Carlos Barocela
28 años, cantor y autor de 'Tu nombre en la arena' y 'Muchacha del mar', grandes éxitos de venta

Carlos Barocela

Es muy flaco, muy alto. Su pelo —rubio, lacio, sin gomina— se lo tira hacia atrás. Da la exacta impresión de los 18 años, pero tiene 10 más. Cuando era chico —no recuerda qué año ni qué día— se le ocurrió cantar. Cuando era chico, también, se le ocurrió escribir rimas. Se doctoró.
—¿Por qué poesía?
—Como manera de decir mis cosas. Todo el mundo quiere decir sus cosas. Yo también.
—¿Y el canto?
—La forma de dar mis poemas a la gente. La mejor forma.
Vive en Haedo y se llama Carlos Barocela. Es desganado, amigo del mar y de sus amigos, odiador del estruendo. Ama las cosas simples, purísimas: a los árboles y a los caballos, a su barrio y a Villa Gesell; y, sobre todo, a su mujer, Mónica Ker, una rubia descendiente de escoceses.
Hace menos de un año Carlos Barocela amenazó —con la guitarra empuñada— convertirse en boom. Si no alcanzó las cimas y los discos de oro y el delirio fue porque logró con precisión lo que él más buscaba: ser el cantor de un estilo de vida, acuñado entre las calles tranquilas de los barrios semipueblos brevemente alejados de la Capital. Barocela mismo es un producto típico: en su alma no hay lugar para la exaltación desmedida ni para el grito. Prefiere reincidir en sus gustos. Y todos los domingos sigue concurriendo al Club Discóbolo —como lo hace su padre y acaso lo hacía su abuelo—, y todos los días sigue enseñando y aprendiendo guitarra, redactando su poesía, cantando su felicidad o su delicada intranquilidad.
—¿Hay fuentes en tu poesía?
—Lo clásico español. Desde chico leí los clásicos. Góngora, Calderón, Garcilaso.
—¿Tiene vigencia esa poesía ahora? ¿Cómo es Góngora visto desde Haedo? ¿O desde Villa Gesell?
—Esa poesía no morirá nunca. Tiene un impulso que está más allá del tiempo. Toda la temática está allí. Un hombre inteligente puede leer a Góngora en Haedo o en Londres: si lo entiende, lo entiende. Si no, así esté sentado en el corazón de España, sonó.
Le gusta repantigarse en sus sillones de madera, mirar los avisos que pegó en la pared, recorrer sus libros, estar tranquilo.
—¿Cómo te trata la fama?
—No lo noto. No hago televisión, actué poquísimas veces. La gente no me conoce por las calles. Si es que tengo fama —como vos decís— no la noto para nada. Y me gusta así.
Sencillo sin pose, Barocela se esconde del prestigio. La gloria que desea ya la goza hace tiempo. Es el guitarrero preferido en las fiestas de sus amigos, el tipo más querido de las "barras viejas" de Gesell.
—Yo lo quiero así.

REMANSO. En la viola o en la poesía, la suavidad de Carlos Barocela. Un muchacho sencillo y sabio, como los criollos. Amante de su "Patria chica" —Haedo—, acaso Barocela es un ejemplo único de juventud: trabajador, vive de su guitarra, pero no persigue e| alarido.
Y lo quiere así, no más. Por eso no repite historias: no es pobre ni rico, no vendió cigarrillos al lado de un night club, no le pagaban cinco pesos por cantar dos piezas.
—¿Mi viejo? Si querés saber algo de él, anda a verlo a él. Es macanudo.
Tiene un long-play ya grabado y otro inminente, pero ningún problema sentimental.
—Mónica es bárbara.
Así, suavemente, guía a los periodistas al desconcierto.
La casa de Carlos Barocela es simple por afuera y llena de colores por adentro. "Obra de Mónica. Yo me dedico a desordenarla". En un rincón hay un escritorio sólido y antiguo, con muchos cajones y muchos papeles y una máquina de escribir pequeñita. Es el horno de los poemas de Barocela: los escribe primero, los deja descansar algunos días, los corrige y, por último, los pasa pulcramente en limpio, en unos papeles muy chiquitos.
Sobre un costado descansa la guitarra. Si el visitante se hace amigo de Carlos, enseguida la rasga. "¿Qué preferís?" Puede ser una milonga, una mejicaneada, una canción de él. No toca de oído. Hace largos años que estudia el manejo de la viola: de allí que sus dedos vuelen, que las cuerdas griten lo mejor que tienen. "Además, es una guitarra muy buena", se vanagloria.
—¿Cómo grabaste por primera vez?
—Me escuchaban en una fiesta. Alguien se acercó y me lo propuso. Acepté, claro.
—¿Te gusta grabar?
—¿Cómo no me va a gustar?
—¿Qué sensación sentiste al escucharte cantar vos mismo a través de un long-play?
—No me acuerdo bien. Me debe de haber emocionado bastante.
—¿Actuaste? ¿Dónde?
—Muy poco. En Michelángelo, algunos días. Y en dos o tres lados más. Muy poco. No me gusta.
—¿Vivís de tus canciones?
—Me dejan unos cuantos pesos, pero no vivo de ellas. Soy profesor de guitarra.
—¿Cuál es la pieza tuya que más gustó?
—¿Por qué no hablamos de otra cosa? ¿Vos qué hacés?
"Humilde de poéticas razones acata el corazón razón ajena| y pena por penar su propia pena| en forma de poema y de canciones".
Góngora jamás soñó sucesor tal. Un muchacho tranquilo, que no empuña aceros, no clama por la paz, tampoco por la guerra. Jubones y golillas las reemplazó por una camisa simple, por un sweater simple. Entonces, quien conoce a Carlos Barocela desea que la fama nunca lo acose, que siga viviendo en Haedo, amando a Mónica Ker, escribiendo poemas, tocando la, guitarra y cantando en las fiestas de los amigos. "Amaba las muchachas y los peces, | las playas del verano y su distancia. | Amaba las praderas, los cipreses y el último confín de la elegancia". ¿Qué más, Carlos Barocela?
ALEJANDRO SAEZ GERMAIN Foto: Ricardo Alfieri.
Revista Gente y la actualidad
6/11/1969

 

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