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crónicas del siglo pasado

REVISTERO

Sacerdote Capuchino
Antonio Puigjané

Mona Moncalvillo
Revista Humor - Agosto 1983

 

 

 

Antonio Puigjané es un sacerdote que sigue los pasos de San Francisco de Asís; un "hermano menor" que vive su fe y el Evangelio al lado de los pobres, los desamparados, los que sufren. Por eso su camino ha estado plagado de persecuciones y acusaciones simplistas. Pero, como las buenas semillas, siguió adelante con su misión de dar frutos de vida y esperanza.
El barbado y simpático Antonio, de origen cordobés, ingresó a la orden capuchina a los doce años. Otros tantos pasarían hasta que, tras sus primeros votos religiosos en Nueva Pompeya, llegara su ordenación sacerdotal. Comenzó trabajando en la formación de jóvenes aspirantes, hasta que encontró su rumbo definitivo en la experiencia de vivir entre los pobres para brindarles apoyo y ayudarlos a paliar sus necesidades imprescindibles. Entonces se instaló en una villa en Mar del Plata; si monseñor Plaza no hubiera insistido con que "en Mar del Plata no hay pobres", seguramente todavía estaría allí.
La segunda etapa de fray Antonio fue en La Rioja, allá por Anillaco, Chepes, Anguinán. En esos pueblos desarrolló su oficio de pastor comprometido con los explotados. Junto al obispo, Monseñor Angelelli, padeció todo tipo de humillaciones y acusaciones, incluyendo asesinatos de sus hermanos curas y del propio Angelelli.
Su profundo amor por el sacerdocio lo lleva hasta la indignación por inacción de muchos miembros de la jerarquía eclesiástica y denuncia sin rodeos a quienes han suplantado la fe por el privilegio, el dinero, el poder.
Actualmente, desde una parroquia en Quilmes Oeste y junto a las madres de Plaza de Mayo y todos los defensores de los derechos humanos, pide perdón por lo que no ha podido hacer y sueña con entregar su vida, "lo que me quede", en continuar la empresa de amor que abrazó un niño hace cuarenta y tres años...

- ¿A los doce años ingresaste a la orden capuchina?
- Sí... son cosas del tiempo. Antes era lo común; recuerdo que a un compañero que entró a los quince lo llamábamos "viudo", porque nos parecía que a esa edad tenía una experiencia del mundo muy grande. Por ese entonces, no sólo en la orden capuchina sino en casi todas las congregaciones entrábamos para ser sacerdotes a esa edad. Hoy no lo haría, lo veo mal... Porque hacer entrar a una criatura en ese ambiente orientado exclusivamente al sacerdocio, como era entonces, me parece peligrosísimo. Entrábamos en gran cantidad; yo tuve unos treinta compañeros, pero se fueron yendo todos. Me ordené en el año 1952. En doce años, del 40 al 52, se fueron todos los que habían entrado conmigo. Eso sí, te puedo asegurar que lo hice con mucha libertad, en mi familia nunca me lo sugirieron.
- ¿Dónde naciste? ¿Cómo era tu familia?
- En Córdoba... Mi madre era muy piadosa y aprendimos de ella a vivir una relación con Dios muy cordial, con los matices -no tan buenos de aquellos tiempos- del temor a Dios, pero bastante bien. Todavía vive, pero está muy viejita... Por ahí me hace preguntas que no concuerdan; me dice: "Piruchito (que es mi sobrenombre), sos mi hijo, el Padre Antonio, sacerdote capuchino"; y al ratito me pregunta: "¿cuándo va a traer a su señora y los chicos?". Me confunde probablemente con mi hermano, que es casado y tiene hijos. Tiene ochenta años, es una mujer que ha sufrido muchísimo...
- En 1949 haces tus primeros votos religiosos.
- Sí, al terminar el año del noviciado en Lavallol, en el convento de San Francisco que ahora se entregó al obispado de Lomas y ha sido transformado en casa de retiro. Un edificio de tres pisos, de los tiempos en que hacían grandes construcciones. Cuando hice el noviciado éramos sólo tres novicios.
- ¿Los votos que hiciste son los mismos que hacen todos los sacerdotes?
- Sí, obediencia, pobreza y castidad o celibato...
- ¿Qué distingue a los capuchinos del resto de los franciscanos?
- Nosotros somos la tercera reforma grande dentro de los franciscanos. San Francisco de Asís no quiso hacer una orden religiosa, pues no quería saber nada con ellas. Le proponían ingresar con los agustinos, o con los benedictinos y él contestaba: "no me hablen, por favor, de San Benito o de San Agustín, el señor me ha llamado a que sea un nuevo loco del Evangelio..." El quería una vida de entrega, metida en el pueblo, al servicio del pueblo. Fijate que el nombre verdadero de los seguidores de Francisco no es franciscano, sino "hermano menor".,. Nosotros tendríamos que ser hermanos menores de todos, no solamente de los católicos, de la gente "buena", sino de todos. Cuando la Iglesia hacía las grandes cruzadas para recuperar la Tierra Santa invadiendo el imperio musulmán, Francisco con sus pies descalzos y su ropa de pordiosero fue allá a conversar con el sultán. Le habló de tal forma de Jesucristo y fue tal el impacto que le causó la actitud de Francisco que el sultán -y eso que los cristianos estaban matando a su gente- lo llenó de honores, de regalos... Francisco vivía una fraternidad total, por eso lo llaman el hermano universal. El habla del hermano sol, la hermana luna, el hermano viento, las hermanas estrellas, hasta de la hermana muerte, en su "Cántico a las criaturas", que es hermosísimo... En la película "Hermano sol, hermana luna" está muy bien pintado, no es una cosa histórica, pero creo que los artistas calan muy hondo y Zeffirelli hizo una obra muy buena, en ese sentido. La hizo para los jóvenes y, de hecho, muchos descubrieron algo del espíritu de Francisco. Lamentablemente, nos han buscado a nosotros por ese chispazo del espíritu de Francisco y se han llevado grandes desilusiones.
- ¿Por qué?
- Porque no somos hermanos menores, desgraciadamente... Estamos queriéndolo ser de nuevo; ya no ha habido más reformas de separación...
- Me decías que los capuchinos habían sido la tercera gran reforma. ¿Y las otras?
- Primero nacieron los hermanos menores "observantes"; luego, los que se quedaron en los conventos se llamaron los "conventuales"; aquí están cerca de Pompeya, en Nuestra Señora de las Gracias. Y a partir del siglo XVI, en 1528, nace la reforma capuchina. Llamada así por la capucha más grande que se pusieron. Fue un intento de volver otra vez a la pobreza, a la simplicidad... En las primeras constituciones de nuestras normas no podíamos tener casas propias de ninguna especie, aunque fueran humildes. Debían ser casas comunes, no conventos, y teníamos que mantenerlas pagando el alquiler o prestadas, pero nunca en posesión. Después, desgraciadamente, viene el peligro o riesgo de toda riqueza, esté en manos de quien esté se empieza a pegar en las manos y en el corazón. Todas las congregaciones religiosas hemos acumulado riqueza.. Creo que todas las órdenes son inmensamente ricas... Si algún día se pusieran las cartas sobre la mesa, habría un escándalo terrible por lo que gastan, por lo que tienen.
- ¿Es un reaseguro para tener poder?
- Creo que no es consciente que no estamos educados para la búsqueda del poder pero, sin querer, creo que es eso... Se trata de mantener todo eso, a veces muy tapado, para ponerlo a servicio del pueblo como debería estar. En la situación que estamos viviendo, uno ve que las órdenes religiosas, y la Iglesia misma, no están al servicio del pueblo.
- Antonio, ¿en qué actividad crees que se cumple tu sacerdocio, tu entrega?
- He tenido distintas épocas La mayoría del tiempo he estado dedicado a la formación de los muchachos, lo que llamábamos seminario seráfico y después postulantado. Luego he intentado, con mucho interés, ponerme al servicio de los hermanos que más sufrían. Eso lo he sentido muy hondo. Al principio lo buscaba a través de la formación pero después tuve autorización, en Mar del Plata, para salir del convento e irme a una villa. Ahí comenzó una nueva experiencia, primero fui yo y luego otros dos...
- ¿En qué ano fue?
- Comenzó en 1969 y terminó violentamente en 1972.
- ¿Es cierto que monseñor Plaza los echó?
- Sí, es cierto... Habíamos llegado a la villa, luego de tener conocimiento de la gente visitándola, desde el convento de Nueva Pompeya, que está en la calle Libertad, centro de Mar del Plata. Llegó un momento en que la gente misma me pidió que fuese a vivir más cerca de ellos. Había una capillita desocupada, la arreglamos un poquito y me fui allí. Llegamos a tener una relación muy cordial con la gente. En ese momento había treinta y tres villas en esa ciudad... En la orden me autorizaron, muy contentos de que fuera en representación de los capuchinos. Después vinieron dos sacerdotes más, los padres Marcelo y Jorge, uno jovencito y otro un poco mayor que yo. Comenzamos a vivir, los tres, intentando concretar una fraternidad franciscana inserta en un medio más humilde. En a orden se nos pide insistentemente un poco de eso, la opción preferencial por los pobres. Como se está pidiendo en toda la Iglesia, pero cuesta mucho hacerlo... El obispo que aceptó nuestro intento de vivir con los pobres en serio, fue monseñor Enrique Rau, un obispo entrerriano, de ascendencia alemana, que estaba muy contento, pero falleció en 1971, Entonces vino como administrador apostólico -que es el obispo de tránsito que nombra la Santa Sede cuando muere el titular- monseñor Antonio Plaza, el de La Plata.
- ¿Estuvo de acuerdo con el trabajo de ustedes?
- Nos mandó decir que en Mar del Plata no había pobres, que nos fuéramos a otro lado, como La Rioja, a trabajar con los pobres... No le hicimos caso. Al poco tiempo les exigió a los superiores que nos hicieran salir de la villa, que volviésemos al convento y atendiéramos desde allí. Pensando que sería algo transitorio y para no tener problemas con el obispo, mis superiores mandaron a uno de mis compañeros a Buenos Aires y al otro al convento de Mar del Plata. Me quedé solo, atendiendo, hasta que vino la prohibición de vivir allí. La gente que nos conocía y nos quería, se indignó y ocupó la capilla. Unas cincuenta familias estuvieron como un mes adentro, viviendo, y eso a Plaza le molestó más todavía. Tuvo gestos muy duros con la gente, muy despreciativos... Todo empeoró cada vez más, porque nos expulsó de la ciudad y de la diócesis y dio orden a la policía, al ejército y a todas las fuerzas que había en esos tiempos de Lanusse, para que nos hicieran salir de la ciudad por perturbadores... Me retiré, convencí a la gente de que dejara la capilla y nos fuimos a un convento nuestro en San Miguel, a la espera de que monseñor Pironio, que ya estaba nombrado obispo, arreglara las cosas. Pero no pudo.
- ¿Qué pasó con los villeros?
- Y... ahí quedaron... Sé que la capillita se transformó en santuario de Nuestra Señora de Lujan y está poco atendida, Después de un año fui a visitar a la gente y viví un hecho que me llegó muy hondo. Un hombre, al verme, me vino a abrazar pensando que volvía; cuando le dije que no podía, me dio otro abrazo, se le escaparon algunas lágrimas y dijo: "Bueno, no importa, porque aunque estemos lejos seguimos en lo mismo..." La gente seguía luchando por una vida más digna, por una convivencia más fraterna, que era en definitiva lo que buscábamos. Nunca intentamos hacer grandes cosas aunque se habló mucho. En realidad no hicimos nada, sólo ser amigos y darles una mano en pequeñas cositas, conseguíamos pescado, ropa, remedios... Había una miseria muy grande allí, en esa zona llamada "martillo chico".
- ¿Cómo se produjo tu ida a La Rioja?

- Viendo que el regreso a Mar del Plata iba para largo, pedimos a los superiores autorización para hacer retiro con Arturo Paoli, por unos cuantos meses, hasta que las cosas se arreglaran en Mar del Plata...
- ¿Quién es Arturo Paoli?
- Era entonces el superior en Latinoamérica de los "Hermanitos del Evangelio", nombre técnico de ellos; son los que siguen la espiritualidad de Charles de Foucauld, creo que son los verdaderos franciscanos de hoy, mucho más que nosotros. Están muy insertos en los medios populares. Tienen dos divisiones; una, los "Hermanitos de Jesús", que no tienen ninguna labor pastoral; y otra, los "Hermanitos del Evangelio", donde pueden predicar, de la que es Arturo Paoli. Paoli tiene una gran cantidad de libros publicados muy buenos, sobre todo en la orientación liberadora. Por eso fue marginado y proscripto. Aquí, sus libros no se pueden leer y fueron motivo para que muchos que los leían fueran a parar vaya a saber dónde... El tuvo que irse del país y ahora anda por Venezuela, por Brasil, siempre en su trabajo. De vez en cuando nos escribimos.
- Bueno, estabas en retiro con Paoli...
- Sí, seis meses, hasta que monseñor Angelelli nos pidió una suplencia por un tiempito en Anillaco, un pueblecito muy chiquito de unos 300 habitantes. Es una cadena de once pueblecitos que están en la margen oriental del Velazco, entre los cerros, en La Rioja, llenos de gente muy buena, muy sencilla pero que había sido maniobrada por poderosos y por curas que no fueron fieles en determinado momento.
- ¿Maniobrados en qué sentido?
- Muy sometidos. Ahí la tierra es de muy poca gente, es una zona muy montañosa, muy aislada del resto de La Rioja. La Rioja es una provincia sumamente empobrecida, a pesar de que tiene riquezas potenciales muy grandes... La tala de los quebrachales fue total y la industria avanzada que tuvo en su tiempo, se anuló. Pero en la zona de Anillaco la postración de la gente es más grande. Manteniendo toda su bondad pero muy sometidos, no se animan a decir nada. Se les pagaba seis veces menos que lo que mandaba la ley... Había un sacerdote que estuvo cincuenta años e hizo su obra, el padre Virgilio Ferreira, que permaneció allí hasta el final de sus días. Fuimos a suplirlo porque estaba en Córdoba, operado de la vista. Nos hicimos amigos de toda la gente y cuando el padre Virgilio volvió, nos pidieron que nos quedáramos. El había vuelto para recoger sus cosas e irse, pero afirmó que se sentía bien, que nunca había vivido con otros sacerdotes y nos dijo: "¿me dejarían quedarme con ustedes?". Y nosotros, con todo cariño y muy encantados le dijimos que sí. Tenía casi ochenta años y era muy mañerito para comer, muy flaquito, quería todo a punto y a la hora exacta; un curita de los de antes puesto un poco en señor. Le tenían respeto pero por temor a lo sagrado. Recuerdo que la gente se extrañaba de que nosotros fuéramos a tomar mate a sus casas, decían que el padre Virgilio sólo visitaba dos o tres familias y a los demás cuando alguien se moría... Un poco lo que fue la Iglesia de antes, en tantos lugares...
- ¿Cómo se llevaban ustedes con el padre Virgilio?
- Ah, bárbaro, espléndido, con nosotros comía regio, y eso que lo peor que hacíamos era la comida... No tenía ningún problema. Pobrecito, Vas a ver lo que pasó. El 13 de junio de 1973, a los seis meses de estar allí, ya la gente nos quería mucho, trabajábamos con ellos en las viñas... Pero, poco a poco, intentando vivir y aplicar el Evangelio a la realidad, en la predicación les tuvimos que decir a los "señores", entre ellos Amado Menem, hermano del que era gobernador, cosas y denuncias que les cayeron muy mal. Hasta que organizaron lo que llamaron los "señores" una "pueblada", dirigida por Amado Menem, el jefe de correos y el médico; el intendente no, ése quiso parar la cosa pero no lo dejaron y se llevaron al pobre padre Virgilio en vilo...
- ¿Por qué se los llevaron? ¿Qué fue esa pueblada?
- Mira, fue como en el "far west", algo de no creer, y eso que el hermano de Menem era el gobernador y había un gobierno popular... Pasaron cosas que nunca antes habían sucedido... Carlos Menem, el gobernador, siempre se mostró muy amigo nuestro y asegura que nunca propició eso, otros dicen que lo apañó, pero él asegura que se enemistó con su familia por culpa de ese incidente, Te cuento. Creo que todo iba contra el obispo, monseñor Angelelli, que quiso llevar el Evangelio a fondo y al servicio del pueblo, por eso le habían hecho fama de comunista, el gran "cuco". Nosotros habíamos tenido la intención de aclararle a la gente que no era ningún comunista sino un hombre bueno, justo, que los quería, y que si decía cosas duras, no eran más que verdades... Señalaba las cosas que oprimían al pueblo y lo hacían sufrir, Bueno, ese día 13 decidieron expulsarnos, nos llamaban fidelistas, castristas, por nuestras barbas y organizaron eso. Decían que había sido el pueblo, pero el pueblo estaba sumiso, llorando... Desde las ocho de la mañana los "señores" pusieron grandes parlantes en la puerta de la casa parroquial y nos cercaron. Eran las fiestas patronales pero no permitían que entrara la gente a la capilla y proferían grandes insultos contra nosotros por los altavoces. La policía estaba de parte de ellos; simulaba guardar el orden pero estaba de acuerdo con todo y por la noche hicieron un hermoso asado para festejar el triunfo..., la expulsión nuestra y del obispo...
- ¿Qué pasó después que los cercaron?
- Estábamos reunidos en la capillita, seríamos unos veinte, entre curas y monjas, y a eso de las diez pidieron que saliera el padre Virgilio; salió y le habló a la gente. Yo me puse a su lado. Les pidió que depusieran esa actitud "porque yo estoy con el obispo y los dos sacerdotes, entremos a la Iglesia a festejar la fiesta de San Antonio". Alguien del pueblo gritó "hagamos caso que si no Dios nos va a castigar, esto no puede ser..." Entonces vino el grupo de cinco o seis que habían organizado todo, agarraron en vilo al padre Virgilio y le dijeron que lo venían a salvar de las garras de esos comunistas. Yo les dije a todos: "Acuérdense quiénes son los que se llevan al padre Virgilio." Desgraciadamente no lo volvimos a ver nunca más, lo llevaron a sus casas y murió en manos de ellos.
- ¿Qué hicieron ustedes?
- Angelelli, que estaba con nosotros, nos propuso tomar unos mates, mientras afuera sonaban marchas militares y parlantes acusándonos de todo; un clima de guerra... Pusimos unas sillas debajo de los árboles en el patio de la parroquia y él decía "vayan a echar porotos a la olla, ya arreglaremos todo..." A eso de las tres de la tarde violentaron la puerta, alentados por Yañez, un ex comisario que había sido hasta torturador, y unos matones. Nos cercaron, empezaron a los gritos. Yañez, con prepotencia y enloquecido -un pobre hombre- le vociferaba en la cara a Angelelli lo que era ser un obispo católico y le gritaba estupideces. Angelelli, con toda su paciencia, lo miraba y escuchaba. Cuando terminó le dijo; "No es momento para que expliquemos nada, ya llegará el momento, sólo le pido a Dios que no castigue a quienes han organizado esto, que es tan feo y hace sufrir tanto al pueblo." Hablaban de matarnos y lincharnos. Yo me quedé en medio de la gente y nadie me tocó un pelo; estaba ahí solo y recuerdo que una mujer muy humilde se me acercó y me dijo: "Si alguien le toca un pelito, padre, pobre de él." Me fui a la cocina con el resto de los curas y ahí el "pelado", así llamábamos cariñosamente a Angelelli, me dijo algo muy hermoso, Decidió que teníamos que irnos, porque de lo contrario podría pasar algo más feo, correría sangre y el que iba a pagar las cosas sería el pueblo. Yo le dije: "Mira, pelado, quiero quedarme, no hice ninguna macana, no hay que hacerle caso a esos cuatro locos que organizaron esto, me la aguanto..." Me miró fijo y me dijo: "Antonio, una cosa es morir mártir y otra morir por boludo, así que vamos..." Muy inteligente. Y nos fuimos. Fuimos a Aimogasta, que está unos 80 kilómetros hacia el norte y a la noche estábamos en La Rioja. Durante esos seis meses había tenido la ilusión de ir a la cuesta de Huaco de noche, es una cuesta profunda, espléndida en noche de luna, pero nunca la había hecho. Cuando volvíamos había una luna redonda, íbamos en una camioneta con un "Hermanito de Jesús", Marcelo, y cuatro hermanas de la Asunción, y nos fuimos por la cuesta para despedimos. Nos paramos a hacer oración en silencio y luego cantamos "Vamos a Vencer"... "llegará la paz, llegue a todo el mundo, no tenemos miedo, con nosotros Dios está, siento en mi corazón seguridad..."
- ¿Te quedaste en La Rioja?
- Monseñor Angelelli me pidió que me quedara en la Catedral, porque todo ese absurdo se iba a arreglar en pocos días, pero recién después de un año me dio otro destino. Ya había visto que Pironio no podía arreglar lo de Mar del Plata, no se atrevía a enfrentar a Monseñor Plaza. Me dijo que quería que volviese, pero que no podía hacer nada... "¿Cómo que no podes hacer nada?", le pregunté, y me contestó; "Un obispo te ha echado... ¿cómo voy a pedirte?" La única posibilidad para volver era que él nos pidiera.ya que nuestro provincial era vasco y los vascos no vuelven atrás. Entonces me quedé en La Rioja, y Angelelli me trasladó al oeste, a Anguinán, donde estuve cuatro años...
- Allí descubriste algo relacionado con tu padre...
- Sí, es cierto... durante el tiempo que estuvimos en San Miguel, en ese enfrentamiento con Plaza, mi padre nos visitaba todos los domingos, iba a charlar con nosotros tres. El 15 de agosto del 72, salió de su casa a buscar cigarrillos a la esquina -vivía en Caballito- y nunca más supe de él; no había llevado ni la llave, ni los remedios que tenía que tomar porque sufría del corazón... Lo busqué por todos lados, apelé a todos los medios posibles, pero no hubo noticia. Como todavía en el ambiente no flotaba lo de las desapariciones, pensé que habría tenido un accidente y que se habían perdido las pistas. Ante la imposibilidad de hacer nada más, lo encomendé a Dios y recé por él. Resulta que a los cuatro años, en el 76, cuando lo asesinan a Angelelli en La Rioja, va la Policía Federal y le entrega a monseñor Rubiolo una carta mía, por cuyo contenido me consideraban un tipo medio subversivo, o con conexiones con la subversión, y le piden que me saquen de La Rioja pues de lo contrario no responden por mi vida... Monseñor Rubiolo se alarmó, llamó a los superiores, les dio la carta y les contó todo. Me hicieron salir durante un tiempo de La Rioja, pero fueron sólo seis meses.
- ¿De qué trataba la carta?
- La carta, de la que yo tengo una fotocopia ahora, se la había escrito a mi padre contándole lo que había pasado en Mar del Plata. Le pedía que no se asustara por lo que podía oír por ahí, que lo que queríamos era ser sacerdotes metidos con el pueblo; que la causa de los pobres era segura y que iba a triunfar porque era la causa de Dios. Era una carta muy sencilla, con mucho amor, y llegamos a leerla juntos. El la llevaba en el bolsillo de su saco siempre, le gustaba mucho y la comentamos varias veces... Al tenerla en su poder esos policías descubrí que los que se lo llevaron a mi padre fueron los de la Policía Federal, probablemente lo agarraron para sacarle algo de nosotros, lo torturaron y como él sufría del corazón se les habrá quedado...
- ¿Qué edad tenia?
- 68 años entonces, ahora tendría unos ochenta...
- ¿Tus padres estaban separados?
- Sí, hacía tiempo... pero manteniendo una relación muy cordial, se escribían permanentemente. Papá me visitó durante toda mi carrera, muy seguido, y se acordaba con muchísimo cariño de mi casa... Nunca más supe de él...
- Recién,, cuando hablaste de Angelelli dijiste "cuando lo asesinaron", y oficialmente fue un accidente. Quisiera tu relato del hecho.
- Tengo absoluta certeza de que fue asesinado. Y el pueblo humilde que lo quería mucho, tuvo esa certeza desde el primer momento... antes que nosotros. El pueblo no lo dudó nunca... Lloraban y se enojaban con nosotros diciéndonos: "Ustedes saben que lo han asesinado, ¿por qué no lo dicen?", mientras lo velábamos en la Catedral de La Rioja. El 18 de julio del 76 acababan de asesinar a dos sacerdotes, Carlos y Gabriel; después de un domingo de misa la policía, con documentos, los sacó para hacer una declaración en La Rioja; a cinco kilómetros del pueblo los balearon y los dejaron tirados junto a las vías... al domingo siguiente asesinaron a un laico, Wenceslao Pedernera, de unos 40 años, que tenía tres hijitos y trabajaba en la pastoral rural. Un hombre de un corazón y unas manazas tremendas, muy trabajador. Me tocó confesarlo antes de morir, hubo tiempo y me preguntó: "¿y ustedes, qué van a hacer?". Porque se daba cuenta de que había una persecución a la Iglesia... Después de estos asesinatos, monseñor Angelelli decidió acompañar a su pueblo a un novenario, una celebración de misas todos los días, a la que iba muchísima gente, porque los dos curitas muertos eran muy queridos en Chamical. Angelelli sabía que lo iban a matar, pero sintió que como pastor tenia que quedarse junto a su pueblo y las religiosas que habían estado con los dos curitas.

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Fotografías de Eduardo Grossman

En ese novenario, Angelelli, que hablaba muy claro, dijo cosas muy duras... Tenía dos virtudes que para el sistema en que vivimos son imperdonables, era muy bueno y muy inteligente. Veía muy lejos y se daba cuenta de todo; lo que le hicieron a los curitas, a Wenceslao y a otros que pusieron presos fue contra el Obispo. Como Angelelli no cedió y no se quiso ir, aunque se sentía muy acorralado porque no solo lo perseguían los militares sino buena parte de sus hermanos obispos, lo mataron...
- ¿Cómo ocurrió su muerte?
- Al terminar el novenario, volvía de Chamical para la Rioja, a las tres de la tarde fue el atentado. Frente a Punta de los Llanos, un camino con una recta inmensa, de 70 kilómetros... Sé por testimonios directos que dos autos lo persiguieron, él se dio cuenta y lo comentó con otro cura que iba a su lado en el auto. Aceleraron, pero los autos se les echaron encima. Hay testigos presenciales de eso... Pude constatar con mis ojos que quedó una huella, de un metro, de asfalto arrancado y que la rueda derecha estaba como limada contra el suelo. Intentó esquivar los coches que se le tiraban por su izquierda, dio un volantazo, se le trabaron las ruedas y el auto dio un salto de 16 metros. Pese a la caída Angelelli no muere, queda dentro del auto igual que el sacerdote que lo acompañaba. Inconscientes los dos...
- Sin embargo su cadáver aparece fuera del auto.
- Los que lo atropellaron lo sacaron del auto, le molieron la nuca, se la destrozaron... y lo tiraron sobre los vidrios para que pareciese un accidente. Los únicos golpes que tenía eran los de la nuca... El otro sacerdote quedó dentro del auto y no lo pudieron matar porque comenzó a llegar gente. Yo estuve con la gente que llegó primero y sé que hasta vieron a los asesinos.
- ¿Por qué la Iglesia no se ocupó de esclarecer esto?
- Figuró como "accidente" y se aprovechó... No creo que puedan creerlo porque todos sabían que se la habían jurado a Angelelli y que lo querían matar. Ha sido algo como el fruto de todo lo que ha pasado en estos años acá, que se han tapado muchas cosas...
- Las pruebas, los testimonios que mencionas ¿no sirven para destapar este hecho?
- Las cosas se van a ir dando... En Pompeya lo he predicado claramente. Lo he dicho delante de todos, la policía estaba grabando y lo habrán analizado. Dije que lo habían asesinado, que fue mártir de fe al Evangelio de Jesucristo y al pueblo. Poco a poco, irán esclareciéndose todas las cosas.
- ¿Cómo sintetizas la labor pastoral de monseñor Angelelli?
- El solía decirlo con una expresión muy linda, "para ser fieles a lo que Dios pide de nosotros hay que vivir con un oído puesto en el Evangelio y el otro en el pueblo". Angelelli fue un hombre de oración profunda; cuando vivía en la Catedral, lo veía pasar todos los días al camarín de San Nicolás para orar en silencio. Cuando teníamos algún problema decía "vamos a rezarlo", no el rezo mecánico, sino el de contemplación a la luz del Evangelio. Tenía un amor profundísimo por la Iglesia. Cuando comencé en La Rioja, yo llevaba ya veinte anos de sacerdote -ahora llevo treinta y uno- y nunca había conocido a un obispo como él; hablaba con nombres y apellidos de los que habían robado tal campo o tal cosa... Yo siempre estaba acostumbrado a escuchar a obispos y curas que hablaban en las nubes, con una teología muy bien estructurada pero de gabinete. Esa es teología del diablo y no de Dios, no sirve para nada.
- ¿Por qué crees que a veces la Iglesia molesta, como en el caso de La Rioja?
- Pienso que la Iglesia, cuando quiere ser fiel al Evangelio frente a un sistema opresivo que más que servir al pueblo lo usa, tiene que ser subversiva. No terrorista, pero sí subversiva. El Evangelio es el resumen de lo que Dios quiere hacer, a través de su hijo, con el hombre; que todos los hombres seamos hijos de Dios y eso es tremendamente subversivo... Así que siempre que la Iglesia sea fiel al Evangelio, será perseguida... Cuando la Iglesia va del brazo del poder, de la riqueza, del brazo de los privilegios, no está cumpliendo con lo que debe. Esto tiene larga data. Ha habido muchos esfuerzos, el Concilio Vaticano II, Medellín, Puebla, para que la Iglesia se comprometa con el hombre, pero nos cuesta enormemente...
- ¿Quiénes eran los enemigos de Angelelli?
- Los que tenían intereses turbios y usaron del aparato militar para hacer esos desastres, persecuciones, asesinatos, encarcelamientos... A Angelelli lo comenzaron a atacar ni bien llegó, en el 68, a La Rioja. El diario El Sol, de Tomás Alvarez Saavedra, se dedicó a atacar al Obispo con cualquier clase de calumnias... Y fue terrible lo que hizo cuando murió Angelelli. Después que lo velamos, cantamos "Vamos a vencer", no en sentido de desafío sino en sentido de fe, de que sabes que vas a triunfar aunque te hagan papilla. Al día siguiente "EL sol" títuló "Anda a cantarle a Gardel" una nota en la que decía que se había cantado una canción subversiva-marxista y qué sé yo qué más... Fíjate, esa canción es de Luther King...
- ¿Hubo alguna reacción del Vaticano?
- Ninguna... Aún desde ese nivel se ayudó a tapar. Recibimos las condolencias del Nuncio Apostólico, que era Pío Laghi, y nos prometió que iban a buscar al hombre capaz de seguir las huellas de Angelelli y de su línea pastoral, porque la veía adecuada. Desgraciadamente, después de un tiempo, pusieron un hombre bueno, pero adecuado para hacer todo al revés. Bernardo Wítte...
- Hace unos años dirigiste una carta a la Conferencia Episcopal Argentina -y recientemente otra- donde les pedías a los obispos que no fueran cómplices de todo lo que estaba sucediendo en el país, que la Iglesia fuera una voz dura y clara...
- La hice de corazón y se la mandé a todos los obispos. De unos cuantos recibí agradecimiento y elogios, dijeron que estaba llena de la luz del Espíritu Santo. Pero a otros les molestó muchísimo. Monseñor Collino, por ejemplo, me prohibió ir a su diócesis de Lomas de Zamora por esa carta... Dice que lo ofendí y no le pedí perdón. Yo le reiteré lo dicho en la carta señalando que en estos tres últimos años todo era peor... Este año volví a escribir otra, pero no ha producido ningún efecto, porque el último documento que han hecho los obispos es el peor de todos. Es un documento que me parece diabólico. Cuando hablan de la verdad dicen que hay que hacer un examen de conciencia nacional, cosa que por un lado es cierto, por eso digo que es diabólico. Pero no le podemos decir a las madres que les han desaparecido los hijos o han asesinado a sus esposos, que hagan el mismo examen que Harguindeguy, Videla, Viola, Galtieri, los torturadores o los desaparecedores... Para la verdad, examen de conciencia y repartir culpas entre veintiocho millones de personas; para la justicia, algo muy general que tiene que primar para que haya paz. Y sobre tos desaparecidos, dice que comparten el dolor de las víctimas, que se compadecen de las víctimas de la subversión y de la represión. Uniendo y confundiendo esas dos cosas con la misma táctica que ha usado el gobierno... Por último, llegan a citar unas palabras dichas en el 82 por el Papa donde señala que no es momento de echarnos en cara las culpas, de exigirnos reparación, sino de comenzar un camino huevo. Es el manto de olvido que ha propuesto Quarracino, con gran indignación de todos los que pueden pensar. Y Quarracino es un signo de la orientación que está tomando la Iglesia jerárquica. Se está volviendo claramente hacia atrás de todo lo dicho en Medellín y en Puebla. Y los obispos también... Monseñor Quarracino estuvo presente en la primera reunión de sacerdotes para el Tercer Mundo, era el único obispo que estaba... Fijate como ha cambiado.
- Algunas contradicciones...
- Sí, y hemos visto varias. Recuerdo cuando me tocó estar un tiempito en Córdoba en el 76, cuando las calles estaban llenas de asesinatos, muerte y había sangre por todos lados. Unos ladrones entraron en una Iglesia, tiraron las hostias consagradas y se llevaron los copones pensando que eran de oro. Hubo grandes actos de reparación que parecieron contradictorios, porque creo que la gran profanación es cuando se profana al hombre. Cuando el hombre es pisoteado o maltratado, mucho más que todo aquello que por sagrado que sea es sólo un signo de la presencia de Jesús que para el que no tiene fe no significa nada. En cambio, torturar o desaparecer un ser humano son verdaderos sacrilegios. Y veo que en la Iglesia no nos movemos por el hombre en sí, no nos jugamos. Creo que vamos a tener que pedir perdón de rodillas al pueblo argentino... Yo también soy culpable porque no he hecho todo lo que debí hacer...
- Algunas veces has dicho que hay desaparecidos vivos. ¿Te consta que sea así?
- Tengo la certeza de que hay muchos vivos. Lo baso en infinidad de datos que he ido recibiendo, poco a poco, en estos cinco años en que estoy junto a las madres de Plaza de Mayo. Por datos mismos que ellas han ido recabando y que nos han llegado. Tengo la certeza de que hay muchos, pero muchos, con vida, te diría que unos cinco mil...
- ¿Por qué lo ocultan?
- En pocas cosas se podría pedir lógica a este proceso, ha sido todo tan absurdo. Hasta en sus proclamaciones de fe, y en eso también hemos tenido culpa nosotros que les hemos permitido que aparezcan ante el pueblo comulgando, como Galtieri y Viola, de la mano del Papa, cuando sabemos que son culpables directos. Pienso que la jerarquía eclesiástica -y me siento parte por ser sacerdote- ha traicionado al pueblo... Con mucha fuerza, y creo que toda es poca, criticamos la actitud de los militares; las fuerzas armadas han hecho horrores y no sé cómo se atreven a aparecer en público. Criticamos también muchas actitudes de los políticos; criticamos mucho a los sindicalistas que no fueron representantes y no lucharon por los derechos de los obreros. Pero hay un sector del que no nos atrevemos a decir nada, y es la Iglesia... Tiene un poder terrible en la Argentina, y estos años, aunque ha hablado y hay documentos, ha caminado del brazo de los militares... Nadie lo puede poner en duda y eso es un pecado... Por eso la gente cree cada día menos en nosotros, es una constante en América latina.
- ¿Ha habido obispos del proceso?
-Y claro... algunos habrán pensado que era el camino para evitar males mayores, pero ciertamente han caminado con los militares. Los obispos están recibiendo -aunque el gobierno dice que no es pago- suculentas pensiones por los servicios que han prestado. Son pocos los que no las reciben...
- ¿De cuánto?
- Como el sueldo de un juez de segunda instancia...
- ¿Quiénes no las reciben?
- Novak, Hesayne, de Nevares, seguramente monseñor Zaspe también, algunos obispos auxiliares... Puede que haya algún otro.
- ¿Qué haces actualmente?
- Se me concedió intentar de nuevo, como yo creo que quería San Francisco, vivir entre los pobres. Pero no como cura. Estoy en la diócesis de Quilmes Oeste, en la parroquia de Nuestra Señora de Itatí. Trato de vivir como un hermano menor al servicio de ellos...
- ¿Administras sacramentos?
- Sigo siendo sacerdote, por supuesto, pero no he querido hacerlo y los superiores me han insistido que no lo acepte, porque para trabajar como párroco, bueno, tenemos varias parroquias en el país y hay mucho trabajo. Pero mi intento a los cincuenta y cinco años y treinta y uno de cura, es vivir así, sirviendo como sacerdote si es que hace falta, cuando haya necesidad...
- ¿Cuál es tu trabajo concreto?
- Acompañar a la gente y, cuando se presenta la oportunidad, celebro misas lo más cordiales e íntimas que sea posible. Una gracia que Dios me ha dado es poder vivir la misa cada día mejor. La vivo con alegría, con la gente, procurando más que celebrar yo, que la celebremos entre todos.
- Esa es una zona de grandes necesidades materiales...
- Muchísimas... Dentro de la diócesis, en parroquias vecinas, hay ollas populares, En la nuestra no hay porque estamos intentando hacer algo más en profundidad, hay comunidades eclesiales de base y se trata de que esas comunidades se ayuden, se busquen y se den una mano. Pero también hacemos cosas asistenciales como buscar remedios, alimentos, ropa...
- ¿Por qué estás tan relacionado con las organizaciones de derechos humanos y con Adolfo Pérez Esquivel?
- Mira... En La Rioja, aunque tenía a mi padre desaparecido, nunca había tenido inquietud de luchar por los desaparecidos. Sin embargo, al llegar a Buenos Aires, como en Pompeya hay gran cantidad de desaparecidos, una madre, Carmen, me habló de su drama y me caló tan hondo, que fue un chispazo que me puso frente a esto. Desde entonces, puedo decir que ha sido el eje de mi vida; empecé a acompañar a las madres y creo que hay que luchar mucho por los desaparecidos.
- ¿Qué opinan los obispos de vos?
- Creo que me tienen por bastante loco... Hay otros que me quieren y dicen cosas lindas de mi, pero para la mayoría soy un loco, irrespetuoso...
- ¿Te han perseguido?
- Alguna vez me llevaron detenido a la Comisaría Segunda, junto con setenta y cinco madres... Rezamos un rosario, con predicaciones en cada misterio, cantamos... Hubo un lío en la Comisaría bárbaro. La pasamos bastante bien... Pero la amenaza más fuerte y directa la tuve un día después de una marcha en la Plaza de Mayo, hará tres años. Noté que un hombre me miraba, con unos ojos de odio increíbles, y le decía a otro "al de sotana..." No dije nada, a la policía no podía avisarle nada porque suponía que eran de los servicios, quizá hoy les hubiera dicho... Empecé a caminar y ellos detrás mío, apuraba el paso y ellos también; llegué al colectivo 28 y, justo cuando arrancaba, me trepé. Pararon el micro, sacaron los revólveres y se armó un regio lío. Me hicieron bajar, me amenazaron y cuando les pregunté quiénes eran, me dijeron "de inteligencia". Me empujaron y metieron en un pasillo, me dijeron comunista y yo serenamente les expliqué que era cristiano y que ellos también eran mis hermanos. Finalmente, muy enojados, me dijeron que si volvía a la Plaza me liquidarían. Les contesté que me iban a hacer un favor, porque mi camino no terminaba aquí en la tierra. Que seguiría yendo todos los jueves y que ahí me iban a encontrar siempre que quisieran... Nunca más los vi en la Plaza...
- ¿No temes reacciones de la Iglesia en tu contra?
- Puede ser, de algunos sí, de otros no. Por ejemplo, el cardenal Aramburu, quien pudo haber tenido más parte porque he hecho mi trabajo dentro de su diócesis de Buenos Aires, donde es la autoridad máxima. Hace como tres años fui a conversar con él y no nos pusimos de acuerdo. Me dijo que todo lo que yo hacía con las madres era antievangélico, Reconocía que era un drama terrible, pero que era insoluble y que yo sólo aumentaba el dolor de ellas. Que era inútil y malo. Le repliqué: "Qué lío, monseñor, porque a mí me parece antievangélico lo que dice usted." Al final, le pregunté: "¿Usted me prohibe hacer eso? , y me dijo algo que ha cumplido. "No padre, no lo prohibo, lo dejo a su conciencia..." Nunca más volví a hablar con él, pero sé por terceras personas que me mira con cierta simpatía, no sé si como al chico travieso, pero no me ha hecho problemas por ir a la Plaza o estar preso. Hay obispos, en cambio, que han reaccionado de otra manera. El otro día recibimos en Pompeya una carta de monseñor Bozoli, arzobispo de Tucumán, en la que me quitaba la licencia para dar misa y confesar. La causa es que hace un tiempo fui con Adolfo Pérez Esquivel y, con autorización del párroco, celebramos una misa en Nuestra Señora de la Merced, por los desaparecidos. La habían encargado las madres. Y me quita la licencia por haber celebrado misa por ese motivo, por haber insinuado la culpa de las fuerzas armadas y por haberme dejado palmear en la comunión por algunas mujeres...
¡Qué le voy a hacer!
- Hay quienes dicen que algunos sacerdotes se están ocupando demasiado de los problemas terrenales y muy poco de los problemas de asistencia espiritual. ¿Qué respondes a eso?
- Puede ser que muchos lo digan de buena fe... Cuando en Pompeya tuve el primer problema, una misa que celebré por los desaparecidos, a la que fue muchísima gente, la policía y el ejército acordonaron la zona y tuve que ir a la comisaría. El comisario me dijo una frase que me dio pena; "Padre, qué lástima, nos podríamos entender tan bien si usted se dedicara a cuidar las almas y yo los cuerpos..." la culpa es nuestra, hemos hecho esa división, como si los problemas del cuerpo o de este mundo tuviesen que estar separados de lo religioso. Y ésa es una gran mentira. En términos religiosos, eso es pagano... El culto contenta a una divinidad a la que le tenemos miedo y allá lo dejan. Y los problemas de este mundo quedan en manos de los más pícaros... Jesús vino a combatir eso, a impedir que cayésemos en esa separación. Somos una sola cosa y la historia de los hombres es la historia del amor de Dios en medio de la humanidad.
- Nicolaides denunció la presencia de elementos subversivos en las organizaciones de derechos humanos.
- Si ha dicho elementos subversivos creo que tiene razón. Pero en el sentido de la verdadera subversión, que es la que debe tener todo cristiano frente a un régimen terriblemente injusto y criminal como el que tenemos. Ahora, si lo que quiere decir es terroristas, bueno, es una acusación grave y falsa. Hemos oído tantas cosas por el estilo que uno ya casi ni reacciona frente a eso.
- Como sacerdote, ¿qué mensaje tenes para el pueblo argentino, qué camino le indicas como el mejor?
- Me siento incapaz de señalar un camino a nadie, el que tenemos que buscar todos juntos tiene que ser el del respeto grande. Que es la democracia verdadera y el cristianismo verdadero. Creo que aquí tiene que haber una revolución profunda; que hay que transformar toda la estructura en que vivimos, y que como cristianos tenemos que metemos en la política, nosotros acompañando y los laicos en forma directa. Así se llegará a la verdad y la justicia en amor..
- ¿Tenes una posición política partidista?
- Partidista no, no quiero, aunque en el corazón la siento... La jerarquía no quiere que tomemos actitudes partidistas, y lo comparto, porque si los sacerdotes tomásemos una posición le haríamos un gran daño al pueblo. Por el momento es una decisión sabia... Cuando haya total maduración, podría ser, Ahora no, se crearían grandes antagonismos...
- ¿Tenes que votar?
- Si, tenemos que votar...
- ¿Tenes candidato?
- Estoy pensando, es difícil
- La última. Uno de los curitas asesinados antes que Angelelli, Carlos de Dios Murías, pocas horas antes de morir dijo: "Más vale morir joven habiendo hecho algo por Cristo y el Evangelio, que morir viejo sin haber hecho nada." ¿Cual es tu reflexión sobre esto?
-Yo se la escuché en Chamical antes de morir... Carlitos tenia un profundo amor al pueblo y enormes ansias de consagrarse a su servicio; también era franciscano. Se entregó allá al servido del pueblo, con mucha lucidez y valentía... Su frase me parece espléndida y siento lo mismo. Yo sería feliz si pudiera entregar mi vida, lo que me quede, poniéndola al servicio del pueblo...
- ¿Y no lo estás haciendo?
- Es tan poquito...

 

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