Durante las últimas
tres semanas —tiempo que insumieron varios
redactores de Primera Dama en hurgar el universo
de los colegios exclusivos— ese eufemismo ("no
está mal, pero no es lo mismo"), se reiteró hasta
convertirse en letanía. Si aquella profesora
quejosa por la invasión de parvenúes, esgrimía en
su defensa el arma más filosa del arsenal de la
exclusividad, también aquellas familias que optan
por mandar sus hijos a unos de "esos pocos
colegios" se aferran a ese imponderable plus:
nadie dudará que pagar 100 mil a 400 mil pesos
anuales por la educación de un jovencito, no es lo
mismo que arrojarlo a la Siberia de la enseñanza
(tal es la imagen dominante de los modestos
institutos oficiales). Además, ese esfuerzo suele
redituar un halago adicional para los solícitos
padres: saben —y aceptan complacidos— que no más
de ocho mil jóvenes comparten con su vástago los
verdes parques del prestigio.
Los altibajos de la
virtud
Elegir un colegio no
es cosa fácil. Si se acepta que —a más de las
bondades de su enseñanza— una school debe brindar
a sus alumnos una razonable dosis de fulgor, el
optar por uno y no por otro
claustro, pasa a exigir delicadas ponderaciones.
El antiguo mecanismo que protegía, a las familias
más sofisticadas, de peligrosas contaminaciones
—el arancel lo bastante alto como para ahuyentar
intrusos—, perdió toda su efectividad frente a los
azares de la historia social argentina: mientras
un sector impecable debía contentarse con
subdividir cada vez más sus predios, una creciente
cantidad de familias no tradicionales alcanzaba,
con alborozo, insospechados niveles económicos.
Pero si en la progenie
patricia cundió la alarma, los directivos de
colegios otrora insospechables tampoco las tenían
todas consigo: para seguir incubando sólo los
mejores pollos, debieron alzar barreras más
empinadas —aunque también más permeables para los
elegidos— en torno a sus aulas. Ahora, la admisión
de alumnos se rige por distintos criterios: desde
los 400 mil pesos que cuesta un año en el St.
George, hasta el hermetismo del Mallinckrodt,
donde son aceptadas casi exclusivamente las hijas
de ex alumnas. El temor a la contaminación puede
llegar a excluir —paradojalmente— a los apellidos
de hispana prosapia: "Acá no hay gallegos ni
italianos —se ufanó Beatriz Zimermann, quinto año
del Paula Montal— y casi todas las alumnas son de
origen inglés y francés".
Cuando los filtros han
funcionado con eficiencia, el colegio puede
pavonearse con una ristra de pobladores
refulgentes, encumbrarse con el prestigio — de sus
graduados y alentar a los indecisos con el anzuelo
de su inmaculada composición. De todos modos,
ningún colegio cometerá el error de alardear
públicamente de sus linajes, una actitud
considerada de mal gusto; en cambio, son las
madres de futuros alumnos las que realizan la
investigación por su cuenta.
Esa geografía del
prestigio —según pudo comprobar Primera Dama— se
desdibuja cuando varios establecimientos se
disputan los jirones de alguna familia prolífera y
poco compacta. Aun así, puede conocerse la nómina
de familias cuyos hijos concurren —o lo han hecho—
a esos institutos: pueblan el Jesús María
(Martínez de Hoz, Bustillo, del Valle, Estrada,
Ezcurra, Soje), el Sagrado Corazón (Avellaneda,
Ayerza, Braun Menéndez, Giménez Zapiola, Marcó
del Pont, Nazar Anchorena, Quesada Ocampo), el
Michael Ham (Beccar Varela, Elizalde, Ezcurra,
Paz, Pueyrredón, Zavalía), el Asunción (Anchorena,
Casares, Figueroa Alcorta, Ibarguren, Peralta
Ramos, Santamarina), el Champagnat (Furst Zapiola,
Álzaga, Entrada, Guerrico, Hueyo, Lastra, Leloir,
Milberg, Zorraquín), el Cardinal Newman (Casares,
Marcó del Pont, Ocampo, Ortiz Basualdo, Peralta
Ramos), el St. Andrew's (Álzaga, Beccar Varela,
Blaquier), el St. Catherine (Iriondo, Sojo,
Bellocq Nazar), el Río de la Plata (del Carril,
del Valle, Martínez de Hoz).
Aun cuando un colegio
haya demostrado su excelencia, debe cuidarse de
otros riesgos: aunque el prestigio y la calidad de
la enseñanza suelen fundamentar la estima a un
instituto, el capricho es un taimado sube y baja
que, cada tanto, arroja una nueva víctima al
canasto de las cosas out. Las alzas y bajas son
difíciles de estimar, pero al menos dos casos
parecen ser significativos. Uno de ellos es el del
Euskal Echea, que hace diez años era considerado
absolutamente "bien"; ahora, un menosprecio que
nadie sabe explicar le ha arrebatado esos laureles
y provoca el recíproco desdén de sus adeptos:
"Actualmente no nos interesa ser un instituto
aristocrático, sino simplemente un colegio de
barrio, por eso pusimos nuestros aranceles a la
altura de la gente de esta zona (Sarandí al 700)",
justificó su directora. En cambio, una eclosión
notable fue la del Río de la Plata, que hacia 1964
comenzó a crecer desmesuradamente, amenazando
desplazar a otros colegios de venerable
curriculum. La migración también tuvo, sin
embargo, sus consecuencias moderadoras: no siempre
fueron los mejores y más disciplinados alumnos
quienes más dispuestos se sentían a cambiar de
aires, y la expansión retomó su ritmo normal
cuando los padres advirtieron la novedad.
En general, la
tendencia es la apertura hacia otros sectores, un
cambio que toma distintas vías según los colegios,
pero que tiende a incorporar a industriales y
nuevos ricos en sus pulcras áreas. De todos modos,
aun en los más herméticas, la recomendación de un
obispo (especialmente Monseñores Segura y Rocca),
o una generosa donación, pueden obrar milagros.
Ese aggiornamento no es casual; aunque algunos
directores, como el Hermano Paul Gallagher, del
Cardinal Newman, consideran que sus feudos están
destinados "a las clases altas argentinas, para
que puedan mandar sus hijos a una escuela católica
que enseñe inglés", el criterio dominante es el
que manifiesta Bemard Green, director del Belgrano
Day School: "Me gustaría tener entre el alumnado
más hijos de profesionales y altos funcionarios",
farfulló.
Solamente algunos
colegios religiosos, de mujeres, mantienen con
pleno vigor la tradición de clase: "No soy
demasiado sensible —narró una señora muy
distinguida, pero egresada del Lenguas Vivas
(estatal y gratuito)—, pero cuando traté de anotar
a mi chica en el Mallinckrodt y, sin abrirme la
puerta, la Hermana me cerró la mirilla, tuve ganas
de llorar. Me dijo: Si usted no es ex alumna
nuestra, no hay vacante para su hija". Ese rigor
apenas, lo comparten otros tres colegios:
Esclavas, Sagrado Corazón y Asunción, este último
hasta el punto de haber sido clausurado durante la
administración peronista, por no querer admitir a
alguna niña políticamente encumbrada.
No sólo de status vive
el hombre
Aunque la ambición de
prestigio explique parcialmente su existencia, no
debe pensarse que los colegios exclusivos brindan
nada más que fulgor a los jóvenes y a sus
familias. Por el contrario, la mayor parte de esas
escuelas pueden ufanarse legítimamente de ofrecer
un alto nivel de enseñanza, edificios y campos de
deporte que ningún establecimiento oficial posee,
educación bilingüe —a cargo, las más de las veces,
de profesores importados— y, casi siempre,
formación religiosa. En todos los casos, las
materias del plan oficial están incluidas en sus
programas, pero se las trata más extensamente y a
mejor nivel.
Curiosamente, varios
directores se defienden de una acusación de
exotismo que nadie les hizo: "Somos un colegio
argentino —enfatiza Crawford Randall Hills, rector
del St. Andrew's Scots School—, tal vez no desde
su fundación, en 1838, pero sí a partir del último
cuarto de siglo: si enseñamos inglés, es por la
importancia que este idioma tiene en el mundo, y
nada más". Otro rector, el Reverendo Tom Johnstone
(St. George) opina que, de todos modos, no hay
motivos para afirmar que las instituciones del
British Public School son irreproducibles en la
Argentina: "Las únicas diferencias las impone el
clima. En Inglaterra, el año escolar se divide en
tres períodos y acá en dos: eso obliga a acelerar
el ritmo".
La enseñanza del
inglés (o francés, como en el Asunción o el Euskal
Echea), tanto como la de otras materias, pudo
haber sido un aditamento ocioso hasta hace algunos
años, pero no ahora. La rectora del Michael Ham,
Sister Cyprian, explica así los motivos de ese
cambio: "El mayor inconveniente a superar en
colegios como éste, consiste en que las alumno- no
tienen que ganarse la vida: la escuela sirve
entonces sólo como un elemento más para dar
conciencia de clase, con tanta importancia como el
viaje a Europa antes de los veinte años, el largo
veraneo en Punta del Este o las escapadas a la
estancia, y en esas condiciones el nivel académico
no puede
ser muy alto. Pero
ahora, la mayor parte de las chicas quieren entrar
a la Universidad, trabajar; me consta que sus
familias les machacan todo el día aquello de que
hay que tener algo en la mano para cuando se venga
la tormenta. Lo curioso es que —aunque cada vez es
más fuerte el sentimiento de inseguridad
económica— la estabilidad financiera pocas veces
se quiebra en una sola generación. Entre las mil
alumnas del colegio no conozco ningún caso".
Esa concepción
utilitaria de la enseñanza parece arraigarse en
todos los colegios —aunque una profesora del
Asunción explique que "nuestra misión es formar
buenas madres: capacitar a las alumnas para la
lucha por la vida corresponde a los padres, y Dios
quiera que eso no sea necesario"—, porque como
señaló Hills (St. Andrew's), "todos saben que
mañana podrán aspirar a mayores sueldos si pueden
exhibir más diplomas acumulados". Por si acaso, el
St. George, un internado cosmopolita, se hace
cargo de esas inquietudes y ofrece a sus alumnos
un plan de estudios que desborda ampliamente el
programa oficial: los jóvenes tienen a su
disposición un taller de mecánica y un auto para
desarmar, estudian Agronomía (experimentan en
cultivos de alto rendimiento), incursionan en
filatelia y fotografía, y hasta aprenden a cocinar
(las clases las dicta el mismo chef francés que
alimenta el gran estómago del colegio).
En términos de
enseñanza, la Escuela Argentina Modelo goza de una
lustrosa reputación, debida en parte a que los
hermanos Biedma, sus directores y propietarios,
son los promotores en el país de una nutrida serie
de adelantos pedagógicos, desde el método Gateño
hasta la gramática estructural, y del sistema
musical Orff hasta el expresionismo de grupo. Otra
causa de ese prestigio son los laboratorios: en
uno de ellos, los estudiantes pueden seguir, paso
a paso, el desarrollo de un embrión de pollo,
gracias a los rayos X. Tales esplendores solían
ser compartidos en cierta medida, años atrás, por
el Instituto Libre de Segunda Enseñanza, frente a
la Plaza Lavalle, cuyo equipamiento académico y
técnico fascinaba a muchos padres. En la
actualidad hay un establecimiento oficial que
ofrece un elevado nivel de enseñanza: el Colegio
Nacional de Buenos Aires, Bolívar entre Alsina y
Moreno, en el cual hasta las familias más
encumbradas solían hallar una ventaja interesante:
sus egresados, que cursan un sexto año, están
exentos del temido examen de ingreso a la
Universidad.
El alto nivel de los
estudios es general en los colegios exclusivos, y
uno de los frutos de ese empeño lo cosechan los
alumnos cuando llega el momento de ingresar a la
Universidad: "Aunque el régimen de equivalencias
es demasiado severo, nuestros muchachos se las
arreglan: el año pasado, la Facultad de Derecho
(estatal a nuestros egresados de cursar el año de
ingreso, obligatorio para los demás bachilleres",
se ufana Bernard Green (Belgrano Day). Gomo casi
todo en este mundo, también la excelencia
pedagógica tiene su precio: los
profesores son
contratados en Inglaterra a razón de 1.100 libras
mensuales los solteros y 1.500 los casados, además
del pasaje de ida y vuelta y los servicios
sociales. Los demás colegios prefieren no hablar
de cifras, y juran pagar a sus profesores según el
tenue ábaco legal (unos 800 pesos la hora).
Té y simpatía
"Los colegios
tradicionales dejarían de serlo si de pronto
tiraran por la borda todo el sistema de vida —ese
intangible school spirit— que han ido montando
durante generaciones", indicó a Primera Dama un
profesor de Psicología. Ese hálito distintivo
cuaja en vestimentas y ceremonias, en tradiciones
y manías; también la leyenda tiene su lugar,
cuando se habla de disciplina o se ponderan las
virtudes deportivas de un college.
De los uniformes
oficiales, ninguno suscita tanta reticencia como
la toga de los alumnos de 5º año de la Argentina
Modelo. Mientras algunas familias de los togados
opinaron que "daba lástima ver a esos chicos
haciendo el ridículo", otra señora prefirió
arrobarse: "Son unos caballerazos, con esas
arcadas, el patio andaluz y los chicos con toga.
Cuando los veo, francamente, me emociono". En
cuanto a los propios alumnos, suelen fruncir el
ceño cuando se les pide opinión al respecto: "A
mí, lo de las togas, me revienta. Y además, ¡qué
casualidad!: la tela hay que comprarla en la
proveeduría de la escuela". Otros azares, en
cambio, llevan a los alumnos del Cardinal Newman a
manifestar su rebeldía a través del uniforme:
reglamentariamente, consiste en un saco bordó y
pantalón gris, pero —aunque respetan lo del saco—
prefieran lucir pantalones verde botella o negros.
Claro que las
prescripciones del reglamento se tornan
particularmente insufribles en el caso de los
colegios para mujeres. En el Michael Ham, el viejo
uniforme —túnica azul con tres tablones, camisa
blanca, corbata rayada, medias tres cuartos de
McHardy-Brown; botones azules, rojos o amarillos
(según el equipo deportivo interno)— remataba en
un airoso chambergo, que debía lucir bien limpio y
planchado, pero una singular consigna propagada
entre las jóvenes —"llevar el sombrero arrugado es
más canchera"— decidió a la directora a
reemplazarlo por una boina de terciopelo. Del
mismo tenor fue el conflicto modisteril en el
Jesús María: el cinturón que debía ceñir la túnica
azul a la altura de la cintura, solía deslizarse
hacia las caderas, en busca de una mayor
elegancia. Hubo que descartar ese uniforme y
adoptar un conjunto de pollera y chaleco en
Príncipe de Gales beige, con corbata y faja bordó,
y camisa blanca.
Los colegios para
niñas también ostentan —al menos teóricamente— un
criterio draconiano en cuanto a disciplina. El
terror de las religiosas son los muchachos de los
colegios vecinos: excitadas por la perspectiva de
ser contempladas y aun abordadas por los mancebos,
las alumnas se las arreglan
para esconder
cosméticos en sus ropas, sortear el control de las
hermanas (cuya jurisdicción no supera los cien
metros) , y modificar su peinado en cuánto salen
del colegio. Esas actividades están explícitamente
prohibidas por la superioridad —pese a que algunas
de las chicas mayores alcanzan a tener 18 nutridos
años— pero difícilmente podrían ser reprimidas en
colegios como el Jesús María, vecino del populoso
Colegio Nacional Domingo Faustino Sarmiento. Las
adolescentes, tras burlar las restricciones,
agravan aún más la cosa: invitan a sus más devotos
festejantes a las kermeses del colegio, una suerte
de festividades que abren oficialmente las puertas
de los claustros.
En el interior de los
edificios, las normas de disciplina se ligan con
curiosas ceremonias, aunque buena parte de ellas
han sido dejadas a un lado en los últimos años y
otras son abandonadas actualmente. El trato entre
alumnas y profesoras congrega la mayor parte de
esas fórmulas: hasta el año pasado, las jóvenes
del Sagrado Corazón se dirigían a la Superiora con
una galana reverencia,
retirándose luego sin volverle la espalda,
hablaban con ella exclusivamente en francés, y
cuando deseaban ir a los baños preguntaban "si
podían concurrir a las fuentes". En otro
establecimiento, si una falda se alzaba hasta
descubrir un tramo de pierna mayor que el
permitido, se advertía del accidente a la víctima
al grito de "¡Viva Jesús!" (El saludo entre
alumnas era Viva Jesús, muera el pecado).
En los colegios de
varones, de origen británico, la disciplina solía
apoyarse, hasta hace pocos años, en el castigo
físico. Según Bernard Green, los varillazos fueron
abolidos en el Belgrano Day hace más de treinta
años, pero el personal del colegio fija como fecha
la de 1954. Los pobladores de Quilmes; en las
cercanías del St George, están convencidos de que
esos castigos se aplican aún ahora, y que los
encargados de aplicarlos son a veces estudiantes a
los que se entronizó
en el cargo de
líderes. Aunque el reverendo Johnstone describe el
clima del internado afablemente —"Los muchachos
tienen cuatro fines de semana anuales para
pasarlos con sus familias, los obligamos a
escribir una carta por semana y pueden ser
visitados los sábados. No hay problemas
psicológicos ni casos de matonismo"—, los
egresados parecen contradecir esa imagen
paradisíaca: "Cuando yo estaba —recuerda Marcelo
Castiñeiras, egresado en 1963—a los más chicos se
les hacía marcar el paso a golpes".
De todos modos, la
disciplina no siempre da los resultados esperados.
Las expulsiones promedian los cuatro jóvenes por
colegio anualmente (la causa también puede ser el
bajo rendimiento en los estudios y, en las
escuelas de mujeres, delitos tales como "leer
cartas de amor"), una cifra que se empina hasta el
tope de 15 en el Belgrano Day: "El año pasado
—refiere Bernard Green— aseguramos el edificio
antes de echarlos. A la semana, casi todas las
ventanas del colegio tenían los vidrios rotos".
Pero la tradición
también es ceremonia. La mayor parte de los
colegios tienen su día anual, una ocasión
espléndida para exhibir coros y orquestas; rodean
de pompa las colaciones de grado, enfatizan sus
torneos deportivos (sports). En el Northland, la
gran ceremonia anual se impregna de cantos,
alocuciones y representaciones dramáticas (de las
que no se salva ni Shakespeare). En 1964, el
colegio rompió, por primera vez en 30 años, la
veda que impera sobre el castellano: el disertante
de turno desechó el inglés; se llamaba Jorge Luis
Borges, y se refirió, claro está, a literatura
inglesa.
La Argentina Modelo
también tiene sus ceremonias. Una de ellas es la
proyección de un film rodado en el Museo de Lujan
hace unos cuantos años, en el que los niños
aparecen vestidos como los miembros de la Primera
Junta. Se sabe que uno de los próceres es el
mismísimo Juan Martín Biedma, que entonces tenía
once años, pero no cuál era su rol. Una breve
encuesta en el alumnado demostró que las mayores
probabilidades se le atribuyen a Castelli, Paso y
Moreno, en ese orden.
Desconfiados y aun
herméticos, los directivos consultados no siempre
se mostraron dispuestos a mostrar a Primera Dama
el universo de la exclusividad. En cambio, recelan
de ese calificativo y lo devuelven en dirección
opuesta: "Las recomendaciones son una institución
en el país, y en cuanto a la democracia vigente en
la enseñanza estatal, le sugiero que trate de
anotar a su hija en una escuela de doble
escolaridad o el Normal Nº9, de Güemes y Aráoz, y
después me cuenta. Además, hay colegios donde
pagar la cooperadora le sale tanto como las
mensualidades de una escuela privada". En medio de
una estructura social mutable y conmovida, saben
también que la tradición debe acomodarse día a
día, pero que los cambios rápidos tienen sus
riesgos. "Después de todo —resume Bernard Green—,
desde Cromwell hasta ahora no ha habido una sola
revolución en Inglaterra, y no por eso deja de ser
un país moderno y al día."
PRIMERA PLANA
20 de junio de 1966
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