En la vida cotidiana
suelen presentarse situaciones que, no por
frecuentes, resultan menos conmovedoras: la
relación entre el hombre y el perro, por ejemplo,
es una de las más fatigadas. Sin embargo, cuando
hace algunas semanas numerosas figuras del
ambiente artístico y ejecutivos de Canal 13 de
Buenos Aires organizaron un opíparo agasajo a
Boneco de Lolo (único perro del país contratado
con exclusividad por una teledifusora y el tercero
del mundo que actúa regularmente en tiras
televisivas —Gorosito y Señora y Pipo Pescador
72—), además del aspecto meramente frívolo de la
reunión, los periodistas accedieron a una realidad
apasionante: la que se desprende de la amistad y
el apoyo mutuo que se brindan el habilidoso perro
y Juan Carlos Lolo Musladín Aluma (42, argentino),
su propietario o, como él prefiere, "su papá". El
relato de la azarosa vida de JCMA, el momento
clave en que conoció a Boneco y la forma decisiva
en que influyó uno sobre el otro, por momentos
adquiere características alucinantes.
Ya que por las
condiciones particulares de sus trabajos y,
especialmente, por la educación recibida, Boneco
de Lolo goza de un status casi humano, Siete Días
consideró que, además de las declaraciones de su
dueño, era necesario obtener algún testimonio del
propio animal (ver recuadro).
VIDA DE PERROS
"Le voy a decir algo
bien concreto: de no haber sido por este
maravilloso perro, yo me habría matado o estaría
loco. ¿Quiere algo más que eso para explicar el
amor que siento por él?". Conociendo su
trayectoria, no suenan exageradas las afirmaciones
de Musladín Aluma: hasta 1962 era un ascendente
periodista que alternaba sus audiciones deportivas
en Radio Argentina y Difusora Antártida, con notas
publicadas en Mundo Deportivo, Critica y
Democracia. Inquieto y emprendedor, se había
graduado como profesor de idioma portugués,
fundando posteriormente una agencia de noticias.
Su posición económica era desahogada. Sin embargo,
un accidente automovilístico echó por tierra esa
holgada situación. "Estuve varios meses internado,
durante los cuales fui perdiendo todo: salud,
dinero, trabajo, hasta que una junta de médicos me
informó que no quedaba más remedio que amputarme
una pierna. No pude soportar esa idea: me escapé
del sanatorio." Tranquilo, como si cada uno de sus
actos estuviera regido por la más estricta lógica,
el singular personaje se va internando en los
vericuetos de su propio drama. Desde el piso de la
humilde habitación que ocupa en la clausurada
estación Anchorena, del Ferrocarril Mitre, en San
Isidro, Boneco seguía atentamente las palabras de
su amo, como adivinando que muchas se referían a
él. Lolo, teniéndolo siempre en cuenta, continuaba
su relato: "Después de un tiempo de andar vagando
por pensiones del Bajo, la pierna se me fue
agusanando, por lo que volví al sanatorio con la
esperanza de recuperarme. No sólo los médicos me
desahuciaron, sino que pude comprobar una vez más
la ingratitud de la gente: hasta los que
consideraba mis mejores amigos me abandonaron en
ese trance tan difícil. Mi situación no podía ser
peor. Volví a escaparme, pero esta vez en forma
definitiva".
Aluma se refugió en
zonas baldías a orillas del río. Salvo alguna
diferencia en los modales, en nada se desemejaba
de un linyera. Un día, bajo el carro de un
resaquero, descubrió un cachorro de ovejero alemán
de cuatro meses, juguetón y simpático.
Inmediatamente quiso hacerlo suyo y, pese a su
lamentable estado físico, recogió medio carro de
resaca como pago por el perro. A partir de ese
momento se empezó a cimentar la curiosa amistad:
"Era tan grande mi desilusión con la gente que
nunca hablaba con nadie. Para no volverme loco
empecé a hablarle al perro. Así estuve tres años.
Para no olvidarme del otro idioma que dominaba, me
expresaba siempre en portugués. De a poco lo fui
educando ".
La voz de Lolo al
llegar a este punto se fue enterneciendo, dando la
impresión de recordar aventuras de adolescente.
"Lo primero que hice pon el cachorro fue cambiarle
el nombre. Se llamaba Toscano y yo le puse Boneco
(Muñeco en portugués). En seguida, le enseñé a
recoger las muletas y, poco después, a tirar de un
carrito para llevarme de un lado a otro. En todo
ese lapso el animal lamía mi pierna herida. Y ésta
se fue curando. Pero la verdadera utilidad de
Boneco surgió cuando aprendió a pescar y cazar.
Nos pasamos varios meses comiendo los bagres que
él sacaba. ¡Ah, cuando sacaba un pato hacíamos una
fiesta!
A esta altura,
Musladin se tomó una pausa, salió a caminar por la
vieja estación, se internó en los pastizales
cercanos, deteniéndose junto al río. A lo largo de
ese trayecto realizó para Siete Días una amplia
demostración de las habilidades de Boneco. Para
que el animal le obedeciera, en ningún momento dio
una orden específica, ni siquiera efectuó una
seña. Cada acto de Boneco requería previamente una
conversación suave, en portugués. El animal
respondía inmediatamente. Así, se encaramó a un
árbol para alejar a un presunto ladrón, cavó un
pozo de considerables dimensiones, trajo las
llaves del auto, los cacharros para la comida, una
escoba y la canasta para ir al mercado.
Sin embargo, hay dos
acciones de Boneco que entusiasman sobremanera a
su maestro. Una, invariablemente, está precedida
por esta frase de Lolo: "Boneco, ¿sabes que papá
tiene mucha sed? Arriba de la mesa hay una botella
y me gustaría tomar un poco". Antes de que su
dueño termine de hablar, el perro emprende una
veloz carrera y no tarda en regresar sosteniendo
entre sus dientes una botella de gaseosa. La otra,
consiste en la búsqueda de cigarrillos y
encendedor, son el agregado de que el perro sabe
"pechar", o sea, mediante ladridos y saltos,
exigir a una persona la entrega del paquete que
tenga en su mano o bolsillo.
La lista de
habilidades es amplia y aumenta día a día: "Todo
lo que sabe hacer está pensado para ayudar a un
impedido o a alguien que necesite compañía. No le
enseñé a saltar ni a representar ningún número de
circo. Es un perro lazarillo, ovejero alemán con
cruza de lobo, que fue siempre tratado como a un
hijo, habiéndole, explicándole con amor cada cosa.
Me puedo vanagloriar de algo muy raro: en los ocho
años de vida del perro, nunca le he pegado".
LA CARRERA DEL IDOLO
Aunque Musladín ya
había empezado a salir de su ostracismo cuando le
ofrecieron cuidar la estación a cambio de
permitirle dormir en las habitaciones de la misma,
el verdadero salto comenzó gracias a una nota
periodística que le hicieron a Boneco: "Lo mandaba
siempre al quiosco de un amigo, sobre Avenida del
Libertador, a buscar el diario. Un día, los
repartidores de Clarín lo vieron, avisaron a la
redacción y al día siguiente salió publicada la
foto de él, con un rimbombante título: El perro
sabio de San Isidro. Fue el 20 de septiembre de
1967".
Al poco tiempo, un
ejecutivo publicitario que recordaba la nota
contrató al perro para un corto comercial de
talcos. Le pagaron a su dueño 10 mil pesos viejos:
No tardaron en llegar ofertas: la siguiente
reclamaba al perro para promocionar una marca de
pinturas. Esta vez la paga fue diez veces mayor.
"Yo no entendía nada
—recuerda Aluma—. Y confieso que ahora tampoco: el
perro que me salvó la vida, lamiéndome la pierna
enferma, ahora me da de comer y, por añadidura, es
mi mejor amigo", se emociona el ex periodista
quien, acto seguido, contabiliza la carrera
artística de su discípulo: "Doce cortos
publicitarios, un documental cultural y dos
largometrajes; el último de ellos, Adiós,
Alejandra, con Andrea del Boca, aún no se ha
estrenado. Todo, en menos de cuatro años". Pero,
sin duda, lo que raya con lo insólito son los
términos del último contrato celebrado entre
Boneco y Canal 13: a cambio de sus actuaciones
exclusivas —que le demandan unas cinco horas
semanales de trabajo— cobrará 500 mil pesos viejos
mensuales y un litro de leche por jornada de
grabaciones. Con semejante sueldo, las penurias de
su dueño han terminado.
"Me compré un
departamento bastante cómodo, pero se lo dejé a mi
mamá: yo prefiero seguir viviendo en esta
estación. Aquí pasé las peores épocas de mi vida,
pero también se iniciaron las mejores. Me duele
abandonar todo esto". Mientras explica su
increíble ascenso, le coloca a Boneco un sombrero
y un par de anteojos, le ordena que traiga "las
llaves" y juntos, suben al automóvil que acaba de
comprar. Al partir, se hace visible un gran cartel
rojo pintado en la luneta trasera del vehículo:
"Cuanto más trato a la gente, más quiero a mi
perro".
LAS MEMORIAS DE UN
PERRO
Desde la inclusión de
Boneco en el elenco de su programa, Pipo Pescador
—seudónimo de Enrique D. Fischer (en la foto,
sobre el carrito), actor y cantante que desde su
debut en 1967 ha cosechado resonantes éxitos en su
labor teatral, discográfica y televisiva con
originales temas infantiles— se ha considerado uno
de los mejores amigos del ovejero, dedicando gran
parte de su tiempo a conocerlo. Por eso se
entusiasmó al enterarse de que Siete Días
preparaba una nota sobre el animal, y se ofreció a
suministrar datos concretos sobre la trayectoria
del perro-actor. "El resultado, creo, no podría
ser mejor —se alegra—: conozco tanto a Boneco que
estoy seguro de haber hecho exactamente lo que él
hubiera hecho de no ser analfabeto: escribir sus
memorias". Lo que sigue es el texto completo de lo
que PP calificó como "la auténtica autobiografía
de Boneco de Lolo, perro, actor y corazón".
Si esta historia se
leyera, como suele suceder, le suplico al que la
lea que la sepa comprender.
Nací en San Isidro el
6 de abril de 1963. Soy hijo de una perra sin
nombre que se enamoró del río, o sea, soy perro
por parte de madre y vagabundo por parte de padre.
Mi primer nombre fue Toscano, que junto con
Puchito, Toni y Picho, son los nombres de casi
todos los perros.
Mis hermanos no eran
muy parecidos a mí, porque nuestros padres eran
distintos. A continuación los nombro, y aclaro el
origen de cada uno:
Barranquero: hijo de
la barranca y la lluvia.
Pescadito: hijo del
muelle.
Nubarrón: hijo de la
niebla.
Chiquito: hijo de la
playa.
Mi primer amo se
dedicaba a juntar resaca en el río, y bajo la
sombra andadora de su carro, recorríamos la playa
y los pajonales y jugábamos al mordisco que vino
de Jalisco, al último es cola de perro, al
concierto del ladrido incierto y, a veces, a la
rayuela con ladridos; todos juegos de perros, por
supuesto.
Mi infancia fue
sencilla y mi amo no nos negaba nada, porque no
tenía nada. Un día hubo una convención de
resaqueros y tomaron mate y hablaron mucho.
Recuerdo algunas frases sueltas que pude oír entre
pedrada y pedrada, mientras huía asustado al
pajonal:
—Lolo tuvo un
accidente.
—No podrá caminar,
pobre, quizá le corten la pierna.
—No sé para qué salió
a la avenida.
—Es tan distraído,
piensa mucho y apolilla poco.
—Necesitará un perro
que lo acompañe.
—¿Por cuánto vende
ése? Ese.. .
—¿Toscano? Quinientos
pesos o medio carro de resaca.
—Está bien, trato
hecho.
—Chau, Toscano.
Miré a mi nuevo amo,
tenía barba color del río y ojos tristes. Me dijo
"¡Hola, Boneco!" y yo miré para atrás pensando que
había alguien.
Boneco era yo.
—Sí, a vos te hablo.
No puedo caminar, acercate, tendrás que ayudarme
en todo. Te enseñaré a cazar gallaretas en los
pajonales, aprenderás a pescar. Cada vez que oigas
mi voz, mucha atención. No tengas miedo, yo te
necesito, dame la mano, sí, sí, la mano...
Y yo le di la mano, y
también mi corazón de perro, y no le pregunté
nada, nunca más, porque los perros en eso no
hacemos preguntas y nos dormimos dulcemente a los
pies de nuestro amo. Ustedes dirán: 'Boneco,
contanos cómo llegaste a la televisión", y yo les
prometo que lo sabrán muy pronto, pero antes tengo
que decirles algunas cosas más.
Mi amo tenía una
herida en el corazón y otra en la pierna. Curar la
herida de la pierna me costó semanas. Lamí y lamí
para conservarla limpia y hacerla cicatrizar (los
perros no compran antibióticos en la farmacia);
curar la herida del corazón me sigue costando un
trabajo intenso y no sé si sanará nunca.
Bueno, está bien, les
cuento: Lolo me enseñó pruebas y destrezas,
algunas de primera necesidad y otras para las
cámaras. Dentro de las primeras, figuran saludar
con la mano, plancharme en el suelo o ara no
alertar a una
gallareta, llorar de
hambre como los lobos de Transilvania y sonreír;
las ornamentales son: mover la cola con gracia,
acarrear canastitas de masas, hacerme el muerto
delante de las señoras, emitir quejiditos de
cotillón y cojear con cara de víctima. ¡Ah!,
también sé sonreír.
Sí, señoras y señores,
yo soy Boneco de Lolo: dos películas, muchos
cortos publicitarios, soy el perro de Gorosito y
señora, el secretario privado de Pipo Pescador,
estoy contratado por una empresa que se llama
Proartel y pago réditos. Nunca hay que repetir
escenas conmigo, soy eficiente, estudio los
libretos, poso para las revistas y tengo un
automóvil.
Sí, señoras y señores,
yo soy Boneco de Lolo; si van a Canal 13 me verán
deambular por los pasillos, vestido de faquir, de
Papá Noel, de bañero... No tengo miedo a los focos
porque soy actor, un verdadero actor.
—Boneco.
—¿Qué?
—Vámonos a casa, a
tomar mate cocido. Está bien por hoy: hay que
estudiar el libreto para mañana.
—Lolo.
—¿Qué, Boneco?
—Hay que pasar por el
río para ir a casa, bajemos un poco que quiero
sentir olor a resaca, quiero ensuciarme las patas
con arena oscura, quiero ver cómo la Luna se hace
con agua, y ladrar a la noche, porque sí, para que
no esté tan sola.
No sé por qué tengo
fiaca de contar todo lo que me pasó antes de ser
famoso, pero sé que tengo que ponerme voluntarioso
y tratar de recordar... Bueno, como les iba
diciendo, aprendí con mi papá mil pruebas, mil
oficios... (¿Mi papá, dije), digo con mi amo,
Lolo, mil trucos para sobrevivir. Y sobreviví muy
bien, haciendo publicidad para seres humanos. Pero
yo quería ser actor, tener papeles importantes y
tuve que esperar vanos años para lograrlo. Pero,
de a poco, mis sueños se cumplieron...
¡Bah!, una parte de
mis sueños. Yo quiero otras cosas también: seguir
viviendo en la estación sin tren y... ¿lo puedo
decir?, quisiera que en el estudio hubiera árboles
de verdad, y que los chicos no me olvidaran.
También quisiera curar a mi amo de su herida en el
corazón para que en sus ojos no haya ninguna
tristeza, pero yo soy Boneco, no sé curar esas
heridas: mi lengua no sirve para limpiar
tristezas.
Voy a terminar con un
autorretrato que escribí para los lectores de
Siete Días:
Soy como el río de la
Plata,
la cara llena de
tierra y la panza
llena de lata.
Soy de oficio ladrador
y tengo
algunos defectos: como
perro soy muy recto y
como hombre,
imperfecto.
Mi nombre cambió dos
veces y
mi suerte cambia
siempre;
si ven un perro del
río, seguro
que es mi pariente
Siete Días Ilustrados
01.01.1973
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