Entre los más
prósperos negocios argentinos -—si bien no son
tantos— el de la muerte es, seguramente, uno de
los más efectivos. En los últimos diez años, las
salas de velorio y las empresas funerarias se
dieron a crecer en Buenos Aires y en el resto del
país, casi con la misma profusión con que lo
hicieron, en ese período, los supermercados de
todos los tamaños. Esa tendencia habla a las
claras de una utilización social de la muerte,
contrapuesta, sin duda, a la elusión que de ella
se hace en las charlas habituales¡ tabú y negocio
conviven, pues, como las dos caras igualmente
tenebrosas de un mismo fenómeno. El periodista
Fernando Flores indagó durante dos semanas en los
principales vericuetos que se adentran en el mundo
de las funerarias; visitó empresas especializadas,
consultó a algunos sociólogos, habló con Borges y
con el cuentista Zuhair Jury, hermano de Leonardo
Favio y autor del guión del film Juan Moreira. Lo
que sigue es su informe.
Mucho se ha dicho y
escrito sobre la muerte. Daniel Defoe, por
ejemplo, escribió una fúnebre crónica que tituló
Diario del Año de la Peste y que «luego inspiró a
Albert Camus y García Márquez, entre otros. Defoe
—más conocido por su Robinson Crusoe—, sacó como
conclusión de que los hombres se reconciliarían
rápidamente si supieran que la muerte está cerca.
El escenario elegido es la Inglaterra del siglo
XVII, bajo el azote de una calamitosa peste. "Otro
año más de peste pondría fin a todos los
desacuerdos", asegura el personaje de Defoe, para
luego reconocer con tristeza que cuando el terror
de la epidemia disminuyó, las cosas volvieron a su
curso ordinario.
Defoe cuenta que las
víctimas de la peste eran enterradas en enormes
fosas comunes que tenían capacidad para centenares
de individuos. Eran llevados hasta allí sin
ataúdes (la cantidad de muertos absorbió todo el
stock de reserva) y los arrojaban sin mayores
trámites. Claro que, afortunadamente, no siempre
fueron así las ceremonias fúnebres y esto lo saben
muy bien los antropólogos. Cada época tuvo su
forma de encarar la muerte y de sepultar a sus
muertos. "Todos los ritos funerarios son expresión
de una cultura. Es lo que nosotros llamamos
'funebria' y que comprende no sólo los ritos sino
también el ajuar fúnebre que pretende asegurar una
existencia mejor en el más allá", puntualizó el
doctor Carlos Alberto Llanos, profesor titular de
Etnografía en la carrera de Antropología de la
Universidad de Buenos Aires y en la del Salvador.
RITOS FUNERARIOS.
Los samoyedos —antiguo pueblo seminómade ubicado
en lo que es hoy la Unión Soviética— inhumaban a
sus muertos en túmulos de tierra, según
ejemplificó Llanos. Otros casos: en la Roma de la
decadencia depositaban los cadáveres en monumentos
funerarios, jerarquizados de acuerdo al nivel
social, con un costoso ajuar. En Egipto también el
servicio fúnebre respondía a la estratificación de
la sociedad. El ideal de todo egipcio era él
embalsamamiento del cadáver, porque esta operación
aseguraba la vida de ultratumba. Para ello,
elaboraron técnicas muy eficaces de momificación,
construyeron pirámides y túneles subterráneos
sorprendentes y confeccionaron bellos ajuares.
Ellos pensaban que el espíritu seguía manteniendo
una estrecha relación con el cuerpo ya muerto. Por
su lado, los primeros cristianos depositaban los
cadáveres en las mismas catacumbas que les servían
de vivienda y refugio.
En el territorio
argentino fueron desarrollándose distintas
funebrias. En tiempos precolombinos, los cuerpos
momificados eran colocados en "chulpas" (huecos en
la piedra donde se escondían los cadáveres), en
posición fetal. En la Mesopotamia se acostumbraban
las inhumaciones en concheros o "sambaquis",
elevaciones producidas por restos de valvas de
moluscos. Cuando llegaron los españoles, trajeron
su tradición: inhumación directa sin posición ni
orientación especiales. La Argentina de principios
de este siglo contaba ya con una tradición en el
culto de los muertos. El duelo implicaba la
marginación de la familia afectada; un luto
riguroso graduado de acuerdo al vínculo de
parentesco, varios días de velorio, negras
carrozas barrocas tiradas por caballos de ese
mismo color, con crespones, espeso velo en la cara
de la viuda para que no vieran su dolor. Estos
ritos señalaban una pervivencia del culto a los
muertos.
Como se sabe, todavía
subsisten en el interior ciertos ritos
particularmente indígenas. En el Noroeste, cuando
muere un niño se hace el "velorio del angelito".
En este caso el deceso no es un drama o una
injusticia sino un hecho feliz. No hay un velorio
sino una gran fiesta. Se considera que ese chico
es inocente y que como tal puede ser un mediador
entre Dios y los hombres. Dentro de la
religiosidad popular también adquiere curiosos
contornos el culto a San La Muerte, con centro en
Corrientes. El que lleva la imagen de este "santo"
(que se representa con un esqueleto), se protege
contra la muerte. Una de las oraciones más
corrientes expresa: 'San La Muerte: espíritu
esquelético / poderosísimo y fuerte por demás /
como un Sansón en tu majestad,/ indispensable en
el momento de peligro / yo te invoco seguro de tu
bondad'.
En las ciudades —por
el contrario— hay un proceso de pérdida de
vigencia del culto a los antepasados. "Esta
desacralización de los servicios fúnebres —añadió
Llanos— responde a una concepción del mundo que
impone vivir el presente y dejar a los muertos en
paz". La simplificación del ritual, dijo, es una
respuesta a la realidad que es la dinámica del
cambio. "En la dinámica del cambio contemporánea
no hay lugar para la muerte, porque ya no se puede
hablar del pasado", acotó.
EL SENTIMIENTO DE
CULPA. Los ritos fúnebres y el
comportamiento del hombre frente a la muerte
tienen una explicación psicológica. "La actitud
del ser humano frente a su propia finitud genera
consecuentemente una angustia existencial",
precisó el psiquiatra Mario Ambrona. El mismo lo
pudo comprobar en "el Vieytes" (Hospital
Neuropsiquiátrico Braulio Moyano) donde trabajó
durante 20 años, cinco de ellos como director. "La
angustia, es ante la muerte repentina como un
hecho imprevisto -añadió—. En una enfermedad
crónica de larga duración, en cambio, el paciente
va perdiendo cada vez más la esperanza, va
muriendo psicológicamente. El deceso llega en un
estado de indiferencia". Un médico inglés, William
Osler, estudió 500 casos de enfermos crónicos que
sabían que pronto morirían. De ellos, sólo dos
estaban angustiados.
En Estados Unidos se
llevó a cabo otra experiencia con pacientes
afectados por un mismo tipo de tumor maligno,
ejemplificó Ambrona. Aquellos en los que no
aparecía esa "reducción psicológica" sino que, por
el contrario, luchaban por la vida, conseguían
prolongar más su existencia. "Es posible que la
afectividad del hombre y su carga emocional puedan
llevarlo a prolongar su vida más allá de la
estructura biológica. La reducción psicológica es
una defensa del individuo que quiere que la
enfermedad transcurra lo menos dolorosamente
posible", sentenció.
La psiquiatría se ha
internado también en la actitud de la gente frente
a la muerte de los demás. Ante el fallecimiento de
un ser querido —puntualizó Ambrona—, se intenta
aplazar su pérdida. Esto se lleva a cabo
identificándose con el muerto. A veces hasta se
adoptan actitudes del difunto o se sufren los
mismos malestares que el desaparecido.
Últimamente se están
estudiando los "ritmos vitales de la muerte". En
la vida de una persona —dijo— hay fases de
expansión y ciclos de retracción. Es muy común que
los que tienen una expansión muy grande, cuando
cumplen su proyecto de vida ya no tengan más
interés en seguir viviendo. "Eso lo saben muy bien
las compañías de seguros y las cajas de
jubilaciones, que perciben comercialmente los
proyectos vitales de los individuos", concluyó.
Cuando algún allegado
fallece, los sobrevivientes lo viven con
sentimientos de culpa, o sea, que sus sentimientos
afectivos los hacen sentir culpables. Todo el
ritual funerario es una ofrenda para evitar que el
muerto vuelva y destruya a los que lo sobreviven.
"Las empresas de pompas fúnebres conocen el
sentimiento de culpa de la gente y lo explotan en
una forma comercial", aseveró finalmente.
UN BUEN NEGOCIO.
En la Argentina, los servicios fúnebres no han
alcanzado aún la fastuosidad observable en otros
países. La película norteamericana 'Los seres
queridos' —de una novela de Evelyn Waugh— ilustra
sobre el derroche que en ese aspecto se registra
en las naciones ricas. De cualquier manera, las
pompas fúnebres siempre constituyeron un buen
negocio en la Argentina. Una persona vinculada al
comercio funerario comentó hace 10 días que el
precio de los servicios "dependía de la cara del
cliente (no del muerto sino del que solicita el
servicio). Esto lo saben quienes debieron empeñar
bienes para pagar un sepelio de costo excesivo.
El tema de la muerte
es evitado por la mayoría de las personas. Y las
casas de servicios fúnebres son miradas con
desagrado (incluso hay quienes hacen los cuernos
con las manos al pasar delante de una de ellas).
Cuando alguien muere, lo más frecuente es que un
allegado vaya a la empresa más cercana (o más
conocida) y, sin más vueltas, resuelva este
trámite que le resulta engorroso. "Muchos gastan
hasta lo que no tienen para hacerle un último
favor al muerto", comentó un empleado. Claro que
no todos proceden así. Hay quienes consultan
varias alternativas. Ese mismo empleado comentó
que hacía pocas semanas un señor había solicitado
presupuesto y como no le gustó el precio se fue
sin comprar. A las pocas horas lo trajeron muerto
a él mismo, para que le hicieran su servicio.
Anécdotas tétricas como éstas hay muchas y causan
gracia a los vendedores: "Si no nos reímos un
poco, no aguantamos nuestro trabajo", suelen
disculparse.
¿Cuánto cuesta
morirse? Los precios promedio de los servicios en
empresas que no cobran ni muy barato ni muy caro,
son variados. Se dividen fundamentalmente en dos
categorías: para tierra y para nicho o bóveda. En
el primer caso, el servicio más económico puede
salir unos 150 mil pesos viejos (cajón de pino con
dos autos de acompañamiento). Si se prefiere un
cajón un poco mejor y otros dos coches, tendrá,
que abonarse un cuarto de millón de pesos
(bobadilla, le dicen). Mientras que un buen
servicio en tierra cuesta más o menos medio millón
de pesos viejas (cajón de cedro, "redondo
sencillo", con seis coches). Los servicios para
nicho o bóveda cuestan entre un cuarto de millón
de pesos y algo más de un millón. Hay ciertos
gastos "extras": un lacayo en la puerta puede
costar unos 5 mil pesos por noche, mientras que
las salas de velorio pueden salir entre 30 y 60
mil pesos viejos por noche. Es necesario aclarar
que últimamente los precios han bajado algo debido
a la competencia: desde hace unos cinco años se
instalaron agencias nuevas con pocos elementos
propios.
El negocio, pese a su
relativa prosperidad, no da para mucho en la
Argentina debido a que la tasa de mortalidad es
bastante baja. Esa tasa ha ido descendiendo a lo
largo de este siglo. El punto máximo lo alcanzó
entre 1918 y 1919, época de una violenta epidemia
de gripe (casi 20 por mil). En los últimos años,
el valor se mantuvo en poco menos del 9 por mil (o
sea nueve muertes por cada mil habitantes, a lo
largo del año). Los cálculos estiman que luego de
un período en que permanecerá estable la tasa de
mortalidad, ésta irá aumentando levemente. Las
estadísticas también dicen que las probabilidades
de vida al nacer son de unos 67 años en Buenos
Aires, 66 en la zona del centro y del litoral, 64
en Cuyo y 57 años en el Noroeste. Como se ve, la
zona del noroeste es la que posee un índice de
mortalidad más alto. Esto, en general. Pero todos
saben que las mujeres viven por lo común más años
que los varones. Se estima que, en promedio, las
damas sobreviven a los hombres unos 6 años.
NO SOLO BIOLOGICO:
TAMBIEN SOCIAL. "Los rituales funerarios
dependen de la clase social y, al parecer, no son
eliminados por el desarrollo o la modernización.
En Estados Unidos, por ejemplo, la gente gasta
muchísimo dinero en funerales cada vez más
fastuosos", manifestó el sociólogo Eliseo Verón a
pocos días de haber regresado de París (donde
trabajó con Lévi-Strauss). ¿Qué explicación
sociológica tiene este hecho? "No creo que haya
que buscar una interpretación demasiado especial.
La sociedad tiende a hacer rituales en torno de lo
que no comprende. La muerte es algo límite, que no
se puede pensar, es incomprensible. Esos rituales
—por otra parte— están asociados a creencias
religiosas en general", afirmó.
Verón insistió en que
la muerte no es sólo un fenómeno biológico sino
también —hasta cierto punto— un fenómeno social.
El poder de la comunidad para socializar los
hechos es tan fuerte —agregó—, que incluso ejerce
influencia sobre algo tan biológico como es un
fallecimiento. Recordó que la sociología comenzó
con un estudio sobre la muerte —titulado El
suicidio— en el que Durkheim, su autor, trató de
demostrar que la autoeliminación no está
determinada por causas individuales sino sociales.
Se refirió a una
investigación realizada por David Sudnow sobre la
"organización social de la muerte". Ese trabajo
reveló que la pertenencia a una clase social
afecta la posibilidad de vida de la gente que
llega a un hospital. Un individuo bien vestido
recibe generalmente mejor atención que un
marginado. La muerte biológica —por otro lado—
puede no coincidir con la muerte social. Los
desahuciados en los hospitales son tratados como
si ya hubieran fallecido.
Otro aspecto sobre el
cual se ha trabajado sociológicamente, es el de la
vejez, muy conectado con el tema de esta nota. "La
sociedad industrial tiene el conocido problema de
los ancianos, que aumentan por el adelanto de la
medicina. Pero como quedan fuera del sistema
productivo, están condenados a una especie de
muerte social prematura. La sociedad de consumo
está centrada en la juventud. La vejez está fuera
de moda en la cultura. Seguramente es por eso que
no se quiere hablar de la muerte hoy en día".
FIN Y COMIENZO DE LA
VIDA. El tema de la muerte remite
necesariamente a la religión. Desde esta
perspectiva trascendental se ha tratado de dar una
respuesta a lo largo de la historia de la
humanidad. Y los religiosos observan que esta
época trata de silenciar tan crucial cuestión. "En
general, se puede decir que la civilización
contemporánea —por lo menos la occidental— ha
tratado de marginar, si no de suprimir, la idea de
la muerte", expreso el sacerdote Victorio
Sabbione. Esa marginación, agregó, puede asumir
diversas modalidades y muchas veces la vejez misma
está involucrada en ella. "Un dato típico es que
la mayoría de la gente que habita en las grandes
ciudades muere fuera del ámbito familiar, se
margina a aquel que muere. Esta supresión del
factor
muerte lleva a una
evasión de la realidad y trae una serie de
consecuencias que se condensan en las sociedades
de consumo. En éstas se vive un momento presente
vacío y a menudo poco humano", sintetizó el
sacerdote.
¿Cuál es la actitud
que debe asumir un cristiano frente a la muerte?,
se le preguntó. "Para el cristiano, éste es un
hecho central —respondió—. Aun prescindiendo de
que se piense en otra vida, para el cristiano la
muerte es ya un punto de arribo. Por eso concibe
la vida como una continua búsqueda, un
continuo progreso que
conduce a un solo destino: a una más plena unidad
con Dios. La realidad divina no es extraña a
nuestras vidas, sino que es una realidad en la
cual debemos encontrarnos entre nosotros mismos.
La muerte es como el punto de llegada, la
consumación de ese proceso de entrada en la unidad
verdadera que se encuentra en el Padre y entre los
hermanos".
"Pero la muerte no es
solamente la conclusión de la plenitud de una vida
sino que también es el inicio de una nueva
realidad, el principio de una nueva dimensión en
la que el hombre encuentra la unidad con Dios y
con la humanidad de una manera totalmente nueva y
plena", agregó luego.
Este es el comienzo de
la vida para el cristiano y por ello la muerte
adquiere para él una luz fundamental. "El
cristiano vive el momento presente con plenitud
proyectado en el futuro en este mundo pero a la
espera de la plenitud que viene después", acotó.
El padre Sabbione
recordó al fin una frase que le impresionó en
alguna oportunidad porque sintetiza el sentimiento
del cristiano frente a la muerte. Es de Teilhard
de Chardin y dice así: "Cuando sobre mi cuerpo, y
aun más sobre mi espíritu, el desgaste de la edad
comience a marcar su huella, en el minuto doloroso
en el cual, de repente, me dé cuenta de estar
enfermo o de envejecer, en ese momento último,
sobre todo, en el cual sentiré que me voy de mí
mismo ... en todas esas horas oscuras, concédeme,
Señor, intuir que tú mismo abres una brecha
dolorosa en mis fibras, para penetrar hasta el
corazón de mi sustancia y para arrebatarme".
Recuadros_____________________________
Zuhair Jury: La muerte de Juan Moreira
Se llama Zuhair —que
en sirio significa "flor"— y es hermano de
Leonardo Favio (seudónimo de Fuad —"corazón"—
Jury). Ambos llevaron a la pantalla el mito de
Juan Moreira: Zuhair hizo el libro y Fuad se
encargó de la dirección. La muerte es una idea
central en el exitoso film de los Favio.
El legendario
personaje exclama: "Yo pa' vivir no he nacido.
¡Nací pa' andar durando!". Zuhair, que puso en
boca de Moreira esas palabras, aclara: "Este es un
concepto propio del gaucho, que está más
familiarizado con la muerte que el hombre de las
grandes ciudades de rascacielos. Para el paisano,
la muerte es un acontecimiento más. Su contacto
con la naturaleza lo lleva a ver su fallecimiento
como un hecho natural".
Las dos escenas más
dramáticas de la película se refieren a esta
fúnebre cuestión. En una, Juan Moreira es ultimado
luego de una sangrienta persecución, o sea,
después de una tortuosa resistencia a la muerte.
En otra, el gaucho juega al truco con la muerte y
aparentemente le gana. Se le preguntó a Jury (a
"flor", claro está) si para esta última escena se
había inspirado en El séptimo sello (donde Bergman
presenta a un caballero que juega al ajedrez con
la muerte). Explicó que su creación tiene un
sentido diferente al que le dio Bergman. En
verdad, Moreira tiene una premonición (de la
muerte de su vástago). "En el provinciano es común
soñar una desgracia en medio de la noche,
despertarse, correr hacia el lugar que soñó y
encontrarse con que el sueño se le hizo realidad",
precisó. Existe otro elemento importante en esa
escena. El hombre de campo tiene un sentimiento
muy profundamente arraigado sobre lo que llama el
palpitar el destino, es decir: hurgar en su
destino jugándoselo. En la vivencia popular del
juego (taba, carreras, cartas) hay un intento de
quebrar un algo mágico que lo rodea. "El juego es
el único momento de su vida en que hace una
alianza con el misterio ineludible. El sabe que la
taba va a caer de alguna de las formas posibles y
le interesa dialogar con el destino antes de que
se pose en la tierra".
Este tema no es
extraño a Zuhair. En 'El dependiente' y otros
cuentos, dedica uno de ellos a esta cuestión:
encara a la muerte como "el gran acontecimiento de
la creación". La eternidad es tremenda y la muerte
es la gran contenedora de la angustia que podría
acarrear la vida por los siglos de los siglos. En
estos días, las mesas de novedades cuentan ya con
una novela suya: Había una vez un general En esta
obra aparece el tema de la muerte, de la dignidad
del hombre a través de la alienación cultural en
que lo han formado. Se trata de un general "que no
es ni bueno ni malo, sino que es un enfermo de
la formación que recibió. Desgraciadamente, tiene
poder y descarga en su mando toda su alienación".
¿Cómo le gustaría
morir? Ante esta pregunta, Zuhair exclamó al
instante: "¡Con sol!" (a diferencia de Moreira,
que se queja ardientemente porque tiene que morir
con sol). Luego titubeó, dio varias vueltas, y
agregó lacónicamente: "Vitalmente". ¿Y cómo le
gustaría que lo enterraran? "Después de saber que
Cristo murió, que murió el Che y Evita también, la
forma de mi muerte no tiene ninguna importancia",
respondió apesadumbrado.
La muerte
según Borges: Ese Nirvana
"Le tengo miedo a la
inmortalidad del alma porque estoy cansado de ser
Borges. Pero no le tengo miedo a la muerte. Como
yo no creo en la inmortalidad, espero morir
corporal y mentalmente". Cómodamente sentado en un
sillón de una sombría habitación de la Biblioteca
Nacional, poco antes de abandonarla, el anciano
escritor habló con enfática despreocupación de su
muerte y de la actitud frente a ella que tiene la
mayoría de la gente.
En momentos de
depresión y de desdicha —confesó—, me consuelo
pensando que lo que me pasa es lo que le sucede a
todo ser transitivo, perecedero, como yo. Y
entonces, ¿qué pueden importarme las cosas si
tengo la seguridad de dejar de ser del todo?"
—Pero por lo menos se
dice que la obra de un escritor como usted es
inmortal.
—Vamos a aceptar esa
generosa hipótesis. Espero que la humanidad
progrese y que si mi obra queda, permanezca sólo
como una mera curiosidad. Esa inverosímil
perduración de mis libros no me molestaría porque
yo no estaría para percibirla.
MISTICA MAGICA, El
tema de la muerte linda con el de la existencia de
Dios. En esta última cuestión, Borges comienza su
argumentación con una gran seguridad. "No creo en
un Dios personal, no creo que haya un Señor al que
le preocupe mi conducta y, como dije en un soneto,
me siento indigno tanto del infierno como del
cielo. No creo merecer ni recompensas ni castigos.
Desde luego, creo en la ética y me doy cuenta
cuando obro bien y cuando actúo mal. Pero, para
repetir una hermosa sentencia de un personaje de
Shaw, he dejado atrás el soborno del cielo".
—Hay quienes opinan,
sin embargo, que usted es un pensador místico.
—Uno puede ser místico
creyendo en un universo de carácter mágico,
onírico. Este universo es una especie de
alucinación compartida, aunque quizá yo sea el
único soñador. Es muy posible aceptar esas
hipótesis, el budismo, la filosofía idealista de
Berkeley, de Schopenhauer, de Hume, es posible
creer en todo eso y no creer en un dios personal.
—Examinando su obra,
empero, se descubre una especie de duda
metafísica, que no llega a negar el Dios
trascendental. Pareciera que hay dos Borges, uno
que cree y otro que no cree en ese Dios. Isaacson
escribió un interesante ensayo al respecto.
—Bueno, en verdad soy
tan escéptico que ni siquiera estoy seguro de que
no haya Dios. Este universo es tan extraño; hace
poco lo dije en un soneto que publicó un diario,
es tan extraño el hecho de habitar en cuerpo
humano, de ver por ojos, de oír por oídos, de
haber nacido de la conjunción de dos seres, de
respirar, caminar, dormir. Todo es tan raro que
quizá no sea mucho más raro el hecho de que exista
un Dios personal. Chesterton decía, aunque no
estoy de acuerdo con él, que si el cristianismo
era raro —rara es la idea de un Dios que se hace
hombre, redime los pecados de la humanidad y luego
nos va a recompensar con cielos o castigar con
infiernos—, que esa forma rara correspondía a la
forma rara del universo. El sentía que el
cristianismo era la llave que tiene una forma rara
y que calzaba exactamente en esa otra extraña
forma que es el universo.
PRESENTIMIENTO DE
MUERTE. El soneto al que Borges hizo alusión (Yo,
se titula), dice: "Soy el que habré de ser cuando
esté muerto". Parece una especie de despedida.
Salió a la luz pocos días después de que Borges
asombrara a los periodistas madrileños con
fúnebres declaraciones. El soneto, además, habla
de un hombre que va desapareciendo o que está en
el ocaso. ¿Es que presiente la muerte? "Sí
—admitió—, pero la presiento con esperanza, no con
temor. La mayoría de la gente —la tradición
clásica, sobre todo—, piensa en la muerte con
melancolía. Yo pienso en ella con alegría, como
una suerte de solución de tantas perplejidades".
—¿Por qué la gente
toma con melancolía la idea de la muerte?
—La gente suele estar
muy apegada a sus hábitos, a su persona. La gente
cree en el éxito o en el fracaso. Yo pienso, con
Kipling, que el fracaso o el éxito son dos
impostores. O sea, que nadie fracasa tanto como
cree, ni nadie tiene tanto éxito como imagina. Yo
prefiero ser feliz a ser desdichado, pero me doy
cuenta de que eso no es importante. Nunca me
preocupó el éxito o el fracaso de mi obra. Cuando
publiqué mi primer libro, Fervor de Buenos Aires
(1923), mi padre me pagó la impresión de 300
ejemplares y no los mandé a ningún diario ni los
llevé a ninguna librería porque decía: ¿a quién
puede interesarle lo que yo escriba? Entonces la
gente pensaba menos en el éxito y en el fracaso.
Si el éxito no
interesa ¿qué es entonces importante para Borges?
"Yo creo que lo más importante —se sinceró—, fuera
de las amistades y del amor, es el placer que me
da el escribir. No sólo el acto de escribir, sino
el hecho de concebir, imaginar, urdir frases,
pulirlas, tratar de que no sean demasiado
consonantes. Ahora la palabra es muy sencilla,
pero yo empecé siendo un escritor muy barroco. En
este momento trato de escribir de modo que sea
innecesaria la consulta a1 diccionario".
MORIR CHARLANDO. ¿Cómo
querría morir: de repente, o después de una
enfermedad prolongada?
—Le contesto con las
palabras del anónimo sevillano: "Por eso ¡oh
muerte! ven callada como suelen venir en la
saeta". Yo quisiera que la muerte llegara sin
agonía. En griego, agonía
quiere decir lucha. Me
gustaría que llegara mientras estoy conversando
agradablemente con un amigo, así como lo estoy
haciendo en este momento con usted, sin que
siquiera fuera sorprendido sino anulado o borrado
por la muerte.
—¿Alguna vez se
imaginó que la muerte lo va a visitar como un
personaje que le diga: "Soy la muerte,
acompáñeme"?
—Puede ser un hermoso
cuento fantástico, pero usted puede escribirlo
mejor que yo, ya que la idea es suya.
—Cuando muera Borges,
seguramente se hará una ceremonia fastuosa, con
muchos carros, muchas flores, telegramas ... ¿A
usted le gustaría eso? ¿Cómo querría que lo
enterraran?
—Le voy a responder
fiel a mi hábito de plagio, con unas palabras de
Sócrates. Cuando ya había bebido la cicuta y la
muerte iba subiéndole, sus amigos le preguntaron
si quería ser enterrado o quemado. Entonces él les
contestó con una broma, que fue una de las últimas
cosas que dijo: "Bueno, si no me les escapo, hagan
conmigo lo que quieran". Yo contestaré igual. Pero
preveo un entierro en el panteón de la Recoleta
donde están mi padre, mi abuelo, el coronel
Borges, mi bisabuelo, el coronel Suárez, mis otros
abuelos. Aunque todo eso me tiene sin cuidado,
porque como yo no estaré presente ...
—Pero, seguramente,
para usted, que estuvo tantas veces en su panteón,
será algo bueno descansar allí. Alguien va a
escribir un poema sobre esto también.
—Sí, ése es uno de los
peligros de la muerte... las elegías no son muy
hermosas.
UN ANIQUILAMIENTO. Uno
de los temas de la obra literaria borgeana es la
muerte. Así lo reconoció él mismo. "Ya en el
primer libro mío se produce una muerte. Siempre
—en todos mis cuentos— se trata de un
aniquilamiento". De esa manera desearía morir
Borges: entrar en una especie de Nirvana, que él
gusta describir. "La palabra Nirvana en sánscrito
significa extinción, apagamiento. Pero se supone
que el fuego, al apagarse, perdura en alguna otra
forma. Yo espero no perdurar en ninguna forma.
Sobre todo, no me gustaría molestar a la gente
figurando en la historia de la literatura y dando
trabajo a los muchachos para estudiarme".
Por último, formuló
otro augurio: "Deseo a mis lectores una muerte
súbita. Esto es horrible para el que queda, pero
no para el que muere. Mi amigo Pedro Henríquez
Ureña falleció así. Tomó el tren de La Plata, se
acomodó, se sentó y mientras estaba hablando con
él, el profesor Cortina se dio cuenta que estaba
charlando con un muerto. Ureña había corrido para
tomar el tren y tenía el corazón débil. Lástima
que yo tengo el corazón fuerte y no puedo esperar
eso".
PANORAMA, JULIO 26,
1973
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