MAU MAU
LA CATEDRAL DE LA SOFISTICACION
Enclavada en pleno barrio norte de Buenos Aires, constituye el ámbito supremo de mujeres elegantes, rancios playboys y turistas notables
boite Mau Mau

"Me hubiera gustado quedarme un tiempo más en Buenos Aires, sólo para hacer un análisis sobre el fenómeno de clase que significa Mau Mau", masculló el sociólogo norteamericano Vanos Packard (Los buscadores de prestigio, Los artífices del derroche) una madrugada del invierno de 1967, mientras abandonaba la boíte más sofisticada de Sud-américa. José Luis Fernández de Bobadilla (38), uno da los propietarios del exquisito reducto, cuenta la anécdota con estudiada jactancia. No es para menos; Mau Mau se ha convertido en un centro de atracción a nivel internacional. Prueba de ello son los artículos aparecidos en las revistas norteamericanas Life y Esquire, y el film para la televisión europea que un equipo de camarógrafos alemanes acaba de rodar. Todos observan que el logro de ese status mundial no fue gratuito: los hermanos José y Alberto Lataliste y su socio Fernández de Bobadilla debieron desembolsar 50 millones de pesos para crear este monstruo de la noche. Esa fue la suma que permitió reconstruir íntegramente Mau Mau: el 7 de setiembre de 1965, las llamas de un incendio devoraron el modelo original de la boite; las pérdidas, entonces, fueron calculadas en 40 millones.
Pero el negocio, afortunadamente para los dueños, no deja mucho tiempo para las lamentaciones; una venta promedio de 15 botellas de whisky por noche (500 pesos la medida), seguramente contribuye a olvidar la imagen apocalíptica del incendio. Por supuesto, en el cálculo también se contabilizan las ganancias que producen los cócteles y ciertos esotéricos brebajes preparados por el barman Evel Prieto.
La creciente afluencia de público (unas 300 personas por noche) determinó que los dueños convirtieran la boíte en una verdadera empresa: 45 personas se reparten las complicadas tareas que hacen posible cada fiesta y cada velada. Desde el recepcionista negro que acompaña a las mujeres al guardarropas hasta los empleados de maestranza que corrigen los desarreglos de la noche anterior; desde el inquieto fotógrafo, los dos discjockeys y los técnicos electricistas hasta la redundante cantidad de diez mozos, siempre solícitos. Todos están al servicio de una selecta minoría, que amanece ruidosamente cada día en la catedral de la calle Arroyo al 800, un costado del barrio Norte de Buenos Aires.

LOS DIOSES TIENEN SED
"Teníamos que romper con la idea tradicional de las boites; nos propusimos hacer algo así como un gran living con luces tenues, pero donde todos pudieran verse", confiesa José Lataliste. El "gran living", obviamente, tenía que contar con una fastuosa mise en scéne; un oso pardo de Alaska, las cabezas de dos antílopes de Uganda, un sitatunga (antílope de los pantanos), un búfalo africano y dos colmillos de 192 y 196 kilos cada uno dan —por cierto— el toque de exotismo, junto a las auténticas estatuillas y máscaras negras que abarrotan las paredes. Las piezas de caza, por las dudas, fueron aseguradas en dos millones de pesos; Carlos Perdomo, un cazador argentino de fama internacional, se las regaló a los Lataliste, luego de uno de sus safaris.
En medio de esa alambicada escenografía se mueven por las noches las sombras elegantes del Buenos Aires 'in'. "No hacemos publicidad por temor a la invasión masiva; nos conviene trabajar con los tres mil clientes fijos y con los 600 registrados en nuestra cuenta corriente", se ufana Fernández de Bobadilla. Por lo que se deduce, Mau Mau es una suerte de club íntimo, personal y privado, antes que una mera boíte. Algunos nombres que figuran en la cuenta corriente dan la pista: Emilio Jorge Santamarina, Santiago Lanusse, Ezequiel Nazar Anchorena, Federico Peralta Ramos, Carlos Zavaleta Pueyrredón, Rodolfo Rolo Álzaga, Juan Carlos Harriot, Atilio Víale del Carril y casi todos los representantes de la high life porteña. Y también Dominguín, el ex torero español, amigo
de los dueños, con quienes suele ir a cazar ciervos al Sur argentino. Todos ellos, habitués oficiales de Mau Mau, gozan de un especial privilegio: luego de saciar su sed de música y whisky, son homenajeados por la casa con una bandeja de sandwiches calientes. "Bueno, homenaje, lo que se dice homenaje no es; en realidad, el costo de los sandwiches está incluido en el precio de las copas", aclara José Lataliste.
Pero Mau Mau no sólo impacta a la élite porteña, incluida sus adyacencias, sino que su fama se ha extendido hasta los predios de las sectas exquisitas del Oriente. La señora Amalia Martínez de Hoz confesó a su regreso de Tokio: "Allá sólo saben decir que en Buenos Aires hay que ver, por lo menos, dos cosas: el edificio del Banco de Londres y Mau Mau". Semejante boom no podía menos que atraer primero, y cobijar después, a los más conspicuos personajes de la vida internacional, junto al oso de Alaska o debajo de los pesados colmillos africanos, alguna vez se sentaron Habib Bourguiba (presidente de Túnez), José Mora (ex presidente de la OEA), el coloso Henry Ford (concurrió tres noches seguidas, matizadas con largos brindis), Gustavo Díaz Ordaz (ex presidente de México); por supuesto, todos los cuerpos diplomáticos representados en el país, más Charles Aznavour, Lola Flores, Geraldine Chaplin, Rudolf Nureyev (bailó danzas modernas pocos días después de haber debutado en el teatro Colón), el príncipe Bertil de Suecia; hasta Felipe de Edimburgo pretendió visitar el reducto, pero su guardia personal se lo prohibió por razones de seguridad. Todo esto hizo que Lataliste y Fernández de Bobadilla se acostumbraran a recibir telegramas de reservación de mesas desde cualquier punto del planeta.
Sin embargo, la aparentemente impenetrable Mau Mau franqueó sus puertas a otros personajes de sospechosa índole cache, como pueden ser los jugadores de fútbol. El guardavallas Hugo Gatti —cuándo no— fue el primero en romper el cerco; luego se colaron Ermindo Onega, Roberto Perfumo, Alfio Basile, y últimamente, Alfredo Di Stéfano: el DT de Boca Juniors acostumbra a sacudirse el nerviosismo de los domingos en los afelpados sillones del sofisticado templo.

EL MITOLOGICO Y EL DESMITIFICADOR
Cuando en los próximos meses, Editorial Sudamericana lance al mercado el ensayo Del Charleston a Mau Mau, Julio Fraga (58) dejará de ser simplemente el portero del rancio club nocturno, para ingresar a la nómina de escritores nacionales. Su libro intentará describir las frivolidades de la noche, desde los años en que Charleston, una boite de los años 30, concitaba el interés de los dandys de la época, hasta el presente, en que Mau Mau conjura similar adhesión. En definitiva, no será otra cosa que la historia porteril del autor, porque en julio próximo Fraga cumplirá 35 años como testigo de las bullanguerías de la high society.
"Fui el único portero por el cual se pagó transferencia, como en el fútbol; 20 mil pesos obló la boite Flamingo para que Gong aceptara el cambio; eso fue por 1954 y entonces me apodaron el Rugilo de los porteros", relata ufano, recordando el infranqueable arquero argentino. Claro que semejante prestigio lo sedujo al extremo de querer independizarse. "Fue mi ruina —reconoce ahora—; yo creía que haría capote en un par de meses; junté algunos pesos de cualquier parte y terminé instalando el Fraga's Club; me fundí". Por supuesto, volvió a las porterías y, finalmente, recaló en Mau Mau. Ahora, algo que le hace olvidar su fracaso empresario: los Lataliste y Fernández de Bobadilla le suministran un sueldo que, junto con las propinas ("no bajan de 200 pesos per cápita"), redondea algo más de 150 mil pesos mensuales. Una suma nada despreciable sólo para cumplir con el oficio de seleccionar el ambiente: "Sí, mi trabajo es ése, separar la paja del trigo, individualizar, saber quién puede y quién no puede entrar a Mau Mau". Al parecer, Fraga cumple al pie de la letra con el reglamento; eso, por lo menos, intentó elogiar Alejandro Padilla (fabricante de bebidas alcohólicas), uno de los más frecuentes visitantes del claustro: "Fraga es el equivalente de Antonio Rattin (mediocampista de Boca Juniors) en la noche; sabe armar el juego, distribuye a la gente de manera excelente, intuye quién es quién y abre la puerta a quien se lo merece".
Obviamente, su trabajo requiere una depurada técnica: "Los hombres son más difíciles de identificar, pero las mujeres no ofrecen mayores dificultades; las analizo por su forma de pararse; si llevan la cartera apretada debajo del brazo o tratan de no arrugarse el vestido, me doy cuenta de que no tienen nada que ver con Mau Mau. Comienzo a observarlas desde que descienden del auto y luego me detengo a escuchar sus conversaciones; si hablan de los modelos de Pucci o del último té a beneficio, entonces no hay problema, pero si las oigo discutir sobre un programa de televisión me percato de que son sapos de otro pozo: es el oficio; a veces, hasta por la forma de preguntar dónde está el baño me avivo de qué clase de mujer se trata. Al hombre lo identifico claramente cuando habla; si me pregunta: jefe, ¿queda lugar adentro?, bueno, ese directamente está de más en Mau Mau; si se le ocurre abordarme con un oiga mozo, corre la misma suerte".
Pero así como Fraga colabora prolijamente para mantener el mito, Norberto Navarro (26), discjockey, se erige en un mordaz desmitificador:
"La gente que viene a Mau Mau, en su mayoría, son snobistas a muerte, vienen a lucirse, bailan como si estuvieran frente a un espejo, a la música ni la sienten y eso a mí me duele porque yo quiero mucho a la música". Una convicción que muchas veces lo lleva a rebelarse y descorrer el velo: "Cuando los veo haciendo teatro, les paso 'Si lo sabe cante' o 'La Felicidad' y, los viera, salen como locos a bailar, son capaces de cantar a coro. Claro que después, en la calle, dicen muy sueltos de cuerpo: Palito Ortega o ese Roberto Galán son el colmo de lo cache", imita. "Lo que pasa —agrega— es que a Mau Mau vienen a liberar su subconsciente, aquí se dan el lujo de ser cache aunque sea por un ratito".
El rebelde —así llaman a Navarro sus compañeros de trabajo y los propios dueños de la boite— percibe 100 mil pesos por desmitificar musicalmente. "Eso es lo que cazo aquí, pero el yeite consiste en que Mau Mau me abrió cualquier puerta; soy asesor musical de una agencia de publicidad y de un canal de televisión; por mes redondeo los 400 mil pesos". A pesar de tan significativos emolumentos, Navarro no quiere olvidarse de su índole popular: "Cuando tengo ganas de escuchar música, entonces no lo pienso más y me pongo un longplay de Troilo y Grela"; una sinceridad que, además, le hace decir: "Es cierto que soy un poco rebelde, pero si sigo en Mau Mau es porque soy el mejor, si no los Lataliste ya me hubieran echado". Con todo, Navarro quiere seguir siendo el discjockey del íntimo y jerarquizado bastión: "Deben ser cosas del ego, vaya a saber".

LOS INQUILINOS
No sólo el trío empresario explota con éxito el negocio de la alta diversión. Salvador Castillo (50), que atiende el baño de hombres, y Mana Venegas (37), responsable del guardarropas, también obtienen jugosos beneficios. Castillo paga un
alquiler de 15 mil pesos por la instalación de un armario en él toilette; allí suministra a los clientes jabones lavanda, aguamarinas o de pino, toallas, peines, aspirinas y digestivos; hace funcionar un secador de manos automático a base de un chorro de aire caliente y suele recibir por el servicio voluntarios agradecimientos de 100 pesos per cápita, lo que hace un total de 60 mil pesos mensuales. "Trato de satisfacer a los señores —condesciende—, ellos son muy buenos". Y debo hacerlo bien: "El patrón me dijo que por mi comportamiento soy el número uno de la boite". Ezequiel Nazar Anchorena (28) suele definirlo así: "El flaquito Castillo es un amigo de la noche, siempre tiene un lugarcito para los que vienen a servir a la patria".
La señora Venegas ("mi apellido es con V corta, porque si fuera con B larga seguramente sería la dueña de las bodegas y no atendería el guardarropas") en cambio, debe aportar 50 mil pesos por mes, pero los dadivosos concurrentes a la boite le reportan algo más de 150 mil pesos mensuales en propinas. "Me fastidia trabajar de noche —dice—, tengo una hijita a quien sólo puedo ver los domingos; pero qué se le va a hacer, estoy divorciada y tengo que mantener un hogar". El sacrificio, en este caso, tiene un precio nada desdeñable: la señora Venegas logra enviar a su hija al exclusivo colegio de la Inmaculada Concepción. "Sí, claro, ya sé que gano mis buenos pesos, pero tengo la responsabilidad de cuidar un montón de tapados que a veces superan los 10 millones de pesos".

UN EXTRAÑO SAFARI
"Venir a Mau Mau es como ir de safari —metaforiza José Lataliste—; claro que aquí sólo se puede cazar buena música y algunos tragos; la idea del safari nos obsesionó al extremo de contratar a un negrito vestido a la usanza africana para que reciba a los clientes". Andrés Fredes (22), casado, :un hijo de 9 meses, es el impostado africano que abre la puerta a la excursión, luciendo un fez rojo, una chaqueta verde oliva, pantalones cortos de color pardo, medias rojas y botines de media caña.
"Al principio este disfraz me molestaba, me humillaba, pero al final me acostumbré", reconoce Fredes. Su costumbre tiene un exiguo valor: Mau Mau le abona lun salario de 26 mil pesos por este oficio, aunque los clientes reconocen al servicial negrito con propinas que suman 40 ó 50 mil pesos mensuales. A pesar de la gratificación, Fredes añora los días en que por 700 pesos por noche meneaba su cuerpo al compás de la música afrocubana. "Así empecé en Mau Mau; un tío mío que es bongocero me trajo para que haga ruido con las timbaletas y mueva el esqueleto intuitivamente, porque nunca aprendí baile, pero soy negro".
Ahora su tarea se dispersa en abrir la puerta, acompañar a las damas hasta el guardarropas, salir a buscar taxis, hacer mandados y, por sobre todo, hablar poco y sonreír a los clientes. "La gente que viene a Mau Mau es como los demás, con la diferencia de que son un poco más divertidos"; atenderlos le demanda siete horas por noche; alrededor de las seis de la mañana Fredes abandona el uniforme de africano, vuelve a la realidad bruscamente cuando trepa al colectivo que lo (levará hasta Isidro Casanova; una joven rubia y un niño mulato lo esperan. "Mi mujer me dice que abandone el trabajo nocturno, se siente sola, pero qué voy a hacer, antes que nada hay que ganarse el puchero". Quizás su esfuerzo sirva para "que mi hijo no tenga que abrir puertas y disfrazarse de recepcionista de safaris".
Extraños safaris de lujuriosa elegancia, donde se caza "buena música y algunos tragos"; cazadores ilustres que penetran noche a noche en una refinada jungla iluminada tenuemente, en busca de insospechadas presas; las mirillas quizás apunten a vertiginosas mujeres, buen whisky o suculentos negocios. Pero la ruidosa paz de la selva puede desmoronarse con sólo una broma: el pasado 15 de abril, cuando en Mau Mau se celebraba el pomposo cumpleaños de Ricardo Sauce, un llamado telefónico advirtió que un comando Tupamaro (movimiento revolucionario uruguayo) se dirigía a la boite para asaltarla; la policía acudió rápidamente, se estableció un cerco en toda la manzana, dos automóviles del comando radioeléctrico patrullaron la zona durante la noche. Aunque el fantasma por supuesto, no asistió a la cita, varios policías de civil se convirtieron en sorpresivos invitados de honor en el safari de la calle Arroyo.
Siete Días Ilustrados
23.06.1969

boite Mau Mau

Ir Arriba