CERO EN CONDUCTA, DIEZ EN PICARDIA
Muy pocos, al evocar el período escolar, recuerdan cuántos ángulos tiene un paralelepípedo o cuál es la morfología de la ameba. En cambio, está probado que nadie olvida la broma realizada a una maestra o a algún compañerito. Siete Días consultó a un grupo de personalidades, al filo de iniciarse el ciclo escolar de 1974, y recogió un chispeante bagaje de las más risueñas anécdotas

Juanita Larrauri

Julia Von Grollman

Bróccoli

Chunchuna Villafañe

Si alguna vez se realizara una encuesta acerca de cuáles son los recuerdos más perdurables del período escolar, seguramente nadie traería a colación cuántos ángulos tiene un paralelepípedo, ni que la teniae saginata es un parásito intestinal. Más bien, la primera reacción de todo entrevistado seria esbozar una ancha sonrisa al acordarse de la tachuela dejada sobre la silla de aquella insufrible profesora de música de cuarto grado, o de la falsa alarma de incendio por la cual tuvo que ser desalojado todo el colegio. Es que, como es sabido, el "segundo hogar" —como se empeñan en designar a la escuela los maestros— no lo es tanto por la cuota suplementaria de cariño que reciben los infantes, sino porque, además, constituye un excelente escenario para que éstos se despachen con todas las diabluras que temen hacer en la casa paterna. Para evocar, precisamente, aquellas anécdotas imborrables para todo aquel que fue estudiante, Siete Días recogió la semana pasada los testimonios de Juanita Larrauri, el padre Iñaki de Azpiazu, Henny Traylles, Chunchuna Villafañe, Bróccoli, Julia Von Grollman, Diana Maggi y Luisa Mercedes Levinson. Los que siguen son los recuerdos de cada uno de ellos

BROCCOLI
"Cuando estaba en el tercer grado (estudié en el colegio Nº 6 de Adrogué), yo era un alumno ejemplar: tenía el guardapolvito siempre impecable y después de escribir los deberes siempre pegaba una figurita de papel brillante. Tan prodigio era que mi maestra me designó Encargado de mapas; un cargo que consistía en traer de celaduría los colgantes y cualquier implemento que se necesitara. La cosa tenía sus ventajas: siempre se ganaban unos minutos entre la ida
y venida a la clase. Pero un día, creo que era en primavera, me encontré en el cuartito con un pibe de otro año que también iba a buscar algo: resulta que encontramos un globo terráqueo de plástico y no se nos ocurrió nada mejor que hacer un picadito con el globo. Lástima, porque no tardó en aparecer el celador, y, después de tenernos dos horas parados en el rincón, nos aplicó una verdadera picada de amonestaciones. De ahí en más, perdí para siempre el rebusque y las ganas de jugar al fútbol".

CHUNCHUNA VILLAFAÑE
"Historias debo tener miles, porque pasé por nada menos que 11 colegios: era la estudiante más bestia que uno se puede imaginar. A tal punto que mis padres pensaron que lo mejor era ponerme de pupila, y me internaron en el Colegio del Sagrado Corazón. Por supuesto, me llevé todas las materias a marzo. Pero recuerdo muy especialmente el examen de zoología, creo que era un primero o segundo año, en que me tocó la bolilla de la paloma. Se suponía que yo debía decir a qué género pertenece o cómo era su estructura ósea, pero como ni siquiera había leído el capítulo correspondiente comencé diciendo que la paloma es un pajarito que suele tener dos patas, que habitaba en la Plaza de Mayo y que tiene el hábito de comer maíz que le tiran los jubilados. El asunto fue que no sólo me pusieron un cero sino que levantada la mesa hicieron llamar a mi madre para informarle que su hija era de lo más irreverente, y que debía trasladarla a otro colegio. Mi mamá les hizo caso".

JULIA VON GROLLMAN
"En el Memorial College, donde cursé casi todos mis estudios, teníamos una profesora de música que era descomunalmente gorda e histérica (no sé por qué, pero creo que todas las profesoras de música son gordas e histéricas). La cosa es que esta dama apenas podía pasar por la puerta del aula, y cada vez que se sentaba nosotras estallábamos de risa. Una vez, creo que era en el día del estudiante, compramos con una compañerita una caja con calzoncillos anatómicos CASI: de esas que llevaban dibujado en la tapa a un enorme orangután enfundado en esos calzoncillos. Recuerdo que la llevé bajo la pollera y, antes de que entrara la gorda, se la dejé en la mesa, adornada con una cintita roja, como si fuera un regalo. Pero la gorda no tuvo mucho sentido del humor que digamos: se enojó muchísimo y amenazó con ponernos 24 amonestaciones a todas si no aparecía la culpable. No tuve más remedio que levantar la mano y— dicho y hecho— me las puso a mí. Qué gorda más antipática: si me la llego a encontrar un día de éstos en la calle la mato. . . ".

JUANITA LARRAURI
"En la Escuela Nº 14 de Ezpeleta, donde cursé la escuela primaria, había un pibe muy pituquito que se llamaba Juan Bidaurreta. Este compañerito se daba muchos aires, porque su padre era nada menos que el jefe de la estación Ezpeleta: siempre venía todo almidonado, y con una vianda con sandwiches para comer en los recreos. Juancito nunca convidaba: para darse dique escondía celosamente su paquetito en el pupitre. A mí eso me daba mucha mufa, porque al mismo tiempo había en el grado un chico flaquito, todo esmirriado y pobrísimo. De manera
que, con Filomena Cagliolo —una compañerita—, siempre que podíamos le robábamos un sandwich a Juan y se lo dábamos al otro. Pero él, que no era ningún tonto, un buen día puso un pan con barro y bosta de caballo, cosa de que quien lo comiera se descubriera y se supiera así quién era el ladrón. Por suerte, nosotras vimos que había algo raro dentro de la flautita, de manera que la abrimos y colocamos adentro un cartelito que decía: "Este no, flaco. Pero cuando tengas uno de jamón y queso, no dejes de avisar". Así, Bidaurreta se quedó hasta hoy sin saber quién le robaba los sandwiches".

DIANA MAGGI
En el colegio de Barracas (creo que estaba en la esquina de Montes de Oca e Iriarte), a mí me conocían como Diana la roja. Por supuesto, no porque fuera comunista ni mucho menos, sino porque en la clase de gimnasia nos dividíamos entre rojas y azules, y yo era la líder de las primeras. No sé por qué, pero siempre fui la líder en el colegio: todas mis compañeritas hacían lo que yo decía, y si no les daba una tunda que mama mía. En una oportunidad llegué a cascar tanto a Ofelia Basavilbaso —la mejor alumna del grado y que nunca quería ratearse con las demás— que la pobre tuvo que guardar cama durante más de una semana. A raíz de ese episodio, llamaron a mi mamá para explicarle lo ocurrido, y al llegar a casa me dio una paliza que me quedé sin más ganas de levantar un dedo. A decir verdad, no creo un pito en eso de la terapia moderna: lo mejor para los pibes (yo lo sufrí en carne propia) es darles un buen chirlo y chau pinela, todo queda arreglado".

PADRE IÑAKI DE AZPIAZU
"Hice mi primer internado cuando tenía 11 años. En ese entonces, todos los muchachos dormíamos en el mismo cuarto, y las cosas de uno debían estar impecables porque teníamos un vigilante muy fanfarrón. Él se paseaba siempre por las camas y decía: Donde yo paso debe haber orden. Vigilaba con especial atención que todas las noches todos pusiéramos la ropa que usaríamos al día siguiente en el borde de la cama. Por eso, una vez salimos con mi vecino a tientas de la cama a eso de la medianoche, y cambiamos todas las vestimentas de nuestros compañeritos. Acto seguido, comenzamos a gritar despavoridos: ¡Fuego! ¡Fuego! Se armó un desbarajuste tremendo: todos los chicos querían vestirse a toda prisa y se encontraban con una camisa gigantesca o que los pantalones no les entraban. Después de semejante algarabía —y cuando quedó claro que no existía tal incendio— el director nos reunió a todos y nos dirigió muy sabias palabras: nos dijo que comprendía que lo nuestro había sido una reacción ante el vigilante fanfarrón, pero que hicimos muy mal en actuar por nuestra cuenta. Poco tiempo después, lo echó. La moraleja me quedó para siempre: a la larga, la fanfarronería conduce al desprestigio."
Aunque se le solicitó expresamente un primer plano suyo en edad colegial, el padre Iñaki de Azpiazu entregó una vista de su primer colegio, el Champagnat (en Azpeitia, el país vasco). Siete Días se permitió suponer —entonces— que el padre de Azpiazu es el que aparece de espaldas, en bicicleta (señalado con una flecha): se trata del único joven que transita por el lugar.

HENNY TRAYLLES
Requerida por Siete Días, la diva se negó a relatar anécdota alguna de su vida colegial. Pidió, en cambio, que fuera publicada la foto en que —según ella— aparece disfrazada de Carmen Miranda, con el siguiente epígrafe: "Esta es mi mejor anécdota escolar...". Quizá su mayor travesura sea este insólito pedido, aunque la simpática Henny ya no está —es cierto— en una edad muy colegial que digamos.

Revista Siete Días Ilustrados
18.03.1974


Henny Traylles

Padre Iñaki de Azpiazu

Luis Mercedes Levinson

Diana Maggi

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