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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

El Norte contra el Sur

No sólo la geopolítica explica el enfrentamiento de Argentina y Gran Bretaña. La economía se convierte en un factor preponderante de este conflicto que ya cambió el juego de fuerzas en el mundo.

Revista El Porteño
abril 1982

 

 

 

En el mismo inicio de la cuestión, hay un ángulo insoslayable; el principio soberano que la Argentina tiene sobre el archipiélago de las islas Malvinas y otras tierras insulares como las Georgias, Shetland y Sandwich del Sur, y promontorios como las Cormoranas y las Rocas Negras. Herencia hispánica, conformación geológica de plataforma continental, realidad física a través de bases militares, periódicas (y no escuchadas) voces en foros internacionales en todas las épocas posteriores a la conquista del archipiélago en 1833, por parte de la Gran Bretaña, consolidan una posición de la que no es ajeno el derecho internacional y el sentido común. Tras la advertencia, coexisten otras razones que deben haber incidido, sin lugar a dudas, en el ánimo de quienes, en definitiva, decidieron que nuestro país debía dar este paso ahora, en este crítico momento en el que intenta mantener la cabeza por encima de una elemental línea de flotación en lo interno, en todos sus órdenes, y buscar una salida al futuro. No es una frase hecha, sino una realidad palpable que revierte la posición argentina en el concierto internacional colocándola, por imperio de las circunstancias, de la táctica y, ¿por qué no?, de la falta de elección, en una situación de liderazgo no sólo en el área americana, sino en el hemisferio al que, quiera o no, pertenece. Suponga quien lee, que la Argentina consiga, en un plazo mínimo y por el medio que su imaginación le sugiera, un reconocimiento mundial a su soberanía sobre todas las islas en cuestión. Habría "vencido" a la Gran Bretaña; también a Estados Unidos a partir de su posición ambigua en desmedro de la Argentina durante las negociaciones; agradecida a sus aliados americanos, en particular, y mundiales, en general, la Argentina no dejaría de tener, ante ellos, una posición de privilegio. Pero, ¿por qué? ¿Simplemente por haberle "ganado", una vez más, a su "enemigo" tradicional; por haberse atrevido a lo que muy pocos consideraban factible, o porque, además, la soberanía argentina sobre estas islas le da una posición envidiada y envidiable, tanto en la geopolítica del mundo del futuro como de la economía que, sea cual fuere, le sirva de esqueleto? Sí. Estas son las dos razones básicas: el país que sea soberano en estos archipiélagos controlará las rutas a Oriente por cualquiera de los dos pasos (los únicos naturales), que unen a los océanos Atlántico y Pacífico ya que el diámetro terrestre, a esa altura del globo, es sensiblemente menor que en el Ecuador. Equidistante (casi), entre los cabos de Buena Esperanza, en África, y de Hornos en el sur austral, el segmento que va desde las islas Picton, Lennox y Nueva (en litigio con Chile), a las Georgias, equivale (casi), a la distancia entre La Habana (Cuba) y Vigo (España).
La medición mediante un piolín, sobre un globo terráqueo, será sorprendente: la vuelta al mundo en un suspiro. En un futuro próximo -dice Jean-Jacques Servan-Schreiber, en su libro "El desafío mundial' no habrá plan de rutas, tanto sean marítimas, como aéreas, que pueda dejar de lado los espacios del mar austral. "La Argentina, unida a Sudáfrica y Nueva Zelandia, a partir de estas distancias mínimas, no es pensable para el Hemisferio Norte si, en su reemplazo, pasa a pertenecer a la terna nada menos que Inglaterra, "madre patria'' de ambas anteriores, no por lejana y poco cuidadosa menos añorada. La bronca adolescente cede ante la saudade, Commonwelth mediante, porque una madre es una madre. Pero la irrupción argentina en el tablero modificó de tal forma el partido que la polarización (los unos y los otros, los opuestos por el vértice, lo negro y el blanco, Maradona -ay'-, y yo), era inevitable.
Paralela, y no menos importante, a la posición geopolítico económica de todos los archipiélagos australes corre, cabeza a cabeza, la pertenencia de elementos que son de importancia capital para el futuro económico del mundo, tanto sea en fuentes energéticas como alimenticias. Que petróleo hay, hay. El mismo informe Shackleton (británico y tortuoso), lo confirma. Fuentes seguras especulan con dos millones de barriles-día, producción antieconómica en la actualidad, a 34 dólares el barril. Pero ¿qué pasará en 1995 cuando, según los especialistas norteamericanos, EE.UU. no habrá llegado aún a sustituir, a través de un petróleo sintético importado por igual volumen y periodicidad, y agotará el conjunto de sus reservas actuales, un total de 28 mil millones de barriles? Y como si esto fuera poco, lo habrá hecho en trece años; Según datos comprobables del "US Geological Survey", para esa época, en que el barril de petróleo (partir de la línea de aumento del último lustro), sobrepasará con holgura los 100 dólares, el petróleo malvinense será "negocio". La tecnología industrial de los países del Hemisferio Norte no habrá cambiado del todo: otras energías estarán en marcha, como la solar, pero aún habrá quienes necesiten petróleo. Y lo pagarán caro. Pero aun aquellos países de la mitad Norte de la naranja necesitarán de este área para modificar las fuentes energéticas de sus industrias, y la energía solar será esa fuente. Porque es inagotable, y es barata, como la eólica.
Hay un elemento, derivado de la bauxita, próximo al aluminio, que se llama "galium" (galio, bah), cuya cotización actual en el mercado mundial es de 1.300 dólares el gramo. Quien lo obtenga será rico, y el elemento está en la zona, presente como un augurio. Y, además, está el "krill", ese crustáceo inasible, gelatinoso y casi invisible, cuyo valor proteico es cercano al cien por ciento de toda su estructura biológica: "Esto comen las ballenas", dirá la madre del año 2000 a su hijo, mientras pugne por meterle la cuchara en la boca, intentando hacer soñar al mocoso llorón con un cuerpo atlético.
A grandes rasgos, éstas son las razones por las que la Argentina intentará mantener, contra viento y marea, la posesión de lo que le pertenece: son razones estratégicas y económicas, históricas y geográficas. Y son el reaseguro de su futuro como país en el concierto mundial.
A partir del pasado 2 de abril, la resolución de tomar las islas transformó el tablero mundial, de por sí tan precario en su equilibrio. Un país latinoamericano, de indiscutible menor importancia en el concierto ecuménico le mojaba la oreja, le escupía la raya, le sacaba la lengua o gesticulaba rítmicamente ante una potencia histórica, siempre los buenos de la película, James Bond y Emma Pill, los Beatles y lady Di, que hasta tocan la marcha de San Lorenzo en el cambio de guardia de la reina. Entonces, la resolución 502 de las Naciones Unidas, a través de su Consejo de Seguridad, que reclama el retiro de las tropas de nuestro país, y la devolución de todos los territorios a Londres. Luego, la escuadra inglesa, camino a las islas, con todas sus alternativas alcohólicas y su indefinición numérica. Tras cartón, la Comunidad Económica Europea que se pliega al boicot económico propuesto por la Gran Bretaña. En contraposición, la solidaridad latinoamericana, la de los países del Tercer Mundo, los subdesarrollados eufemísticamente llamados en "vías de desarrollo": resumiendo, los pobres, los del Sur. La polarización se hace inevitable. Frente a las potencias desarrolladas del Hemisferio Norte, las productoras de tecnología, las de más alto nivel de vida y más bajo índice de mortandad infantil, más alto índice de alfabetismo y mayor tiempo de ocio por hora/hombre, están las naciones azotadas por el hambre y el desempleo, la inflación y las dictaduras, el monocultivo y el trabajo a destajo. Los unos frente a los otros pero, como los "iceberg", lo único que aparentemente choca es lo que se ve, lo que está en la superficie, y olvidamos con frecuencia que las dos terceras partes de las moles están abajo del agua.
Quizás sea posible considerar la idea de que la Argentina, por las razones que fueren, no explotase las fuentes energéticas, industriales y alimentarias que se mencionaron, constituyéndose, de hecho, en "guardián" de esas reservas. Entonces, según los estrategas del futuro, le será pagado un precio tan considerable en su magnitud que su aporte al mercado nacional modificaría drásticamente nuestra economía interna, convirtiéndonos en un país en ascenso hacia la primera línea de naciones del globo. Quien lo considere una utopía, que se retrotraiga al primero de abril y nos suponga en guerra contra Inglaterra, aquí y ahora, en este momento de la historia del mundo, con todas nuestras frustraciones y desengaños, quejosos y añorantes. El dos de abril de 1982 la alegría se sumó al estupor, la sorpresa al colectivo lleno y al sueldo escaso. Las Malvinas eran lo que nos prometieron desde siempre. Y a partir de ese momento, suceda ahora lo que suceda, comenzó otra etapa en las relaciones mundiales, y un nuevo equilibrio deberá conformarse tras el cambio de piezas por otras de nuevos valores. Y se dará la oportunidad, quizás la única en nuestra historia, para que la Argentina rompa la alternativa rutinaria que le marca su pasado más o menos reciente. Será una jugada al todo por el todo; la gloria o Devoto.

Manuel Gil Navarro

Las Malvinas por dentro

Luego de una hora de viaje el comandante de la nave -un Focker de la Fuerza Aérea- anuncia "a la derecha, las Malvinas". Los viajeros se avalanzan sobre las ventanillas de ese lado y ven, recortadas en la inmensidad verdeazulada del Atlántico, esas pequeñas islas brumosas que se han transformado en el ombligo de la tensión mundial.
A medida que nos acercamos crece una sensación de euforia general que explota cuando algunos emotivos comienzan a entonar las primeras estrofas del Himno Nacional, entre lágrimas contenidas y pieles erizadas. Luego del descenso y ya en la escalerilla del avión un veterano periodista, veterano también en el tema de las reivindicaciones territoriales, observa flamear la bandera argentina y dice, entrecortadamente: "Las Malvinas... nunca creí que lo lograríamos".
La sensación de euforia deja paso a la realidad de la guerra posible. A la derecha de la pista, en una amplia playa de cemento se acumula el incontable material bélico que, día tras día, descargan los Hércules C-130. Por la carretera que nos lleva a Puerto Argentino -un mes atrás. Puerto Stanley, después Puerto Rivero- desfilan las oficinas de L.A.D.E., Aerolíneas Argentinas y Gas del Estado e innumerable cantidad de acantonamientos de soldados.
El viento mantiene una presencia constante; un viento que golpea incansable las caras de quienes transitan las calles o de los soldados que cumplen con sus solitarias guardias. Y cuando el viento se va, llega la bruma. Una bruma densa que no deja ver nada más allá de un metro; las Malvinas, entonces, se convierten en el reino de la fantasía donde todo es posible y nada irreal. Pero el viento siempre vuelve...
Las casas y calles de Puerto Argentino se asemejan a cualquier pueblito, no muy próspero, de Gran Bretaña. Las construcciones son de madera, con amplios ventanales de vidrio (en algunos casos, doble vidrio) que eluden el Sur. "Desde el Sur -dice un oficial- viene el viento frío''. Y asegura: "y es un viento frío". Observé su acolchada campera y. asiento.
Los "kelpers" o "malvinenses" son más bien hoscos. Y representan el otro mundo de las Malvinas. Un mundo con miedo, atrapado entre la acción psicológica de las radios británicas que captan sus receptores de radio y la abrumadora presencia militar argentina que indica la inquebrantable voluntad de resistir.
Los oficiales y soldados argentinos tienen vedado el tránsito por Puerto Argentino; tampoco pueden comprar nada y, menos aun, beber algo en un pub -hay cuatro- cuando están de franco. De esta forma se impiden roces. Pero ello no es obstáculo para que algunos niños se acerquen a los soldados y pidan chocolates o jueguen al fútbol.
No hay jóvenes en Malvinas. Sólo niños y hombres. Los hombres trabajan en algunas de las dependencias de las Falkland Island Company (FIC) que monopoliza la economía de las islas; los niños asisten a la escuela y en algunos casos hablan castellano , 'español'', dicen ellos. Los jóvenes, en su gran mayoría, estudian mediante becas en las universidades argentinas. O, los más acomodados, en Inglaterra. Y esta división plantea un problema que los "kelpers" tienen presente: para Gran Bretaña ellos -salvo 350 descendientes de británicos- son "ciudadanos de segunda''. Esto quiere decir que necesitan pasaporte para viajar a cualquier punto del Reino Unido y múltiples gestiones para obtener la residencia. Algunos, entonces, se inclinan por ayudar a las nuevas autoridades argentinas. Otros, en cambio, esperan que la metrópoli los asimile, que les permita reinstalarse y trabajar. Pero ¿qué pasaría en el futuro con los habitantes de Hong Kong? Porque los "kelpers" no superan los 1.800, pero los habitantes de aquella otra colonia son más de cuatro millones de asiáticos. Y si se sienta un precedente, los ciudadanos de Hong Kong pueden solicitar la ciudadanía británica, en toda su extensión. Un problema más para la "dama de hierro".
Un paseo en helicóptero por la isla Soledad nos muestra el volumen del trabajo desarrollado por los soldados argentinos en materia de defensa: defensas subterráneas, refugios antiaéreos, múltiples obstáculos terrestres en lo que pudieran ser "cabeceras de desembarco'' y nidos de ametralladoras en versión terrestre y en versión antiaérea.
Los soldados argentinos, cerca de 10.000 -3.000 con entrenamiento de comandos-, provienen de Buenos Aires, Córdoba, Corrientes, Chaco y Formosa. Son pocos los oriundos de la Patagonia y por ello, a pesar de que disimulan, y de la comida caliente, sienten el frío. Sin embargo esto no es obstáculo para que, cuando éste u otro cronista intenten averiguar el estado de su moral, griten un "no pasarán". En general todos se enorgullecen de ser ellos los que recuperaron las Malvinas, ese territorio tan rico en petróleo y nódulos polimetálicos, del que tan poco conocemos los argentinos continentales. Y del que hoy convertido en el ombligo de la tensión mundial, puede ser mañana la llave del futuro.
G.T.

Habla Ernesto Sábato

Somos muchos los que durante este gobierno hemos denunciado graves violaciones de nuestra Carta Magna, y el correlativo desmantelamiento de nuestro patrimonio económico. Y que lo seguiremos haciendo cada vez que sea necesario. Pero el problema de las Malvinas está por encima de cualquier discrepancia de política interior, es algo que todos los argentinos han sentido entrañablemente desde que Inglaterra usurpó las islas por la fuerza; su recuperación es un sueño que desde entonces han soñado todos los hombres y mujeres de nuestra tierra. Por eso debemos rechazar el burdo sofisma enunciado por el ministro británico de la defensa; esto no es una lucha de una democracia contra una dictadura militar, como ha dicho: es la lucha de un imperio contra un pueblo entero, que comprende a los trabajadores castigados brutalmente por la policía pocos días antes de manifestarse en defensa de la soberanía nacional. Tal es su generosidad y su honda vocación anticolonialista.
En otros tiempos, claro, esa potencia, para levantar su imperio, usó otros sofismas, según el momento y las conveniencias; y en otras ocasiones ni siquiera los utilizó, recurriendo a la fuerza más brutal para alcanzar sus objetivos; que hablen si no los pueblos que subyugó y oprimió en cinco continentes, con la ayuda de esa armada que ahora se nos viene invocando la Libertad. Esta gruesa hipocresía la comparten los socios del Mercado Común, pues casi todos ellos tienen las manos tintas en la sangre de las colonias, casi todos atropellaron a los más débiles por motivos suciamente mercantiles; y bastaría recordar el solo ejemplo de las sádicas atrocidades perpetradas por Bélgica en el Congo, no denunciadas por comunistas sino por sacerdotes belgas que las presenciaron con horror, sin poderlas detener.
Nunca es honrosa la esclavitud, pero mucho menos cuando se la acepta por temor a las represalias. Casi ciento cincuenta años de usurpación y veinte de infructuosas negociaciones para reivindicar claros derechos ante la desdeñosa altanería de los invasores podrían haber colmado la paciencia del país más pacifista. Pero, ¿con qué derecho nos viene a hablar de orden jurídico un imperio que en su turbia historia no hizo más que violarlo? Somos un país amante del derecho y profundamente pacifista, deseamos fervientemente una solución pacífica y, para lograrlo justicieramente, apelamos a la conciencia de los pueblos de todo el mundo, que deben comprender que és2ta no ha sido una violación de un orden jurídico internacional sino la justa respuesta a quienes en otro tiempo lo violaron. Deberían también comprender que esto ha sido el resultado de una vieja pasión por la soberanía contra cualquier imperio, la misma que en 1806 y 1807 echó con viejas armas de fuego y con aceite hirviendo a las tropas de elite del Imperio Británico; la misma que en 1810 comenzó la liberación del dominio español, para luego extenderla a medio continente.
Este momento histórico muestra qué clarividentes fueron las ideas de nuestros fundadores, y en particular las de San Martín y Bolívar, al propugnar una Patria Grande que pudiera hacernos respetar ante el mundo de los poderosos. Más ahora que nunca, evitando luchas fratricidas, debemos comprender que sólo una confederación latinoamericana puede preservamos con honor de la lucha que mantienen las dos superpotencias por la hegemonía planetaria.
Y ojalá esta histórica circunstancia nos muestre que la soberanía es hija de la libertad, y que no sólo se ejerce hacia fuera de las fronteras sino hacia el seno mismo de la patria, donde únicamente puede alcanzarse mediante los derechos capitales que sabiamente fueron establecidos en nuestra Constitución por hombres que quisieron nuestra grandeza hacia fuera y hacia dentro.

Ernesto Sábato
17 de abril de 1982

 

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