La semana pasada, cuando los dirigentes de los
partidos expresaron que el nuevo Estatuto político
proyectado por el Poder Ejecutivo era, en general,
aceptable, el ministro del Interior, doctor Juan
Palmero, obtuvo una importante victoria parcial.
Entre las leyes no escritas de la política figura
una según la cual las trampas que introduce un
gobierno al legislar con respecto a las
agrupaciones políticas no pueden ir más allá de
una cierta medida: casi todos opinaron que el
límite no había sido rebasado y que las trampas no
eran muchas. Sin embargo, y a pesar de esa
aceptación con respecto al contenido global del
texto, los observadores no solamente notaron
algunas argucias que favorecen al oficialismo sino
también varias fallas técnicas. Aunque
posiblemente los detalles objetados sean
modificados en parte por vía parlamentaria,
resultó indudable para todos que los aspectos
jurídicos no fueron estudiados en forma exhaustiva
cuando se redactó el proyecto. La mayoría de
los políticos entiende que el nuevo cuerpo legal
que proyecta el gobierno es mejor que casi todos
los precedentes y tiene tres virtudes básicas: 1)
establece un control preciso en materia de
patrimonio de los partidos; 2) introduce una
técnica apropiada sobre proselitismo electoral; 3)
deroga las inhabilitaciones a los dirigentes
gremiales sindicales y empresarios.
Cuidando las espaldas En cuanto a las "trampas"
que el gobierno ha introducido en el texto, hay
tres por lo menos que son muy evidentes: • Todo
otorgamiento de personería es provisional y puede
dejarse sin efecto en cuanto un partido demuestre
en los hechos que no acepta los objetivos
democráticos que debe reconocer en principio para
tener acceso a la personería. Se trata de la
llamada "teoría de la duplicidad programática",
que se basa en un fallo de la Corte Suprema de
Justicia con respecto a la personería del Partido
Obrero (Trotskista), emitido en 1962. La teoría
de la duplicidad programática sostiene que cuando
hay un programa real (que se deriva de la acción
de los partidos) y un programa formal (presentado
a la justicia a los efectos del reconocimiento),
el primero prevalece sobre el segundo. Los
partidos deben manifestar su adhesión al sistema
democrático, pero si formulan "apoyo o elogio a
regímenes o partidos autocráticos y/o totalitarios
presentes o pasados", esa personería otorgada
queda sin efecto. Los observadores dicen que,
en esos casos, el poder de decisión queda en manos
de la Justicia Electoral —creada por Adrogué y
compuesta por los funcionarios que él designó— y
sus mecanismos no contemplan la posibilidad de
interponer recurso ante la Corte Suprema. Además,
como en los hechos la Justicia Electoral está
fuertemente condicionada al Poder Ejecutivo, el
resultado práctico es que la proscripción del
peronismo y del comunismo puede regir según
convenga o no al gobierno. Por otra parte, la
interpretación sobre cuando un régimen es
autocrático o totalitario es francamente
subjetiva, y algún juez podría decir que un elogio
a de Gaulle, a Nasser o, inclusive, al Vaticano,
significa un respaldo a un sistema autocrático,
con lo cual la aplicación de la ley queda librada
a la buena fe de los jueces. O, lo que es más
fácil, a las necesidades políticas del
oficialismo, • La segunda "trampa" es el
artículo que dispone que los candidatos a cargos
públicos deben ser afiliados al partido que los
designe como tales, con una antigüedad mínima de
un año. Indudablemente, si el justicialismo fuera
proscripto, ninguno de sus adictos podría así
integrar listas de otros partidos. Además,
dificulta la formación de listas mixtas en los
cuartos oscuros y la incorporación de
extrapartidarios. Sin embargo, A texto no legisla
con respecto a las fórmulas presidenciales, de
senadores nacionales y, en algunas provincias, de
gobernador y vice, ya que técnicamente todos esos
funcionarios surgen de elecciones indirectas y no
puede hallarse de candidaturas en sentido estricto
para los citados cargos. Lo mismo ocurre con el
artículo que establece el voto directo para la
elección de candidatos. • Tercera "trampa": Una
contradicción flagrante en el mismo texto legal
parece especialmente dirigida a condicionar por
vía de interpretación el reconocimiento de
personería como partidos ya existentes a los
socialcristianos y al MIE (UCRI frondizista). Uno
de los artículos establece que los partidos
reconocidos en momentos de entrar en vigencia la
ley conservan su personalidad jurídica. Se calcula
que el nuevo texto entrará en vigencia en mayo.
Ahora bien, como la ley también dice que es
condición para ese reconocimiento acreditar haber
obtenido el porcentaje correspondiente de votos en
las elecciones del 7 de julio de 1963, quedan en
situación dudosa las agrupaciones que, fundadas
con anterioridad a la vigencia del texto jurídico,
no existían en julio de 1963.
Un poco de
romanticismo La ley, además, es pasible de
otras dos objeciones básicas: • En algunos
casos, incurre en franco lirismo: uno de los
artículos, por ejemplo, establece la tesis del
mandato imperativo al expresar que la plataforma
sirve de mandato a los candidatos electos. Como, a
la vez, no establece ningún mecanismo para separar
del Congreso a un diputado que resolviera cambiar
de partido, el artículo se convierte en una típica
norma sin sanción. • El Estatuto no aclara
suficientemente el grado de intervención que
corresponde a la justicia en el funcionamiento de
los partidos políticos. De acuerdo con la
interpretación que se formule de la ley, el
control de la justicia electoral puede ser
restringido o abusivo. Inclusive, el texto dice
que "la justicia electoral puede nombrar veedores
de los actos electorales partidarios". De todos
modos, el ministro del Interior ha logrado un
Estatuto animado de un verdadero espíritu
democrático. Si su aplicación se cumple con ese
mismo espíritu, se habrá dado un importante paso
adelante para superar las proscripciones y crear
la convivencia política de todos los sectores del
país. ____ UCRP El silencio de
Ricardo Balbín Casi todos los fines de
semana, el presidente del Comité Nacional radical
del Pueblo, Ricardo Balbín, se traslada a la
residencia presidencial de Olivos y mantiene
largas conversaciones con el doctor Arturo Illia.
Los lunes, cuando regresa a la actividad
partidaria, sus amigos políticos no consiguen
arrancarle las confidencias de esas entrevistas.
Dos hechos, sin embargo, parecen deducirse de las
reuniones: 1) Balbín es consultado por el
presidente de la Nación sobre la marcha del
gobierno y, especialmente, con respecto a las
circunstancias que hacen a la eficacia o
ineficacia del trabajo de los funcionarios; 2)
Balbín deduce de esos coloquios que, dentro de
unos meses, se ampliará su influencia en la vida
nacional. Lo cierto es
que en todos los sectores del radicalismo del
Pueblo nadie alcanza a comprender el mutismo de
Balbín. Antes de la renovación de autoridades del
Comité Nacional, el silencio aparecía como lógico:
Balbín necesitaba dos tercios de votos para
obtener su reelección y debía actuar en
consecuencia, provocando las menores resistencias
posibles, pasando inadvertido y tratando de hacer
jugar libremente a sus adictos. Desde entonces,
Balbín —que está recibiendo de 30 a 40 personas
por día en el local del Comité Nacional— permanece
callado, aun en sus oficinas de Alsina y Entre
Ríos, en la Capital Federal. Casi todos los
visitantes que concurren a plantearle problemas
vinculados con la eventual lentitud e ineficacia
del gobierno y a contarle episodios que
demostrarían esas características de la acción
pública, reciben simples expresiones consoladoras:
"Hay que tener paciencia" o "El camino es largo"
son las dos frases de respuesta que prefiere el
titular del Comité Nacional oficialista. Sin
embargo, todos saben que cuando las protestas se
basan sobre hechos serios, Balbín las anota para
transmitirlas a fin de semana al presidente. El
jefe del radicalismo del Pueblo se transformó,
así, en la polea de transmisión entre enojados
radicales del Pueblo y el doctor Illia. Dentro
del mismo edificio donde Balbín tiene sus
oficinas, hay unas habitaciones, al fondo, donde
están instalados los jóvenes del Movimiento de
Agitación y Lucha. Esos jóvenes suelen verlo todos
los días —siquiera sea casualmente—, y en todas
las oportunidades le reiteran que "siguen
vigilantes, observando la acción del gobierno y
esperando el cumplimiento del programa". En el bar
ubicado en la esquina del Comité Nacional, los
radicales también insisten en los más variados
matices de la crítica al gobierno. Pese a su
hermeticidad, nadie ignora que Balbín no simpatiza
con algunos de los actuales ministros,
subsecretarios y secretarios de Estado.
Especialmente, sostiene que sus adversarios en el
plano interno, Hernán Cortés, Miguel Ángel Zavala
Ortiz, Antonio Pagés Larraya y Pedro Fleitas,
están fracasando y tendrán que alejarse de sus
cargos. En cuanto a su amigo Carlos Alconada
Aramburú, ministro de Educación, sostiene que "a
pesar de las críticas, cumple eficientemente con
sus funciones. La campaña en contra que se le hace
—dice— tiene dos motivos: la resistencia de
algunos sectores eclesiásticos y el pésimo manejo
de las relaciones públicas. Parece que quisiera
quedar mal con todo el mundo, en primer lugar con
los periodistas". Esta y otras frases, al menos,
le son insistentemente atribuidas en los corrillos
del Comité Nacional y, aparentemente, constituyen
las máximas concesiones, en materia de
confidencias, que ahora se permite Balbín con los
correligionarios. Sus allegados sostienen que
el presidente del Comité Nacional no está en
condiciones, por ejemplo, de convocar a una
conferencia de prensa. "En ese caso —señalan—
sería inevitable que alguien le preguntara, por
ejemplo, qué opina de Zavala Ortiz o de Pagés
Larraya. Si Balbín antepone su solidaridad con el
gobierno, tiene que dar una convencional respuesta
elogiosa, que debilitaría su «trabajo de zapa»
contra esos funcionarios. Si insinúa alguna
crítica, por moderada que fuere, las reacciones en
cadena serían imprevisibles y el presidente del
Comité Nacional se deterioraría. Lo mejor para él
es, ahora, el silencio. Además, no puede hablar
más que Illia." Por otra parte, inmediatamente
se le contestaría con críticas a los ministros que
él ha colocado y se haría especial hincapié en la
inoperancia del titular de Trabajo, Fernando Solá.
Por lo tanto, el juego de Balbín consiste en
esperar que sus adversarios desaparezcan de la
escena ministerial. Entonces, llegaría para él el
momento de presionar en favor de sus candidatos a
ministros. Tan silenciosa espera, sin embargo,
es complementada con otra acción indispensable
para Balbín: tratar de que se desgasten los
sectores internos que lo resisten y hacer luego
una ofensiva para superar la existencia de
distintos grupos. El actual gabinete se basa en un
inestable equilibrio entre distintos sectores del
radicalismo del Pueblo, cada uno de los cuales
está representado en forma casi proporcional. Si
los adversarios de Balbín se fueran ahora, éste no
ganaría nada: serían sustituidos por otros que
representaran las mismas corrientes. Illia
difícilmente se animaría a dar mayor
representación al balbinismo, pues así irritaría a
los otros grupos (incluyendo al grupo cordobés,
incondicional del presidente). Pero si antes de
una eventual crisis de gabinete, Balbín consigue
homogeneizar el partido en su favor, los nuevos
ministros ingresarían en el elenco oficial como
impuestos por el radicalismo del Pueblo y no por
alguna de sus líneas internas. En esto estribaría
otro de los motivos del silencio prolongado del
titular del Comité Nacional: si habla corre el
riesgo de dividir aun a su pesar. Además de ir
todos —o casi todos— los fines de semana a Olivos,
Balbín mantiene algunas conversaciones telefónicas
(no muchas) con Illia. En esas conversaciones, la
táctica del presidente del Comité Nacional parece
ser la de no pedir nada, excepto cosas muy
importantes. Por ahora, prefiere seguir
cumpliendo su rutina: concurre todos los días al
local de la calle Alsina; permanece allí entre las
14 y las 22, recibe a sus visitantes y luego cena
en el restaurante del Centro Lucense, al 1800 de
avenida Belgrano, donde platica sobre algún tema
especial con sus colaboradores inmediatos.
Cuando éstos protestan contra el gobierno, trata
de explicarles que las críticas son inoportunas;
cuando le reprochan no dinamizar al partido,
señala que el radicalismo del Pueblo debe llegar a
los próximos comicios parlamentarios "lo menos
deteriorado y más descansado que resulte posible."
Primera Plana 24.03.1964
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