El pavoroso señor Hitchcock
(un reportaje exclusivo de Adriana)
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Parece un Papá Noel disfrazado de abuelito. Pero oculto, invisible detrás de su pacífica y suave personalidad, existe un ser temible: un monstruo... también disfrazado de abuelito

Es de noche. Los Ángeles duerme. La ciudad, esta otra inmensa ciudad llamada Universal Studios, está oscura, silenciosa. Sólo una pequeña casita permanece iluminada. Sólo una ventana adornada con primorosas cortinas de voile irradia una luz tenue, temblorosa, que hace pensar en Blanca Nieves y los Siete Enanitos o en la Bella Durmiente del Bosque. Sin embargo, en su interior la realidad es bien distinta: en una habitación austera, casi siniestra, un reloj de péndulo late como debió latir El corazón delator de Edgar Allan Poe, y un anciano se deleita hablando de crímenes.
Para él, la palabra crimen posee un encanto especial, un sonido que regocija, un sabor que embriaga. La saborea, la paladea; más aún, la vive. Vive la palabra crimen como si fuera él quien la estuviera cometiendo y eso le produjera el goce más completo. Lo admite y se enorgullece de ello. También lo explica.

El proceso
—Todo es muy simple: soy inglés. Todos los ingleses nos interesamos por ese género de acontecimientos. Creamos la literatura del crimen. ¿Quiere ejemplos? Conan Doyle, Chesterton, Agatha Christie. En Inglaterra hay tanta, tanta gente que se interesa sólo y exclusivamente por el crimen... En mi país, el crimen se toma muy seriamente. Algo parecido ocurre en los Estados Unidos, por eso puedo vivir aquí sin extrañar demasiado a Londres. Si usted observa la sección libros del New York Times, verá que tiene una columna separada para historias de crímenes... Un crimen es una cosa muy seria. No es un chiste. Por eso hay que darle la debida importancia. Además son fascinantes... Piense usted que muchas historias y libros famosos sobre el crimen se basan en hechos auténticos, verdaderos, tan reales como usted y yo. En Inglaterra existe una colección de libros llamada 'La serie de los crímenes reales'. Publican el verdadero proceso en forma de libros. ¿Se da cuenta? Lo trascriben tal cual y los publican como material de lectura. ¿No le parece fascinante? No, por Dios, no se mueva, no se mueva que le voy a mostrar... a ver... a ver... ¡aquí están! Observe, mire, mire bien, vea usted qué maravilla: El proceso de George Hayl... ¿Ve?, aquí está la introducción... escuche, que la introducción es sumamente importante.
Hitchcock lee:
"Lunes 1º de mayo de 1949: John George Hayl —dice el juez Humphreys—; le rogamos se incorpore para escuchar la acusación. Está usted acusado de haber asesinado el 18 de febrero de este año a la señora Henrietta Helen Olivia Roberts Durant. ¿Se declara culpable o inocente?
Acusado: Me declaro inocente".
—Todos se declaran inocentes — acota Hitchcock—, ah, ah, ah... Mire esta fotografía... Mire qué maravilla, éste es el jurado, éste es el juez con su hermosa peluca blanca: "El jurado se retiró para considerar su veredicto a las 16.23 y regresó a la Corte a las 16.40". ("No es mucho ¿verdad? ¡17 minutos!") "Miembros del Jurado, ¿están de acuerdo con el veredicto?"
"El jurado encuentra al acusado John George Hayl culpable del asesinato de la señora Henrietta Helen Olivia Roberts Durant"
"Dice el juez Humphreys: "John George Hayl, usted será trasladado a una cárcel local, y luego hasta el sitio de la ejecución, donde sufrirá la muerte por estrangulación. Su cuerpo será sepultado en el cementerio de la cárcel. Y que el Señor tenga misericordia de su alma".
Hitchcock se regocija:
—Ahora, usted comprende que en Inglaterra se le da mucha importancia al crimen. Usted acaba de escuchar la trascripción de un proceso, un proceso real que ha sido publicado sin omisiones. ¿No es apasionante? ¿No es directamente algo que quita el aliento? Salvo la introducción —que ha sido escrita por un novelista— el resto del proceso es completamente real. Es simplemente maravilloso... maravilloso. Tengo toda la colección. Todos estos libros son de crímenes... todos. Yo no leo otra cosa. No tengo tiempo para leer otra cosa, ni ocuparme de otra cosa... Siempre me he interesado y ocupado de crímenes. Hace años, cuando yo vivía en Londres, asistía a unas reuniones verdaderamente alucinantes. Existía, en ese entonces, un club llamado Nuestra Sociedad, y allí se realizaban reuniones secretas los domingos por la noche. Eran reuniones de hombres solos, escritores, abogados, gente inteligente que se interesaba en crímenes y se reunían para discutir algunos casos. Reuniones únicas. ¡Asombrosas! ¡Inolvidables! Había fotografías de asesinos, y una variedad de material extraordinaria, cuchillos, pistolas, veneno ...

Vidrio picado en el pomelo
—Recuerdo una historia verdaderamente increíble. Una hermosa historia. Un hombre y una mujer procesados por haber asesinado al marido de ella. La mujer fue puesta en libertad por falta de pruebas, pero su amante fue ahorcado... Resulta que el amante era mozo de un barco y se ve que ambos querían eliminar al marido de ella porque les estorbaba. Es lógico. Entonces se escribían cartas de amor en las cuales —al mismo tiempo— planeaban el crimen... Lo malo fue que la policía, al registrar el camarote del amante, encontró una carta que decía: "Traté de usar vidrio picado en el pomelo... pero no dio resultado". ¿Se da cuenta qué clase de estómago habrá tenido el marido para que no diese resultado el vidrio picado? Ah, ah, ah... Bueno, la cuestión es que una noche, el amante, decidido a eliminar al marido, lo agredió y lo apuñaló.

El ácido en el barril
—Claro que, para mi modo de ver, es más emocionante el caso anterior el de Hayl, ¿recuerda? El mataba sólo por dinero. Vivía en un muy buen hotel de Londres, un hotel muy familiar, pero bien frecuentado ... John George Hayl fue descubierto de la siguiente manera:, resulta que él festejaba a una de las huéspedes del hotel... Cierta tarde la llevó a tomar el té (usted sabe que en Londres el five o'clock tea es indispensable). Ella, a través de algunas actitudes un poco extrañas de él, comenzó a sospechar y avisó a la policía, que investigó el caso y descubrió que Hayl tenía un amplio prontuario policial... Lo que no pudieron hallar, sin embargo, fueron los cadáveres de las víctimas ... De cualquier manera, tenían la absoluta certeza de que Hayl había cometido más de un crimen... Por supuesto, fue acusado de uno solo, ¿y sabe por qué? Porque de lo contrario lo hubieran declarado insano; de esta manera, acusándolo solamente de un crimen, él resultó ser simplemente un asesino... Pero, espere, la historia es así: él había alquilado un pequeño garaje, en algún sitio entre Londres y la Costa del Sur; allí había sumergido los cadáveres en inmensos toneles llenos de ácido que los había disuelto hasta desaparecer. Era conocido como el "asesino del ácido" porque utilizaba el mismo método para todas sus víctimas: las mataba y luego las sumergía en el barril con el ácido. Finalmente descubrieron él sistema y ¿sabe cómo? A través de un material plástico que una de sus víctimas tenía en la dentadura y que el ácido no había destruido...
"¿No se divierte con estas historias? ¿No le parecen divertidas? Raro ... yo me divierto mucho... Creo que todo el mundo se divierte con estas historias... Bueno, fíjese la idea del tipo: sumergir a sus víctimas en ácido... Mire, aquí está su foto... Mire qué rostro tiene, ¡mire qué buen mozo que es! ¿Sabe que casi todos los asesinos —especialmente los asesinos de mujeres— tienen que ser atractivos? ¿Y sabe por qué? Porque de lo contrario las mujeres no se fijarían en ellos, y ellos, para poder matarlas, necesitan antes conquistarlas... ¡Ese es el gran secreto! Ser atractivo, buen mozote, para atraerlas, conquistarlas y luego, ¡zum ...!, matarlas. ¡Y luego el ácido! La gente siempre se imagina a los asesinos como seres horrendos, con grandes y repulsivos bigotes negros... Esto es falso, completamente falso. Si fuera así, los asesinos no tendrían tanto éxito con las mujeres... ¡y no las podrían matar!
"...Bueno, volviendo a lo nuestro, el nombre del hotel en el cual se hospedaba el asesino era The Unslow Court. Un buen hotel (ya lo dije), un hotel bien frecuentado... Y bien, ahora viene la sorpresa, lo que usted no espera... Cuando el señor Humphreys, el juez de este horripilante pero jugoso caso —quien envió este hombre a la muerte por estrangulación—, se retiró, decidió vender su mansión y mudarse a un hotel familiar, agradable y bien frecuentado... ¿Sabe dónde terminó sus días el juez Humphreys? Yo se lo voy a decir para que no sufra más la tortura del suspenso: terminó sus días en el Unslow Court Hotel. Es decir, se retiró al mismo hotel en el cual se había hospedado el hombre a quien él había sentenciado a muerte. ¿Qué me cuenta? ¿Qué le parece? ¿No es gracioso? Si yo relato esta historia en una de mis películas, todo el mundo me acusaría de loco... Pero la vida (escuche bien lo que le digo) es mucho, muchísimo más horrenda que la ficción.

La pata de cordero congelada
—... Lo que la gente es capaz de realizar no lo puede fantasear nadie. ¿Recuerda usted el caso de la pata de cordero? Es el caso de la mujer que mata al marido con una pata de cordero congelada, luego la coloca en el horno, invita a la policía a cenar y se la comen. ¿No le parece gracioso?
Adriana: No. Sinceramente me parece horrendo. Todos sus cuentos me parecen espantosos, y el hecho de que usted se divierta tanto, que sienta tanto placer al describir minuciosamente todos los detalles, me parece horrible también. Basta, señor Hitchcock, se lo ruego; cambiemos de tema, hablemos de otra cosa.
—¿De qué otra cosa? No sabría por dónde comenzar, no sabría de qué hablar...
Adriana: Entonces no me queda más que decirle lo que pienso: pienso que usted a través de sus películas de TV y cine está haciendo mucho daño...

El crimen y yo
—Había un hombre (la verdad que no sé si lo han matado en la cámara de gas o en dónde demonios está), que fue arrestado por el asesinato de tres mujeres... El mismo confesó haberlas matado, añadiendo que el último asesinato había sido cometido después de haber visto mi película Psicosis. Naturalmente, el director de un diario me habló preguntándome qué tenía que decir yo después de semejante declaración. Le contesté en forma muy lógica; le dije: ¿y que películas vio este buen señor antes de los dos primeros asesinatos?
Adriana: La respuesta fue hábil, inteligente, señor Hitchcock, ¿pero qué le hubiera contestado usted al director del diario si este "buen señor", como llama usted al asesino, no hubiera cometido más que un solo crimen?
—Le hubiera dicho que ese "buen señor" era un impostor... Que no le creía. Una persona normal no puede salir del cine después de haber visto una película sobre crímenes y decidir de pronto: "Bueno, voy a asesinar a alguien". Existen otros factores de por medio: su alma tendría ya que estar saturada de odio hacia alguien antes de ver la película. Tal vez odiaba intensamente a su mujer y haya estado premeditando el crimen mucho antes de ver mi película.
Adriana: De acuerdo, la mente de alguien que comete un crimen siempre está enferma... No se trata de seres normales, pero usted les da un empujoncito, los alienta... Su película pudo ser el estímulo que esa mente enferma estaba esperando.
—Usted quiere hacerme sentir culpable... Está perdiendo el tiempo... Nunca podré sentirme culpable.
Adriana: ¿Nunca se le ocurrió, señor Hitchcock, realizar una película tierna, de amor... una película poética, romántica, algo diferente de su brutal esquema habitual?
—No. No sirve... El público espera un tipo de película de mí: películas sobre crímenes. Les diría a sus amistades "no vayas, Hitchcock se está poniendo gagá, se está reblandeciendo". Yo poseo una etiqueta adherida a mi cuerpo: esa etiqueta dice "asesinato", y ya no la puedo cambiar... Está impresa en tinta imborrable, está tatuada sobre mi piel...
Adriana: Pero independientemente de lo que se puede o no se puede hacer, ¿a usted le gustaría?
—Nooo, porque a mí no me interesa el contenido, el tema de la película; sólo me interesa relatar la historia en forma viva.
Adriana: Relatar la muerte en forma viva, eso es lo que quiere decir...
—Sí... para mí trasformar una obra de teatro en una película no sirve... Noooo, no hay nada de creativo en ello... Me gusta poder elegir un tema dinámico y relatarlo como quiero. El diálogo no es tan importante, lo importante es que ocurran cosas, ¿se da cuenta?
Adriana: Me doy cuenta, señor Hitchcock, que en sus películas pasan cosas... muchas cosas. Da la casualidad de que siempre se trata de
cosas que ponen de relieve el lado más negativo, más enfermo del ser humano. En sus películas ocurren hechos atroces; asesinos que ocultan cadáveres en una barrica llena de ácido, mujeres que tratan de eliminar al marido colocándole vidrio picado en el pomelo o golpeándolo con una pata de cordero congelada... En sus películas ocurren hechos que tendrían que ser censurados mucho más severamente que las escenas de amor, porque el amor, con sexo o sin él, es amor... En sus películas, señor Hitchcock, sólo hay odio...
—¿Acaso el odio no existe? ¿Acaso no forma parte también del ser humano? Me enorgullezco de mis películas... Ahora estoy trabajando en una sobre un asesino de muchachas... Un tipo que mata a tres jovencitas. Un hombre que siente algo así como una compulsión irrefrenable, un incontenible deseo de cometer un crimen durante el acto sexual... Una película sensacional, muy interesante desde el punto de vista psicoanalítico, porque, vea, el criminal es un hijo ilegítimo y en cierto modo cada vez que comete un crimen está matando a su madre...
Adriana: Hasta luego, señor Hitchcock.
—(Espere... Le quiero contar del hombre que cortaba los cadáveres y que...
Adriana: Hasta luego, señor Hitchcock.
—No, ésa no. Es muy cursi... Mejor lo de la mujer infanticida...
Adriana: Señor Hitchcock, me quiero ir. Nunca conocí alguien como usted y no quisiera tropezar nuevamente con alguien como usted.
—Yo tampoco.
Revista Siete Días Ilustrados
02.07.1968

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