El amigo
invisible
CASI LEGENDARIO,
MISTERIOSO, SU VOZ GRAVE LLEGA A LOS
ARGENTINOS A TRAVES DE LAS RADIOS DESDE
HACE MUCHOS AÑOS. SE LLAMA JUAN EUGENIO
FELIX MILETTI, PERO SON POCOS LOS QUE LO
LLAMAN ASI.
YA PARA SIEMPRE ESE HOMBRE
ES "EL AMIGO INVISIBLE".
"VEO, VEO"
¿QUE VES?"
-AL AMIGO INVISIBLE"
No quiere, por nada
del mundo, confesar la edad: "Prefiero
—explica— que cada uno me enrostre los años
que se te da la gana. Mi personaje no tiene
edad. Es decir: tiene la que una muchacha
solitaria le estipula al escucharlo; la que
una señora ama de casa, entre vuelta y vuelta
de tallarines y con la radio encendida,
calcula. Déjelo así, pues". Fuma casi nada, un
rubio cada tres o cuatro horas: "Por la voz,
¿sabe?" Se emociona visiblemente con el
pasado: ".. .cuando a las emisoras se las
llamaba broad-castings, ¿se acuerda? La radio
era una patriada casi heroica y nosotros los
colonizadores del sonido. Ahora la radio es
una ciencia con mucha disciplina, con
organización, con métodos. Tal vez tenga que
ser así. Pero antes todo era más fresco,
téngalo por seguro".
Gasta un bigotillo
clásico: finito y con canas, se le derrama
levemente por el labio superior. La calvicie
le ensancha demasiado la frente. Es amable,
como cuando habla por radio. Tiene una fama
extendida —todos los porteños lo han escuchado
alguna vez— y hasta un sólido grupo de
adictos; pero nadie lo conoce por su nombre.
Es el legendario Amigo Invisible, una voz
inconfundible . —arrastradas erres y
pronunciación exageradamente provinciana— que
desde hace treinta y tres años echa párrafos
por radio para sus "respetables amigos",
mechados con frases célebres, avisos, consejos
y un "muchas gracias" final.
—¿Cuál es su
nombre, Amigo Invisible?
—Juan E. F.
Miletti.
—¿Juan E. F.?
—Juan Eugenio
Félix.
—¿Fue suya la idea de El Amigo
Invisible?
—Integralmente mía. Hace muchos
años, demasiados como para poder decir
cuántos, tuve un sueño fantasmal: millones de
seres danzaban en un torbellino de visiones,
cantaban, se zarandeaban; una de las imágenes
tenia la inquietante apariencia de lo
invisible y la estupenda condición da ser la
que más se destacaba: curioso, tenia mi voz.
Cuando me desperté ya sabia lo que quería
hacer en la vida. Me presenté en un par de
populares negocios porteños y expliqué a sus
directivos la idea. Gustó. Al rato estaba
caminando por Florida con dos avisos bajo el
brazo: faltaba conseguir el espacio radial. En
la primera emisora, cuyo nombre, discúlpeme,
prefiero omitir, el director me dijo, tras
escucharme: "Mire, mi amigo: esa idea del
invisible no la veo, no la veo". De allí me
fui a Excélsior: el administrador, un señor
llamado Firmat Lamas, encontró excelente la
idea y además me abrió una cuenta corriente. Al día siguiente El Amigo Invisible
salió al aire.
No le gusta que le tomen
fotografías. "Creo que mi personaje no debería
tener cara", opina. No acepta las razones
contrarias y accede finalmente, pero con
condiciones: "Sin flash y no más de tres o
cuatro". Mientras posa con desgano, termina
por resignarse: "De todos modos, ya era hora
que al Invisible le conocieran la cara".
—¿Le gusta este trabajo?
—Esto no es un
trabajo. Es una manera de vivir. Desde aquel
sueño hasta hoy hago la misma vida: a la
mañana recorro la ciudad en busca de avisos; a
partir de las cuatro de la tarde, con todo el
material ordenado, comienzo a leerlos por
diferentes emisoras. En ciertos comercios me
piden que les recite algo, que les recuerde
una frase o que, simplemente, les diga "Buenos
días", pero con mi voz radial. Soy mi propio
productor, redactor publicitario y
comentarista. La radio es mi vida, yo me
transformo frente a los micrófonos: siento
palpitar la presencia de miles de escuchas y
cuando me toca hablar pongo hasta los últimos
pliegues de mi alma.
—¿Gana mucho dinero?
—Pude vivir, editar un libro de poemas,
casarme dos veces, criar y educar a mis cuatro
hijos. Soy un millonario espiritual.
—¿Material, no?
—No. Pero no cambio ni me
quejo. Estoy satisfecho. Vea: hace un tiempo
apareció un señor que me quería comprar la
idea de El Amigo Invisible. Lo invité a tomar
un café y traté de explicarle que dársela a
cambio de dinero era como vender un brazo mío
o un pulmón. No me entendió. Es de los que
creen que los billetes todo lo compran. Le
dije, para terminar, que El Amigo Invisible
moriría conmigo.
—¿Quiénes lo escuchan?
—Me escuchan los que esperan, en un momento
determinado, una palabra adecuada. Me escuchan
los que desean claridad en la confusión. Para
muchos soy un clásico, alguien que sobrevive
enterito a todos los bochinches. Desentierro
pensamientos, hablo el idioma universal de los
poetas. Me escuchan los que comprenden que he
puesto sangre en una faena donde la mayoría
pone únicamente "mecánica".
De pronto
confiesa que ha hablado demasiado. Le decimos
que no, que aún tenemos varias preguntas. No
cree. Le hacemos una: ¿Por qué utiliza un
acento provinciano cuando habla por radio?
Piensa la respuesta.
—Es un homenaje a las
provincias. Al alma pueblerina. A esa
intimidad de ciudad cálida y chica que Buenos
Aires ha perdido irremediablemente.
El
Amigo Invisible se ha puesto nostálgico. No
por nada sus compañeros de trabajo lo han
bautizado El Lírico Vitalicio. Estamos casi
seguros de que nos va a recordar alguna frase
célebre. No lo hace. Someramente afirma:
—El Amigo Invisible no quiere que la urgencia
y la velocidad de esta época mate a la poesía.
El Amigo Invisible no desea que tamaña
catástrofe ocurra.
Cuando lo saludamos
tenemos la certeza de que El Amigo Invisible
es un muy visible porteñazo, un tipo macanudo.
Hasta luego, respetable amigo.
Fotos:
CARLOS ABRAS
Revista Gente y la actualidad
01.07.1971