Palmero busca
una solución entre fuegos cruzados
En toda conversación
seria sobre política que se sostiene con cualquier
funcionario estatal, es inevitable que en
determinado momento el eventual interlocutor
intente un análisis de las intenciones del
gobierno. Irremediablemente, y como respondiendo a
una consigna, el funcionario contesta más o menos
con estas palabras:
—No hay entretelones.
Usted está mal acostumbrado. Debe aprender a creer
que hay un partido, la UCRP, que hace una cuestión
de honor de la palabra empeñada. En el gobierno no
hacemos sino cumplir con nuestro programa, y
tenemos una sola línea.
Lo curioso, sin
embargo, es que dentro del mismo gobierno nacional
surgen siempre expresiones que desmienten a las de
otros miembros de la administración. Durante su
reciente mensaje, el ministro del Interior, doctor
Juan Palmero, señaló que ahora se abría una enorme
perspectiva jurídica para todos los sectores. El
Poder Ejecutivo, dijo, cumplirá su palabra: se
propondrá al Congreso la derogación de la
legislación represiva y se levantarán las
proscripciones.
Los distintos partidos
opositores aceptaron esa tesis: aparentemente, el
gobierno había encontrado en Juan Palmero al motor
de una política equilibrada. Pero dentro del
propio gobierno, Palmero fue desmentido por las
declaraciones de Hernán Cortés, subsecretario de
Defensa Nacional, que sostuvo que las
proscripciones debían mantenerse. El episodio
obligó al Poder Ejecutivo a ratificar sus
declaraciones anteriores, esto es —en lo político—
la doctrina Palmero. Una larga tradición
institucional, que hace que los gobiernos formulen
aclaraciones ante las denuncias de la oposición,
se interrumpía. La metodología radical del Pueblo,
aparentemente, incluye un ritmo novedoso, una de
cuyas características es que funcionarios del
gobierno respondan públicamente a otros
funcionarios del gobierno.
En aquella
oportunidad, uno de los periodistas acreditados en
la Casa de Gobierno pudo acotar mordazmente que
antes la dualidad estaba en la cabeza del
presidente, pero que ahora se diseminaba a través
de muchas cabezas. Inmediatamente, esa
contradicción interna del oficialismo quedaba
reflejada en otro episodio: el problema de la CGT.
Las negociaciones para
impedir que se concretara la temida segunda parte
del plan de lucha de la central obrera (ocupación
de las fábricas) correspondían normalmente al
ministerio de Trabajo. Pero el doctor Fernando
Solá, titular de esa cartera, fracasó
ruidosamente, sin lograr en ningún momento crear
un diálogo —o, más que un diálogo, una
negociación— para evitar el cumplimiento del plan
de lucha. Otro problema más derivó así,
inevitablemente, hacia la órbita del doctor
Palmero, quien logró un acuerdo con la CGT, cuya
posibilidad era previsible si el diálogo hubiera
sido encarado desde el principio por un hombre más
informado que el ministro Solá.
Después de ese
acuerdo, a nadie le llamó la atención que la CGT
hubiera venido reclamando informalmente la
renuncia del titular del Trabajo. Evidentemente,
los directivos del nucleamiento sindical estaban
lejos de temer que el doctor Solá los venciera: no
era por temor a ser derrotados que pedían su
reemplazo, sino por tener ya la certeza de que no
podían negociar con él un acuerdo que querían
tanto el gobierno como la central obrera.
Lo que ni Solá ni
Germán López, funcionarios naturales del gobierno
en asuntos laborales, pudieron conseguir, lo logró
Palmero con la ayuda de Facundo Suárez, presidente
de YPF, quien en dos entrevistas privadas con el
secretario general de la CGT, José Alonso, sentó
las bases del acuerdo antes de la reunión del
secretariado con el ministro del Interior, y
siguiendo instrucciones de Palmero.
Resulta interesante
observar cómo ya constituye una constante que cada
vez que Illia y Palmero tratan de crear el clima a
que aspira el país, aparecen funcionarios —como
Hernán Cortés o Fernando Solá— que demuestran no
comprender la existencia de otras realidades que
no sean solamente el radicalismo del Pueblo.
Esa constante explica
que el ministro del Interior no pudiera evitar que
nada menos que el gobernador de Córdoba Justo Páez
Molina, haya aprovechado un normalmente
intrascendente discurso sobre turismo, pronunciado
el de marzo en Calamuchita, para atacar a las
Fuerzas Armadas, a la Iglesia, a los empresarios y
a los obreros.
Cuando Cortés dio a
conocer sus controvertidas declaraciones, muchos
interpretaron que se trataba de una personal
expresión de deseos formulada imprudentemente.
Pero, a causa del discurso de Páez Molina, todos
se convencieron de que difícilmente los dos
episodios puedan ser casuales exabruptos
personales, y llegaron así a tener la impresión de
que el gobierno conservaba una tendencia en
reserva. Esa tendencia en reserva, aparentemente,
responde a un esquema de relevo.
La opinión pública
esperó —y espera— la renuncia de Hernán Cortés.
Pero Illia prefiere que no haya cambios
estridentes en su gobierno. Sin embargo cuando el
gobierno sugirió al coronel (R) Martínez que
renunciara a la subsecretaría de la SIDE, éste se
negó Y cuando solicitó al doctor Martín que
volviera a ocupar la cartera de Comercio —que ya
había desempeñado bajo la presidencia de Guido—,
éste no acepto. Evidentemente, es difícil manejar
a los hombres.
Después del discurso
de Páez Molina, algunos radicales del Pueblo
coincidieron en que no existe presión militar
sobre el gobierno. El senador oficialista Rubén
Blanco se refirió a los puntos tocados por el
gobernador de Córdoba diciendo que "actualmente,
en todo el mundo existen factores de poder. Su
papel en la sociedad está reconocido, y por eso se
han creado consejos económicos y sociales a fin de
encauzarlos e institucionalizar su gravitación".
Si se considera el
lugar y la oportunidad en que Páez Molina
pronunció su discurso, y si se tiene en cuenta que
sus expresiones son anacrónicas aun para sus
mismos correligionarios, se puede establecer que
existe una intención política precisa por parte
del gobernador de Córdoba. Esa intención política
no puede reducirse a un simple ardid demagógico:
precisamente, Páez Molina no habló ante grandes
multitudes en la capital de su provincia, sino
ante tranquilos cultores del turismo de una
localidad serrana. Debía, pues, prever que el
impacto no repercutiría emocionalmente en masas
apasionadas, pero llegaría a los factores de poder
así agredidos.
Católicos y dirigentes
obreros declararon su protesta. Y el hecho obligó
al secretario de Guerra, general Ignacio Avalos, a
responder al gobernador. Instituciones como el
Ejército, que cuidan su prescindencia política,
debieron extremar su prudencia para no entrar en
un juego polémico que las hiciera aparecer como
beligerantes y que, para muchos, diera la razón, a
posteriori, a las acusaciones.
¿Cómo se vincula esa
presunta provocación con el precedente de las
declaraciones de Cortés, aparentemente ingenuas?
En el gobierno parece existir un esquema, cuya
primera parte es confesada en reuniones más o
menos privadas, pero cuya segunda parte es
cuidadosamente omitida.
• La primera parte del
esquema dice que se levantarán las proscripciones.
Inevitablemente, se agrega que se trata de un
compromiso empeñado. De todos modos, se señala que
de esa manera el oficialismo ganará las próximas
elecciones parlamentarias, que se realizarán entre
la última quincena de febrero y la primera de
marzo de 1965, porque: a) de aquí a entonces, una
cierta expansión financiera creará un clima de
tranquilidad; b) no sólo se levantará la
proscripción del peronismo sino también la del
comunismo, lo que creará un elemento de división
en sectores que a veces suman sus votos; c) se
legalizará a varios peronismos y no solamente a
uno, con lo que se facilitará una atomización del
movimiento, de acuerdo a un proceso que el
gobierno considera como natural; d) Arturo
Frondizi cuenta con poco tiempo para reorganizar
su partido, y, si bien parece estar en situación
mayoritaria con respecto a Alende, aquí también
habrá división de votos; e) tanto UDELPA como la
democracia cristiana aparecen como partidos en
tren de deterioro, cuyos votantes pueden ser
canalizados, al menos parcialmente, por el
oficialismo.
• La segunda parte del
esquema, o tesis de relevo, contempla la
posibilidad de que Perón consiga evitar la
atomización peronista y que el justicialismo esté,
en ese caso, en condiciones de ganar. La única
alternativa qua se le ofrecería al gobierno, en
ese caso, sería la proscripción "para evitar otro
18 de marzo". Y a eso se llegaría con el apoyo de
los militares colorados retirados, cuya
reincorporación se procuraría. Desde este punto de
vista es fácil comprender por qué Cortés y Páez
Molina pueden expresar una tendencia de relevo:
Cortés defiende las proscripciones; Páez Molina
trata de deteriorar a los mandos azules,
intentando llevarlos a la polémica.
Indudablemente,
Palmero parece representar la salida política
natural de la situación actual. La tesis de relevo
ofrece, para el caso eventual de su aplicación, un
período convulsionado y lleno de tensiones.
Fuerzas
Armadas
Sin
país fuerte, no hay Ejercito moderno
"Antes se creía que
solamente había una alternativa: o un Ejército que
se desentendiera totalmente de la realidad
nacional y se dedicara con exclusividad a los
juegos de guerra, o un Ejército en disposición de
intervenir permanentemente en política. Lo primero
resulta anacrónico, desde el punto de vista del
proceso histórico; lo segundo constituye una
desviación inadmisible de los fines militares." La
frase se escuchó el 6 de marzo a la mañana, a
manera de comentario, en la Escuela Superior de
Guerra: el director de la misma y el del Centro de
Altos Estudios Militares —general Juan Enrique
Guglialmelli—, terminaba de pronunciar una
alocución singularmente significativa con motivo
de la inauguración del año lectivo 1964.
El criterio general,
entre los altos oficiales que asistieron a la
exposición, es que pocas veces se había escuchado
una definición tan concreta del papel de las
Fuerzas Armadas. Eludiendo escrupulosamente el
convencionalismo de los discursos de la iniciación
de clases, el general Guglialmelli había realizado
una franca exposición de la política del Ejército.
El general Savio —dijo— "pertenece al Ejército de
la Política Nacional. Sabe que la grandeza
comunitaria sólo se hace con industria pesada.
Sabe también que no hay ejército que pueda
llamarse tal, en las condiciones creadas por los
armamentos modernos, si sus abastecimientos
fundamentales dependen del extranjero. Y pone
manos a la obra".
Parte del análisis del
general Guglialmelli está centrado en una
evaluación de los acontecimientos posteriores a
1930. Superado el gobierno defacto iniciado ese
año —explicó—, el general Manuel Rodríguez se
propuso volver a los cuadros a su actividad
profesional, sin poder detener el torrente. "Estoy
persuadido —señaló— que entre los motivos de mayor
gravitación de aquella crisis se cuenta la
incomprensión de la realidad económico-social y,
por lo tanto, la falta de una correspondiente
educación de la institución a los cambios
estructurales que exigían, otra vez, los nuevos
tiempos. A eso se sumó, por una parte, el
dislocamiento interno del Ejército como
consecuencia de la política de los grupos, que
comenzó con la logia General San Martín
(1921-1926) y que supervivió a su disolución, y
por la otra, la distorsión electoral, que fue
signo de la época."
En una clara alusión a
los enfrentamientos ficticios, el general
Guglialmelli dijo después que "toda vez que esta
distorsión ha aparecido en la vida argentina,
afectando a sectores ponderables y bajo cualquiera
de sus formas, las tensiones políticas derivadas
han afectado profundamente a la institución, pese
a lo cual, y por encima de sus problemas, siempre
ha ocupado un puesto de vanguardia en la lucha por
la restitución de la libertad y del derecho". El
caso no es único de la Argentina: "Para citar un
ejemplo, hoy, en los Estados Unidos de
Norteamérica, en los fuertes enclavados en estados
sureños, en el corazón mismo de la rebeldía
segracionista, es posible ver en todas sus
jerarquías a hombres de color. Allí también, en el
problema más cruento de la comunidad, el Ejército
participa de manera efectiva en la lucha por la
igualdad de los derechos".
Para el general
Guglialmelli la vinculación entre Ejército y
comunidad es impostergable, ya que un ejército
profesional moderno tiene como pre-condición una
comunidad sin facturas, donde todos participen del
destino nacional, "una comunidad con aptitud de
crecimiento económico a ritmo acelerado. Una
comunidad que se sienta con una misión histórica".
La expresión que define al Ejército como brazo
armado de la Patria no es solamente simbólica,
"rebasa el simple enunciado de una metáfora. Tiene
un sentido real , y conmovedor. No hay brazo
fuerte en un cuerpo débil; su verdadera potencia
radica en la vitalidad orgánica y espiritual del
todo".
Las tesis del general
Guglialmelli tienen sus antecedentes en la acción
concreta de algunos jefes militares que él
mencionó en su exposición, y son, a la vez, una
aplicación concreta de la doctrina establecida por
el actual comando en jefe. Los antecedentes
citados son el general Mosconi, que "ha
descubierto que tener determinados ti. pos de
nafta es imprescindible para que nuestros aviones
vuelen o no cuando el poder soberano lo decida";
el general Savio, promotor de la siderurgia y del
desarrollo industrial; el general Riccheri, para
quien el servicio militar obligatorio era una
condición de arraigamiento de los hijos de
inmigrantes, de la integración del país, y no
solamente una necesidad técnica, y el general
Roca, que pone al Ejército al servicio de una
política nacional concreta. Promover el desarrollo
económico; estimular la investigación científica y
técnica; acrecentar la tradición cultural
argentina y acatar la ley son también —para el
general Guglialmelli— presupuestos de la acción
del Ejército, funciones específicas de las Fuerzas
Armadas. En conclusión: no habrá Ejército si no
hay un país consolidado y en ascenso. El objetivo
es el país; la forma de alcanzarlo es una acción
moderna del Ejército en el marco de la
Constitución.
Revista Primera Plana
10.03.1964
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