¿Quienes (sí-no) quieren el golpe?

El martes de la semana pasada, los miembros de una familia argentina ventilaron ante medio millón de espectadores la posibilidad de que se desencadenara un golpe de Estado. El fallo fue condenatorio por unanimidad. Claro que esto pasaba en la televisión, en el programa La Familia Falcón, de Canal 13. En el resto del país, las opiniones están algo más divididas, aunque, según los sociólogos, en ningún momento la predisposición al golpismo en el conjunto de la población puede superar el 10 por ciento. No fue una cifra ni un índice global el objetivo perseguido por Primera Plana al encarar una investigación sobre el tema; más bien se trató de pulsar a sectores determinados de la vida nacional (militares, empresarios, universitarios, profesionales, gremialistas, políticos, intelectuales y amas de casa) para saber quiénes y no cuántos estaban en favor de un golpe militar y quiénes en su contra. Los resultados de esa indagación son los que seguidamente se exponen.
Golpe al gobierno

"Este Gobierno no sirve, pero hay que esperar". "Yo tengo un hijo que está haciendo el servicio militar". "La violencia engendra la violencia". "El país no está para estas cosas". He aquí sólo algunas de las frases recogidas al entrevistar a las amas de casa de clase media, antigolpistas en un noventa por ciento. La gran mayoría de ellas desconfía de algo que desconoce, admite que su vida está llena de complicaciones, pero no quisiera que se complicara más. A veces esgrimen el mismo tipo de razones que las escasas partidarias del golpe: "Un movimiento militar, por lo general, hace que suban los precios de las cosas", dijo una, mientras otra alegaba que "un golpe hace falta porque no se puede seguir así, con aumentos de precios casi todos los días". La confusión se proyectaba hacia la esencia del golpe: de las amas de casa que lo apoyan, la mayoría desconoce cuál puede ser su programa y, de ésta, la mitad rechaza la idea de que el régimen que se imponga se quede en el poder diez años, sin llamar a elecciones, "No, eso es demasiado; que se queden un año, arreglen las cosas y llamen a elecciones. Y que no disuelvan los partidos políticos", era la conclusión.
En cambio, dentro del dividido campo de los profesionales, un Gobierno de diez años no horrorizaba tanto ni a tantos. "Es preferible que el poder se concentre de una buena vez en una, sola mano." "Anular las elecciones por diez años es la medida más sabia que podía concebirse, junto con la inhabilitación de los políticos actuales." "Debe mantenerse la continuidad del próximo gobierno mediante plebiscitos, votando por sí o por no y no tener que andar optando entre diez listas de candidatos." Estas fueron algunas de las frases recogidas entre el 40 por ciento, aproximadamente, de golpistas contumaces que se registró en este sector; un 10 por ciento estaba a favor de un cambio, pero con limitaciones: siempre que las nuevas autoridades convoquen rápidamente a nuevos comicios. Y el otro cincuenta por ciento se manifestaba en contra. El alto índice de partidarios de "una mano fuerte" permitió, advertir que este sector considera que "el país va a la deriva", que "se toman decisiones con lentitud", que "se quiere quedar bien con todos inútilmente", que "este gobierno no tiene autoridad", que "se postergan permanentemente las medidas de fondo" y que "hay una absoluta falta de perspectivas". El resumen lo dio, inopinadamente, un catedrático de Filosofía y Letras: "El país está viviendo una gran frustración en todos los órdenes".
Un ingeniero civil, en cambio, manifestó que no apoya el golpe de Estado porque no está de acuerdo en que se destruya el régimen constitucional. "Cualquier golpe empeoraría la situación del país —dijo, para desembocar luego en la que parecía ser su principal preocupación—: una de las primeras medidas que adoptarían sería la intervención a la Universidad." Curiosamente, era uno de los pocos egresados que se preocupaba por la suerte de los institutos donde había estudiado.

Universidad, campo adverso
Por cierto que esa preocupación era compartida en la Universidad, al menos entre los estudiantes, casi igualmente hostiles (78 por ciento) que las amas de casa a un pronunciamiento militar. Pero la Universidad es también un mundo aparte, e investigarlo demandó una intensa frecuentación con los resultados que se reproducen seguidamente.
Los partidarios del golpe de Estado son minoría en la Universidad. Pero también lo son los partidarios de las autoridades constitucionales. Sin embargo, la mayoría opina que, con todos sus defectos, el gobierno actual no ha caído en los actos negativos de otros y que los golpes tuvieron siempre por consecuencia un retroceso cultural y científico. No se trata de opiniones totalmente gratuitas: están influidas evidentemente por las amenazas de intervención a las Universidades que se atribuyen a los militares, aun dentro del régimen Illia. "Ellos son los que presionan al Presidente para que restablezca el orden y el acatamiento a las autoridades y para evitar las manifestaciones callejeras orquestadas por elementos extremistas infiltrados. Pero estamos seguros de que mientras no haya golpe de Estado no habrá intervención", declaró un estudiante.
En realidad, el tema ya no es secreto en los claustros: la mayoría de las Facultades dependientes y la propia Universidad Nacional de Buenos Aires lo han tratado públicamente y ya se han manifestado contra el golpe los Consejos Directivos de Arquitectura, Filosofía y Letras, y Ciencias Exactas. En otras Facultades como la de Medicina, los proyectos para considerar el tema fueron girados a comisión o incluidos en órdenes del día de posteriores reuniones.
El Consejo Superior debatió el asunto en su sesión del viernes 17 de junio, oportunidad en que fue aprobada una iniciativa que suscribían el Rector, Hilario Fernández Long, y los consejeros Lepanto Bianchi y Sergio Rodríguez, por 17 votos contra 7. La resolución aprobada dice, entre otras cosas: "que se ha creado un clima que reviste la mayor gravedad por cuanto no sólo ¿parecen sectores que propician un golpe de Estado" sino que, ante esta situación, "pareciera extenderse el escepticismo, la impotencia o la desilusión, una actitud de renuncia colectiva o aceptación resignada por parte de la civilidad. La Universidad considera que debe asumir la responsabilidad de interpretar la conciencia más lúcida y exigente y resuelve hacer un llamado a los integrantes de la comunidad para realizar un esfuerzo conjunto para preservar la plena vigencia de las instituciones democráticas como expresión irreemplazable de la voluntad popular".
Los 7 consejeros que sufragaron en contra, entre quienes algunos creen ver a golpistas larvados o vergonzantes, son Risolía, Quintanilla, Laplaza, de Césare, Ruiz Moreno, Vela Huergo y Recabeitía. El jefe del grupo sería Marco Aurelio Risolía, al parecer decidido golpista, porque su nombre suena como probable interventor en una emergencia así, para depurar la Universidad de Buenos Aires. En el debate, Risolía puso en duda que fuera correcto pensar nada más que en un posible golpe de las Fuerzas Armadas, preguntándose si no cabía temer también el de las agrupaciones (izquierdistas) que actúan desde una posición opuesta. Consideró que "lo más conveniente hubiera sido limitarse a exaltar el sistema republicano, la verdad constitucional y el respeto a las leyes".
Los rectores de las ocho Universidades nacionales están en Buenos Aires llamados por el Ministro de Educación y Justicia para preparar la agenda con los temas que deben ser tratados en una próxima entrevista con Illia. Antes de ver a Aleonada Aramburú se reunieron dentro del organismo llamado Consejo Interuniversitario, dejando traslucir que éste no se ocuparía del tema institucional.
Aunque sería arriesgado pretender encasillar a loa Rectoras dentro de esquemas rígidos, los universitarios señalan a un sector claramente antigolpista y a un grupo de indiferentes y dudosos. Entre los primeros figuran los ingenieros Fernández Long (Universidad de Buenos Aires, católico), Jorge A. Rodríguez (Universidad del Nordeste, democristiano), Cortés Pié (Universidad del Litoral, reformista) y Eugenio F. Virla (Universidad de Tucumán, reformista). Los restantes son los doctores Aziz Ur Rahman (Universidad del Sur, indio, tradicionalmente escucha los consejos de la Base Naval Puerto Belgrano y puede estar influido también por el Quinto Cuerpo del Ejército, con asiento en Bahía Blanca, que comanda Osiris Villegas se lo considera indiferente al golpe) Roberto Ciafardo (Universidad de La Plata, hombre de la UCRP, no precisamente golpista pero sí partidario de "ajustarle las clavijas a los estudiantes"), Carlos A. Saccone (Universidad de Cuyo, conservador de derecha) y el ingeniero Eduardo Cammisa Tecco (Universidad de Córdoba, elegido hace poco por los derechistas),.

El intelecto
Parecidas aprensiones a las de los universitarios tienen los intelectuales y artistas. Un director de teatro confesó que, en general, su grupo está contra el golpe para salvar su medio de expresión; cree que un régimen militar, aunque transitorio, acarrearía trastornos: asustaría al público que se quedaría en su casa, haría intervenir más a la censura y se inclinaría hacia el oscurantismo. "Claro que si existiera un militar progresista, que comprendiera nuestro trabajo, lo apoyaríamos. Pero, francamente, no creemos que exista." "No hay militares moderados", aseguró el asistente de dirección que estaba a su lado.
No es tampoco un temor gratuito. Un recorrido por las boleterías de los cines y los teatros del centro de Buenos Aires permitió recoger la impresión dominante de que, a partir del momento en que se agitó el avispero del golpe, hace más de tres semanas, la concurrencia de público mermó en un 35 por ciento, aproximadamente. "Sí, también influye el frío, el aumento del precio de las entradas —dijo un boletero—, pero además la gente no quiere andar por ahí de noche; saben que cuando hay estallidos militares nada sucede por las noches, pero esto no les impide ser precavidos, pensar en algún petardo en algún rincón de una sala,"
Los actores recuerdan lo que le pasó a Iris Marga, en abril de 1963, cuando salió de gira por el interior con Sabor a miel, que se había representado con éxito en Buenos Aires: las primeras funciones fueron más o menos bien hasta que al llegar a Rosario, con un clima caldeado, el público se ahuyentó definitivamente. También en Buenos Aires se perdió una semana de recaudaciones.
Lo cierto es que la deserción comenzó ya desde un mes atrás en la Capital, cediendo a la presión de los rumores. Lo saben los taxistas que comentan el escaso público que va a los espectáculos del centro aun en días sábados.
En cuanto a la actitud en sí de los artistas es de una gran indiferencia. En la plástica, por ejemplo, la norma es que o no importa nada de nada o, si se es de izquierda, se toman algunas actitudes políticas a posteriori de los hechos. Una excepción puede ser el pintor Antonio Berni, quien en una reunión realizada el martes de la semana pasada en casa de un escritor, se acercó a Arturo Frondizi a preguntarle qué estaba pasando en el país. Pero la regla la constituían, en la misma ocasión, Manucho Mujica Láinez, Cayetano Córdova Iturburu, Silvina Bullrich, Blas González, Jaime Dávalos, Guillermo de Torre, Norah, Borges, enfrascados en las conversaciones incidentales de siempre. Algo parecido iba a suceder el sábado 25 en el coctel que ofreció un director de cine con la asistencia de políticos y periodistas.

Los gremialistas
En las antípodas del mundillo artístico, los gremialistas examinan atenta y prolongadamente las posibilidades de un cambio de régimen. En las bases, el sentimiento retornista hace que las mayorías se inclinen por alguna clase de cambio, en la creencia de que así se iniciará una cadena de hechos que terminarán con el regreso de Perón al poder. En la cima, en cambio, las actitudes son más complejas, como lo revela el siguiente informe.
Durante cinco horas y media, el consejo directivo de la CGT analizó el miércoles último la situación institucional, aunque un comunicado emitido por la organización sólo hizo referencia a las gestiones que se realizan ante el Gobierno, por otros motivos. Según lo trascendido, se manifestaron claramente dos posiciones:
• La primera, que parece alentada por el prosecretario de Hacienda de la CGT, Manuel Rodríguez (químico, comunista), y por Liberato Fernández (marítimo, MID), solicitaba un claro pronunciamiento antigolpista y la convocatoria a una reunión de diversos sectores de la vida nacional (Universidad, partidos políticos, etcétera) para dar a conocer una declaración conjunta. Emisarios del Gobierno frecuentaron la CGT en los días anteriores al miércoles, en busca de aquel pronunciamiento.
• La otra, sustentada por el secretario adjunto, Osvaldo Vigna (gráfico,, sin ubicación política precisa), que fue apoyada por la mayoría, prefirió no embarcar a la CGT en una declaración antigolpista y señaló la conveniencia de aguardar el regreso de la delegación que concurre a la Conferencia de la Organización Internacional del Trabajo, en Ginebra (Francisco Prado, Rogelio Coria y Antonio Scipione).
En los gremios vandoristas parece progresar una posición contraria al golpe, consistente en presionar al Gobierno para que acepte la institucionalización del peronismo y el nombramiento de un candidato potable para las Fuerzas Armadas a la Gobernación de la provincia de Buenos Aires; esta posición concuerda con la que políticamente se conoce como frentista. Sin embargo, no cesan los contactos con grupos golpistas.
En el gremio de Luz y Fuerza habría una escisión respecto a este asunto. Francisco Prado (secretario general de la CGT en representación de este gremio) participaría de la actitud vandorista. Juan José Taccone, secretario general del Sindicato de Luz y Fuerza de la Capital, por el contrario, optaría por una línea claramente opositora al Gobierno y hasta progolpista. En un artículo de fondo de la revista gremial que inspira, Dinamis, se manifiesta claramente que poco puede esperarse del diálogo entre la CGT y el Gobierno y que en poco tiempo más será necesario asumir posiciones claras y combativas.
El Movimiento de Unidad y Coordinación Sindical (MUCS, comunista) representa, junto con el vandorismo, la tendencia más decididamente antigolpista dentro del movimiento obrero. Nada bueno esperan de un movimiento militar, ya que sea cual fuere el sector que se imponga, su tesitura será siempre anticomunista.
Los Independientes, entre tanto, se sienten defraudados por el Gobierno. Afirman que han sido utilizados y luego "arrojados como un limón exprimido" y no perdonan el tácito acuerdo de conveniencia entre los amigos sindicales del Gobierno y Vandor. El secretario general de la Confederación de Empleados de Comercio, Armando March, parece ser el más vinculado a sectores castrenses dentro de los Independientes, y hacia él se dirigen las miradas. Con motivo del veto a la mayoría de los artículos de la Ley 16.881 (reformas a la 11.729), March se colocó rápidamente en la oposición. Otro caudillo que se considera conectado es Saturnino Soto, de la Unión Personal Civil de la Nación. Por fin, en la llamada línea dura del movimiento (viajantes, municipales) se procura —según todos los indicios— mantener buenas delaciones con un sector militar que intentaría un golpe violeta.
En el sector "62 de Pie" aparece como decididamente golpista el ex Secretario de la CGT, José Alonso, junto con los gremios peronistas puros; cumplirían instrucciones precisas de Perón. En cambio, Amado Olmos (Sanidad, trotzkista), junto con los otros representantes de la izquierda (Di Pasquale, Arias, Eyheralde) están en contra del golpe y han mantenido entrevistas con dirigentes de otros sectores que sustentan la misma posición.
Los gremios vinculados a la Confederación Argentina de Trabajadores del Transporte, que actúa dentro de la CGT como un verdadero nucleamiento, inspirado por Mario Álvarez (Sindicato Unidos Portuarios Argentinos, amigo de Zavala Ortiz y asesor oficioso del Ministro de Trabajo), son decididamente antigolpistas; ya se conocieron declaraciones públicas de La Fraternidad y la Asociación del Personal Aeronáutico.
Por fin, los 32 Gremios Democráticos, aunque en la práctica son casi inexistentes, tienen relaciones con sectores colorados de las Fuerzas Armadas y han asumido una posición fuertemente crítica frente al Gobierno y censurado el pacto de reunificación de la CGT. Apoyarían sin vacilaciones un golpe preventivo destinado a frenar al peronismo.

Los empresarios
El dique de contención, no sólo al peronismo sino a todo el movimiento gremial, parece ser uno de los pocos motivos de interés de los empresarios en un cambio institucional. Sin embargo es éste uno de los campos más divididos, no sólo en el plano de la decisión sino también en el de la información. Hace una semana, un dirigente frentista sostenía que en la actualidad sólo apoyan el golpe la Sociedad Rural, la Unión Industrial y ACIEL, agregando que esta última entidad acaba de producir una declaración provocadora, como en vísperas del derrocamiento de Frondizi. Sin embargo, visto desde adentro, ACIEL no parece en condiciones de lanzarse a un apoyo decidido del golpe: la entidad está debilitada, y se juzgan vanos los esfuerzos de su presidente Jorge Oria, por intentar fortalecerla económicamente.
Por otra parte, durante los últimos quince días, un asesor letrado de entidades empresarias que realizó una encuesta privada llegó a la conclusión de que los empresarios no tienen información directa de los mandos militares. No la tendrían, por ejemplo, el presidente de la Sociedad Rural, Faustino Fano, a quien se atribuía respaldo al golpe, y sólo de segunda mano, el presidente de la Bolsa de Comercio, Luis Baudizzone. En una reunión de empresarios del sector acielista celebrada la semana pasada, dos conspicuos dirigentes se presentaron al mismo tiempo con opuesta información: "Ahora sí que estoy bien enterado —anunció uno—. El golpe es un hecho". El otro lo contradijo: '"Pero si yo acabo de saber que todo se desinfló".
Por otra parte, la falta de contacto entre empresarios y militares no es casual: jefes de las tres armas temen que tales encuentros, de realizarse, trasciendan y originen obvias suspicacias; también temen comprometerse y quedar convertidos en defensores de intereses privados.
Sin embargo, la actitud no es uniforme: si bien los dueños de empresas temen lo imprevisto del golpe y lo anhelan sólo en la medida en que ponga término a la indisciplina sindical, los ejecutivas jóvenes parecen más inclinados a aceptarlo y dialogan, personeros mediante, con algunos oficiales en actividad. La razón estaría en una creencia común de que el gobierno militar permitirá mejorar la eficiencia en la administración pública, una posibilidad que los fascina.

Los políticos
La posibilidad de un golpe de Estando obedece, en buena parte, al fracaso de los partidos políticos. Es lógico, por lo tanto, que en ellos no se advierta entusiasmo por un movimiento que ocupara su lugar. La mayoría de las agrupaciones, conscientes de que están frente a un proceso que no pueden determinar ni controlar, se contentan especulando con el golpe: algunos, porque pretenden así asustar al Gobierno y obligarlo a efectuar concesiones (partidos liberales); otros están cansados de la lucha o no tienen votos ni esperanzas de conseguirlos, y adulan a los golpistas pensando integrar el elenco civil de la subversión. Otra distinción: los liberales suponen que el golpe es evitable si el Gobierno cambia a tiempo; los que adulan al golpismo son fatalistas y lo hacen porque creen que el golpe es inevitable a estas alturas.
El único partido legalista sin condiciones es el Socialista Argentino porque tiene todo que perder (bancas, concejalías) y ninguna chance de sobrenadar por la falta de vinculación con el golpismo. Antes bien, si el golpe llega para liquidar las "infiltraciones marxistas", ellos serán sus víctimas. Por eso no puede extrañar que hayan hecho ya una declaración pública: "No aceptamos bajo ningún concepto que las Fuerzas Armadas se arroguen la representación de toda la Nación y menos aún que los planteos se traduzcan en conmociones y factores de perturbación". Esto, a pesar de ser mi partido de abierta oposición a Illia.
También serían legalistas, pero con condiciones, la Federación de Centro, la Democracia Progresista, el Partido Republicano Democrático (PRAR), el partido de la Reconstrucción Nacional (Alsogaray) y el Socialismo Democrático. Su lema bien podría ser: "Habiendo escalera, el propietario no se responsabiliza por los accidentes que pueda ocasionar el uso del ascensor". Casi todos mantienen contactos con los núcleos golpistas, pero a la vez prometen apoyar al Gobierno si éste accede a compartir el poder con ellos o a facilitarles su marcha de otra manera. Hay algunas distinciones:
• Los conservadores gobiernan en Mendoza, San Luis y Corrientes, y desearían mantener esos bastiones, a menos que en el reparto les tocara una tajada más jugosa, lo que ven difícil. Pero no hay unanimidad en la FNPC, ya que los importantes distritos de Buenos Aires y Córdoba descreen de la posibilidad de que el Gobierno se rectifique y postulan el apoyo y el ingreso al golpe.
• El PRAR, orientado por Cueto Rúa, no le pide cambios al Gobierno ni lugares en el gabinete —considera con cierto fatalismo que los radicales no pueden cambiar—, pero cree en la salida electoral a partir de un plan político consistente en que el peronismo se integre en un frente opositor más amplio y renuncie a candidatos propios para los distritos claves, temporariamente. El Gobierno debería facilitar este proceso y proscribir al peronismo que no se someta a él.
• El Partido Demócrata Progresista ha sido legalista aun cuando no estaba en el Parlamento (1962) y busca ahora que se forme un gabinete de coalición, medida que debería complementarse; con la integración del Consejo Económico y Social con representantes del Ejecutivo, del Legislativo, de las organizaciones obreras, empresarias, técnicas y culturales.
Está luego el grupo, bastante menos homogéneo, de los partidos que dan un apoyo crítico a la legalidad. La Democracia Cristiana, que no impone condiciones al Gobierno: descree de él y del liberalismo que le dio origen, pero tampoco respaldará un golpe porque lo que postula es una utópica revolución social cristiana. "El Gobierno se merece un golpe, pero el país no" sostuvo el Diputado Enrique de Vedia.
Su compañero de ruta en esa tesitura es el Partido Comunista, que ahora está fuera de la Ley Electoral, como víctima de lo que llama "una de las caras del golpismo, la que presiona dentro del régimen actual". Es visible que prefiere esta cara antes que el golpe, pero también interpreta que éste sobrevendrá casi fatalmente como continuidad de aquélla.
Los vaivenes de la política han querido que algunas fuerzas se transformaran circunstancialmente eh neutrales; se colocan en oposición a Illia, le niegan su apoyo, pero no favorecen el golpe, que no los beneficiaría tampoco en la actualidad: no sería "para ellos"; a lo sumo les ofrecería una nueva coyuntura donde, posiblemente, tendrían cabida nuevas posibilidades de maniobras políticas. Así actúan por el momento el MID de Frondizi y UDELPA de Aramburu. El MID dedica sus energías, como es habitual, a la construcción del Frente Nacional. Aramburu, en cambio, no puede decidirse ahora porque sus amigos están repartidos en los dos bandos (el legalista y el golpista) y porque, además, también como de costumbre, prefiere esperar un deterioro mayor de la situación institucional.
Solamente dos partidos parecen abiertamente enrolados en el golpe: la UCRI y el Conservadorismo Popular, convencidos de que el desplazamiento es algo inexorable. En buena medida, además, el golpismo de la UCRI se vincula con la acendrada vocación de servicio a los azules que siempre exhibió Oscar Alende. Como es natural, no hay declaraciones que hagan publica esta manera de pensar, como no las hay tampoco en el Conservadorismo Popular. Este último respira por la herida que le infligió a Solano Lima la frustración comicial del Frente, en 1963. Sin embargo, Cueto Rúa cree que está a tiempo de rescatar al menos algunas fracciones del PCP.

El peronismo
Aunque partícipe a medias de las características del resto de las agrupaciones políticas, el peronismo se distingue francamente de ellas. Su fuerza trasciende a la de un partido y parece, por ahora, en suspenso. En recientes conversaciones entre José Alonso y Juan Perón, en España (página 15), habría quedado establecido:
• El peronismo no apoya el golpe ni se opone a él. Cree que el país no tiene salida sin una profunda reforma de estructuras y que si el golpe es dado por el Ejército como institución, cualquiera fuese la primera orientación que predominara, a la postre se repetiría el proceso de 1943-46 y tomaría una línea popular. El peronismo debe prepararse para ese momento y entonces apuntalar un programa de gobierno públicamente enunciado, pero no determinadas figuras.
• Perón cree que el Gobierno está condenado y que lo único que detiene el golpe es la falta de equipos civiles para gobernar, en particular en el campo económico. Asegura haber recibido a emisarios del Gobierno que buscaban una manifestación suya contra el golpe, episodios que comentó diciendo que "el peronismo no se atará a un ancla; sólo se ataría a una boya". (El ancla sería el Gobierno que, para él, está condenado a irse al fondo).
• Perón cree que las FF. AA argentinas tienen ahora un sentimiento antinorteamericano porque los Estados Unidos eligieron a Brasil como país clave de su política en Latinoamérica, y que la Marina está despechada porque no obtiene de USA renovación de materiales. Las FF. AA. se inclinarán, piensa, a buscar apoyo en Europa continental: Francia, Alemania, Italia.
Pero ni Alonso ni tampoco Perón son todo el peronismo. Tomando a los dos grandes bloques en que el movimiento aparece dividido, a nivel de dirigentes, se observa:
• El vandorismo comenzó a pensar que, luego de producido un golpe, quizá las nuevas autoridades negocien directamente un respaldo madrileño, puesto que Perón probó su hegemonía en recientes elecciones. De allí que este sector haya dejado, en los últimos meses, de azuzar el golpe. Ahora, los vandoristas, ya no desdeñan cultivar el electoralismo; por si acaso, mantienen sus contactos con militares revolucionarios, aunque evitan definiciones: "Que den el golpe primero y después veremos qué hacer", sería el lema forjado por el propio Augusto Vandor. La única excepción estaría en el Movimiento Popular Mendocino, pro-golpista; en cambio, siempre dentro del vandorismo, las eternas corrientes electoralistas como Unión Popular o el Partido Justicialista, son legalistas.
• El isabelismo, teóricamente, debería favorecer un golpe, pues fue creado con el único objeto de obedecer las órdenes de Perón sin discutirlas. No obstante, en las ultimas semanas, algunos de sus integrantes han conferenciado con militares legalistas: los seguidores de Isabel, dirigentes políticos de segundo plano en su mayoría, temen que un golpe los devuelva al anonimato en que naufragaban antes de la llegada de la dama. No les queda, como a los vandoristas, el vasto campo de acción del sindicalismo. Sin embargo, el isabelismo cuenta con golpistas decididos; entre ellos se sindican a los Diputados Cornejo Linares, Sá y Rodríguez Vigil, aunque estas posiciones —claro está— no pueden confirmarse.

Oficialismo y FF.AA.
Aunque el año pasado el Senador Ricardo Bassi, en un memorándum a Illia, recomendaba el autogolpe al juzgar que era preferible la caída del régimen a manos de los militares que su derrota en las elecciones de 1967, ningún sector del oficialismo (Gobierno y UCRP) anhela un desborde militar. La comprobación resulta ociosa; pero si no hay expresiones favorables al golpe, conviven disímiles posiciones partidarias:
• Para el balbinismo de izquierda, si Illia ejecutara una política popular (reforma agraria, moratoria de la deuda externa, ruptura con el FMI, destierro de las compañías petroleras) se lograría apoyo peronista y "el torrente hará retroceder a los militares". El balbinismo de derecha, el de "Don Ricardo", huye de lo popular y alienta "caer con las banderas enhiestas, como una ofrenda a los principios". Así, si Illia es derrocado, no bien haya elecciones triunfará el radicalismo porque supo defender los principios; si, al revés, cede, morirá políticamente.
• El sabattinismo, sector vernáculo de la UCRP, afín a las prácticas de comité y las trenzas internas, también cree en la necesidad de una política popular y hasta de un pacto con Perón. Así vencerá el golpe.
• El unionismo es la variante transaccional. Sus primeras figuras (Perette, Zavala Ortiz, Suárez) están conectadas con los colorados y fueron golpistas bajo Frondizi. Son los más pesimistas en cuanto a la duración del Gobierno y piensan que el Presidente debe aceptar la presión militar: también en esto difieren con los otros dos sectores.
En algo coinciden todas estas líneas: el golpe es una posibilidad cada día más cierta, aunque algunos inflamados dirigentes suponen que una resistencia civil se opondrá al derrocamiento.
¿Y cuál es la posición de las Fuerzas Armadas? Los indicios señalan que el golpismo tiene sus baluartes en la Aeronáutica y el Ejército, donde también hay grupos legalistas, como es notorio. La Marina, en cambio, sufre un proceso de indecisiones y parece optar por la neutralidad. No es una novedad descubrir que de todos los sectores nacionales, el de las FF.AA. alberga a la mayoría golpista más decidida.
28 de junio de 1966
PRIMERA PLANA

Golpe al gobierno

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