Si alguna vez se
realizara una encuesta acerca de cuáles son los
recuerdos más perdurables del período escolar,
seguramente nadie traería a colación cuántos
ángulos tiene un paralelepípedo, ni que la teniae
saginata es un parásito intestinal. Más bien, la
primera reacción de todo entrevistado seria
esbozar una ancha sonrisa al acordarse de la
tachuela dejada sobre la silla de aquella
insufrible profesora de música de cuarto grado, o
de la falsa alarma de incendio por la cual tuvo
que ser desalojado todo el colegio. Es que, como
es sabido, el "segundo hogar" —como se empeñan en
designar a la escuela los maestros— no lo es tanto
por la cuota suplementaria de cariño que reciben
los infantes, sino porque, además, constituye un
excelente escenario para que éstos se despachen
con todas las diabluras que temen hacer en la casa
paterna. Para evocar, precisamente, aquellas
anécdotas imborrables para todo aquel que fue
estudiante, Siete Días recogió la semana pasada
los testimonios de Juanita Larrauri, el padre
Iñaki de Azpiazu, Henny Traylles, Chunchuna
Villafañe, Bróccoli, Julia Von Grollman, Diana
Maggi y Luisa Mercedes Levinson. Los que siguen
son los recuerdos de cada uno de ellos
BROCCOLI
"Cuando estaba en el
tercer grado (estudié en el colegio Nº 6 de
Adrogué), yo era un alumno ejemplar: tenía el
guardapolvito siempre impecable y después de
escribir los deberes siempre pegaba una figurita
de papel brillante. Tan prodigio era que mi
maestra me designó Encargado de mapas; un cargo
que consistía en traer de celaduría los colgantes
y cualquier implemento que se necesitara. La cosa
tenía sus ventajas: siempre se ganaban unos
minutos entre la ida
y venida a la clase.
Pero un día, creo que era en primavera, me
encontré en el cuartito con un pibe de otro año
que también iba a buscar algo: resulta que
encontramos un globo terráqueo de plástico y no se
nos ocurrió nada mejor que hacer un picadito con
el globo. Lástima, porque no tardó en aparecer el
celador, y, después de tenernos dos horas parados
en el rincón, nos aplicó una verdadera picada de
amonestaciones. De ahí en más, perdí para siempre
el rebusque y las ganas de jugar al fútbol".
CHUNCHUNA
VILLAFAÑE
"Historias debo tener
miles, porque pasé por nada menos que 11 colegios:
era la estudiante más bestia que uno se puede
imaginar. A tal punto que mis padres pensaron que
lo mejor era ponerme de pupila, y me internaron en
el Colegio del Sagrado Corazón. Por supuesto, me
llevé todas las materias a marzo. Pero recuerdo
muy especialmente el examen de zoología, creo que
era un primero o segundo año, en que me tocó la
bolilla de la paloma. Se suponía que yo debía
decir a qué género pertenece o cómo era su
estructura ósea, pero como ni siquiera había leído
el capítulo correspondiente comencé diciendo que
la paloma es un pajarito que suele tener dos
patas, que habitaba en la Plaza de Mayo y que
tiene el hábito de comer maíz que le tiran los
jubilados. El asunto fue que no sólo me pusieron
un cero sino que levantada la mesa hicieron llamar
a mi madre para informarle que su hija era de lo
más irreverente, y que debía trasladarla a otro
colegio. Mi mamá les hizo caso".
JULIA VON
GROLLMAN
"En el Memorial
College, donde cursé casi todos mis estudios,
teníamos una profesora de música que era
descomunalmente gorda e histérica (no sé por qué,
pero creo que todas las profesoras de música son
gordas e histéricas). La cosa es que esta dama
apenas podía pasar por la puerta del aula, y cada
vez que se sentaba nosotras estallábamos de risa.
Una vez, creo que era en el día del estudiante,
compramos con una compañerita una caja con
calzoncillos anatómicos CASI: de esas que llevaban
dibujado en la tapa a un enorme orangután
enfundado en esos calzoncillos. Recuerdo que la
llevé bajo la pollera y, antes de que entrara la
gorda, se la dejé en la mesa, adornada con una
cintita roja, como si fuera un regalo. Pero la
gorda no tuvo mucho sentido del humor que digamos:
se enojó muchísimo y amenazó con ponernos 24
amonestaciones a todas si no aparecía la culpable.
No tuve más remedio que levantar la mano y— dicho
y hecho— me las puso a mí. Qué gorda más
antipática: si me la llego a encontrar un día de
éstos en la calle la mato. . . ".
JUANITA
LARRAURI
"En la Escuela Nº 14
de Ezpeleta, donde cursé la escuela primaria,
había un pibe muy pituquito que se llamaba Juan
Bidaurreta. Este compañerito se daba muchos aires,
porque su padre era nada menos que el jefe de la
estación Ezpeleta: siempre venía todo almidonado,
y con una vianda con sandwiches para comer en los
recreos. Juancito nunca convidaba: para darse
dique escondía celosamente su paquetito en el
pupitre. A mí eso me daba mucha mufa, porque al
mismo tiempo había en el grado un chico flaquito,
todo esmirriado y pobrísimo. De manera
que, con Filomena
Cagliolo —una compañerita—, siempre que podíamos
le robábamos un sandwich a Juan y se lo dábamos al
otro. Pero él, que no era ningún tonto, un buen
día puso un pan con barro y bosta de caballo, cosa
de que quien lo comiera se descubriera y se
supiera así quién era el ladrón. Por suerte,
nosotras vimos que había algo raro dentro de la
flautita, de manera que la abrimos y colocamos
adentro un cartelito que decía: "Este no, flaco.
Pero cuando tengas uno de jamón y queso, no dejes
de avisar". Así, Bidaurreta se quedó hasta hoy sin
saber quién le robaba los sandwiches".
DIANA MAGGI
En el colegio de
Barracas (creo que estaba en la esquina de Montes
de Oca e Iriarte), a mí me conocían como Diana la
roja. Por supuesto, no porque fuera comunista ni
mucho menos, sino porque en la clase de gimnasia
nos dividíamos entre rojas y azules, y yo era la
líder de las primeras. No sé por qué, pero siempre
fui la líder en el colegio: todas mis compañeritas
hacían lo que yo decía, y si no les daba una tunda
que mama mía. En una oportunidad llegué a cascar
tanto a Ofelia Basavilbaso —la mejor alumna del
grado y que nunca quería ratearse con las demás—
que la pobre tuvo que guardar cama durante más de
una semana. A raíz de ese episodio, llamaron a mi
mamá para explicarle lo ocurrido, y al llegar a
casa me dio una paliza que me quedé sin más ganas
de levantar un dedo. A decir verdad, no creo un
pito en eso de la terapia moderna: lo mejor para
los pibes (yo lo sufrí en carne propia) es darles
un buen chirlo y chau pinela, todo queda
arreglado".
PADRE IÑAKI DE
AZPIAZU
"Hice mi primer
internado cuando tenía 11 años. En ese entonces,
todos los muchachos dormíamos en el mismo cuarto,
y las cosas de uno debían estar impecables porque
teníamos un vigilante muy fanfarrón. Él se paseaba
siempre por las camas y decía: Donde yo paso debe
haber orden. Vigilaba con especial atención que
todas las noches todos pusiéramos la ropa que
usaríamos al día siguiente en el borde de la cama.
Por eso, una vez salimos con mi vecino a tientas
de la cama a eso de la medianoche, y cambiamos
todas las vestimentas de nuestros compañeritos.
Acto seguido, comenzamos a gritar despavoridos:
¡Fuego! ¡Fuego! Se armó un desbarajuste tremendo:
todos los chicos querían vestirse a toda prisa y
se encontraban con una camisa gigantesca o que los
pantalones no les entraban. Después de semejante
algarabía —y cuando quedó claro que no existía tal
incendio— el director nos reunió a todos y nos
dirigió muy sabias palabras: nos dijo que
comprendía que lo nuestro había sido una reacción
ante el vigilante fanfarrón, pero que hicimos muy
mal en actuar por nuestra cuenta. Poco tiempo
después, lo echó. La moraleja me quedó para
siempre: a la larga, la fanfarronería conduce al
desprestigio."
Aunque se le solicitó
expresamente un primer plano suyo en edad
colegial, el padre Iñaki de Azpiazu entregó una
vista de su primer colegio, el Champagnat (en
Azpeitia, el país vasco). Siete Días se permitió
suponer —entonces— que el padre de Azpiazu es el
que aparece de espaldas, en bicicleta (señalado
con una flecha): se trata del único joven que
transita por el lugar.
HENNY TRAYLLES
Requerida por Siete
Días, la diva se negó a relatar anécdota alguna de
su vida colegial. Pidió, en cambio, que fuera
publicada la foto en que —según ella— aparece
disfrazada de Carmen Miranda, con el siguiente
epígrafe: "Esta es mi mejor anécdota escolar...".
Quizá su mayor travesura sea este insólito pedido,
aunque la simpática Henny ya no está —es cierto—
en una edad muy colegial que digamos.
Revista Siete Días
Ilustrados
18.03.1974
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