Sin duda que dos años
es un magro período para ensayar un balance que
aprecie las consecuencias globales de los hechos.
Pero también resulta imposible resistir a la
curiosidad de la crónica que desbroce la maraña de
aquel estallido.
LA ESPERA. No se trata
de desentrañar el origen de los hechos ya que ello
responde a una compleja y confusa trama de
antecedentes, ni de explicar cómo comenzaron:
porque los grandes acontecimientos históricos
encierran una cierta dosis de imprevisibilidad.
Hasta el amanecer del 29 de mayo en Córdoba nadie
esperaba el maremoto. Una vaga evidencia pudo ser
detectada en la tensión de los estudiantes,
justificada por los sucesos de Resistencia y
Corrientes un par de días antes, que dejaron su
secuela de muertos y heridos. O la violenta
represión policial desatada en Tucumán contra
grupos estudiantiles, el 27 de mayo.
Los obreros de la
industria automotriz, por su parte, trataban de
captar los entretelones del conflicto planteado
por el problema de las quitas zonales (diferencia
de salarios que se pagan en la Capital Federal con
respecto al interior); y la puja con la patronal
—aunque irritante— no daba margen como para prever
un alzamiento masivo. En otro aspecto, Carlos
Caballero, gobernador de la provincia, había
marginado un tanto el aspecto económico de su
administración para dar cabida a un opaco
concejalismo que para muchos convocaba las manos
del corporativismo fascista, desubicado para el
momento por el que atravesaba la provincia.
Tal vez el hecho, más
destacable haya sido la agresión policial desatada
contra la asamblea del gremio de mecánicos
—SMATA—. La respuesta a esa lluvia de gases fue
inmediata, ya que la CGT local convocó a un paro
activo de 48 horas a partir del minuto cero del 29
de mayo. A esa hora y antes de finalizar sus
trasmisiones, las radios cumplieron en informar
que en esa jornada se festejaba el Día del
Ejército, pero a la vez se iniciaba la huelga
general.
LA LUCHA. A las 9 de la
mañana, el centro de la ciudad hormigueaba de
policías pertrechados de modo amenazante: entre
los cordobeses se había instalado la inquietud.
Dos horas más tarde, mientras Eleodoro Sánchez
Lahoz —entonces comandante del III Cuerpo de
Ejército— convocaba en su discurso de ceremonia
para "que Pueblo y Ejército sigan como ayer y como
hoy unidos en la búsqueda de grandeza y
felicidad", los obreros de IKA y de FIAT partían
encolumnados desde las fábricas hacia el centro de
la ciudad enarbolando banderas argentinas. A las
11.15 la esquina de Colón y General Paz desbordaba
trabajadores y estudiantes que comenzaron a
entonar el Himno Nacional, iban a terminar la
última estrofa por la primera andanada de gases
lacrimógenos los alcanzó mucho antes. Al mediodía
los desórdenes brotaron en varios puntos de Córdoba y
ningún observador individual fue capaz de abarcar por
sí solo el escenario de los acontecimientos desde las
barricadas hasta los incendios "Fue la guerra"
—según la opinión generalizada— y las
hostilidades se prolongaron hasta las últimas horas
día siguiente con un saldo de 12 muertos, un
centenar de heridos y 160 heridos. Los daños
materiales se estimaron en 350 millones de pesos
viejos, en 263 millones los salarios no pagados
durante las 48 horas de lucha.
EL CAMBIO. A partir de
entonces pueden enumerar los cambios provocados
por los sucesos. La corriente tercermundista se
convirtió en protagonista de hechos religiosos y
políticos, asumiendo una actitud "de servicio y
compromiso, por parte de sacerdotes que están junto
a su pueblo", como define el presbítero Milán
Viscovich apenas calmaron los ánimos. En el campo
gremial, el Cordobazo adquirió proporciones de
sismo. Obró como desencadenante de una oposición
latente que se mantenía entre los líderes
sindicales porteños y cordobeses. Estos se
dimensiona con proyección nacional y acusan a sus
compañeros de Buenos Aires de "participacionistas
y claudicantes". Incluso el peronismo, el sector
más amplio y poderoso del sindicalismo cordobés,
quedó escindido entre blandos y duros con un
árbitro expectante: el independiente Agustín
Tosco.
La pueblada de mayo
repercutió con profundidad en los claustros
universitarios, acuñando el grito: "Córdoba es el
camino del pueblo argentino". Y no fueron ajenos a
la conmoción algunos miembros del Ejército, como
el caso del teniente Francisco Julián Licastro
pasado a retiro junto con otros camaradas.
"Nosotros considerábamos durante las jornadas de
mayo —dijo— que podíamos reprimir a un grupo de
facinerosos, pero que no podíamos reprimir a un
pueblo. Y nos ratificamos más cuando vimos en ese
pueblo, no banderas coloradas, sino argentinas;
cuando no lo oímos cantar La Internacional, sino
el Himno."
El humo de las hogueras
encendidas en Córdoba hace veinticuatro meses
desbordó sus propios límites para abrir la
instancia de los provinciazos, aunque en escala
reducida, como en Rosario, Tucumán, Salta,
Catamarca. Retornó nuevamente a la Docta en marzo
de este año. Embriones del Cordobazo existen ya en
muchas provincias; hijos del de él viven entre
nosotros. El futuro dirá si esos hijos siguen
prefiriendo la violencia o la Argentina descubre
para ellos un camino pacífico y transitable.
Revista Panorama
25 de mayo de 1971
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