Por primera vez un
argentino está al tope del Gran Prix. Una especie
de campeonato mundial de tenis. Sin embargo,
semejante hazaña no puede tildarse de imprevista
-sobre todo para Siete Días, que siguió siempre de
cerca toda su trayectoria- porque Guillermo Vitas
(22, zurdo, marplatense) es el propietario de una
potencia inusual a nivel ecuménico. Sus variados
recursos, especialmente su magnífico revés, le han
permitido alojarse rápidamente en la cumbre. Ni
siquiera los memoriosos recuerdan que en apenas
cuatro meses se hayan conquistado tantos trofeos
juntos.
La serie de éxitos que
lo consagra como la revelación de la temporada,
incluye las victorias en cuatro campeonatos
-Gstaad, Suiza; Hilversum, Holanda; Louisville,
Estados Unidos, y Toronto, Canadá- de los últimos
seis que jugó, sin menospreciar que fue finalista
en otro -Washington- donde perdió con Harold
Salomon. Así consiguió una racha de 30 triunfos
apenas maculada por dos derrotas. Sin dudas, una
verdadera proeza.
Claro que ahora,
cuando todo aparece con la facilidad que dan los
laureles, Vilas no olvida cómo supo conseguirlos.
De sus solitarias horas frente a un frontón con el
metódico repiquetear de la pelota, de sus nervios
indomables (era famoso por la cantidad de raquetas
que rompía por estrellarlas contra el suelo o
revolearlas por el aire). En fin, de su oscura
vida trashumante por tristes pensiones. Ahora, en
cambio, vive en lujosos hoteles, cena en las
terrazas o se tuesta en famosas piscinas. No es
para menos: lleva ganados más de 100 mil dólares
en lo que va del año.
No obstante, Vilas no
ha cambiado (en realidad antes usaba el pelo
corto). Y en un ambiente donde todos los tenistas
de jerarquía son presentados -al entrar a la
cancha- por el locutor oficial por sus tres datos
más importantes: nombre, apellido y cantidad de
dólares que han ganado durante la temporada
anterior (por ejemplo: "Illie Nastase, 228.750
dólares", "Stan Smith, 218.647 dólares"), el
marplatense se sigue manejando con un código
diferente: "Yo prefiero que me aplaudan si les
gusta mi juego pero no por la cantidad de dinero
que llevo ganado".
No es la única
rebeldía del nuevo "boom" tenístico del año. "Yo
no uso trajes ni zapatos y en cuanto a los que me
critican el pelo largo, les comunico que lo voy a
dejar seguir creciendo". Tampoco lleva ni siquiera
una corbata en su valija. Pero, eso sí, en
compensación usa vincha, pulsera y collares; en la
cancha siempre luce un conjunto de color amarillo.
Pierde entre dos y tres kilos por partido, un
desgaste que sofrena con bifes apenas asados,
ensaladas, acelga hervida, papas fritas y frutas.
Toma agua mineral o cerveza, no menos de cuatro
yogur y mate cocido en vez de café. Y como le
gusta acostarse tarde, es capaz de cenar dos veces
una misma noche. De todas maneras, duerme no menos
de diez horas diarias. Y en los ratos de ocio no
abandona sus hábitos literarios: está por estrenar
una canción que tituló 'Hijo de la propiedad
horizontal', terminó su libro -casi una
autobiografía- y sigue acumulando poemas que por
ahora lee entre sus conocidos. Sufrido hincha de
River Píate ("A los seis años quería emular al
arquero Amadeo Carrizo ante la resistencia de mis
padres que querían verme tenista a toda costa"),
devoto de la filosofía oriental, suele bromear que
abandonó sus estudios de abogacía porque "era muy
zurdo para seguir derecho"? Fanático de la música
progresiva, consigue atemperar sus malhumorados
despertares escuchando a Pescado rabioso,
Aquelarre o Statu quo mezclado con cassetes del
hindú Krishnamurti, mientras se come una lata de
dulce de batata. Nostalgioso, todavía le espera un
intenso trajín y ahora con una obligación todavía
mayor: sobresalir. Claro que en su ayuda tiene su
propio talento.
Revista Siete Días
Ilustrados
02.09.1974
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