de contener ambiciones personales o
intereses de sectores encontrados.
Muerto Balbín, la
conducción formal pasó a manos de Carlos Contín, y
hasta los más cercanos allegados a Balbín niegan
que el jefe radical haya dejado un documento o
testamento político "que no sea su vida austera
(la casa de La Plata la compró con uno de los
primeros créditos que le dio el Colegio de
Abogados), su sentido ético y su lucha
republicana". Por otra parte, la cúpula radical
insiste en decir que los grandes hombres sólo
pueden ser reemplazados por las buenas estructuras
orgánicas, y no hay opiniones encontradas en
cuanto a la presidencia de Carlos Contín. Carlos
Perette dijo a SOMOS que "Ahora no habrá
personalismos de ninguna clase, porque no los
tuvimos ni con Balbín. Fue un líder carismático
dentro del partido e inventó la impersonalidad del
sistema que asegura el mandato colegiado".
Claro que esto será así
hasta la sanción del Estatuto de los Partidos
Políticos y hasta que se abra el juego para
elecciones internas en el partido. De allí en
adelante todo hace pensar que se jugará otro
partido. Es que por más que los máximos dirigentes
radicales traten de evitar hablar sobre el tema
cuando hay periodistas o desconocidos como
testigos, en todos los estratos del radicalismo —y
también en los despachos de la presidencia y del
Ministerio del Interior— se habla de los hombres
con más posibilidades para poner su sello propio a
las decisiones partidarias y mostrarse como una
figura apta para el diálogo con el poder militar y
con los demás partidos políticos. En esos círculos
se habla mucho de Antonio Tróccoli, Juan Carlos
Pugliese. Raúl Alfonsín, Carlos Perette y Eduardo
Angeloz como los hombres con más posibilidades.
Los que conocen la
intimidad del radicalismo dicen que sus máximos
dirigentes tendieron a ubicarse en los últimos
años en el espacio centrista que creció bajo la
sombra de Balbín. Dicho en otras palabras, que
tomando a Balbín como centro hay un ala izquierda
y un ala derecha, las dos con predisposición a
inclinarse hacia el punto de equilibrio marcado
por el viejo caudillo, y donde sobresalen Pugliese
y Tróccoli. Sobre la izquierda del dispositivo
radical estarían hombres como Raúl Alfonsín y
Carlos Perette, obstinados civilistas que
sostienen la postura más dura respecto del
gobierno militar. Sin embargo, en ese análisis no
se debe dejar de lado que quien ocupe la
presidencia de la Unión Cívica Radical tendrá que
hacerlo luego de ganar consenso en tres distritos
electorales clave: Capital Federal. Buenos Aires y
Córdoba.
Carlos Contín heredó la
jefatura del partido, pero en círculos radicales
se dice que su mayor peso político es su falta de
embanderamiento con las distintas corrientes
internas, aunque todo su entorno sea balbinista.
Eduardo Angeloz y Fernando de la Rúa son
considerados todavía políticos jóvenes, y aunque
(como en el caso de Angeloz) se les reconoce peso
político propio, no se les reconoce todavía
jerarquía nacional para conducir al partido. De
Angeloz se dice que tendrá que ganar ese fogueo
accediendo, por ejemplo, a la gobernación de
Córdoba, y de de la Rúa (pese a que fue senador),
que debe pasar otros exámenes severos antes de
aspirar a puestos de alto nivel en la estructura
partidaria. Luis León tiene mucha fuerza en el
Chaco y lo siguen muchos afiliados protestatarios,
pero sus actitudes criticas de los últimos tiempos
(en especial contra el gobierno) le hicieron
perder muchos puntos.
En la lista de
probables están los dos nombres con mayores
posibilidades y que. al parecer, tienen más
consenso en el frente interno radical: Antonio
Tróccoli y Juan Carlos Pugliese. El titular del
comité de la provincia de Buenos Aires —se dice—
no tiene fibra de caudillo nato, pero se lo
respeta por su solvencia teórica para oponer ideas
claras y coherentemente radicales a los problemas
más agudos, aunque en algunos círculos se dice que
su carácter muy impulsivo podría hacerle perder
posibilidades. Antonio Tróccoli tampoco es
reconocido como un caudillo, pero tiene un enorme
prestigio interno y es el responsable —junto con
Pugliese— de trazar la línea económica que
sostiene el partido. A ellos dos sólo podría
oponérseles con posibilidades —según los
comentarios que circulan en la intimidad del
radicalismo— Raúl Alfonsín, el fogoso orador de
Chascomús que en 1972 mantuvo una reñida batalla
electoral con Ricardo Balbín y que está
considerado un hombre muy fuerte en los comités de
la provincia de Buenos Aires y de Misiones. El
cacique indiscutido del Movimiento de Renovación y
Cambio es tal vez el dirigente que más comités
recorrió en los últimos tiempos por todo el país y
será un importante factor de negociación en la
máxima jerarquía radical. Tanto, que algunos
radicólogos no dudan en decir que ya tendría
asegurada —después de Tróccoli— la camiseta número
dos del radicalismo. Y los que eso aseguran miran
con insistencia el caudal de jóvenes que estarían
en condiciones de volver a la actividad partidaria
—o iniciarse— cuando el Ministerio del Interior
diga que la veda de las organizaciones políticas
llegó a su fin.
Muchos se preguntan si
en ese momento se habrá inaugurado la etapa del
país sin caudillos. Antonio Tróccoli, que tiene
las mayores posibilidades de reemplazar al líder
muerto, dijo a SOMOS: "Los países necesitan
promover la formación y consolidación de figuras
relevantes que con su autoridad política sean
factores de aglutinamiento, ordenadores y
conductores de los procesos políticos. Algunos
creen que la presencia de tales figuras son
contraproducentes, y no advierten el rol
protagónico que desempeñan y la necesidad de su
presencia para preservar el funcionamiento
ordenado del proceso político".
Algo es cierto. A pesar
de la discreción y el pudor con que el radicalismo
manejó los últimos días de un Balbín ya gravemente
enfermo, la posibilidad de su ausencia definitiva
provocó un tembladeral en sus filas. Un cronista
que rondó varios días por La Plata reveló que un
grupo de radicales no se resignaba a perder la
conducción, la orientación, el consejo de su jefe,
y que se aferraba a que Balbín superara el trance.
Alguien de otro grupo dijo:
—No hay esperanzas.
Aunque sobreviva, ya no podrá ejercer la política.
. .
La respuesta fue toda
una definición.
—Eso no importa. Balbín
debe ser el jefe aunque sea en una silla de
ruedas. Iríamos a verlo a su casa y lo
consultaríamos sobre lo fundamental.
. . . . . . . . . . . .
. . . . .
¿Cómo llegó Ricardo
Balbín a ser la figura pública que fue?
En 1931 un grupo de
muchachos radicales recorría las calles de La
Plata en busca de un candidato para ser presidente
de la sección primera. Como los posibles no
estaban o se negaban a aceptar, uno lanzó la idea:
¿Por qué no sos vos, Ricardo? Fue el primer cargo
partidario de Balbín. Tenía 27 años.
Meses después fue
candidato a diputado. Ganó la banca, pero el
gobierno del general José Félix Uriburu anuló la
elección. En 1940 volvió a ser candidato, pero a
la legislatura de Buenos Aires, y fue muy
criticado por participar en una elección que se
presumía como fraudulenta. Balbín replicó:
"Ustedes compórtense como se debe en una elección,
y si hay fraude, yo renuncio a mi banca". Renunció
con Crisólogo Larralde, que había ganado una
senaduría.
En 1946 llegó a ocupar
una banca para la que había sido elegido,
integrando el famoso grupo de los 44 diputados
opositores a Juan Domingo Perón. "Aunque era mi
debut —recordó años después—, fui nombrado
presidente del bloque. Temblaba como un alumno al
que rudos profesores le toman examen". En esa
época se habla ya de su magnífica voz, de su
dominio de la metáfora y de su efecto oratorio.
Otro diputado que empezaba a hacer sus primeras
armas era Arturo Frondizi. Mientras Balbín atacó
al peronismo por el monopolio de los medios de
comunicación, la falta de libertad de expresión,
el régimen policial, el culto a Perón y el manejo
de Eva Perón de los fondos de la Fundación,
Frondizi apuntó a las falencias económicas del
régimen.
Esas críticas
provocaron serios enfrentamientos con la bancada
oficialista, que resolvió el problema expulsando a
Balbín de la Cámara en 1949. Sin fueros
parlamentarios, y con varios procesos pendientes,
Balbín fue detenido y llevado a la cárcel de
Olmos. El médico de
Olmos era el joven otorrinolaringólogo Carlos Di
Rago, que 32 años después anunciaría su muerte.
En las elecciones de
1951 la fórmula Perón-Quijano saca 4.744.803
votos, contra 2.416.712 de Balbín-Frondizi.
Mientras la represión oficial se hace más dura, la
oposición radical es una molesta espina para el
peronismo, y Balbín es el blanco de los ataques.
Sus apariciones públicas (en plazas o parques)
iban acompañadas de incidentes provocados por
leales al gobierno que terminaban con la detención
del orador y de sus seguidores. Años después, al
recordar esos tiempos, Balbín dijo: "Es un
capítulo olvidado. Sólo está en mi memoria que me
expulsaron de la Cámara y que tenía varias docenas
de procesos".
En enero de 1951
Frondizi asumió la presidencia del comité
nacional, mientras Balbín empezaba su largo
peregrinaje por distintas casas para evitar su
detención.
El 27 de julio de 1955,
el gobierno peronista, jaqueado, permitió a
Frondizi hablar por radio: batió el rating de
audiencia. También hablaron por radio (después de
9 años) otros dirigentes políticos. Perón replicó
con un urticante discurso y cerró las radios a la
oposición. El 16 de septiembre fue derribado por
la Revolución Libertadora.
El 9 de noviembre de
1956 Ricardo Balbín se enfrentó con su ex
compañero de fórmula. Frondizi llamó a la
Convención Nacional del partido a Tucumán para
elegir la fórmula presidencial de las próximas
elecciones, fue nombrado para encabezarla, y eso
provoca el retiro de Balbín, que había exigido que
la fórmula se eligiera por el voto directo de los
afiliados.
La ruptura fue
inevitable: mientras Frondizi fundó la Unión
Cívica Radical Intransigente. Balbín se quedó con
el viejo tronco de la Unión Cívica Radical, al que
agregó del Pueblo. En las elecciones de
Constituyentes de 1957, calificadas por Américo
Ghioldi como un recuento globular, Balbín logró
2.117.160 votos, contra 1.821.459 de Frondizi.
Pero los votos en blanco (ordenados por Perón)
eran el juez de la próxima elección, que se hizo
en febrero de 1958. Fue la segunda frustración
presidencial de Balbín: la fórmula Frondizi -
Gómez (con el apoyo peronista) ganó por más de un
millón de votos.
La enemistad entre los
dos crece. Los radicales atacan al gobierno por
los contratos petroleros. Frondizi es derrocado en
1962. En 1963 se llama a elecciones. Balbín no se
presenta. Los suspicaces dicen que su paso atrás
tiene una razón: "no cree en el triunfo de su
partido". Sin embargo, la fórmula radical
encabezada por Arturo Illia gana las elecciones
por ser la primera minoría.
En 1972 Balbín le gana
las elecciones internas a Raúl Alfonsín y se
distancia de su discípulo.
Según los politicólogos
allí empezó la otra etapa de Balbín. Urdió la
convergencia de radicales y peronistas que
desembocó en la
Hora del Pueblo, que
reclamó con urgencia al gobierno de Lanusse una
salida electoral inmediata. Balbín cometió un
error político: no advertir que la urgencia
electoral era más de Perón que suya.
Perón regresa al país
el 17 de noviembre de 1972, y habla con Balbín en
el restaurante Nino y en su casa de Gaspar Campos.
Lo halaga: "con Balbín voy a cualquier parte".
Balbín se presenta otra vez como candidato a la
presidencia, pero es derrotado por Héctor Cámpora.
La renuncia de Cámpora obliga a un nuevo llamado a
elecciones. Perón lo derrota por casi 5 millones
de votos.
Durante la gestión
Isabel, el vacío de poder y la corrupción llegan a
lo intolerable.
Pero Balbín dice:
"Somos partidarios de la estabilidad y la
democracia, lo que a veces nos hace aparecer como
ridículos en vista de los tremendos errores que se
cometen a diario. Empero, las instituciones son
irreemplazables. Este gobierno debe llegar a su
término, aunque sea con muletas. . ."
A pesar de esa actitud,
que le valió furores y enconos, Américo Ghioldi,
un adversario político, dijo de él junto a su
cabeza yacente:
"Muchos me preguntan
por la calle qué me dejó la convivencia política
con Ricardo Balbín. Estos no son momentos de
confesiones. Pero puedo decir que con Balbín
teníamos grandes diferencias metodológicas, pese a
que aprecié en él la figura del noble caudillo
político, romántico, moderno, igual que su
idealismo y su persistencia política. En términos
de militancia lo conocí en la década del '30.
cuando empezó la obnubilación mental y política
del pueblo argentino. Es decir, cuando aparecen
las primeras formas sistemáticas de lo que
llamaríamos el comienzo del fascismo argentino y
un retroceso de los puntos de vista históricos y
democráticos. Es también el momento en que se
desarrolla una etapa oscura en la vida electoral
argentina y aparece la perturbación y
sofisticación del sufragio universal. Pasaron más
de cincuenta años. Medio siglo. El saldo que
recojo de Ricardo Balbín es que fue un ciudadano
eminente, representante de una corriente política
con mucho arraigo en el país. Y no hablo sólo del
radicalismo como partido, como institución, sino
de un modo de actuar del ser argentino. Una
corriente que viene del '90 circulando por todos
los canales y problemas de la República, con una
personalidad e individualidad características. Esa
individualidad que posibilitó el surgimiento de lo
que llamaríamos el caudillo moderno, actualizado y
sensible."
Mientras el desfile era
incesante por el salón Pedro Duhalde de la Casa
Radical, muchos eludían lo anecdótico para hacerse
preguntas de fondo: ¿Afectará la muerte de Balbín
la marcha del Proceso? ¿El gobierno perdió una
llave maestra para asegurar el cumplimiento de su
estrategia política? ¿Puede ahora acelerarse la
formación de un polo civil de imposible
convivencia con el frente militar?
Para muchos
observadores, los primeros muestreos se producirán
en la multipartidaria, que ahora deberá actuar —y
enriquecerse políticamente— sin el poder de
convocatoria de su impulsor. Todas las fuentes
radicales consultadas dicen que Carlos Contín no
variará el espíritu que Balbín había impuesto al
pentágono político formado por radicales,
peronistas, desarrollistas, intransigentes y
democristianos, mientras que otros comentan en voz
baja que "el radicalismo no se dejará birlar su
condición de partido convocante y, por lo tanto,
primera voz".
Por otra parte, en el
gobierno hay quienes afirman que en realidad —tras
la muerte del caudillo— el problema no será con el
radicalismo sino con el justicialismo, porque no
son pocos los asesores políticos que veían a
Balbín como un hábil negociador para manejar —y
controlar— los ímpetus intransigentes de los
sectores más duros del peronismo. Las fuentes de
la Casa Rosada evalúan hasta el momento que no
habrá cambios o sacudones en la relación con el
radicalismo y la multipartidaria, aunque insisten
en agregar: por ahora.
Es que esos voceros
tienen fija su atención en marzo próximo, ya que
en febrero el gobierno podría dictar el nuevo
Estatuto de los Partidos Políticos, y —junto con
las elecciones internas— podrían comenzar a surgir
los ataques sistemáticos al gobierno militar y las
dificultades para lograr una convivencia
controlada para llegar en plenitud hasta marzo de
1984. Pero por el momento los estrategas oficiales
juegan sus cartas a que la estructura montada por
Balbín para conducir a la Unión Cívica Radical no
cambie sus cartas y —sobre todo— que no haga un
frente común con el peronismo para apurar al
gobierno.
. . . . . . . . . . . .
.
Pero hay otras
preguntas ineludibles: el último Balbín (el de La
Hora del Pueblo, las charlas con Perón, el cuasi
respaldo a Isabel. el acercamiento a Frondizi -
Frigerio, la multipartidaria), ¿sirvió al país, a
su partido, a la auténtica democracia, al sentido
republicano? Acaso las respuestas definitivas las
dé la historia. Sin embargo, algo es cierto,
rotundo, insoslayable: hubo un abismo entre el
Balbín que en la década del 50 condenaba a la
tiranía dese la tribuna, apoyando su discurso en
lo moral, y el Balbín que, ante la flagrante
violación de la república (república en el sentido
de Tocqueville, de Montesquieu —los virtuosos
modelos de Sebastián Soler—) siguió adelante, con
obstinación, su plan dialoguista y conciliador,
quizá sin entender que un auténtico demócrata no
puede, no debe compartir la mesa y las sillas de
los que marchan a contramano de las más
elementales reglas de juego de la democracia. Los
analistas políticos amigos de los claroscuros, de
los matices, de las sutilezas muy hondas, dirán
hasta el fin de los tiempos que el último Balbín
fue un pragmático que adaptó su pensamiento a las
condiciones de su país, y de su tiempo. Los otros,
los más rígidos (equivocados o no), preferirán
recordarlo firme, intransigente, condenatorio, y
jamás dispuesto a pactar con hombres o ideas que
están de espaldas a la democracia. O
Alfredo Serra, Tabaré
Areas y Jorge Vidal. Informes: Héctor Alí, Daniel
Ares, Miguel Wiñazki, Pedro Olgo Ochoa y Santiago
Palazzo.
_________________
Recuadros
UN BALBIN
Yo lo quise mucho y,
curiosamente, él me quiso mucho. No nos separaban
tantos años como para que pudiera ser mi abuelo,
pero había una relación de una extraña calidez
como la que puede darse en una familia de pequeña
clase media entre un abuelo y su nieto.
Seguramente Balbín cometió muchos errores, pero en
definitiva tal vez menos que muchos de sus
contemporáneos. Habrá que esperar el juicio de la
historia Pero, sin pecar de ligero, puedo suponer
que habrá un juicio de valor que podemos
adjudicarle: Balbín amó apasionadamente a la
tierra donde nació y a su gente, y por él no tuvo
que morir nadie. Balbín no empujó a ningún chico
jamás a la subversión y a la muerte. Fue siempre
un moderador, tal vez, pese a su propio
temperamento. Porque tenía un coraje muy porteño.
La dura manera que tenemos los argentinos de hacer
política tiene muchos ejemplos del coraje de
Balbín. Algunos son casi leyendas, como cuando
estaba hablando en aquel acto en City Bell y
alguien le puso un revólver en el pecho. Él le
dijo: "Tirá". Agregan quienes lo cuentan que el
supuesto matador no tiró, y que Crisólogo Larralde
lo apartó de un sopapo para que el acto radical
siguiera adelante. Pero Balbín entendía que ese
coraje no
se podía usar para
mandar a los chicos a la guerra. Y como no quería
que muriera un chico más ajustó a eso toda su
estrategia de político. Sabía que tenía que pagar
un precio político muy alto. Y lo pagó. Entendía
acaso que era preferible ser prenda de unión que
presidente de la República. Y yo estoy convencido
de que en el futuro algunos presidentes merecerán
un par de líneas. Pero Balbín quedará. Incluso en
la leyenda que todos los días aportamos todos los
hombres, en la anécdota.
Ricardo Balbín fue una
dramática figura para un país dramático. Por eso
la ciudadanía que fue aprendiendo a respetarlo lo
negó una y otra vez con el voto. Creo que con él
muere una actitud moral, y me parece que al país,
durante años, le faltaron actitudes morales. Cada
uno de nosotros debería intentar la de Balbín.
Aunque sea la más difícil. Habiéndole a los
militares amigos, de lo bueno que son los civiles.
A los civiles convenciéndolos de lo bueno que son
los militares. A todos preguntándonos si el
argentino de enfrente es enemigo.
Con la muerte de Balbín
va a ser fácil sentir que dimos vuelta una página
de la historia. La que viene está en blanco Balbín
diría con su sintaxis tan especial: "Vamos a
seguir en la lucha, porque alguna vez los sensatos
tendrán que luchar en este país " José Gómez
Fuentes
DOS BALBIN
Escribe Jorge L. García
Venturini
Existe actualmente en
nuestro medio, en amplios sectores, un marcado
desprecio por los políticos, por el político. Lo
cual, por supuesto, no es bueno. En general, este
sentir despectivo llega a todos los que de alguna
manera tienen acceso al poder, por ejemplo, cuando
llega la ola antimilitarista. Pero no se trata de
dos grupos diferentes. Porque en este caso los
militares son también menospreciados en tanto
hacen de políticos, y allí no se salvan.
Queremos decir con esto
que ser político, noble y esencial faena, no es
cosa fácil —otras cosas tampoco son fáciles—. Pero
el político (el hombre que procura expresar y
gobernar la polis) está como nadie sometido al
juicio —frecuentemente ligero— de sus
conciudadanos. Para bien o para mal. Y entre los
políticos, como en cualquier otra actividad
humana, hay de todo.
Ha muerto Ricardo
Balbín, un político. No un hombre que hizo
política, o que eventualmente gobernó, o que le
interesaba el quehacer político, lo cual debe ser
propio de todo ciudadano. Balbín fue esencialmente
un homo politicus, aunque jamás gobernó, al menos
desde el gobierno, lo cual no es lo más
importante.
Y ante el hecho, el
ciudadano da su opinión, en tanto ciudadano, no en
tanto filósofo, artista o comerciante. Y el
ciudadano que escribe estas líneas también opina.
Es, sin duda, su derecho, y también (de alguna
manera) su deber. Porque Balbín significó mucho
durante más de tres décadas de vida pública
argentina.
El ciudadano que
escribe estas líneas recuerda un Balbín, no tan
lejano (décadas del '40 y del '50) orador
excepcional, no precisamente académico, sino de
barricada, que concitaba amplias muchedumbres en
tiempos en que sólo personalmente, en alguna plaza
periférica y en medio de duréis represiones, podía
oírse una voz diferente al monólogo oficial.
Presidió un bloque de diputados que, como se podía
y mientras se pudo, y al margen de todo
partidismo, supo dar testimonio de decoro
republicano en medio del vendaval destructor. Y,
por supuesto, conoció la cárcel, como muchas
personas de bien en aquellos años. El ciudadano
que escribe recuerda, por ejemplo cuando decía:
"Lo que se hace en el gobierno es mala crónica
policial. La verdadera historia argentina pasa por
fuera de los despachos oficiales". Y también:
"Toda tiranía es efímera. Esta también". Eran los
años previos al '55.
Y aún se lo puede
recordar en aquel discurso de terminación de la
campaña electoral del '58, cuando tras sobrias
palabras (hay que recordar que era candidato
frente al increíble, y para él ignorado entonces,
pacto electoral) rindió homenaje (ahora ya todos
podían hablar por los distintos medios) a la
Revolución Libertadora, a lo que ella había hecho
por la libertad y el decoro argentinos, y a los
civiles y militares que habían actuado en la
gesta.
Este es un Balbín que
el que escribe estas líneas recuerda como un
testigo y como un vocero, a la manera de la vieja
escuela política, que también tenía cosas buenas.
Un Balbín que, discrepancias ideológicas aparte,
estuvo al servicio de la República.
Después pasaron los
años y vino otro personaje con el mismo nombre.
Era como la antítesis de aquél. Vino a decir lo
contrario de lo que habíamos escuchado cuando
muchachos. No sabemos qué le pasó. No juzgamos la
conciencia de nadie. Sólo decimos que lo que se le
escuchó después era la exacta contrapartida de lo
que le habíamos oído en aquellos años. ¡Sobre el
mismo tema y el mismo individuo! Pero digamos la
verdad: en esto ni siquiera le correspondió el
mérito de ser diferente a varios otros. Su colega
de fórmula en 1952 se le había adelantado con
mayor beneficio.
Revista Somos
09/1981
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