En círculos allegados
al Ejército y la Aeronáutica, por otra parte,
siguieron aflorando versiones alarmantes y se
insistió en la proximidad de una toma del poder.
Como es lógico, ninguna de estas versiones e
insistencias puede obtener ratificación de parte
de sus presuntos protagonistas. Sin embargo, hasta
donde pueden dar la pauta de la actualidad y la
tensión que viven las Fuerzas Armadas, parece
necesario consignarlas. Dos rumores quedaron
pendientes a fines de semana:
• El lunes 13, en la
reunión del Comandante en Jefe del Ejército,
teniente general Pascual A. Pistarini, con los
generales de división, el objetivo primordial
seria fijar la fecha del golpe de Estado.
• El miércoles,
durante la conferencia de Álvarez con los
brigadieres, ya se habría establecido aquella
fecha: antes de fin de junio.
Pero la asamblea
ministerial, iniciada por el Presidente Illia el
viernes 10 y retomada el lunes 13 (ver páginas
12-13), introducía un nuevo elemento en el espeso
panorama de la situación militar.
El 3 de junio, el
Comando en Jefe de la Fuerza Aérea trasmitió un
radiograma a las bases donde constaba la
solidaridad de los brigadieres con la actuación
cabida al brigadier Hugo Martínez Subiría en el
episodio que culminó con su relevo de la dirección
de la Escuela Nacional de Guerra, por orden de
Suárez (ver números 179 y 180). Ese radiograma,
sin decirlo, entrañaba una crítica al Ministro de
Defensa. A las 23.30 del viernes, se enviaba un
segundo radiograma favorable a Suárez.
El mismo lo había
pedido. En efecto, citó en su despacho al
Subsecretario de Aeronáutica, Amílcar San Juan (el
titular, Mario Romanelli, estaba de viaje en los
Estados Unidos), y valiéndose de la amistad de
éste con Álvarez, le solicitó que intercediera
ante el Comandante para que un nuevo despacho
dejara a salvo su investidura. Álvarez aceptó, y
sin consultar a los brigadieres, produjo el
segundo radiograma.
El sábado brotó el
disgusto de los oficiales superiores. El primero
en presentarse ante Álvarez, en busca de
explicaciones, que el brigadier Armando Basail,
director de Institutos. El domingo sumaban 13 los
brigadieres quejosos; el lunes, quedaba convocada
una reunión para el miércoles 8, a la mañana. Las
deliberaciones se extendieron durante unos veinte
minutos. Para zanjar el conflicto creado y el daño
que, según consideraban sus pares, provocó a
Martínez Zuviría el segundo radiograma, se
encontró una salida: dar al ex director un cargo a
la brevedad.
Sólo los brigadieres
Valls y Cora Jansen defendieron el segundo
radiograma. Álvarez explicó los motivos que lo
indujeron a redactarlo: la amistad de San Juan, el
apuro del trámite, la certidumbre de que en efecto
el primero de los cables era prácticamente una
insubordinación contra el Ministro, y que todavía
no había sonado la hora de las insubordinaciones.
Sus pares recordaron a Álvarez que fue él quien
elevó un documento (ver recuadro de página 19),
con el pensamiento nada oficialista del arma, al
brigadier Conrado C. Armanini, y que ese documento
precipitó su retiro de la Comandancia en Jefe,
donde Álvarez lo reemplazó.
Los observadores
computan a los brigadieres Salas (Mendoza), Rey
(Morón), Basail y Martínez (El Palomar) como los
más implacables críticos de la gestión
gubernamental de Illia. Las estimaciones más
diversas coinciden en que la oficialidad de la
Aeronáutica, con escasas excepciones, no hará nada
por sostener la continuidad del actual Poder
Ejecutivo. Claro que se trata de estimaciones
imposibles de confirmar: ningún militar se
prestaría a revelar los planes o ideas que
acaricia.
Inclusive el viernes,
durante la reunión de Ministros, el Secretario de
Aeronáutica, eufórico ante los conceptos
antigolpistas del Presidente Illia, habría
exclamado: "¡No bien salgan terminaremos con
ellos!". Desde luego, Romanelli está embarcado en
la ofensiva de apoyo-presión a Illia que
concibieran Castro Sánchez y Laprida. En la misma
línea se halla el titular de Marina, Manuel Pita,
y es lógico que de las oficinas cercanas a su
despacho haya salido, el miércoles, un comunicado
escrito a máquina donde se anunciaba, por boca de
"voceros de la Armada", la postura "legalista" de
los almirantes.
Por razones del
dominio público, fue el Ejército el arma que
continuó recibiendo la mayor atención de los
factores de poder. Allí, el ala "legalista" de
Castro Sánchez-Laprida llegó a una fricción
visible con el ala que encabeza, por motivos de
jerarquía y antigüedad, el Comandante en Jefe, y
que se expresara públicamente el 29 de mayo a
través del discurso que Pistarini leyó en
presencia del Presidente Illia. En la semana
posterior a la difusión de ese mensaje, que
pareció la señal de partida de un proceso
revolucionario, Pistarini señaló a Castro Sánchez
que ante el fracaso de la ofensiva emprendida por
él y Laprida, debía cumplir la promesa formulada
ante los mandos y a cambio de la cual se le acordó
una tregua: renunciar al cargo (ver Nº180).
Castro Sánchez
esgrimió su argumento de siempre: ningún plazo es
suficiente para obtener rectificaciones de un
Gobierno que no quiere dar la sensación de ceder
ante las presiones. Según el Secretario, era
inminente el logro, pese a todo, de esas
rectificaciones. "Hemos dicho al Gobierno que si
el Gobierno no hace una revolución, la harán las
Fuerzas Armadas. Estamos seguros de que la hará el
Gobierno."
El Secretario propuso
a Pistarini la creación de una especie de comisión
bipartita, integrada por las dos alas del
Ejército, para que ese organismo lateral observara
la marcha del Gobierno y acordara el momento
preciso en que las autoridades del arma y los
mandos debían retirarle todo apoyo y dejarlo
librado a su suerte. La idea, de Laprida, fue
rechazada en principio por Pistarini, quien, sin
embargo, resolvió consultarla con los cuadros
superiores antes de dar una respuesta final.
Castro Sánchez sostuvo
que lo importante era frenar la división del
Ejército, reconstruir su unidad monolítica, y que
la comisión podría ser el teatro de ese
reencuentro. Pistarini contestó que el Ejército
está unido y disciplinado, pero que si los
disidentes deseaban sumarse a la opinión mayoritaria, a través de la dichosa comisión, el
expediente nunca serviría para apuntalar a hombres
o partidos políticos. El viernes de la semana
pasada, de regreso de una gira por unidades del
Litoral, Pistarini conversó con Castro Sánchez y
brindó la decisión de los mandos ante el proyecto
de Laprida: no integrarán la comisión.
La entrevista del
viernes fue buscada por el propio Secretario,
quien, finalizada la asamblea de Ministros, subió
hasta el despacho de Pistarini —hecho inusitado—
para informarle de lo resuelto en la Casa Rosada.
"Ya empezaron los cambios —aseguró Castro
Sánchez—. Empezaron en la misma reunión del
gabinete." Garantizó al Comandante que en las
próximas semanas se ampliarían las modificaciones
con enérgicas medidas presidenciales y solicitó una
dilatación de la tregua. Pistarini mantuvo
silencio: "El suyo, señor Secretario, no es mi
problema. No me corresponde intervenir en las
cuestiones políticas", añadió después.
A esa hora, los mandos
comenzaban a analizar el acontecimiento de la
mañana. Consideraron como parciales, tibias, poco
comprometidas, las resoluciones engendradas por el
cónclave de los Ministros. Su escepticismo se
cuajó en esta frase de un general de brigada: "El
que sale ganando es el Presidente. Los que lo
apoyan son los perdedores".
No obstante, pudo
percibirse que la reunión de la Casa Rosada
merecería un examen más profundo: quizá se efectúe
después del lunes, una vez concluida la segunda
etapa del conciliábulo ministerial. El ala
"revolucionaria" del Ejército hubiera preferido
que la situación del Gobierno no variara y que ese
estancamiento dañara aún más su imagen. La
posibilidad de que el PE dispusiera una serie de
medidas, no importa si son leves, aportaba un
elemento perturbador, molesto.
Quizá por eso algunos
generales habrían propuesto no demorar una salida:
o derrocar al Gobierno o aplazar todos los planes
hasta que, pasada la presente euforia, el Gobierno
vuelva a caer en el letargo. Los más impulsivos
—añade el mismo rumor— recordaron que el 20 de
junio Illia dirigirá un mensaje al país: parecían
estar marcando un límite. Tampoco olvidan la tarea
persuasiva desplegada por Castro Sánchez-Laprida
en los mandos medios del arma, entre quienes hay
oficiales indecisos. Una más dinámica acción del
Gobierno podría inclinar esa balanza o dejarla
quieta. Pero el ala "revolucionaria" del Ejército
asegura contar con el respaldo de todas las
unidades; de allí —suelen confiar— que no sea
preciso mover un soldado. El Presidente no
encontrará a nadie que salga en su apoyo ni que
acepte ejecutar represión alguna.
Al mismo tiempo, en
los sectores que quieren conservar la continuidad
de Illia, suelen trazarse optimistas recuentos de
fuerzas. Allí se decía, la semana pasada, que
Pistarini visitó guarniciones del Litoral para
asegurarse su adhesión —o, al menos, su
neutralidad— y que había fracasado. En cambio, los
altos mandos sostienen que el Ejército de esa
zona, comandado por el general Carlos A. Caro,
sobre quien recaen las simpatías oficiales (más
aún desde que se accidentó el general Carlos Jorge
Rosas), permanecerá cruzado de brazos.
Curiosamente, otros
sectores gubernistas, en su estimación de la
tendencia de los altos cuadros, descubren a media
docena de "legalistas" solamente, la mitad de los
cuales no tiene mando de tropas. En fuentes
adversas se pinta este panorama:
• Generales de
división — Salvo Caro ("No está con nosotros, pero
no se enfrentará con nosotros"), los demás no
sostendrán a Illia.
• Generales de brigada
— Igual situación y otra salvedad, Mario Laprida,
hermano del Subsecretario.
• Coroneles y
tenientes coroneles (jefes de unidades) — Una
docena de dudosos, a lo sumo, pero conquistables a
último momento.
Esta maraña de datos
es, según observadores imparciales, un juego
psicológico. No lo debe de ser tanto si el
Presidente de la República decidió reaccionar para
diluir o desalentar los ánimos golpistas. El
mismo, en su reunión con los Ministros, lanzó su
sondeo propio: sólo un diez por ciento de las
Fuerzas Armadas —dijo— quieren derrocar al
Gobierno, y lo hacen porque tienen "apetencia de
poder".
Quienes piensan que un
cambio de Gobierno es ya imprescindible en la
Argentina invocan otras razones: la necesidad de
sacar al Estado y al país de su marasmo interno e
internacional. ¿Cuál es su programa, en caso de
instalarse en la Casa Rosada? ¿A qué figura
entregarían la Presidencia? ¿Cómo producirían la
transición de un régimen a otro? Estas tres
preguntas tampoco reciben contestaciones, aunque
el nombre de Juan Carlos Onganía se repite
incansablemente. Decenas de versiones suponen al
ex Comandante en Jefe dedicado ya a la
constitución de un gabinete. Decenas de personas
se autotitulan funcionarios de un nuevo Gobierno.
En cuanto a programas, se oye apenas que no habrá
elecciones en mucho tiempo, ni militares en la
conducción política, que el Congreso será
disuelto, la CGT intervenida para que se dé
autoridades en comicios, que a los 30 días de
instalado un nuevo Presidente se hará plebiscitar
por el electorado, a la manera de Charles de
Gaulle en 1958.
En el campo contrario,
se descree de un golpe inmediato: el sector
"revolucionario" estaría dividido, no contaría aún
con un programa ni un ideólogo, y admite la
eventualidad Je algún enfrentamiento armado con
unidades que permanezcan leales a Illia. "No se
van a comprometer en una lucha sangrienta, que
puede degenerar en guerra civil", opinaba uno de
los oficiales que trababan en el entourage de
Castro Sánchez. "Si Illia da más brío a su
Gobierno y pasa el mes de junio, los golpistas se
llamarán a sosiego —especulaba otro "legalista"—.
En julio, las fiestas del Sesquicentenario los
mantendrán frenados; en agosto se reúne en Buenos
Aires la conferencia de la OEA; en setiembre,
quizá se haga la reunión de Presidentes
americanos. Y en octubre empiezan a considerarse
los pases, los posibles retiros y los ascensos:
nadie querrá entorpecer su carrera militar
entonces."
Sólo el tiempo —para
unos se mide en días, para otros en meses—
establecerá si estas olas son algo más que
trasuntos de inquietudes, cálculos alarmistas,
verdades. Pero si en el Ejército el debate es tan
amplio —un Ejército que Onganía devolvió a la
disciplina anulando su ímpetu deliberativo—, en la
Aeronáutica y la Marina, según los indicios
obtenidos, las posiciones están tomadas y ya no se
discuten.
La Aeronáutica seguirá
cualquier decisión del Ejército. En cuanto a la
Armada, de capitanes de navío hasta almirantes, no
participarían de un golpe. De capitanes de fragata
(hay, inclusive, algunos, capitanes de navío
jóvenes) hasta guardiamarinas, se prestarían a
cooperar con un movimiento subversivo. Los más
altos mandos prefieren llamarse a sí mismos
"prescindentes", un manifiesto deseo de evitar la
palabra "legalistas". Se atribuye al Comandante
naval, Benigno Varela, esta definición: "No
estamos con el golpe, pero no haremos nada por
evitarlo".
Es que la Marina sigue
destrozada por la derrota de 1963, que barrió con
sus mandos; además, atada todavía a sus
convicciones cerradamente antiperonistas (en una
época se denominaban gorilas), cree advertir que
un futuro Gobierno militar intentará una apertura
hacia el peronismo. El mismo misterio que rodea a
las demás fuerzas desciende también sobre la
Marina: en caso de golpe, ¿se cumplirán los
pronósticos arriba anotados? ¿Tendrá validez la
frase atribuida a Benigno Varela?
Recuadro en la crónica
Posición de la Fuerza
Aérea
Esta es la
transcripción de un memorándum sobre la actualidad
argentina que los altos mandos de la Aeronáutica
elaboraron en mayo y que, según los testimonios
recogidos, fue factor determinante en el pedido de
relevo del brigadier Conrado C. Armanini, entonces
Comandante en Jefe del arma, quien no compartía en
su totalidad el pensamiento de sus pares. El
documento:
"La autoridad del
Gobierno y la situación política, económica y
social están seriamente deterioradas. Si el
Gobierno toma medidas que aseguren soluciones
reales y efectivas, que resuelvan los problemas
fundamentales que han provocado este deterioro,
las Fuerzas Armadas deben prestar todo el apoyo
necesario para preservar el orden constitucional.
Empero, no se descarta la posibilidad de que, como
consecuencia de un evidente empeoramiento de la
situación actual, se haga necesaria la
intervención del Gobierno por las Fuerzas Armadas.
Ante dicha posibilidad
es imprescindible: 1) Mantener la cohesión total
de las Fuerzas Armadas y la absoluta verticalidad
en el comando y decisiones; 2) Que las Fuerzas
Armadas mantengan en el más alto nivel el enlace
necesario; 3) Que a través de dicho enlace y por
los medios que cada Fuerza Armada disponga, se
explote la información más completa y real, en
tiempo, de la situación nacional y del Gobierno,
en los aspectos fundamentales.
Estos problemas
fundamentales a tener en cuenta son, entre otros,
la situación económica, social y política, la
actividad subversiva y la acción comunista. Si el
grado de deterioro en los tópicos señalados debe
imponer la intervención de las Fuerzas Armadas, se
piensa que será necesario: a) Que el ambiente
nacional sea favorable al cambio de situación; b)
Que la autoridad del Gobierno que se instituya
sostenga una clara posición occidentalista y
cristiana; c) Que las personas que intervengan en
el futuro Gobierno no sean activos representantes
de ningún partido político o con intereses
económicos que los inhiban para la situación
futura a resolver; d) Que ningún militar en
actividad deba ocupar cargo alguno de Gobierno
fuera de su actividad específica."
Revista Primera Plana
14.06.1966
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